viernes, 29 de marzo de 2013

"Álvaro del Portillo, Un hombre fiel”, libro de Javier Medina Bayo





Julia Sáez-Angulo

         Continuador en la prelatura del fundador del Opus Dei, san Josemaría Escrivá de Balaguer, el sacerdote Álvaro del Portillo (Madrid, 1914 – Roma, 1994) fue un hombre clave en la vida del santo y la citada institución. Su fidelidad, su presencia eficaz y silenciosa, su trabajo en los asuntos del Concilio Vaticano II de la Santa Sede son dignos de destacar. Javier Medina Bayo escribe su biografía publicada por la editorial Rialp bajo el título de “Álvaro del Portillo. Un hombre fiel”. Es el adjetivo que mejor cuadra al personaje.

         Una buena serie fotográfica, en blanco y negro y color da cuenta de los hitos más importantes en la vida de don Álvaro, lo que permite una secuencia visual coherente de su desarrollo. La cronología, un índice de nombres y lugares, un apéndice documental y una bibliografía completan la visión del biografiado.

         Los capítulos del libros nos van llevando desde la vida de los padres del pequeño Álvaro: Ramón del Portillo y Pardo y Clementina Díez de Sollano, matrimonio que constituyó una familia cristiana y unida, donde habría de nacer y crecer Álvaro del Portillo.

         El personaje protagonista de la biografía acudió al colegio del Pilar y estudió después Ingeniería de Caminos. El encuentro con el joven sacerdote monseñor José María Esrivá de Balaguer y Albás, el Padre, que ejercía su ministerio en Madrid, iba a cambiar su vida, por una dedicación intensa a Dios, a los más desfavorecidos y a servir al Opus Deí, la Obra, desde los primeros tiempos.
         La guerra civil española 1936-39 le hizo pasar momentos duros en la capital de España y tuvo que refugiarse en la legación de Honduras, hasta que decidieron –el Padre y otros miembros del Opus Dei- pasar el frete de guerra para huir, a través de los Pirineos, a Andorra, donde sus vidas estaban seguras frente a la persecución implacable contra ellos.

         Terminada la guerra llegaría el viaje a Roma donde, vestido del uniforme de Ingeniería, Álvaro del Portillo habría de presentar al Papa Pio XII en 1943 la nueva realidad eclesial del Opus Dei. Después hizo estudios eclesiásticos y se preparó para el sacerdocio. A partir de entonces vivió para su ministerio, ejercido fundamentalmente en Roma junto al Padre hasta 1975 en que falleció el fundador en la sede central de la Obra. Álvaro del Portillo se doctoró en el Angelicum; sus servicios a la Curia Romana fueron notables.

Beato Don Alvaro del Portillo, retrato por María Pilar Venegas 

         Tres años antes de morir, en 1991, don Álvaro fue ordenado obispo por el papa Juan Pablo II con el que tuvo una gran amistad, de hecho el Pontífice quiso ir a orar ante el cuerpo presente de Don Álvaro en la sede central del Opus Dei en Roma en 1994.    
    
         La fama de santidad y los favores atribuidos a la intercesión de Don Álvaro, lo llevaron pronto al proceso de beatificación que se sigue actualmente en la Santa Sede.

         En suma, una biografía amena, bien documentada históricamente que recuerda el dicho del libro de los Proverbios: Vir fidelis multum laudabitur. El varón fiel será alabado.

         El autor de la biografía, Javier Medina bayo (Vizcaya, 1950), es doctor en Ciencias de la Educación y licenciado en Filosofía, por la Universidad de Navarra. Se trasladó a Roma en 1970 y se hizo sacerdote en 1975. Allí trató al fundador de la Obra y a monseñor Álvaro de Portillo hasta su fallecimiento en 1994.




        
                   



Yurihito Otsuki, la mitología greco-romana en la pintura de este artista japonés

 

 

 

J.S.A.

 

Yurihito Otsuki (Wakoshi, Japón, 1958) expone sus últimos trabajos de pintura en El Escorial antes de llevarlos a Tokio, en los que se pone de manifiesto su inspiración y el seguimiento de la mitología greco-romana, en una interpretación muy particular y singular, que le entronca de alguna manera con la transvanguardia italiana que apoyara en su momento el célebre crítico de arte italiano Achile Bonito Oliva.

En su obra aparecen las figuras mitológicas de las Metamorfosis de Ovidio, como Dafné, la ninfa que a petición propia ante Zeus, padre de los dioses, se convierte en laurel, para no caer en manos del lúbrico Apolo. Orfeo, personaje mítico que encarna la música y que pierde a su mujer Niobe, hija de Tántalo, rescatada del Averno, por no tener la paciencia de no mirarla hasta subir a la tierra.

