Jesús
García Marín / Madrid
Durante toda esta
semana se han celebrado en el Círculo de Bellas
Artes, en pleno centro de Madrid, un ciclo de conferencias y exposiciones de
pintura y escultura, conciertos que ha organizado la Fundación palmesana Charo
y Camilo J. Cela, y ha comisariado Linda da Sousa, dentro de los actos
conmemorativos del centenario del Nobel que tantos años vivió en Mallorca y que
en la Isla tuvo tantos amigos relacionados con el mundo del arte: Pedro A.
Serra o Pep Pinya, tantos y tantos pintores se hospedaron en la casa
mallorquina de don Camilo, y luego la amistad que el escritor gallego tuvo con
Miró, Picasso y Tàpies por solo citar tres figuras estelares. Todo eso lo ha
estudiado Julia Saéz-Angulo crítica de arte y autora de una copiosa obra
que va desde la Historia del Arte hasta la novela o los cuentos. Julia, que
también forma parte del equipo directivo de la Asociación Española de Críticos
de Arte (AECA), conoció a Cela en una exposición de
Arranz Bravo y Bartolozzi, pintores que frecuentaban mucho Mallorca. En
el Círculo de Bellas Artes ella disertó el pasado miércoles con unos Apuntes
sobre CJC y las artes visuales. Y de los aspectos mallorquines de esas
artes visuales celianas hablamos:
—No sé si llegó a tratarlo o a conocerlo,
pero una de las cosas que más me extrañas de las andanzas artísticas de Cela es
que no hiciera migas con Dalí como las hizo con Picasso, ¿por qué?
—Quizás la geografía y las circunstancias
no pusieron cerca de Cela y Dalí, pero si Cela hubiera querido, se hubiera
acercado a Dalí, como hizo a al Dr. Marañón para llegar a la Academia de la
Lengua o a Picasso, para incorporarlo a los Papeles de Son Armadans y publicar
conjuntamente textos e imágenes. Ambos, Dalí y Cela eran egóticos,
histriónicos, geniales y avidadolars.
Hubieran chocado como pedernales. Cela lo intuyó.
—Creo que Cela intentó que Picasso se
viniera a vivir a Mallorca, ¿qué nos puede usted decir de este asunto?
—Intentó que Picasso aterrizara en España
de forma gradual lejos de Madrid, primero en Mallorca, eran los tiempos de la dictadura. Cela y el crítico Moreno Galván, perteneciente a una célula
comunista secreta, estaban de acuerdo en la operación regreso de Picasso
–tenían buenas relaciones con el pintor-, pero la izquierda radical y
dictadora, al saberlo, se echó encima de Picasso y lo impidió. Picasso nunca
aceptó la nacionalidad francesa por más que se la ofrecieron.
—Y hablando de aterrizajes o intentos de
aterrizaje en la España franquista, ¿cómo se produzco el de Miró?
El regreso moral de Miró a España lo logró
Mayte Spínola, mallorquina de la
urbanización Sol de Mallorca, que consiguió la primera gran exposición de Miró
en Madrid, convenciendo al ministro Pío Cabanillas. La familia de Miró se alojó
en la casa madrileña de Spínola durante la gran muestra en el Museo de Arte
Contemporáneo.
—La relación de Cela con Miró pasó primero
por una etapa de timidez por parte del gran pintor catalán, pero finalmente
hubo conjunción de Marte con Saturno, ¿qué destacaría usted de esa relación
artística entre dos genios?
—Cela era hábil para acercarse a los
grandes nombres, máxime si era una personalidad más contenida como la de Miró.
Cela lo fue “encelando” escribiendo sobre él, incuso con una deliciosa
entrevista apócrifa, que encantó al pintor. Todo fue rodado hasta el encuentro
con el célebre cuadro falso de Miró que Cela rasgó y seguidamente pintor
catalán autentificó.
