Julia Sáez-Angulo
4/8/24 .- El Escorial .- “No hay como vivir solo, llevándose bien consigo mismo”, decía el padre de la poeta Milagros Salvador, una adalid de la literatura. Yo me repito el dicho, a mí misma, porque escribir, lo que me gusta y lo único que sé hacer lo mejor que puedo, requiere tranquilidad. Recuerdo que, en mi amado colegio de monjas de la Compañía de María, nos ponían “vitaminas espirituales” escritas en lo alto de la pizarra, durante el mes de mayo consagrado a la Virgen, una de ella decía: “Las grandes ideas son hijas del silencio”. A mí no me ha llegado todavía ninguna idea grande, pero la aguardo con esperanza.
"La soledad sólo comienza cuando nadie te necesita", me repite mi buena amiga la hispanista rumana Ioana Zlotescu, que ha perdido a su gatita Pisuka y está desolada.
Los libros escritos sobre el silencio aparecen periódicamente y en está última época más, quizás, porque nos agolpamos todos en las grandes ciudades y abandonamos los pueblos y los campos, donde abunda el silencio. Los más realistas dicen que el silencio total no existe en la Naturaleza, -antes se escribía esta última palabra con mayúscula, no sé si por veneración panteísta o por qué.
A veces tenemos que usar los tapones en los oídos para evitar los ruidos procedentes de las fuentes más variadas. Mi hija dice que tuvo que hacer las oposiciones al MIR con tapones, para dejar de oír los ladridos de los “putos perros”. Más bien, diría yo, de los irresponsables amos que los llevaban a nuestra calle tranquila, para jugar allí con los animales como si fuera un parque.
Estas divagaciones me vienen a la memoria, mientras disfruto del silencio fresco de la mañana frente al “sagrado” monte Abantos, que veneramos en El Escorial. Después llegan los chapoteos de la piscina en medio del jardín, los gritos de niños y de papás… Ya se sabe que todo en esta vida tiene sus servidumbres. No me quejo, porque no es elegante. Somos un país mediterráneo y nos gusta el ruido y la bulla, para hacer acto de presencia. En agosto hay fiestas varias en El Escorial y nos tocan los cohetes en la fanfarria matinal de la mañana a las 9, 30, la música de baile o los conciertos de cantantes, para terminar con los fuegos artificiales. Si no hay ruido, no hay alegría, se suele pensar.
Para evitar el ruido, algunas de las urbanizaciones del Real Sitio prohíben las obras profundas de albañiles en las casas durante el estío, porque acababan con el único uso y descanso de los veraneantes en las casas escurialenses.
Pero vayamos a los libros sobre el silencio, que son lo interesante. El más impactante para mí ha sido “La fuerza del silencio: Frente a la dictadura del ruido (Mundo y Cristianismo)” (2017), del cardenal Robert Sarah, un africano inteligentísimo, que colabora con la Santa Sede y que no me extrañaría que fuera el primer Papa negro en un futuro inmediato. En algún aspecto, lo comparo con Benedicto XVI. El resumen del libro dice: “El ruido nos impone su dictadura un día y otro, hasta el punto de que rara vez añoramos el silencio. Sin embargo, el ruido genera el desconcierto del hombre, mientras que en el silencio se forja nuestro ser personal, nuestra propia identidad”.
Tras el éxito internacional de su libro “Dios o nada” (2015), el cardenal Sarah afronta la necesidad del silencio interior para escuchar la música de Dios, para que brote y se desarrolle la oración confiada con Él, para entablar relaciones cabales con nuestros allegados. "La verdadera revolución -afirma- viene del silencio, que nos conduce hacia Dios y los demás, para colocarnos humildemente a su servicio".
El libro es una larga y profunda conversación con Nicolás Diat, en el que el cardenal propone la siguiente pregunta: ¿pueden aquellos que no conocen el silencio alcanzar la verdad, la belleza y el amor? La respuesta es innegable: todo lo que es grande y creativo está relacionado con el silencio. Dios es silencio.
Se sabe que los eremitas huyeron a rezar y meditar al desierto, en los primeros siglos de la cristiandad, sobre todo, a partir del siglo V, cuando el cristianismo ya fue adoptado por el Imperio y el guirigay de las ciudades y del poder político era algo insoportable para las almas que buscaban la unión con Dios.