Polifemo, el gigante con un solo ojo que se enfrentó a Ulises en su viaje de regreso a Ítaca… El pintor tiene la capacidad de síntesis y de sugerencia sobre el mito mediterráneo, a base de una figuración colorista y sincopada.


Otsuki es un narrador de historias, un pintor literario con una sintaxis muy plástica. Un nuevo “Sherezade” que sabe contar con el dibujo y el color, y que no le ofende sino todo lo contrario, cuando escucha los adjetivos de narrador o literario, consciente y entusiasta de ello en su pintura.

Como buen lector, sobre todo de poesía, la literatura informa su imaginación y reflexiones. Hombre culto y erudito, Yurihito Otsuki necesita imágenes para plasmar sus conceptos, su pensamiento. El pintor japonés, casado con la española Marina y afincado en España durante más de tres décadas, asume de modo consciente su trabajo plástico. Es exactamente el que quiere hacer, más allá de moda o conveniencias.

El autor plástico juega con el lenguaje de los signos, los símbolos, las metáforas, las alegorías… Conoce a fondo la pintura de los grandes maestros que le han interesado y motivado: Archile Gorky, Balthus, Chagall… Referencias que le nutren y que Yurihito Otsuki procesa en su nuevo lenguaje.

La exposición en los Artificios del Alarife en El Escorial hasta el 23 de abril próximo, será expuesta seguidamente en la prestigiosa galería Nagai garou de arte en Japón.
 
 

 

 

 

 

jueves, 28 de marzo de 2013




Viktor Frankl, Obra de teatro sobre los campos de exterminio nazi

 

 

Julia Sáez Angulo

 
         Cuando se ha pasado por la experiencia de un campo de exterminio nazi como Viktor E. Frankl (1905 – 1997) es difícil sustraerse a no dejar testimonio de una u otra manera. El psicoanalista vienés ha escrito la obra de teatro “Sincronización en Birkenwald”, publicada por la editorial Herder.

 
         Tres filósofos: Sócrates, Spinoza y Kant dialogan sobre la condición humana y sus avatares en escena. Una reflexión intensa para dar cuenta de cómo el hombre se comporta ante los hombres, de cómo sus vivencias pueden llegar a extremos de incivilización total.

 
         Después del Holocausto, las cosas ya no pueden ser iguales que antes. Que un pueblo tan civilizado como el alemán sea capaz de querer exterminar a otro, sólo puede ser desde la corrupción de la civilización para entrar de nuevo en la barbarie.

 
         “Todo es teatro y nada es teatro. Somos figuras, tanto aquí como allí. Unas veces con un fondo teatral y otras con un fondo trascendental. En todo caso es una interpretación”, dice Kant en la obra dramática escrita por Frankl.
 

         Viktor E. Frankl nos enseñó que si el hombre tiene un por qué en la vida, encontrará el cómo. El psicoanalista ejerció la cátedra de Logoterapia en la Universidad de San Diego, después de haber ejercido como profesor de Neurología y Psiquiatría en la Universidad de Viena.

 
         Es autor de obras importantes como: Ante el vacío existencial, El hombre doliente, El hombre en busca de sentido, Fundamentos y aplicaciones de la logoterapia, La presencia ignorada de Dios, La psicoterapia al alcance de todos, La voluntad de sentido, Logoterapia y análisis existencial, Psicoterapia y existencialismo o Teoría y terapia de las neurosis.

 
         “Sincronización en Birkenwald”, publicada por la editorial Herder es un libro breve pero intenso, escrito por alguien que ha sufrido porque ha pasado por las circunstancias dramática de los campos de concentración y exterminio nazi: Terezín, Auschwitz, Türkheim, Kauferin o Dachau. Un viaje terrible e intenso hacia sí mismo.
 
 

 

 



Maristela Gruber, Lucho Baigo y Sergio Urkía en concierto

 
Maristela y Lucho Baigo

Julia Sáez-Angulo


         Un trío acompasado de brasileña y dos argentinos: Maristela Gruber, cantante, Lucho Baigo, guitarrista y Sergio Urkía, percusión. Un concierto memorable en el Taller de Música del Espacio Ribadeo de Madrid, con público asistente entusiasta ante el buen hacer del trío. Una tarde/noche de domingo para disfrutar de  música brasileña y argentina fundamentalmente.

         Lucho Baigo abrió el concierto con un solo de guitarra, antes de que apareciera radiante y gozosa la soprano brasileño/española Maristela Gruber, ataviada con un hermoso vestido turquesa, abullonado y un colgante de mariposa. La cantante  sabe dosificar y entregar su sonrisa en el escenario como nadie.

