jueves, 9 de agosto de 2012



Jersey, la isla del mar,  los agapantos azules, los tilos  y las ocas




Julia Sáez-Angulo



         Está a hora y media de barco de Saint Malo, puerto de la costa de Bretaña. Jersey es una isla en el canal de la Mancha que se disputaron franceses e ingleses en la historia, que  hoy es independiente y está dentro de la Common Whealth y bajo el auspicio de la Corona británica. Una isla verde, paraíso financiero y joyero, en la que residen apaciblemente y sin excesivas ostentaciones unos cuantos millonarios. Los grandes agapantos azules virando a morados reciben prolíficos en los arriates y jardines, desde la entrada del ferry hasta la casa más arriscada. Su población no llega a los cien mil habitantes.

         Algunos castillos fortaleza hablan del pasado de Jersey de historia marinera y defensiva en la Edad Media y siglos posteriores. Los bunkers y numerosos túneles, de la ocupación alemana durante la segunda guerra mundial. Saint Helier es la capital de Jersey, muy cerca del puerto, con edificios institucionales de cierta nobleza, numerosos hoteles y calles largas con diversas tiendas de marca, entre ellas sus numerosas joyerías. Se huele que hay dinero.

         Lo mejor para visitar la isla y no quedarse sólo en la capital, es llevar o alquilar un coche para recorrer la isla verde, regada con frecuencia por la lluvia mansa lo que le proporciona una vegetación generosa y brillante, así como flores de todo tipo que ponen notas cromáticas a la vista. Además de los agapantos azules y blancos, pueden verse muchas yucas, canas y petunias que parecen mariposas. En muchas casas cuelgan los geranios, pelargonios, de distintos colores que podrían competir con los de Andalucía.

         Las carreteras de la isla son estrechas pero se circula con prudencia, aunque el tráfico no es muy denso. Carreteras en su mayor parte bordeadas por árboles añejos: tilos, robles y castaños. Las ramas de los árboles se cruzan en lo alto y forman unas arcadas frondosas de gran belleza que le dan un aire rural. Circular por la izquierda a la manera inglesa es clave, destreza que no todos los continentales dominan con soltura.

      Uno puede encontrarse con un grupo nutrido de ocas que cruzan la carretera con todo parsimonia ante la sorpresa y el regocijo de los automovilistas que esperan pacientes su paso. Son animales que proceden del Durrell Wildlife Park, donde se atienden colonias de animales de toda clase y puede visitarse. El antiguo lugar de mariposas de la isla ya ha desparecido.


         Buena parte de los lugares tienen nombres franceses, por ejemplo sus municipios que llevan nombres de santos, así como las calles que adoptan la denominación francesa de “rues”. La población hablaba un francés arcaico, “con ecos normandos”  --lengua materna--, pero ha ido aparcándolo en aras del inglés, lengua franca de nuestros días.
        
         Las bodas de diamante de la reina Elisabeth II se celebran con banderitas en algunos establecimientos institucionales, si bien los habitantes se quejan de que Su Majestad Británica no visita nunca Jersey. “La reina no viene nunca”, se lamenta un recepcionista de un hotel céntrico, “una vez vino el Príncipe de Gales, eso es todo”.

         Hay algunos alimentos de Jersey que tienen cierta fama, por ejemplo sus patatas pequeñas, que servidas con carne o pecado don suaves y deliciosas Un plato de langosta con ensalada y patatas cocidas o asadas se ofrece con frecuencia en los establecimientos de restauración. Una buena oferta. La mantequilla negra a base de manzanas y especias es una creación propia y reciente.

         Como literato propio cuentan con Maistre Wace, poeta y traductor normando del siglo XII, que goza de un busto en la gran plaza central de Saint Helair.

              Los habitantes de la isla son amables y pacientes. La mayoría se dedica al turismo y a la agricultura, fuentes de riqueza de la isla. No es fácil obtener la nacionalidad de Jersey, país que se rige por la libra propia en cuanto a dinero.

        

        

        

         

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