Julia Sáez-Angulo
11/7/25.- El Escorial.- Mamá presumía de tener una ortografía perfecta, ni una sola falta en su escritura. Lo llevaba tan a gala, que quería que sus hijas la tuvieran igual de bien en su bachillerato. Cuando llegaba el verano, amén de ponernos deberes escolares en un cuaderno de cuentas, para que domináramos las cuatro reglas fundamentales: aritmética: suma, resta, multiplicación y división -incluso raíces cuadradas-, nos freía a dictados, leyéndolos de un cuadernillo que recogía un buen número de ellos. Cada falta de ortografía nos obligaba a escribirla bien diez veces, para que no lo olvidáramos. Algunas de aquellas frases que dictaba, ya nos las sabíamos de memoria, porque era la enésima vuelta de ese dictado.
Un día, Donato Hernández, peón de mi abuelo, le pidió a mi madre que le diera clases de las cuatro reglas y, sobre todo de ortografía, porque quería presentarse a las oposiciones de guardia urbano en Logroño y le pedían buena ortografía. Aunque mamá no era maestra, todos sabían que era lista y que académicamente estaba muy preparada, con una cultura general envidiable.
Mamá aceptó el reto y Donato empezó a venir al atardecer, cuando acababa su trabajo, durante los dos meses de verano, pues se examinaba en septiembre. Mi hermana y yo escuchábamos y observábamos, desde la habitación de al lado, los dictados que ya conocíamos: “Dile a la lavandera, que ice la bandera que yo hice”. Donato se quedó perplejo ante tamaña frase, pero mamá le explicó la diferencia entre izar una bandera y hacerla. Ella se sentía feliz de maestrita.
Donato sacó las oposiciones de guardia urbano en la capital de La Rioja y le llevó a mi mamá una bandeja grande bizcochos borrachos, porque no le había cobrado las clases. Cuando llegamos a casa mi hermana y yo, mi madre nos dio la noticia y, delante de él, dijo: “A partir de ahora en vez de Donato, le tenéis que llamar Don Donato”. Él sonreía feliz.
Mamá era inteligente y bella, tenía ojos verdes como los gatos, algo que mi hermana y yo querríamos haber tenido. Yo los tengo simplemente verdosos. Al levantarse en la mañana, le gustaba darse una vuelta por la huerta-jardín anexa a la casa. Era como recorrer de modo simbólico sus propiedades. Marciano, el hortelano, que la apreciaba mucho, le cortaba siempre los mejores ramos de flores.
Ella tenía verdadera obsesión en que sus hijas fueran a la Universidad, palabra que ella concebía como la definición clásica de “ajuntamento de todos los saberes”. Se le llenaba la boca al pronunciarla. Tenéis que ser universitarias, nos repetía. Su sueño hubiera sido serlo ella misma. Afortunadamente mi hermana y yo salimos estudiosas y le pudimos satisfacer en esto.
Mi madre contaba con un reclinatorio individual en la parte delantera de la iglesia de San Servando y San Germán de Uruñuela, al lado del púlpito, como otras damas de pro, de manera que tenían asegurado siempre un sitio para arrodillarse y sentarse, cuando iban a misa o al rosario, aunque llegaran tarde. El reclinatorio de mi madre tenía sus iniciales visibles, a base de clavos de bronce dorado. Ella cantaba muy bien y su voz se destacaba entre otras, pero no iba al coro, porque a mi padre no le gustaba que lo hiciera. Yo he heredado en parte su voz, sin embargo, mi hermana Elisín tenía una oreja paralela a la otra, sin sentido melódico alguno. La misma genética es, a veces, caprichosa.
Mamá tenía, en ocasiones, un sentido trágico de la vida, al decir de Unamuno, quizás porque le faltaba un poco de sentido del humor. Cuando en el año 1969, ya en Madrid, acabé Periodismo, quise ir a estudiar inglés a Londres, y su preocupación por mí era máxima, y angustiaba con sus palabras. Sin embargo, mi padre, que en ese momento estaba en La Rioja, me puso un telegrama que decía: “Ánimo y adelante”. Seguro que se acordaba de lo amplio y hermoso que es el mundo, como cuando él recorrió la península ibérica durante su servicio militar. Viajé a Inglaterra en octubre y estimé que no procedía volver de seguido en Navidad, por lo que me quedé en Londres y lo celebré en la Residencia de las Adoratrices, en el barrio de Kensington, donde acudíamos muchas de las estudiantes españolas de inglés, casi todas au pairs. Mi hermana me contó que mamá se puso trágica por mi ausencia y les dio las Navidades.
Cuando a veces le reprochábamos su tristeza, decía que cuando era joven y salía con sus amigas Carmen o Matilchu, no paraban de reír, pero venía a concluir que la vida es algo muy serio y las cosas no estaban para carcajadas.
Mi madre tenía inteligencia académica, pero le faltaba quizás inteligencia emocional. Sus silencios y tristezas le llevaban a veces a cierta depresión, que nos entristecía.
