martes, 7 de marzo de 2017

LUZMARÍA JIMÉNEZ FARO: “HENCHIDA DE BLANCURA, NO QUEBRADA”.


“MÍRAME, TIEMPO. OBRA POÉTICA COMPLETA”.
COLECCIÓN TORREMOZAS, Nº 300, MADRID, 2016, 280 PÁGS.


l.m.a.

La laboriosa poeta y editora que fue Luzmaría Jiménez Faro (Madrid, 1937-2015) merecía que todos sus versos formaran parte de un lugar de honor de la Colección Torremozas, Poesía de Mujeres. Y así ha sido por obra de su hija Marta Porpetta Jiménez, con la eficaz colaboración de su esposo, Jesús Herrero, que ha diseñado una preciosa cubierta con esa imagen entre etérea y delicado de la propia autora..
Recordarla al cumplirse el 12 de marzo el 2º aniversario de su fallecimiento nos permite, además, hablar de una obra tan ingente y agradable como es la dedicada a la poesía como creadora.
Tenemos en nuestras manos el número 300 de “su” Colección, un precioso tomo presidido por esa mirada lateral de la autora de tan espléndidos versos como hemos podido ir leyendo desde que, de forma callada, se propuso dar voz literaria a muchas féminas que confiaron en ella y en su trabajo para formar parte de esos cientos y cientos de nombres que, hoy por hoy, nos siguen dejando su poesía, sus relatos, su existencia de creadoras siempre impacientes. En “Canción de invierno” leemos: “Porque esculpió la tarde su frío en el magnolio/y estalactitas negras crecían en los ojos,/nos detuvimos juntos en el callado puente/para ver cómo abajo corría el desconsuelo./Porque esculpió la tarde su frío en el magnolio”. El poeta y activista literario y radiofónico, Javier Lostalé, escribe en “Ser en alumbramiento”, un documentado prólogo, que “La lectura de los nueve libros que forman la obra de la autora madrileña nos sitúa constantemente en dos planos: el de la realidad y el trascendente, que no elimina la toma de tierra en lo más cotidiano, en los objetos más familiares. Nos permite responder desde nuestra intimidad a los grandes temas universales como el amor, la muerte y el paso del tiempo, en estado de suelo y vuelo, porque siempre lo inefable nos pone en comunicación con el sentido de todo”. Todo eso y más encontraremos en este volumen, parte efectiva de la poesía de los últimos años. Luzmaría, además de una delicada amante de los libros como eficaz transmisor de la cultura, fue desde siempre una creadora magistral, “a través de un lenguaje bello, transparente y sensorial”, según Lostalé.
De 1978 data “Por un cálido sendero”, libro firmado con su esposo Antonio Porpetta, donde aflora la existencia como base de las ilusiones y parte del espacio en que se hacen posible el amor y las eternidades. Escribía: “…Y además de echar raíces/tenemos que echar simiente”. Sensacionales las ideas de “Vida y muerte”:”Pero llegará un día/que iré por un camino lejano y yerto/que tengo que andar sola”. Era su recuerdo del futuro.
“Cuarto de estar” (1980) dedicado “A vosotros tres,/que resumís mi todo” habla de un mundo cotidiano de objetos, certidumbres, afectos, cercanías:”Sentada en la penumbra de este cuarto/donde las horas quedan archivadas…”. Hasta su querida perra Paquira tiene un lugar de honor en estos versos, a caballo entre la poética de Santa Teresa,
Gabriela Mistral y Pablo Neruda: “Preguntas,/me contestas,/me adivinas,/y aun cuando duermes/desparramando patas,/yo sé que a mi latido estás atenta,/carcelera fiel de mis miradas”. El último poema “Compañero” solicita: “…asómate conmigo a la ventana”.
“Sé que vivo” de 1984 encarna una filosofía repleta de amor a cuanto nos rodea, de vitalidad e ilusiones que sólo la muerte cercena.”Fue de barro mi vida hasta encontrarte”, exclama la poeta al amado, al magnífico sostén de su alegría. La primera parte “Tiempo de lumbres” es un tratado de refinado erotismo, de limpias intimidades y deseos: “Fueron tus manos tercas y desnudas/las que me deshojaron”. “Tiempo de palomas” es, ya, la serenidad, el amor compartido, la vehemencia discreta:”Quisiste ser volcán en mi latido…”. “Cuatro canciones” cantando a las estaciones de la existencia cierran el libro:”…nos detuvimos juntos en el callado puente…”, leemos.
“Letanía de amor para mujeres enamoradas” de 1986 contiene un comentario manuscrito de Carmen Conde: “Luzmaría Jiménez Faro se comunica con lo humano divinizándolo para acercarlo a su fundamental destino”. Nos recuerda poemas de Alfonsina Storni o de Alejandra Pizarnik, tan distintos entre sí pero tan llenos de afectividad, de incesante solicitud ante la cercanía del amor a veces negado. Diríase que entonamos un rosario de perpetuas aclamaciones, de rigurosas muestras de afecto no postergado: ”…está ceñida por la gracia/la tibia brevedad de tu cintura” (“Gratia plena”).Se renueva el canto y la metáfora, se alza ardiente la intención de eternidades. Su lectura nos permite gozar de una serenidad complacida y hermosa, de la inefable sabiduría de atesorar el amor para siempre:”…sólo habrá una historia,/porque ha tiempo aprendiste/que permanece eterno/lo que amamos” (“Virgo fidelis”).