—Pedro A. Serra tuvo una gran amistad
tanto con Miró como con Cela. Ambos genios colaboraron en Última Hora y se
sintieron muy libres en Mallorca…
—Durante la dictadura, años 50 y 60, Cela
se sintió siempre más libre en Mallorca que en Madrid, con la sombra de la bota
del Gobierno y la censura. Si hubiera seguido en Madrid, decía el escritor,
hubiera acabado como Dionisio Ridruejo, es decir en la cárcel o exiliado. Cela
sintió un gran amor por la isla y por la casa que adquirió en ella. Ahí logró
un humus más internacional y abierto, además de buena acogida en la prensa
gracias a Pedro A. Serra que se convirtió en un buen amigo suyo y le prologó su
libro sobre Miró y Mallorca. Después, Cela con su ambición y nuevos objetivos,
sabía que debía acercarse a la capital de España.
Julia Sáez-Angulo junto a la instalación sobre Cela de Linda de Sousa
—Las respectivas casas de Cela en Mallorca
siempre estaban llenas de escritores y también de pintores. ¿A su juicio cuáles
serían los más relevantes?
En la de Madrid de posguerra: Cesar
González Ruano, Marañón, Manuel Viola, Luis Caruncho… En Mallorca: Anthony
Kerrigan, Ulbricht, Pere A. Serra y los escritores colaboradores o secretarios
que por allí pasaron como Caballero Bonald, Héctor Vázquez-Azpiri… le gustaba relacionarse también con grandes
propietarios. No trató muy bien a Llorenç Villalonga, sintió algunos celos y lo
apartó de su lado con un pretexto fútil. Esto enfadó al mallorquín que se volcó
en represalia hacia el nacionalismo catalán. Esta relación distanciada y
marginante por parte de Cela de ambos grandes escritores está por estudiar
mejor.
—¿Y cuáles los que tuvieron, en su paso
por Mallorca, más estrecha relación con el Nobel?
—Cela tenía un gran sentido de la amistad y
sentido utilitario al mismo tiempo. Defendió a los amigos como Ridruejo o
Moreno Galván, pero le horrorizaba que lo utilizaran en pliegos de firmas para causas que acababan en intereses
sectarios.
—Uno de los mejores retratos del autor de
San Camilo 1936 es el de John Ulbrich ¿cómo definiría la relación entre
ambos?
—El gran retrato de Ulbricht estuvo en la
exposición de la Biblioteca Nacional y el rey Felipe VI se demoró en su
contemplación. Ulbricht también ha retratado a Letizia.
—Si tuviera qué destacar tres retratos o
dibujos del semblante de Cela, ¿cuáles serían?
—Me gusta mucho el de María Antonia Velasco, expresionista al óleo, que se
encuentra en la Fundación de Iria Flavia, y que figura en la portada de la
espléndida biografía del Nobel por Francisco García Marquina, autor a su vez de
un soberbio retrato fotográfico que figura en el interior del libro. Están muy
bien el de Quetglas, Ulbricht y el de Obdulio Fuertes.
—Era muy cuco don Camilo, lo de obligar a
los artistas a beberse una botella con él y que luego le ilustraran la
etiqueta: eso sí que es una obra de arte añadida…
—Era una gracieta, que podía funcionar con unos, pero no con otros. En
Francia le advirtieron que no hiciera eso con Jean Paul Sartre, no le iría el
asunto de compartir botella y podría encontrarse con un corte del francés.
Sartre y Cela no empatizaron.
—¿Cuál era el pintor favorito de don
Camilo?
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No creo
que tuviera un pintor claramente favorito. Le interesó Solana para el discurso
en la Academia. Él era acumulativo de retratos y de calles con su nombre. Le
encantaba su propia resonancia. En el premio Cervantes, el ministerio de
Cultura deja elegir al pintor y CJC escogió al menorquín Matías Quetglas.
Julia Sáez-Angulo durante la conferencia
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