EDICIONES VITRUVIO
PUBLICA “SOLO LOS DIOSES NUNCA DUERMEN”
Escribíamos hace unos meses: “Una excepcional y muy lírica colección de poemas conforman el libro de José Elgarresta titulado “Instantáneas de un rostro infinito”. Elgarresta, escritor muy crítico con la sociedad y la cultura que nos acoge, en este caso se convierte en un analista del amor y sus consecuencias. Para él vale más una mirada que un millón de euros, moneda que lleva camino de un notorio desprestigio gracias a la serie de políticos descabellados y de capitalistas egoístas que pretenden hacer un mundo a su imagen y semejanza” Precisamente ese es uno de los poemarios contenidos en un ejemplar de 475 páginas publicado por Ediciones Vitruvio (Madrid, 2015) que, con el título de “Solo los dioses nunca duermen”, contiene otros libros de versos, precisamente los escritos a partir del año 2000, pues los anteriores 1975 se nos habían ofrecido en un volumen denominado sencillamente “Poesía (1975-2000)”.
Añadir apelativos a la
labor de este autor es, simplemente, reafirmar su compromiso con un mundo en
permanente crisis no sólo cultural o social. “Dioses y reyes/inventaron los
hombres/huyendo de su fugacidad,/pero, ¿quién inventó al hombre?” se pregunta Elgarresta,
hombre cercano a los ámbitos literarios y a la labor de otros escritores pero,
a la vez, preocupado por el momento actual de la poesía, tan abandonada por el
mundo editorial, a veces secuestrada por determinados personajillos y grupos
que manejan concursos literarios, encumbran a autores o dirigen la, supuesta,
crítica oficial incluso de periódicos nacionales de gran tirada cuyas empresas,
curiosamente, también han devaluado sus acciones y (medio)arruinado a quienes
confiaron en su aparentemente brillante gestión económica.
Pero este es un
comentario sobre los versos de José Elgarresta y ya estamos en “Derecho de asilo”
que se abre con una dedicatoria (“A mi nieto Álvaro Anta Elgarresta”). “Cada
vez oscurece más deprisa”, comienza aclarando el poeta, tal por presentir un
mundo abierto a todas las eternidades. Precioso ese poema titulado “Mundo
fugitivo”: “Hoy me siento la mano de la
noche,/mi propia mano/acariciando los rostros de las cosas…”. Es como ir
abriendo los senderos, indagar en la luz que quiere ocultarse, detonar la
pólvora de las emociones, transitar por la inspiración para mostrar el futuro. A
veces la poesía de Elgarresta nos trae sonoridades de otros creadores, por
ejemplo de Jesús Hilario Tundidor, de Nicolás del Hierro, de algún Leopoldo de
Luis luminoso y combativo, del Neruda de aristas sociales, Blas de Otero…Y es
así porque la vida se confunde con los versos, con la intimidad de la
experiencia, con la angustia vital que a todos nos oprime:”Siéntate y descansa
bajo las sombras oscilantes de los helechos./El camino de ida es el camino de
vuelta,/pero ya conoces a quién por él avanza”. Algunas palabras parecen
grandiosas, infinitas, por ejemplo las contenidas en poemas como “La
perplejidad de T.S. Eliot”, “Los últimos momentos de Wittgenstein”, “Galileo”
donde aparece la armonía, la comprensión, la vitalidad del ser humano y su
entorno, su enorme quehacer en el raro universo de todas las pasiones: “En sus
últimos momentos de lucidez/Wittgenstein descubrió/que su vida había sido
maravillosa”. Sigue la escritura rememorando al hombre como un ser desheredado,
arrinconado a su propia soledad. Por eso el universo comienza a desmoronarse
ante ese derecho, esa necesidad, de encontrar un lugar en que asilarse, en que
hallar el espacio de todas las generosidades. De ello habla esta parte titulada
“Cantos al atardecer”, reflexiones inmediatas en torno a la vibrante necesidad
de subsistir. “Tiempo vendrá en que la ciudad te parezca/el más deshabitado de
todos los desiertos,/no cuentes conmigo para llenarla”, escribe en “Charlando
sobre la vida”. Vienen después los treinta y ocho poemas, de “El libro de los
instantes” con consejos explícitos en torno a la labor del poeta, leves
indagaciones acerca de la soledad, comentarios de un mundo en descomposición,
reflexiones sobre el ser humano, metáforas: “Viene el joven poeta/con sus
poemas henchidos/de ilusión y vacío./Yo debería decirle:/ deja la poesía,/esa
dama caprichosa/que otorga su favores/a quienes no los merecen,/en y acuéstate
con la vida/antes que ella también te desdeñe./Pero en vez de eso,/le sonrío y
me marcho,/pensando que todos vivimos/en una tela de araña/y tal vez un
movimiento imprevisto/hará acudir al monstruo antes de tiempo”. Una rara mesura
nos permite penetrar en el alma de las cosas y, por ello, comprenderlas. “Contra
el mundo” es, casi, un alegato de disconformidad con todo lo creado, con la
crueldad de nuestras vidas siempre condenadas al fracaso.”¿Pasaremos veloces y
anónimos/como las gotas de agua bajo el puente/sin conservar en nosotros nada
de lo que fuimos?”, se pregunta el poeta, aunque su inquietud venía de antes
“Si nos está vedado regresar./¿Por qué será?./Si a los cristales rotos/les está
prohibido reconstruir el vaso/¿a qué se debe?”. Son las eternas preguntas, la
calamitosa sensación de ser algo inútil en el inmenso concierto del universo.