         -Habemus pampa, dijo Maristela, apuntando con las manos y refiriéndose a sus dos acompañantes argentinos, antes de entregarse a un repertorio cuidado de canciones conocidas como las que narran la vida de la Chica de Ipanema, Alfonsina vestida de mar, el hijo de la luna, Summer Time…

         La cantante soprano, preparada como pocas, interpretó en español, portugués, francés, inglés, italiano… Confesó que llevaba en el escenario desde los cinco años, acompañando a su madre, también intérprete de bel canto, algo que no debe hacerse con los niños –dijo-, porque los más pequeños deben jugar y nada más que jugar.

         Durante la segunda parte, Gruber apareció con un vestido escotado, estampado en blancos y marrones, sobre el que lucía un ligero echarpe blanco; al cuello un gran camafeo. Se atrevió con un tango ante los argentinos que la acompañaban y lo bordó.

         “Maristela es sencillamente perfecta”, comentaba la pintora Gloria Vázquez al terminar el concierto. “Es exigente como pocas y ensaya para no dejar un cabo suelto. Hasta lo más espontáneo, lo tiene registrado. No tolera ni un solo fallo”, añadió.

         Algunos saben de las apasionadas discusiones musicales entre Gruber y Baigo en los ensayos, por un semitono o un arpegio, que dejan boquiabiertos a quienes los presencian. Dos músicos de pro, con diferencias puntuales y acoplados a la perfección en el escenario.

         Urkía (significa Abedul en vasco, según explicaría el percusionista más tarde y en privado) acompaña la interpretación de Maristela con sutileza de bombo, pandereta y otros instrumentos de percusión.

 La gozosa música latinoamericana fluyó con sensibilidad y belleza durante todo el concierto. El público se atrevió a pedir otra canción y los músicos prepararon sus notas para que Gruber interpretara un fragmento de la ópera Carmen de Bizet. Fue la apoteosis final. “Nadie canta como Maristela”, seguía repitiendo la pintora Gloria Vázquez y así lo corroboraba Dolores Gallardo,  profesora de Filología Clásica en la Universidad Complutense.

miércoles, 27 de marzo de 2013


¡Que Viva México! (10 ) Hacia los Mochis




Por Antonio Ayllón Arquero

 

De Angangueo tardamos una hora en ir a Ciudad Hidalgo en una "combi" local y otras dos horas en autocar para llegar a la muy señorial Morelia, la primera de las tres bellas ciudades que, junto a Pátzcuaro y Uruapan, visitaremos en el interior del estado de Michoacán.


"Morelia de mis amores", como así se anuncia, es otra ciudad colonial con un hermoso centro histórico bien conservado y declarado Patrimonio Mundial en 1991. Pero, al igual que nos ha pasado ya últimamente, en los dos días que estuvimos aquí el número de turistas brilló también por su ausencia. A muy pocos nos hemos encontrado mientras deambulábamos por sus calles y monumentos siguiendo las diferentes rutas indicadas en el mapa de la ciudad que nos proporcionó la Oficina de Turismo y que detalla hasta 46 monumentos artísticos. 

 

Empezamos, claro está, por la majestuosa Catedral que domina la hermosa Plaza de Armas y que tardó más de un siglo en construirse, por lo que mezcla estilos barroco, herreriano y neoclásico. Es muy bello el exterior y muy elegante el interior, que ha sido víctima de múltiples saqueos y destrucciones de sus tesoros artísticos, pero que está decorado con numerosos retablos barrocos y neoclásicos, y en el que destaca la venerada escultura del Señor de la Sacristía con su corona de oro.

 

A la catedral le van muy bien los siguientes versos de Sor Juana Inés de la Cruz:

 

"Luego solo hace a la vista

novedad este edificio:

que para Dios se labró 

desde que labrarse quiso"

 

Y seguimos -entre lo que más nos gustó- por el barroco Templo de Santa Rosa, aquí al lado de nuestro hotel, con tres magníficos retablos churriguerescos cubiertos totalmente con pan de oro y pinturas barrocas al óleo del siglo XVII. Aquí nos encontramos con dos híspidas españolas que venían de Pátzcuaro con un guía para ellas solitas y con las que fue imposible entablar ni la más mínima conversación.



Igualmente hermoso pero muy "psicodélico" es La Guadalupita, un santuario barroco dedicado a la Virgen de Guadalupe, cuyo interior, magníficamente decorado en 1915, parece más un templo indio con paredes rojas y rosas, todo cubierto de oro. Tiene cuatro enormes murales y un Cristo retorcido.
 