Era exigente y buena educadora con sus dos hijas mayores, quizás se relajó después con mi hermano, diez años más joven que yo. Ella sabía coser bien, porque estudió Corte y Confección con la maestra modista Herminia de Frías, en Cenicero, a base de estar interna unos meses en su casa. De aquella docencia quedó una gran amistad con Herminia, su esposo Nino y sus hijos. Mi madre nos hacía vestidos primorosos a mi hermana y a mí durante la infancia. Compraba la revista Labores del Hogar, en ella se inspiraba y, de allí, sacaba algunos patrones. Al hacernos adolescentes, en los 60, llegó el pret-a-porter y dejó la costura. Ella sabía mucho de matices de color en el vestir: azul Bilbao, azul petróleo, azul azafata, verde penicilina, amarillo huevo…
La historia que mejor la define
Una de las cosas que nos decía mi madre era que, si algún día la llevábamos a una residencia de mayores, no le importaría, porque en las nuevas generaciones que trabajan, la situación era así, pero deseaba que fuéramos a visitarla todas las semanas, porque, de lo contrario se sentiría abandonada. Otra advertencia que nos hacía: quería ser enterrada en el panteón de los Angulo Marijuán, por ese afecto y orgullo de familia que siempre tuvo. Mi hermana le atajó un día: “Mamá, el primero que muera elige el panteón correspondiente”. Mi padre nos oía hablar de estas cosas y sonreía.
La abuela Julia se vio cuidada en sus últimos meses por mi madre, desde que se estuvo en cama por una disfunción orgánica general. Mi padre, mis hermanos y yo nos quedamos esos meses solos en Madrid, pero podíamos atendernos a nosotros mismos. La abuela, ya anciana, no. Afortunadamente tuvo una hija que se fue a acompañarla y cuidarla hasta el final de sus días.
La historia que mejor define a mamá es cuando una noche, a las dos de la madrugada de sábado, dos chicos jóvenes no dejaban de discutir y gritar en la calle, bajo nuestra casa. Yo me asomé a la terraza y les dije: “Iros de aquí o llamo a la policía”. De pronto veo a mi madre que sale del portal, habla con ellos y les entrega no sé qué. La esperé a la salida del ascensor y le pregunté. “Les he dado veinte duros para tomen un taxi y se vayan a casa, porque eran jóvenes y uno, el pobre, estaba borracho perdido”, me explicó.
Nuestro padre murió primero y, hoy, ambos, él y su esposa Elisa, están en el panteón familiar de los Sáez Martínez (apellidos godos donde los haya), justo enfrente del de los Angulo Marijuán, en Uruñuela. Mi hermano, residente en Logroño, y su mujer les llevan flores todos los años en la festividad de Todos los Santos. “Si no lo hiciéramos, nos criticarían mucho en Uruñuela”, dice mi cuñada con humor. Mi hermano heredó la casa y la huerta de mis padres en Uruñuela, donde, junto a su hija, mi ahijada, han instalado varios pisos turísticos preciosos. ¡Si mis padres levantaran la cabeza y vieran lo que hemos hecho con sus casas y fincas, se quedarían perplejos! Así son los signos de los tiempos.
La preciosa foto de boda de mis padres y el sombrero con velo de mamá de ese día, los doné al Museo del Traje. Merece la pena conservar bien su memoria en esa imagen.
NOTA BENE: No puedo ilustrar esta Nota, porque tengo sus fotos en Madrid.
El Prado. (Uruñuela. La Rioja)
7 comentarios:
Gracias Julia por tus preciosos. Recuerdos familiares. Me ha encantado compartir esos tiempos, con el cariño, que tú siempre escribes.
CATALINA ORART: Buenos días Julia, que entrañable tus recuerdos familiares… nos hace recordar a los nuestros….
ROSA MARI MANZANARES: He disfrutado con tus Recuerdos Familiares. Gracias por compartir.
ADRIANA ZAPISEK: Estaba leyendo la preciosa nota de tu mamá y me parece que tu te pareces mucho a ella, que bien !!! Buen dia
INÉS SERNA ORTS : Hola Julia buenos días querida amiga qué bonito tu artículo hoy me ha emocionado!! Los recuerdos son enriquecedores y al mismo tiempo nos hacen de vivir de nuevo lo que recordamos. A las madres se le quieren mucho y se les recuerda todos los días y conforme nos vamos haciendo mayores apreciamos y valoramos más lo que eran lo que decían
Jose Antonio Spínola : ENHORABUENA por tus recuerdos familiares.
Muchas gracias por todos tus escritos. Recibe un cordial abrazo,
José Antonio
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José Antonio
Pilar Moreno : Querida Julia, Sigo tus narraciones con mucho interés: eres capaz de sacar oro de anécdotas que, a cualquier otro, parecerían no destacables ¡y, vaya, si lo son!
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