También José Hierro ahondaba en esta idea: “Después de todo, todo ha sido
nada/a pesar de que un día lo fue todo”. Así es.
En “El sacerdote
Invierno”, el siguiente poemario, Elgarresta continúa con este tema: “Seguimos
a la muerte/como becerros ligados/por una argolla que le atraviesa la nariz”.
Deliciosamente triste es el último corto poema de la primera parte (“La casa
sin puertas), el titulado “De pronto”:”De pronto no encontramos refugio en el
pasado,/no podemos esperar el futuro/y el presente se vuelve confuso./Tenemos
enfermedades de viejos,/aunque somos jóvenes/e ilusiones de jóvenes/aunque
somos viejos./Estamos subidos a una escalera/a punto de sernos retirada/y no sabemos
volar”. Son meditaciones doloridas, indagaciones en torno al misterio de la y a
la finitud de los deseos, insondables materias que la poesía mantiene
forzosamente vivas siglo tras siglo. Este tono sigue en “Diario de un
superviviente”, pues el escritor se sabe parte de esa nada irremediable. “¿Te
enseñaron a amar solo lo perfecto?/Entonces es el mundo el que está
equivocado./Solo el ángel de la muerte es perfecto”, versos que nos recuerdan a
los escritos por Luzmaría Jiménez Faro: “Solo es usted el ángel de la muerte/y
usted y yo tenemos una cita”. A pesar de ello el ser humano, digamos,
egoístamente quiere supervivir, permanecer, incluso siendo imperfecto,
padeciendo dolores, atropellos e iniquidades. Sometidos a los juicios de una
sociedad perversa, el ser humano quiere ser parte de ella y todo eso le causa
demasiadas preocupaciones pero las afronta por un único motivo: permanecer a la
espera de nuevas madrugadas. En su tercera parte, “Un canto en la sombra”
aparecen poemas luminosos también, brillantes, claros: “Mujer, roca
desgastada,/tienes la belleza de los cantos antiguos”. Aparece como una
desilusión ante lo que nos rodea, lo que nos mantiene cerca de los demás, como
cuando, en “Era mentira”, leemos, “Me dijeron/que el amor y/la fragancia de las
rosas/eran para siempre./Pero no eran las mismas rosas”. A veces versos leves,
fulminantes, ideas certeras y claras sobrevuelan todas las cimas para hacerse
palabra extendida, reflexión que todos pueden comprender y estimar.
Precisamente entonces es cuando surge una confianza, la idea de alcanzar la
dicha o alejar la angustia:”…yo solo sé que estarás a mi lado”, exclama el
poeta. Buena esa dosis de confianza en hallar un minuto de sosiego. Al menos. La
cuarta parte, “Encuentros de la vida oculta”, nos habla de la gente sencilla,
de quienes pretenden vivir con un libro en las manos, de las mujeres que desean
escribir poesía, de los seres anónimos que encontramos a cada paso, de la vida
social elevada a incongruencia, del tiempo transcurriendo ferozmente, de quien
se acerca a un museo o visita un cementerio célebre. “Aquí estoy/como el
escriba del museo del Louvre/con el folio sobre mis rodillas/viendo pasar la
historia de la humanidad….”, de los poetas antiguos y modernos.. “Una mosca en
el espejo”, quinta parte, contiene claras palabras acusadoras, para quienes
dirigen el mundo, en “Canto a la globalización” :”Sólo queremos que nos
expliquéis/la razón de este desvalimiento colectivo,/por qué tenemos la
sensación/de ir en un tren que ya habéis abandonado”, para la pobreza de un
mundo desolado,, la técnica asesina, el engaño masificado, la mentira y la
soledad a que nos arrastran las perezas cotidianas: “El amor es un lujo tan
caro/que solo los muy pobres/pueden permitírselo”. El poeta avisa: “¡El
universo es un gran esquizofrénico”.