Palacio Clavijero

Dignos también de citar son el Palacio Clavijero, originalmente sede del Colegio de los Jesuítas, con su magnífico patio interior, enormes columnas y murales; el Museo de Arte Colonial con unos 60 ó 70 Cristos en madera policromada elaborados con pasta de caña de maíz y entre los que sorprende encontrar un Cristo de 4 clavos (2 en los pies separados) y otros 2 ó 3 Cristos con las costillas al descubierto "para mostrar el tormento al que fue sometido Jesús"; la Fuente de las Tarascas, representando a tres mujeres indígenas; el Acueducto barroco de 253 arcos, construido en 1875 para traer agua a la ciudad; la bella Calzada Fray Antonio de San Miguel, por la que paseamos; y la bella fachada del Templo de las Monjas.




También nos dio tiempo de asistir a un buen concierto de los famosos Niños Cantores de Morelia en el Conservatorio de las Rosas, en el que interpretaron 12 piezas (villancicos, cantos, plegarias) de compositores mejicanos.

De Morelia a Pátzcuaro tardamos sólo una hora. Pátzcuaro, Pueblo Mágico, centro y raíz del Imperio Purépecha y lugar de recreo de la nobleza indígina prehispánica, tuvo gran importancia también desde la llegada de los españoles. Su nombre significa "La Puerta del Cielo" y es una ciudad famosa por su belleza colonial y sus calles empedradas -que nos recordó a Antigua-, con sus casas bien conservadas de una sola planta pintadas todas de blanco por arriba y de color tierra por abajo. Su atractivo centro histórico gira alrededor de las dos plazas -La Grande y la Chica-, de su Basílica y de sus viejas iglesias. Y su rica historia tiene como protagonistas a tres personajes: el español bueno, el español malo y la heroína local.


Empecemos por "el español malo". El bárbaro conquistador Nuño de Guzmán llegó por estas tierras en 1529 sediento de sangre y oro, quemó vivo al jefe purépecha y, desde 1529 hasta 1536 torturó, mató y brutalizó a cuantos indígenas pudo. Cuando sus fechorías fueron conocidas lo mandaron arrestar y fue encarcelado de por vida en España en 1538. El Gobierno español mandó entonces, para intentar arreglar la situación, al obispo Vasco de Quiroga, "el español bueno". 


Este Quiroga era todo un carácter. A sus 60 años desembarcó en Veracruz y con 66 (en 1536) fue nombrado obispo de Michoacán. Fundó cooperativas indígenas basadas en los ideales de Tomás Moro y fomentó la educación y autosuficiencia agrícola de los pueblos purépechas de esta región, haciendo que todos sus habitantes contribuyeran lo mismo a la comunidad. Y empezó a construir, en una colina aquí en Pátzcuaro, la bella Basílica de Nuestra Señora de la Salud, que no fue terminada hasta el siglo XIX. En el epifatio de Don Vasco se lee lo siguiente: "Consagrado al bienestar temporal y espiritual de su feligresía y por el gran amor que tus hijos te tienen sigue, como buen Tata que eres, velando por ellos desde lo alto". Fundó también aquí el Colegio de San Nicolás, que pasa por ser la primera Universidad de América, y se esforzó para que cada poblado indígena desarrollara artesanías propias -máscaras, guitarras, cerámica...- que todavía perduran en nuestros días. Los tarascos le llaman cariñosamente el Tata Vasco y su nombre aparece por todas partes en las calles, plazas, hoteles y restaurantes de esta región. Murió a los 95 años, que ya era una edad muy respetable para aquellos años.


Y, finalmente, la heroína local, que perdió en los aciagos días de la lucha por la Independencia a su marido y a su hijo en la contienda y ella misma ofrendó su propia vida. En un tronco de la Plaza Grande de Pátzcuaro está escrito: "Al pie de este añoso árbol fue fusilada Doña Gertrudis Bocanegra el 11 de octubre de 1817 por los enemigos de la Independencia". La biblioteca que lleva su nombre, y que se ubica en el interior de la Iglesia de San Agustín, no pudimos visitarla al permanecer cerrada los tres días que estuvimos en la ciudad.
Lo que sí vimos fue la magnífica Casa de los Once Patios, un antiguo convento de las monjas dominicanas del siglo XVIII con bellos patios y arcos góticos, y hasta con un baño hexagonal barroco en piedra del s. XVI. La Casa alberga actualmente talleres y tiendas de artesanías típicas (herrería artística, mantelería, figuras de madera, telares rústicos, lacas finas perfiladas con hojas de oro de 23,5 kilates, etc.).

