Por: Jaime Lopez Isaza
Es el NO con mayúsculas a la
mediocridad.
Cuentan
que en 1488 cuando Lorenzo de' Médici, el Magnífico, fundó en Florencia la
primera escuela de Bellas Artes de la historia, cediendo esculturas de su
valiosa colección para su estudio, descubrió entre los alumnos a Miguel Ángel, cuando
éste contaba tan sólo con 13 años. El chico copiaba la cabeza de un fauno en un
trozo de mármol. Lorenzo se le acercó y le dijo: "Lo que estás haciendo no está mal, pero se supone que los sátiros
son viejos y éste tiene todos los dientes; cuando se llega a viejo, son pocos los
que consiguen conservarlos". El joven aprendiz, sin mediar palabra,
tomó el cincel y eliminó de un golpe uno de los dientes. Su sorprendente reacción
indujo a Lorenzo a vislumbrar que estaba ante un ser excepcional y, desde ese
momento, lo acogió bajo su protección llevándoselo a vivir con su familia a su
propio palacio para brindarle la educación que el novato escultor merecía. El
sentido de la perfección en Miguel Ángel Buonarroti se reflejó en todas sus
obras hasta el final de sus días dejándonos un legado que nadie ha conseguido
superar jamás. Salta a la vista que desde niño, tenía el listón tan alto por la
EXCELENCIA, que por esa razón no toleraba a los mediocres. Y es que para
entender cualquier manifestación artística con fundamento, hay que echar un
vistazo al Renacimiento italiano y preguntarse por qué los artistas de entonces,
buscaban la excelsitud en todo lo que hacían. La belleza humana era el reflejo
del esplendor y la perfección divina, la mediocridad no fue su fuente de
inspiración. Y a pesar de que las cosas cambian constantemente de apariencia, porque
es cierto que a través de nuestros ojos todo fluye y se mueve a gran rapidez, proclamar
la belleza de la velocidad, como lo hicieron los artistas del manifiesto de
1910, no legitima negar la existencia
del objeto o de la persona como tal, en detrimento de sus cualidades estéticas,
porque la ilusión que produce la belleza, ante el fogonazo de la emoción, aunque
fugaz, lo justifica todo. Afirmar que "en lo feo existe una agradable
sensación estética, porque la belleza es el brillo de lo que es verdadero",
fue la falsa premisa que condujo al mundo artístico a perder el rumbo. El mismo
Marcel Duchamp, que en 1917 envió su famoso urinario de porcelana a una
exposición de Nueva York, cuarenta años más tarde, en una carta, abiertamente
les increpa: "Les eché a la cara un
urinario y ustedes lo admiraron como algo estéticamente bello". Era,
pues, un reproche del mismo artista a la mediocridad que se estaba propagando
en el mundo como expresión del pensamiento libre, pero nadie, al parecer, supo
o quiso entenderlo: el urinario de Duchamp fue declarado como la expresión
artística más importante del Siglo XX, por encima, incluso, de la obra de Pablo
Picasso. Semejante disparate sólo obedece a la burla, a la protesta, a la
ironía, a la crítica inútil, al mal gusto, al facilismo y, en síntesis, a la
provocación a donde se arrinconó al arte a lo largo del último Siglo.
Jaime
López Isaza
Miembro
de la Asociación Española y Madrileña de Críticos de Arte: AECA, AMCA.
Miembro
de la Asociación de Escritores y Artistas Españoles: AEAE.
(Monterrey, México, Noviembre de 2016)
No hay comentarios:
Publicar un comentario