Llegamos a “Escritos de
la zona oscura”, es una interesante colección de versos, que Elgarresta dedica
“A Victoria y a Ana y Javier, mis nietos”, con títulos muy sugestivos y que
podrían considerarse reflexiones cotidianas, instantes líricos en los que el
autor analiza su entorno y sus propias insatisfacciones en determinados
momentos de su labor. Ya escribía Carlos Edmundo de Ory “Un poema me pisa los
talones”. Efectivamente estamos en la zona oscura de la existencia cuando
Elgarresta se pregunta “¿Es que alguien saber para quién trabaja el tiempo?”,
cuando estamos en manos de empresarios depredadores, políticos infames y
ciudades contaminadas. También anota: “Me vuelvo a una cabeza de ciervo que
cuelga en la pared”, recordando esa bárbara costumbre de gentuza sin nombre,
aunque entre todos recordemos a ministros, reyes, nobles y deportistas disparando
contra animales diversos para luego llevarse el trofeo o bares muy bonitos
cerca de la Puerta del Sol con cabezas de toros que fueron masacrados en el
ámbito de la llamada Fiesta Nacional, cantada incluso por inspirados poetas y
filósofos que sabían alemán. Preciosa biografía la de “La muchacha que se
creían Van Gogh” (“su vocación la había impulsado/a sacrificar sus éxitos/en
otras actividades más rentables”), los datos aportados en “Un hombre feliz”
(“…concebía la existencia/como un viaje que uno debía realizar/rodeado de
buenos amigos…”) o ese innato “Proyecto de poeta”: (“…comprendió que la poesía
no es un paño de lágrimas,/sino una forma de existir fuera de la
jaula,/enfrentándose a uno mismo y al universo sin compasión,/dejándose poseer
por la verdad y la verdad siempre duele”).
“El mar es un corazón
salvaje”, poemario muy completo dedicado “A Ramón Hernández/gran escritor y
amigo/y a Victoria Díaz Corralejo/la mujer que amé/incluso antes de conocerla”,
es un nuevo compendio de preguntas, algunas sin respuesta, y reflexiones de cierta violencia existencial,
como cuando al final de “Los campos interiores” recuerda que “El hombre es su propio
verdugo” ahora, precisamente, que los nazis vuelven a tener fuerza y
representación parlamentaria en Alemania. ¿Porqué el mundo ha de estar sometido
continuamente a la vejación de verse
sucumbir ante los grandes criminales de la historia, y hablo sólo de los más
cercanos como Napoleón Bonaparte, Hitler, Stalin, Hiro-Hito o de aprendices
como el bien considerado por sus paisanos Truman, o los condecorados Trujillo,
Duvalier, Franco, Pinochet, Videla, Mugabe. “Un viento en busca de rostro”
contiene poemas frágiles, doloridos, casi imperceptibles donde asoma cierta
insatisfacción o la pereza de las madrugadas: “Paraguas en la calle,/Dentro de mí nada me
cubre”. Pero el poeta sigue su andadura, su reflexión casi intimidatoria.
Producto de ella es el intenso texto de esa “Metapoética” que abre “El silencio
que habitamos”:”…todo lo visible está permeado por el mundo de lo invisible. De
él nos llegan temblores, signos, intuiciones, como llegarían a los habitantes
de un universo bidimensional noticias de la tercera dimensión”. La poesía no es
un pozo sin fondo sino, más bien, un universo abierto a todas las
preocupaciones, a todos los temores. Elgarresta habla de todo ello aunque a
veces se sienta cohibido ante las tribulaciones de quienes viven siempre al borde
la duda. El escritor francés Raymond Radiguet escribía: “Mi corazón estaba en
la edad en que todavía no se piensa en el porvenir”. Lo que sucede es que, a
veces, el porvenir está demasiado cerca, por eso a veces nuestro autor recuerda
“Estamos gobernados por el miedo”. La parte que da título a este espacio
contiene poemas fluidos, diáfanos, rítmicos, apetentes como “Mujer, tu cuerpo”:
“Mujer, cuando me recibes/siento como si me recibiese el mundo./Leo a los
poetas antiguos:/somos pavesas en un incendio…”. De “El cazador de sombras” nos
quedamos con los suculentos versos de “Ala eterna”: “Tocado por el alba,/mi
corazón piensa:/¿habrá un nuevo amanecer?”. Y de “Viajero extraviado” el último
poema. “Noche, oscura caverna en que me siento caer,/¿quién vendrá desde la
aurora?/Cual paloma que olvidó el mensaje en el camino/fui enviado./¿Me
esperará mi Señor?”. Enfrentarse a la cuartilla en blanco siempre es difícil
pero remover el mundo, adaptarlo a nuestras vivencias se convierte en una
pesadilla cuando vemos lo que me rodea, la ignorancia, la maldad, el
latrocinio, la vileza. Seguir escribiendo sobre ello nos anima a intentar
recomponer nuestras propias ideas, a seguir buscando la concordia.
