sábado, 2 de octubre de 2021

RECUERDOS DESORDENADOS DE VIEJAS LIBRERÍAS, por Raul Lavalle

Queridos amigos

    El escrito que les copio abajo sé que dejará insatisfechos a todos ustedes, porque un tema tan entrañable como las librerías, particularmente las de viejo. Me gustaría mucho mejorarlo con añadidos de ustedes. Si por este medio ustedes me escriben algunos renglones, para corregir mis palabras o para añadir otras librerías, la malo se mejorará mucho. Los queridos amigos no argentinos también pueden escribir unas líneas sobre librerías de Montevideo o de Madrid. Publicaré después todo junto en mi humilde revista LETRILLAS. En fin, me gustaría que ustedes pasaran un buen momento con esos recuerdos entrañables.

Con máximo afecto,

Raúl Lavalle


Vieja librería en Buenos Aires


            03.10.2021.- Buenos Aires.- Este escrito está destinado a ser incompleto e imperfecto. Todos sin embargo necesitamos alguna terapia y eso será él para mí. Quizás otros lectores me escriban y mencionen otras librerías memorables de la Reina del Plata. En el peor de los casos, me sentiré feliz de haber despertado algún recuerdo libresco.

            Desordenadamente, como reza el título, daré principio con la Antigua Librería del Valle, en Callao, a pasitos de Corrientes, en un primer piso. No puedo recordar el nombre de pila del señor del Valle pero sí recuerdo perfectamente ese inmenso y viejo departamento que oficiaba de librería, repleto de libros por todos lados. No tenía casi precios marcados: uno elegía lo que le gustaba y el mismo librero miraba y daba el valor, casi siempre muy conveniente para el cliente. Compré allí los más de veinte Rivadeneyra que tengo (para expresarme mejor, B.A.E., Biblioteca de Autores Españoles) e infinitas cosas más. Allí conocí a Bernardino Rivadavia, chozno del prócer. Estuvimos esa noche  dos horas hablando con del Valle, de pie ante el mostrador. Continuamos después la conversación en el café La Ópera, donde se nos ocurrió presentarnos recíprocamente. Fue verdaderamente una treta del destino, pues, cuando me dijo que su apellido era Rivadavia, le dije que el mío era Lavalle (aunque no tengo que ver con el prócer). Iniciamos una fuerte amistad, que se prolongó hasta su muerte.

            Como aprendiz de latinista y helenista, debo admitir que conocí tarde, en sus días finales, algunas librerías que tenían bastantes cosas de ese rubro. Menciono Galatea y Quartier Latin, que tenían muchos de la colección Les Belles Lettres, y la Librería del Temple, donde compré algún ejemplar de Oxford o de Loeb. En una galería de Florida, a pasitos de la Plaza San Martín, estaba un librero belga llamado Juan Blaton, que se especializaba sobre todo en filosofía. En cambio, si no me equivoco, Viau se orientaba más a la literatura (no sé si no estaban en la misma galería, pero no confíes, caro amigo, en mi memoria). Pero hubo una tarde memorable para mí, pues estaba en una gran liquidación por cierre la Librería Palumbo. De una vez gasté parte muy grande de mis menguados ingresos en varios volúmenes de Loeb: recuerdo por ejemplo Flavio Josefo y la Vida de Apolonio de Tíana, de Filóstrato. El diccionario de Gaffiot y ediciones francesas de griegos y latinos se podían encontrar también en la Oficina del Libro Francés, que creo que todavía existe, en un local mucho más pequeño sobre la Avenida Córdoba, cerca de la 9 de Julio.

            La librería Letras era frecuentada por muchos profesores y estudiantes universitarios. Si no me equivoco, estaba en la calle Perú. Puedo ir ahora hacia la avenida Callao, donde estaba el local de Plus Ultra. Los filósofos y teólogos se encontraban de parabienes en Herder; de tono más literario era Resio.

    Volviendo al microcentro de la ciudad, Fernández Blanco y otra, muy famosa pero que mi frágil memoria no recuerda, eran muy visitadas por Antonio Carrizo, gran lector y bibliófilo. En la calle Esmeralda, la Librería L’Amateur, cuyo dueño era italiano como yo, de apellido Longobucco Lavalle (no nos unía parentesco alguno), vendía libros y grabados verdaderamente antiguos. La hija del dueño, de nombre Silvia, había estudiado letras y me permitía consultar el Bénézit, cuando quería saber quién había sido algún grabador no tan conocido. 

    En fin, sé que hay muchísimas omisiones y mi pluma no se ha destacado por su altura literaria. Propondré este intento tan humildico a algunos ilustres amigos, que quizás quieran mencionar sus propios recuerdos.

    RAÚL LAVALLE

5 comentarios:

  1. Genial Raúl, a mí me ha encantado!!
    Desprende romanticismo un punto de nostalgia y pasión por los libros.
    Te felicito.

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  2. Yo recuerdo ,hará tres o cuatro años ,volvía al sur, a mi casa, después de pasar el verano en un pintoresco pueblo de La Rioja.Por la carretera de Soria,atravesando pueblos,aldeas y casas de campo solitarias,con una niebla que apenas se podía ver las luces de los coches que venían de frente.De pronto una linda furgoneta tuneada con libros y bellísimas letras en color verde ,que decia "Biblioteca móvil" .Excmo Ayuntamiento de Soria".
    Y allí iba el conductor -librero repartiendo libros por las aldeas de Soria.De esto ya he dicho hará apenas un par de años...

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  3. Sra. Juana Mari
    Antes que nada, me trae gran alegría su nombre, pues mi abuela materna se llamaba así: hija de italianos, era la única de mis cuatro abuelos que no había nacido en Italia. No la llamaron Giovanna sino Juana, hispanico modo.
    Sus palabras ya justifican mi humilde esfuerzo, porque eso me proponía: despertar recuerdos de bibliotecas. Muy agradecido,
    Raúl

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  4. ADRIANA ZAPISEK


    que fantástica nota, felicitaciones !!! Cuando vuelva a Bue .e daré varias vueltas para verlas !!! Bss

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  5. Marejadas Revista

    Interesante, como todo. Que tengas buena semana.

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