Fuera de la ciudad nos fuimos a ver el Lago de Pátzcuaro y en una lancha llamada Julieta, con unos 100 turistas mejicanos (era domingo) y una banda de mariachis a bordo, llegamos en media hora a la isla Janitzio. Subimos y subimos por las escaleras de sus empinadas calles -la isla está encima de un peñasco- hasta llegar al cementerio, a un mirador y al monumento dedicado al héroe local de la Independencia Jose María Morelos: una colosal estatua de hormigón de 45 metros de altura y 56 murales en sus paredes interiores que narran episodios claves de su vida. La escalera interior de caracol te lleva hasta el puño levantado en alto del cura Morelos, desde donde las vistas del lago, de sus islas y de las montañas circundantes son espectaculares, pero en el que no se puede estar mucho tiempo por lo pequeño e incómodo que resulta este mirador. Morelos es, según uno de los murales, "el más extraordinario de los caudillos que produjo la Revolución Mejicana de la Independencia ya que no hay carácter más firme ni abnegación más interesada que los suyos. Además rubricó su fin -fue apresado y fusilado por las tropas españolas- con un pensamiento sublime: Morir es nada si por la Patria se muere". Hay que decir que la ciudad de Morelia se llama así en su honor. Copié también una coplilla fantástica en uno de estos murales. Decía que, antes de entrar en combate los músicos alentaban a los soldados cantando así:


Rema, nenita rema,
rema y vamos remando
que nos vienen alcanzando.
Por un cabo doy dos reales,
por un sargento un doblón,
por mi General Morelos
doy todo mi corazón.


Al bajar del monumento nos regalamos unos "charalitos dorados" (una especie de boquerones fritos) y más tarde comimos pescaíto frito en un restaurante al lado del lago. Por la tarde visitamos uno de los pueblos costeros-Tzintzuntzan- para ver sus artesanías, el convento franciscano del XVI, su amplio atrio con olivos plantados por el Tata Vasco que son los más antiguos de América y la iglesia de Nª Sª de la Salud, que contiene un Cristo con la cara vendada y colocado en una caja de cristal. Al lado había "agua bendita apta para beber" y un chamán poniendo una corona de plata en la cabeza de los fieles mientras musitaba oraciones y hacía sonar una campanilla.

Y de Pátzcuaro llegamos a Uruapan (pronúnciese con acento en la primera "a") en otra hora. La "capital mundial del aguacate" -así llamada por  las enormes cantidades (dos cosechas al año) y gran calidad de este producto en sus tierras- sólo tiene dos joyas que ofrecer al turista.


Una es el incomparable Parque Nacional Barranca de Cupatitzio, a escamente un kilómetro del centro de la ciudad. Paseamos durante una hora de ida (y otra de vuelta) por calzadas empedradas, atravesamos los puentes del parque y admiramos sus hermosas fuentes y cascadas en medio de una exuberante vegetación. Elegimos subir por la margen izquierda del río Cupatitzio hasta llegar a su nacimiento, un manantial grande cuya agua emana de la montaña. Es la famosa Rodilla del Diablo. Allí se lee que Fray Juan de Miguel -el primer monje español que llegó por aquí en 1533- reunió a todos en el punto que nace el río, donde en medio de oraciones y con la frase: "En nombre del Sacro Universo te conjuro demonio perverso a que te retires", provocó que se suscitara un estruendo ensordecedor y se extendiera un olor fétido entre los presentes. Al disiparse el humo, todos pudieron observar que el agua comenzó a brotar y en una roca quedó la huella de la rodilla del diablo, que continúa visible hasta la fecha".


En el camino de vuelta pasamos por la granja trutícola, que tiene 12 piscinas llenas de truchas y buenas corrientes de agua. No compramos ninguna (a 50 pesitos el kilo) pero sí vimos cómo los chicos de allí les tiraban comida (que también te venden a 5 pesos la bolsa) para verlas pelearse entre ellas por el preciado manjar revoloteando ante nuestros ojos. También vimos a un "clavadista" tirarse desde un puente hasta el río para recolectar después una propina entre los curiosos asistentes.

La segunda joya es algo increíble e inaudito. ¡Las ruinas de San Juan Parangaricuturo! con el anticipo de la subida al Volcán Paracutín. Fue una excursión inolvidable.


Salimos hacia las 8 de Uruapan. Un autobús hasta la terminal  y un 2ª clase hasta Angahuan, el pueblito (3.000 habitantes) más cercano al "volcan más joven del mundo": el Paricutín. Este malvado Paricutín empezó a temblar y a echar lava en 1943 y no paró hasta 1952. En un año ya tenía una altura de 400 metros y sepultó los dos pueblos cercanos, aunque dio tiempo a que todos sus habitantes escaparan. Hoy en día parece inactivo, así que para allá nos fuimos.
Al bajarnos en Angahuan ya esperaban guías con caballos. No hay forma de llegar a la base del volcán si no es a caballo (aunque alguien nos contó que ya se hace en un 4x4) y ello significa hacer los 14 km de ida y vuelta en una insufrible silla de madera. Primero tuvimos que acordar el precio hasta conseguir rebajarlo a la mitad. Y ello, principalmente, porque no hay turistas. Pero ni uno. Podemos asegurar que la inolvidable -para nosotros al menos- excursión a la cima del volcán y a las ruinas del templo la hicimos nosotros solos ese día. Ningún otro turista, ni extranjero ni mejicano, apareció por aquí. A caballo se tarda menos que andando, pero ambas opciones son algo absurdas. Andando es muy duro porque la mayor parte del tiempo el camino está lleno de ceniza volcánica sobre la que es difícil caminar y a caballo es una auténtica tortura. Así que no hubo más remedio que combinar ambos métodos. Y para colmo, Nati iba en una yegua y yo en un caballo, y éste se encelaba con la yegua y quería pasarla para ser el primero (el guía iba detrás montado en su caballo), lo que en los tramos estrechos, empinados y con grandes piedras era peligroso. Sin olvidar las ramas de los árboles que pueden herirte la cara al pasar. A medio camino -íbamos bordeando las enormes rocas negruzcas de lava que dejó el volcán- leímos en un letrero: "Aquí quedó sepultado el pueblo de San Salvador a 30 metros bajo la lava".


