Foto BBC
22/12/25.- Madrid.- Cada tres meses, aproximadamente, tengo un encuentro y larga conversación en la Guindalera, con mi amigo caribeño, el sacarócrata, afincado en Madrid, pero conectado con los descendientes de la burguesía criolla de la sacarocracia, con los que se junta cuando llegan a los hoteles madrileños de numerosas estrellas, para celebrar sus encuentros y viajes por el mundo.
“No se puede hacer idea, Julia, como llegan todos estos sacarócratas a la fiesta, bien trajeados, bien endomingados, pero en cuanto comienza a sonar la música caribeña, todos ellos se transmutan en habaneros y comienzan a bailar sus sones”, me cuenta mi amigo el sacarócrata, que siempre me trata de usted y yo le correspondo con igual tratamiento, pese al afecto y la confianza que nos profesamos. Me gusta ese trato distante y elegante, a la vieja usanza.
Extraña y lamentablemente, la palabra sacarócrata no se encuentra en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, cuando este sector de población y algunos literatos como Ildefonso Falcones la utilizan con acierto para señalar a la burguesía que hizo fortuna y mando con el cultivo de la caña de azúcar.
¿Por qué no escribió el propio Gabriel García Márquez sobre esta sacarocracia, que por fuerza tuvo que conocer?, le pregunto a mi amigo el sacarócrata.
“Bueno -me responde con cierto desdén- él se interesó más por los bananeros, que por los sacarócratas”.
Hablamos y hablamos y me cuenta historias de su infancia y juventud, que a mí me magnetizan por su lejanía y exotismo. “Yo, a mi madre, que descendía de una rancia familia castellana, siempre sobria en su comportamiento, la trataba de Vuesa Merced -me cuenta el amigo caribeño- Ella decía que había que vivir siempre por debajo de las posibilidades de uno, por prudencia y virtud. No conviene despertar envidias que pueden resultar peligrosas”.
Al amigo le gusta contar historias, porque ve que las escucho con atención, pero me advierte que, si las escribo o cuento, no cite su nombre en ningún momento, porque él sigue la discreción materna.
“Cuando salí de la casa familiar, siendo joven, me desclasé por completo, a diferencia de mis hermanas que siguieron el estilo de vida de los sacarócratas, y como muchos de ellos en los Estados Unidos. Nosotros, huímos de la guerrilla descontrolada -con la guerrilla oficial se podía negociar: nosotros la caña de azúcar y ellos el narcotráfico-, pero con la guerrilla desgajada o “herética”, podía pasar cualquier cosa y se corría peligro. Un norteamericano sacarócrata, al que mató a su hijo la guerrilla, nos ayudó a salir y fuimos, primero a Miami, y después, mis hermanas a Nueva York. Yo comencé mi periplo por algunos países de la América hispana, hasta recalar definitivamente en Madrid.
Cuba, Fidel Castro y los Díaz-Balart
Al hablar de Cuba, se mencionó a la familia Díaz-Balart, una de las sacrócratas de aquel país. Le comento que el pintor Waldo Balart (1931-1935) ha muerto, y se asombra, porque desconocía la noticia de su fallecimiento el pasado 5 de febrero. Le cuento que el artista quiso pasar a la otra vida, por medio de la eutanasia asistida. Un médico le puso una inyección para pasar al otro lado. El hombre se impresiona, casi tanto como yo, cuando mis colegas Luis Magán y Lola R. Casanova, me contaron la triste noticia, pues se había citado ese día con él para una entrevista, pero Waldo olvidó llamarles para desconvocar el encuentro. Waldo, bien amigo, me desconsoló su muerte.
Mi amigo sacarócrata habla de sus recuerdos con Waldo Balart en la tertulia que el pintor sostenía en su estudio, un amplio edificio de tres plantas, anexo al palacio de los condes de Fernán Núñez, no lejos del museo Reina Sofía. Por aquella tertulia pasaba todo hispanoamericano que se preciara por su talento. Las conversaciones eran prolongadas e intensas, al tiempo que se comía y bebía a placer. Finalmente, Waldo vendió su estudio al también pintor Eduardo Arroyo, para trasladarse a Bélgica, donde esperaban vendar más y mejor su pintura geométrica y arte concreto. Allí vivió algunos años hasta regresar de nuevo a Madrid, harto de la lluvia y grisura de los días en el país centroeuropeo, Después de todo, el pintor había nacido en un país con riqueza de sol.
“Cuando salió de Cuba, Waldo Balart compró un petit hotel en Nueva York, donde se alojaban los artistas latinoamericanos de todo género, entre ellos, el pintor Fernando Botero, quien, según supe, más adelante poco menos que menospreciaba a Waldo y apenas lo saludaba, por un orgullo estúpido”, me cuenta el sacarócrata.
“Curiosamente Waldo no acudía a las fiestas de los sacarócratas en Madrid, como sí lo hacía yo. Entre la sacarocracia se corría el hecho o la leyenda de que Waldo y su hermana Mirta Diaz-Balart, ex esposa de Fidel Castro, salieron de la isla bien provistos de dólares por Fidel, que como revolucionario en el poder disponía de las fortunas de todos los sacarócratas de la isla. La condición con Mirta fue que Fidelito, el hijo que tuvo con el dictador cubano, quedara para educarse en La Habana”.
Fidel Castro Díaz-Balart, físico nuclear formado en la Unión Soviética, ocupó cargos científicos en Cuba, como Secretario Ejecutivo de la Comisión de Asuntos Nucleares. Fue asesor del Consejo de Estado, y se suicidó en un psiquiátrico, en 2018, tras prolongada depresión, tema que su familia mantuvo en privado. Su vida estuvo a la sombra del liderazgo de su padre.
¡Qué cosas tan curiosas e interesantes he escuchado de mi amigo el sacarócrata!
Contrasté la última historia con una amiga ecuatoriana de los Díaz-Balart y me aseguró que aquella historia de la cesión del hijo por parte de Mirta a Fidel Castro era una infamia. Cuando Mirta -casada en segundas nupcias y residente en Barcelona- viajaba a La Habana para ver a su hijo, ella disponía de un tiempo tasado oficialmente para hacerlo. Fidel se comportó siempre mal con su ex esposa. Cuando Fidelito llamó un día a su madre para pedirle que fuera a verlo, al desembarcar ella se entera por teléfono de que había fallecido su esposo en España, pero las autoridades cubanas no la dejaron volver ese mismo día, sino varios días más tarde.
Las historias de mi amigo el sacarócrata continuarán por distintos derroteros. Él es un viajero impenitente y conoce los países más lejanos e interesantes, porque le atraen mucho su cultura y situación. India, Japón, China, Dubai, Sudáfrica, Etiopía…
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1 comentario:
Que historia más apasionante,da para una buena novela.
Oligarquía,poder,riqueza ,esclavitud y revolución .
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