Posiblemente no nos
habíamos dado cuenta pero Elgarresta afirma, en un delicado poemario, que “El
universo comienza un martes”, tal vez porque el lunes es algo demasiado
temprano o que el miércoles inicia ya el declinar de la semana, como pensaría
un pesimista. “La vida es una lámpara de sombras/en las manos de un loco”, leemos.
Cualquier momento es bueno para mirar a nuestro alrededor, para mostrar
nuestras dudas. Los poetas lo hacen de continuo gratuitamente, pues el suyo es
un producto excesivamente rentable o que importe a casi nadie. Recuerdos,
mentiras, historias, trenes, despertares, amor, alucinaciones, decadencia (“Me
gusta la belleza ajada por el tiempo”), van sembrando de vitalidad las palabras
del autor y él, modestamente, las esparce no a las inocentes cuartillas sino al
ancho mundo de los seres humanos. “Con el tiempo aprendemos el clamor de la
vida”, escribe Alicia Aza. Y estas existencias limitadas por cierta angustia
van surgiendo amigos, modernidades, mensajes a la nada o ciertas insinuaciones:
“Cada día es sutilmente distinto del anterior,/lo contiene y es contenido por
él,/pero solo/si no se agota en sí mismo./¡Crece como árbol y no como hierba!”.
Nos movemos en los territorios de poesía libre, rítmica como fuente que manda
continuamente, intensa, dialogante. Un elegante poema titulado “Comparaciones”
dice: “¿Me creo el más excelso de los poetas?/Digamos que sí,/pero ¿cuántos
millones de poetas piensan lo mismo?”. Ah, que alguien nos conteste, si puede.
¿Será verdad, como dice Elgarresta, que “sólo los dioses nunca duermen”?
Ya hemos citado
“Instantáneas de un rostro infinito”, el elegante poemario dedicado a Elvira
Daudet, bien recibido por amigos y críticos: “Nunca os enamoréis del pasado/ni
hagáis planes para el futuro/porque el pasado y el futuro no existen”, se nos
dice.
Llegamos a un
libro-sorpresa, inédito hasta ahora, dedicado “A Alberto Infante, a José Luis
Fernández Hernán, a Pablo Méndez y a Rafael Soler, amigazos” y titulado, ¡nada
menos!, “Lo que no somos”. Suele suceder que los poetas se confiesan ante la
nada, van escribiendo una biografía, muchas veces, dirigida a escasos lectores
y, al mismo tiempo, indagan en las circunstancias que rodean su inmensa soledad
o su imperfecta dicha. “Cuando yo llegué/ya estaban escritos todos mis
libros:/ni un punto fuera de lugar,/ni una coma,/ni una palabra menos/de cuanto
debía ser dicho”, escribe Elgarresta. Ante tal aserto no es fácil seguir
hablando de estos poemas pues, de pronto, se convierten en confidencias, en
esbozos de una especie de autobiografía clara, concisa, extensa. Pero ya que
este abultado volumen se titula “Solo los dioses nunca duermen”, dejamos como
muestra del quehacer lírico de tan trabajador autor el poema XXI de este penúltimo
grupo de versos: “Amarse a uno mismo no es bastante,/suplicar a los eternos
tampoco es suficiente,/solo es feliz quien desprecia a hombres y dioses
igualmente/y en la tierra se acuesta en un lecho resplandeciente”, aunque no
sea cierto que el poeta descanse. La suya es una labor cotidiana, continua,
esperanzada y, a pesar de todo, gratificante.
El broche lírico a estas
miles de afirmaciones, preguntas y respuestas sobe la vida y la eternidad lo
pone José Elgarresta con unos singulares “Poemas a Lucía” que, realmente, se
convierten cuarenta, generalmente breves, poemas repletos de emoción, intención
e intimismo. Alguien ha dicho que el poeta escribe siempre el mismo poema, una
necedad como tantas otras, pero sí puede ser cierto que la intención de quien
escribe es comunicar sus afectos, sus pasiones, su vitalidad, sus constantes y
cotidianas preocupaciones. Probablemente pensemos en algún momento lo que decía
Alejandra Pizarnik: “Tú haces de mi vida/esta ceremonia demasiado pura”. De esa
pureza vive el enamorado, el soñador, quien busca acercarse al calor de una
sonrisa y, a veces, desprecia la soledad de la nada. “La vida es la flor del
instante./Si durase para mí/el tiempo de un abrazo contigo/¿qué más podría
desear?!, pregunta el poeta, éste poeta.
Manuel Quiroga Clérigo
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