En fin, llegamos a la base del volcán, el guía puso los caballos a la sombra de unos árboles que por allí había y se sentó, no sin antes decirnos que la subida era en zig-zag alrededor de la ladera y la bajada en picado por la ceniza. Tardamos una hora en llegar arriba por la gran dificultad que tenía pisar sobre piedras y ceniza, parando para descansar y mirar atónitos el panorama. Si éste era hermoso subiendo, imaginaros al llegar a la cima y ver el enorme cráter, las fumarolas y todo calcinado alrededor. Dimos la vuelta a todo el cráter extasiados ante el mar de lava a nuestros pies en 360º y bajamos.
Si la subida, entre piedras y más piedras, es dura, la bajada es casi para niños. Se trata de correr, saltar y deslizarse por la ceniza volcánica, aunque te cubre hasta la rodilla. No tardamos ni diez minutos cubiertos de ceniza hasta las cejas.


Volvimos a los caballos y unas dos horas interminables después llegamos a donde estaba la Iglesia de San Juan. Comimos algo en el tenderete de allí, preguntamos si había llegado alguien antes con respuesta negativa y nos dispusimos a adentrarnos, entre enormes pedruscos de lava solidificada, en lo que queda de iglesia. Sólo una torre y el altar es lo que queda intacto. Se entiende, hasta cierto punto, que la torre de bloques de piedra no la derrumbara la lava -de la otra torre sólo queda la base inferior-, pero lo del altar es un milagro. Y así está escrito: "Ruinas de San Juan Parangaricutiro. Aquí fue el altar del Señor de los Milagros. El volcán Paricutín lo respetó y no pudo destruir".


Si dar la vuelta al cráter caminando por su cima había sido algo inolvidable, lo del altar resultó ser lo más insólito e increíble que hemos visto en nuestra vida, porque es que no falta ni medio metro para que la lava llegue al altar. Y no un poquito de lava, sino gigantescas rocas, de unos 10 metros de altura, que lo rodean por completo y que no llegan a él. El volcán destruyó toda la parte central rectangular del templo y dejó intacto este altar del fondo que, cuando llegamos, estaba lleno de flores y coloridas ofrendas que dejan los lugareños. ¿Cómo es posible que el altar esté rodeado por todos lados de un montón de enormes rocas volcánicas y no quedara sepultado?


Asombrados nos montamos de nuevo en los caballos para llegar, malheridos y una hora después, a Angahuan. Le dimos una propina al guía, visitamos la iglesia del pueblo del siglo XVI que tiene una buena fachada morisca y volvimos a Uruapan.

De aquí nos dirigimos a Guadalajara, previo paso por Zamora para cambiar de autocar, en un largo viaje que duró unas 8 horas.

Guadalajara en un llano, Méjico en una llanura
Guadalajara en un llano, Méjico en una llanura
me he de comer esa tuna, cantaba Jorge Negrete.


