miércoles, 7 de diciembre de 2016

Óscar Pretzel y Juan Rueda interpretan “El hombrecito” en el Teatro del Arte



Teatro del Arte
c/ San Cosme y san Damián, 3; 28014 Madrid


Julia Sáez-Angulo

            08.12.16 .-Los actores Óscar Pretzel y Juan Rueda interpretan “El hombrecito”, la obra de Carlos Pais y Américo Torcheli en el Teatro del Arte de Madrid. La pieza teatral, que está dirigida por Nacho Marraco, es un clásico del diálogo entre dos actores que se encuentran en un bar o boliche argentino y emprenden un diálogo entre la extrañeza y el absurdo, tras un encuentro casual del que nos iremos enterando paulatinamente en la obra y que revelará una búsqueda común.

            Una comedia de los años 50 con cierto regusto nostálgico por el mito encumbrado a los altares de la propia hagiografía, que mueve lel culto y la esperanza. Una producción del Teatro La Guita.

            Un diálogo en el que hay encuentros y desencuentros, ante un personaje, el hombrecito,  que parece vaya a ser fagocitado por el otro, también un “hombrecito”. En el fondo dos solitarios que comparten algunas querencias, pero con matices diferenciados que parecen abrir brechas insalvables en algunos momentos.



            El teatro perfila siempre a los personajes. Un cliente del boliche que interpela y el otro se deja invadir por quien en apariencia tiene más dotes de mando, pero el texto modula progresivamente la relación. Los actores sostienen ese texto con un lenguaje de gestos que resulta fundamental –a veces más que la palabra- para comprender la relación dominante o sumisa respectivamente.

            Oscar Pretzel interpreta con plasticidad y logro el papel del hombrecito, si bien su físico elegante se antoja de entrada menos adecuado al personaje insignificante, si bien borda los distintos repliegues del sujeto. Juan Rueda, de complexión más cuadrada, con bigote, se pliega bien a ese hombre interrogador, autoritario, casi un policía de la vieja escuela.

            La fidelidad a un mito, el lamento por el atropello del mismo y la defensa a ultranza del propio arte da lugar a una cierta hilaridad por un personaje de apariencia débil, pero fortalecido en su veneración y empeño. Dos seres solitarios que discrepan, pero que se acercan en un encuentro progresivo, de instantes tensos.

            Desconfianza y conflicto para acabar reconociendo los respectivos anhelos de estos dos “hombrecitos”, para quienes, en definitiva, la palabra acaba por unirlos y la esperanza por dinamizarlos.

           



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