miércoles, 11 de abril de 2018

VALORES. ALGO QUE VIENE DANDO QUE HABLAR


             
Víctor Morales Lezcano

         Muchos reconocen que en la actual crisis de valores se trata de una crisis de extrema gravedad para la cohesión social y el posicionamiento del individuo en la parte del planeta Tierra en que le haya tocado resolver su vida.  Lo más grave de todo reside quizá en que el enemigo de aquellos valores y el decálogo de turno que lo gobierna se encuentra en un estado de delicuescencia. No es ni siquiera perceptible. Como apuntaba Isaiah Berlin: … es trágico tener que elegir entre unos valores y otros cuando son incompatibles, y eso desgarra. Sin embargo, el estado de delicuescencia en el que parece que nos encontramos inmersos en casi todas las tierras que actualmente constituyen el Occidente nos aboca al desarme moral,  al tiempo que alienta a no pocos adversarios en potencia a filtrar solapadamente sus descargas disolventes.
         Si hago despegar esta breve columna con la advertencia consabida, se debe al clima de reflexión en que abundan revistas de prestigio intelectual, prensa de altura ─que de esta algo queda─   y otros medios respetables en torno a la crisis de valores aludida. Esas reflexiones giran, precisamente, en torno a la atonía y falta de vigor que están demostrando los mejores valores del legado liberal, reforzado más tarde por el acervo democrático que impusieron las dos guerras mundiales del pasado siglo XX a nuestro hemisferio.
         Una de las reflexiones más acuciantes por su título y contenido es la que Madeleine Albright ha sacado en The New York Times (7-8 de abril, 2018, versión impresa), a partir de un interrogante expeditivo: ¿Estamos a tiempo de detener el fascismo, o es demasiado tarde?
            La señora Albright (¿quién no la recuerda en sus años de secretaria de Estado entre 1997-2001?) ha tenido el coraje moral de dirigirse al lector sin más preámbulos, tal cual sigue: 
Actualmente nos encontramos en una nueva era comprobando si el heraldo de la democracia puede permanecer inhiesto en medio del terrorismo, de los conflictos sectarios, de las fronteras vulnerables, de unas redes mediáticas trapaceras y de los esquemas cínicos de tantos ambiciosos. La respuesta  ─añade la autora─  no es tan evidente. Podemos creer que la mayor parte de la gente en el mayor número de países todavía quiere vivir en paz y libertad, pero no ha percibido las nubes tormentosas que se han acumulado. En rigor, el fascismo ─y las inclinaciones que conducen al fascismo─ plantea hoy una amenaza mucho más seria que cualquiera de las que hayan sido cursadas desde el final de la Segunda Guerra Mundial.
La autora apunta con el índice acusatorio a toda la “generación de presidentes autócratas”, desde China, Rusia, Turquía y Estados Unidos ─por citar solo los que tienen a su merced grandes potencias─. Dichos presidentes, según Albright, están demoliendo los valores que se vienen defendiendo como los más dignos de inspirar ─conjugadamente─ las  aspiraciones del ser humano a la libertad y la equidad.
El desencadenamiento de una serie de desplantes en el circo mediático que a diario podemos comprobar, combinados con una infiltración corrosiva del legado demo-liberal, ha conseguido hacer sonar la alarma hasta tal punto que más de unos pocos nos preguntamos al unísono con la señora Albright: ¿podemos parar el fascismo o es demasiado tarde?  Ojalá que otros muchos no hayan de exclamar como los beocios: ¡Y nosotros sin darnos cuenta a tiempo de la que terminaría por caer sobre todos al final!
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