En la "monstruosa" capital del estado de Jalisco (4 millones en la zona metropolitana y 3 más en sus barrios adyacentes) estuvimos dos días reponiéndonos porque, aparte de apreciar la magnífica arquitectura de su centro histórico, poco más se puede hacer en la tierra del tequila y del mariachi. Visitamos varias veces su monumental Catedral, que mezcla influencias barrocas, neoclásicas y churriguerescas, le dimos unas cuantas vueltas a las 4 plazas que la rodean, admiramos el sobrio clasicismo del Teatro Degollado donde toca ahora la Filarmónica de Jalisco (viernes y domingos, entradas de 100 a 200 pesos), intentamos comer en el famoso restaurante La Chata aunque desistimos por la cola y los precios que había, nos paseamos por la Rotonda de los Jaliscienses Ilustres viendo sus estatuas, no entramos en el Instituto Cultural Cabañas como protesta por haber subido la entrada 7 veces con respecto a 2008, desayunamos y comimos en el enorme Mercado San Juan de Dios que estaba al lado de nuestro hotel, fuimos a ver las iglesias más importantes como la de San Francisco con sus altares y capillas doradas y la bella fachada del Templo Aranzazú (las dos veces que pasamos por allí estaba cerrado), pasamos una y otra vez por la enorme Plaza Tapatía peatonal, y nos pasamos más de una hora recorriendo el imponente Palacio del Gobierno y su museo. Aquí nos impresionaron los cuatro "apabullantes" murales de José Clemente Orozco, el gran muralista de la vanguardia mejicana. En el primero, que cubre todo el techo de la escalinata principal, el héroe mejicano Miguel Hidalgo empuña una tea amarilla en su puño mientras, a sus pies, luchan las masas. Los otros dos gigantescos murales a los lados se titulan "El Circo Político" y "Las Fuerzas Negativas", y el cuarto en el Congreso retrata a un montón de históricos prohombres mejicanos.


El museo explica muy bien la construcción del edificio. Señalemos, como anécdota, que fueron tantos los gastos que hubo que obtener ingresos extraordinarios para concluirlo, por lo que se aplicó un impuesto a la compra-venta del tequila, tomándose además otra medida: la vagancia fue declarada delito y las personas detenidas por incurrir en esta falta eran obligadas a trabajar en la construcción del palacio sin remuneración durante 6 meses. ¿Qué os parece?


Antes de abandonar a los "tapatíos" pudimos asistir a dos conciertos: uno de flauta y piano con obras de Schubert, Gaubert y Reinecke, y otro de la Joven Orquesta Sinfónica del Departamento de Música de la Univ. de Guadalajara dirigida por Jorge Rivero.

Y de Guadalajara, otro maratón de 8 horas para llegar hasta Mazatlán, un Cancún pero más pequeño. Es uno de los destinos turísticos más atractivos de Méjico por sus playas, sol y mar. Pero, ¡ay amigo!, cómo se nota que estamos ya más cerca del "Imperio". Mayores precios y presencia de gringos viejos por aquí y por allá dejando propinas desorbitadas. Viven aquí, me imagino temporalmente, con sus espléndidas pensiones y, claro, tiran de los precios hacia arriba. La ciudad combina un buen centro histórico colonial con 20 kilómetros de playas y malecones a corta distancia. Nuestro hotel, por ejemplo, estaba a 5 minutos andando del Paseo Claussen y de la Playa Norte. Nos pareció, incluso, más ameno y menos masificado (¡y estamos casi en Semana Santa!) que Acapulco. Hay tan solo 5 ó 6 rascacielos en la Zona Turística (o Zona Dorada, como la llaman), la concha es igual de bella -una línea recta con dos círculos a los lados-, el malecón es bonito con tres magníficas islas en lontananza y vegetación en la playa pero, eso sí, con unas olas típicas del Pacífico que te tiran para atrás y te meten en el mar en cuanto te descuides. ¡Ah, y con unas puestas de sol increíbles! Y huele a mar, a pescado, en cuanto te acercas al malecón.


Claro que hablamos del viejo Mazatlán, con su catedral completamente restaurada. "Ojalá sigan acomodándola para que se embellezca aún más", nos dijo una fiel devota cuando le preguntamos por los recientes trabajos de restauración y es que, en nuestra opinión, han hecho una tontería: la han pintado a rectángulos con varias tonalidades de grises que la hacen muy atractiva pero la han emplastizado sobre la piedra y hay ya zonas con desconchones porque el empaste no agarra.


También hablamos de su hermosa Plaza Manuela, donde por la mañana una norteamericana ya muy mayor trabaja de voluntaria para orientar a los turistas y nos dio mapas e información, y por la tarde una escritora local- Aleyda Rojo- tuvo la amabilidad de regalarnos su último libro al acercarnos con curiosidad al tenderete de libros que estaba vendiendo, después de mantener una fructífera conversación en la que salió a relucir hasta "La Fiera Literaria" y el "Canon Heterodoxo" de Antonio Enrique.
Hablamos del "Buzón Cívico" en la plaza con una placa en la que se lee:
Ideas o Quejas del Pueblo a la Autoridad Municipal
Al ser escuchado, el ciudadano fortalece la ilusión y la esperanza en el mejoramiento colectivo, el amor sincero y la devoción a la Patria (Ayuntamiento de Mazatlán, 1957-1959).