Jerónimo de Estridón (342 – 420), santo cristiano y padre de la iglesia, tradujo la Biblia del hebreo y del griego al latín, por encargo del papa Dámaso I. Esta tarea trilingüe sólo pudo hacerla durante largas horas de silencio y nos dio la Vulgata, la auténtica Biblia autorizada para la Iglesia latina. San Jerónimo es el patrón de los traductores y su fiesta se celebra el 30 de septiembre.
No hay que ponerse eremita en los tiempos que corren, pero aún, siendo urbanitas, necesitamos buscar tiempo de silencio, para hacer cosas importantes en la vida. Las vacaciones de verano pueden ser un buen momento para encontrarlo. ¿Por qué no? Hay que saber buscar el silencio en la playa, en el bosque o en el campo... siempre habrá momentos solitarios para tratar de encontrarlo. El paseo matutino es muy recomendable. Son las primicias del día.
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DR. Florentino González : Gracias y gracias..
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ResponderEliminarRosario Galván : No puedo estar más de acuerdo contigo
Jaime Siles Ruiz : Comparto lo que dices sobre el silencio, y la necesidad de él. Cordiales saludos, Jaime
ResponderEliminarEstoy leyendo todos los días desde tu Escorial ! Me encantan todos! Gracias Julia .Maite Corcuera
ResponderEliminarjoseelgarresta
ResponderEliminar10:20 (hace 57 minutos)
para mí
Una vez más enhorabuena!
Noni Benegas
ResponderEliminar11:01 (hace 21 minutos)
para mí
NONI BENEGAS Estupenda reflexión, Julia. Te saludo desde la pradera de San Marcos, en Segovia, junto a los sitios de Juan de la Cruz y la templaria Vera Cruz, donde sigue oyéndose la fuente de la Fuencisla. Abrazo, Noni Benegas
Fantástico , artículo querida Julia
ResponderEliminarTe leo siempre, pero en este te has superado con creces
Estoy totalmente de acuerdo
En Ibiza donde estoy descansando es bastante difícil encontrar el silencio, aunque a veces lo consigo y es lo mejor para calmar el alma y el espíritu y descansar
ResponderEliminarNoni Benegas
11:01 (hace 2 horas)
para mí
Estupenda reflexión, Julia. Te saludo desde la pradera de San Marcos, en Segovia, junto a los sitios de Juan de la Cruz y la templaria Vera Cruz, donde sigue oyéndose la fuente de la Fuencisla. Abrazo, Noni Benegas
Juan Diego Roldan Lopez
ResponderEliminar10:40 (hace 3 horas)
Gracias. Ojalá haya un poco más de silencio. Difícil.
ADRIANA ZAPISEK : Es cierto, en el silencio uno se puede encontrar con si mismo. Gracias y un beso
ResponderEliminarHoy es el día del silencio. Primero tu artículo y después este post.
ResponderEliminarhttps://www.instagram.com/reel/C-Vut_5vjC2/?igsh=bXJ3OWlnZXhreXBs
Tan maravillosamente documentada esta crónica, que leerte, cuando no se puede dormir en Madrid por el calor, traes ese aire fresco de El Escorial, que relaja…
ResponderEliminarEl silencio, es mi aliado. En mi casa siempre he dicho qué, “escucho el silencio”, inventé esta frase porque escuchar el silencio me parece el súmmum. Y lo siento así y me transporta a otro universo celestial… Para mí tan imprescindible.
Rosa Gallego del Peso
Me uno a tus admiradores Julia, excelentísima reflexión sobre el silencio.
ResponderEliminarEn mi urbanización donde la mayoría son guiris,amantes y defensores del silencio,tuvimos un problema con un mal educado español,cuyo perro se pasaba el día ladrando y molestando a los vecinos.Le llamaron atención y el contestó,los perros ladran.El presidente de la comunidad puso una denuncia por mal trato animal y fue mano de santo.Nunca mas se oyó un ladrido de perro en la comunidad.
ResponderEliminarLo cuento para dar ideas.
El silencio es sagrado.
Gracias Yuli.Cada día te superas con tus crónicas sublimes.
Feliz estancia en El Escorial.