viernes, 16 de mayo de 2025

RELATO con escena final en la Pradera de san Isidro

Pradera de san Isidro. Madrid. 2025


Julia Sáez-Angulo

Foto: Luis Magán


16/5/25.- Madrid

Cuando descubrí que mi hermano Eladio me seguía de cerca en mis paseos, le increpé duramente por hacerlo, pues nunca, hasta entonces, lo había hecho. Lo hice tcon tal pasión que el pobre, compungido, confesó asustado que había sido mi novio Raúl quien le había sobornado para hacerlo. 

    Mi hermano Eladio era cuatro años menor que yo y mentalmente retrasado, fronterizo; algunos ni lo notaban. Mi abuelo Jordi, catalán, decía de él, que era corteto y mi tío Ramón, muy angloplarlante, aseguraba que era mi hermano era un borderline, que había muchos sueltos como él por el mundo, que incluso llegaban a la política, al Gobierno y a la Realeza.

    Mi siguiente paso fue esperar a Raúl por la tarde con la escopeta cargada de municiones verbales, pero él, muy astuto, dijo que sobornó a Eladio por mi seguridad personal, porque yo era una mujer muy bonita y corría el peligro de ser poco menos que asaltada y violada por las manadas de machos ansiosos, que últimamente andaban sueltas por las calles de la ciudad.

    No me convenció del todo, pero lo dejé pasar, porque yo estaba enamorada de Raúl. ¡Craso error! Cuando me casé con él, me encontré con Otelo, el marido más celoso del planeta. Su control al teléfono y sus interrogatorios hasta el tercer grado sobre cada una de mis salidas o llamada telefónicas, me dejaban exhausta.

    Mi hermano Eladio nunca encontró trabajo, por más que mamá le urgía a ello, le indicaba lugares para encontrarlo o le presentaba a personas que pudieran proporcionárselo.

    Un día, a sus 26 años, Eladio despareció y por más que llamamos a todos los parientes por si sabían algo de él. Denunciamos el caso a la policía, y avisamos a la Cruz Roja, pero mi hermano no apareció. Mamá lloraba su ausencia más que nadie, se culpaba por haber exigido a Eladio que encontrara un trabajo cuanto antes. 

    Al cabo de casi dos años, un inspector de policía, amigo de mis padres, nos comunicó que Eladio se había alistado en la Legión y que se encontraba en África. El policía se había enterado subrepticiamente, porque la Legión no está autorizada a proporcionar información sobre sus soldados que llegan a ella para borrar su pasado.

    No quedamos más tranquilos, aunque dimos a Eladio por perdido en relación a la familia, ya que él no quiso despedirse de nosotros para tomar su destino castrense. Pero he aquí, que una tarde, en la pradera de San Isidro de Madrid, mi marido y yo vimos a Eladio apretar con su pecho una churrera sobre una gran sartén de aceite hirviendo. Me quedé atónica. Al fin, me acerqué a él para preguntarle qué tal estaba y me dijo que muy bien, porque se había casado con Loli la hija del churrero y era feliz. Le pedí que fuera a casa para consolar a mamá, pero él replicó:

    -A mamá no le va a gustar la Juani, es un poco ordinaria.

    La Juani, una morena, rellenita y alto moño, despachaba churros desde el mostrador con una sonrisa fresca y abierta. Me acerqué y, sin comentar nada, le pedí una bolsa grande de churros. Me la sirvió con la mejor de sus sonrisas.

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