“Bolero”(1993) con una hermosa dedicatoria: “Para mi hija Marta, mujer de tu tiempo que ama lo que perdura” es un libro de bellas prosas poéticas. “Nada es tan evocador como la música”, dice en un preliminar y, luego, “Fuimos la generación del bolero”. El mundo, alrededor de la autora, se convierte en melodía, en danza, en dulce instigación. Se nos retrotrae a unos tiempos no tan lejanos donde, y cuando, la vida tenía sabor de fiesta, de cierto romanticismo ahora negado por crisis políticas y políticos infames. Las palabras de la autora son todo armonía, delicadeza, vitalidad, entusiasmo. No siendo la prosa su preferida dedicación, en este apartado esos escritos son verdaderos poemas casi místicos, míticos, celestes, grandiosos en su realidad sonora, musicales en su esencia y radicalmente románticos en su temática: Algunos son casi escalofriantes como el dedicado a la malograda Marilyn Monroe, víctima de su inocencia y de la astuta vulgaridad de la lujuria y la avaricia humanas: con el pórtico de aquella “Muñequita linda” Luzmaría escribe: “Alguna vez leí que hubo una mujer de seda. Con las piernas de seda. Con los brazos de seda. Con el vientre de seda…”. Las canciones de Agustín Lara, de Machín, de Manzanero; las referencias a creadores líricos como Ernestina de Champourcin, determinadas confesiones acerca de la propia cercanía a la aventura del amor, etc, forman parte de ese catálogo de melodías e inmensidades que para la autora constituye la médula de los boleros, de su “Bolero”. donde leemos premonitoriamente “Morir. Tal vez morir no cueste tanto. Costará renunciar a la palabra…”.
“Para mi hija Paloma,/ala y vuelo de nuestro universo” encabeza “Amados ángeles” de 1997, seguramente uno de los libros más amados por Luzmaría Jiménez Faro quien durante mucho tiempo estuvo buscando figuras de ángeles para incluirlas en el mismo. Aquí ya el afán religioso y las motivaciones de la fe cobran valor de fraternidad. “Bajo las nervaduras y los arcos/ángeles puros en racimos ebrios/con sus risas de lirios nos deslumbran”. La poesía es testimonio, necesidad de ser expresión de bondad y de milagrosas andanzas. Los ángeles son más que una imagen, aparecen como salvadores, confidentes, artífices de la humana concordia. “Un ángel llamado Luis”, dedicado al poeta Luis Rosales, resulta enternecedor, casi desafiante, limpio, transparente: “Cuando Luis llegó al cielo/toda la corte celestial/sabía recitar sus poemas”. La emoción se agranda con “Éxtasis angélico” (“Y fue tu mano izquierda, Teresa, hermana mía,/la que sostuvo el ángel de la lanza de oro”), pero es el poema titulado “Usted, el ángel de la muerte” el testamento lirico de la autora. El sentimiento se desborda, se hace lágrima y ternura, ocasión para el recogimiento y la pena: “Quiero que sepa que sé que ha de venir/para llevarme con usted/y créame si digo que estoy lista”.
“Mujer sin alcuza” publicado en 2005 y con una dedicatoria para sus nietas Olalla y Jimena, a quienes denomina “espectadoras de nuestra memoria”, trae a la actualidad la temática de Dámaso Alonso, es verdadera poesía social haciendo de las noticias diarias, y de las expresiones de otros escritores un resumen de la soledad que nos ata en las ciudades siglo tras siglo, o sea a cada minuto, donde crímenes, violencias y desarraigo son la constante referencia para quienes amanecen con la idea de ver un mundo mejor que el del día anterior, cosa jamás lograda. Alcuza, dice María Moliner, es una vasija muy frecuentemente de hojalata y de forma cónica, en donde se tiene el aceite que se está gastando. Bueno, pues esa mujer es la que vive en ciudades como Madrid, con más de “cuatro millones de soledades” que es las que anotaba Alonso, o en los desvanes de la incomprensión y la vileza que, algunos papanatas oficiales, denominan violencia de género. De ello habla Luzmaría poblando sus páginas de niñas y niños en desgracia, de migrantes muriendo en alta mar, de multitudes anegadas y crímenes, de perpetuas soledades,: “En la sección de cultura se comenta/un par de autores extranjeros/y alguna obra de sala alternativa…/Sucesos, los de siempre: Mujer acuchillada./Un coche bomba. Adolescentes muertos/por exceso de alcohol en accidente./Un hispano cosido a navajazos…”. Inspirado, entrañable, es el poema “Mi madre cumple cien años”:”Dice mi madre que hace varias noches/una mujer se sienta al borde su cama”.
“Corimbo” (2011), es un libro realista, actual, imaginativo. La autora reflexiona por cuando halla a su paso: una tumba, un quinqué, esa vida monástica, una fotografía, un sombrero, un licor que anima a la dulzura del amor, una casa, una estación vacía, “Viejas cartas”, los suicidas: “Mírame, tiempo/-exclama-y mira esta clausura/donde las horas ciñen/su anticipada anunciación/de muerte”. Son poemas y textos donde se mezcla el viaje y la leyenda, los gestos y la existencia, siempre al lado de motivos de la historia, la música o las creencias, los afectos, religión. Al fin queda un pensamiento:”…sólo con estar y haber vivido/testigos somos del tiempo y la memoria”.

Una detallada bibliografía sobre tan interesante obra culmina el libro, dando cuenta de gran parte de las merecidas opiniones que la crítica dedicó a Luzmaría Jiménez Faro.

Manuel Quiroga Clérigo,
San Vicente de la Barquera, 17 de agosto de 2016.


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