Y del Hotel Belmar, en el que al final no nos alojamos, el primero de la ciudad en ubicarse frente al mar, con su patio andaluz y sus serpientes ilamacoas que tenían residencia permanente en sus jardines y bodegas, y cuya función era mantener libre de roedores el edificio. Hasta preguntamos en recepción cuál era la habitación a la que solía venir siempre John Wayne y nos señalaron una en el piso superior con vistas al mar.
Y de la cita de D.H. Lawrence, que encontramos escrita en una placa de una casa ahora en venta y que decía: "Mazatlán es como las Islas del Mar del Sur: remoto, suave y sensual. Me imagino yendo al medio del Pacífico a morir". Y del magnífico Museo de Conchas y Caracolas (Sea Shell City), que es también una enorme tienda cerca de la Playa de las Gaviotas, y en donde compramos tres "conchitas" más para nuestra colección.
Y, por último, hablamos de la frase en los pasquines del PT (Partido del Trabajo) de aquí: "El que no sirve para servir, no sirve para vivir", que deberían tener en cuenta todos los políticos del mundo mundial.

Unas 6 horas tardamos ayer, Lunes Santo, en recorrer los más de 400 km que separan Mazatlán de Los Mochis, en un 2ª de Autotransportes Unidos de Sinaloa que parecía un 1ª y por autopistas de pago y buenas carreteras rectas, con el Pacífico a la izquierda y la Sierra Madre Occidental a la derecha muy a lo lejos. Desde aquí nos dirigimos a hacer la Barranca del Cobre, si es que no hay problemas con el "trenecito" porque, lamentablemente, estamos en Semana Santa.
 
 



 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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martes, 26 de marzo de 2013





Mariano de Blas expone su pintura bajo el título de “Historias sin Narración”

 

Pintura de Mariano de Blas
 

Julia Sáez-Angulo

 

         El pintor Mariano de Blas (Madrid, 1958) expone sus pinturas bajo el título Historias sin Narración en la galería Eka & Moor Gallery de Madrid. La muestra permanecerá abierta hasta el 28 de marzo de 2013.

         En su iconografía hay cierta intertextualidad gráfica o ilustradora con los cuentos y narraciones infantiles o juveniles y comics, pues las figuras se toman y reconocen en el imaginario del espectador. El autor utiliza letras, palabras y frases que intermedian las figuras y sirven de icono y pintura más que de referencia. Los títulos de los cuadros ayudan en ocasiones a verlos de modo inmediato.

         Mariano de Blas lo explica así: “Hay obras de arte que tienen un relato detrás. Se puede analizar su iconografía y la configuración de sus elementos mediante una descripción de conceptos que se quieran transmitir mediante la imagen. Por supuesto que estos conceptos narrativos no son la clave para la calidad de la obra de arte. El Cristo de Velázquez es una obra de arte de gran altura y el de Goya no tanto, sin embargo “el relato” de la obra es el mismo”.

“Relatar se refiere a “dar a conocer un hecho” (RAE), sea cierto o no. Una de las acepciones de narrar es la referida a un “contar, referir lo sucedido, o un hecho o una historia ficticios” (RAE). El arte es una ficción vinculada a la verdad porque la relata. Lo más paradigmático era la mitología como tema, todo el mundo sabía que era una mentira (me refiero a las obras hechas en la cultura cristiana) pero que aludía a una verdad: sexo o castigo de los dioses (poder establecido)”.
 

El autor presenta “unas imágenes en las que se reconocen personas y personajes, incluso acompañadas de textos y letras (la escritura, sinónimo de descripción y conceptualización), pero que sin embargo son “historias sin narración”. Cuentan, mediante la imagen y el texto, algo que no narran. No es la ficción de la imagen lo que llega con la mirada de la obra, sino que pretende ser tan real que sea esa mirada la que “construya” su propio relato de la imagen. Si el resultado es una imagen absurda, se habrá conseguido el mayor objetivo propuesto, denunciar el absurdo en que vivimos bajo la apariencia de racionalidad”.

Este artista no sabe de soluciones, ni es su trabajo, ni está preparado para ello, pero piensa y siente el absurdo de este mundo, de injusticias y sufrimientos sociales, en donde el “argumentario”  oficial  parece mera forma y artificio. Construye historias que son sólo eso, superficie. Que cada uno se construya su propia historia frente a este trabajo. Argumentario en vez de “discurso”, y mucho menos “razonamiento, porque el argumentario no emite argumentos, sino consignas, advertencias, demandas.

Estos cuadros presentan diferentes personajes que se relacionan mediante caras, manos, cuerpos, objetos, vegetales y animales. Esa relación puede ser tan vacía como los textos sin significado que se acompañan, tan vacía como ese “argumentario” social (ahora oficial) del individualismo egoísta del “sálvese quien pueda” y el más inmoral. Pero también podría mostrar la esperanza que detrás de la forma, se contenga un auténtico dialogo con lo todavía no narrado.
 
 
Mariano de Blas

Historias sin Narración

Eka & Moor  Art Gallery

Santa Isabel, 33

28012  Madrid