domingo, 28 de junio de 2020

“Extravíos”, la gran novela de Ignacio Gómez de Liaño, editada por Siruela



“Extravíos”, de Ignacio Gómez de Liaño
(Ed. Siruela, 2007)



29/6/20 .- Madrid .- Si fuésemos influencer de raza, bastaría con el tweet: “Extravíos, de Ignacio Gómez de Liaño, es una obra excepcional, única, extraordinaria”, y algunos hashtags añadidos, para que el lector de estas líneas las abandonara de inmediato y trasladase su lectura sin mayor dilación a la novela (cosa que recomiendo ya con el crédito de Twitter o sin él). Evitaríamos, desde luego, que este comentario se prolongara y, por eso mismo, corriera el riesgo de caer en hipérboles adicionales, a menudo tan sospechosas. Pero, aunque esa frasecita contenga (en mi opinión) todo lo que hay que saber para dar una idea precisa de qué clase de novela es Extravíos, ocurre que hay demasiado destacable en ella y es difícil sustraerse a la tentación de dar al menos alguna razón para que consideremos esta obra “excepcional, única, extraordinaria”. Y ocurre también que por lo general ciertos lectores no nos dejamos convencer fácilmente por ciento veinte caracteres como máximo y nos resistimos a admitir consideraciones así de rotundas sin su correspondiente argumentación. Por tanto, sigamos, no nos ahorremos esas hipérboles.

Para empezar, debo decir que no he leído en mucho tiempo una obra de igual magnitud, de tanto alcance, no ya en la literatura española, sino en la literatura mundial, en el lugar en el que compiten los auténticos colosos. No, no es en la literatura de nuestro país en la que pienso. Porque tras leer Extravíos es aún más difícil no caer en la cuenta de que la mayor parte de las obras que nos proponen nuestros novelistas se quedan cortas, muy cortas, con su paso bien marcado, sus líneas claras, su dirección única… Me gustaría equivocarme (tal vez me equivoque) pero creo que Extravíos no tiene apenas parangón en nuestras letras (quizás Unamuno, quizás, por su ambición literaria, Juan Goytisolo, no mucho más). Después de leer Extravíos no hay más remedio, desafortunadamente, que buscar algo que se le asemeje más allá de nuestras fronteras. No dejaba de pensar, por ejemplo, en Thomas Mann o en Malcolm Lowry, en esas cumbres de la literatura universal que son La montaña mágica o Doktor Faustus o Bajo el volcán, con sus preocupaciones intelectuales, uno, con su maravilloso ahondamiento en la naturaleza del ser humano, ambos. Y no olvidaba tampoco propuestas de autores más recientes e igualmente grandes, como Don DeLillo o Philips Roth. Esa es para mí la liga en la que compite Extravíos.

Precisamente Doktor Faustus fue la primera novela, la primera de todas, que subrayé mientras la leía hace muchos años, estropeé una buena edición para impedir que se me perdieran aquellos lugares en que para mí brillaba la inteligencia de su autor. Y eso he hecho con Extravíos, he anotado el libro, lo he subrayado, he estropeado de nuevo una excelente edición de la editorial Siruela... Cuando eso ocurre, cuando sientes el impulso de fijar de ese modo en la memoria del papel líneas, párrafos o páginas enteras, no cabe duda de que la seducción que pone en práctica el autor con los medios artísticos de que dispone está funcionando. Como apunté en una primerísima aproximación que hice en un vídeo en el que la recomendaba, creo que Extravíos es sobre todo una novela de ideas, de una enorme cantidad de ideas y reflexiones sobre infinidad de temas todas ellas tremendamente estimulantes, expresadas con una claridad y una personalidad apabullantes. Ideas sobre arte, sobre filosofía, sobre política, sociología, economía… Pero una vez que concluí su lectura, pude ver que es a la vez una novela de conocimiento personal, de indagación en el mundo que nos rodea, de reflexión sobre los vínculos afectivos del ser humano, la amistad, el amor, la curiosidad por el otro y por las cosas. Simplifiqué demasiado en ese primer comentario apresurado, ahora lo veo, pensando además que iba a encontrarme con el fácil recurso novelístico de contraponer dos mundos bien diferenciados, el creativo y sensible de Celso, uno de los personajes principales, frente al más práctico, más racional o analítico, de Marcial, quien forma junto con Celso la pareja protagonista. Fue un error de cálculo. Porque los mundos distantes que aparentan representar ambos son, en mi opinión, las dos caras de una misma moneda, una forma mucho más refinada de representar nuestra compleja naturaleza “hermafrodítica”, como se dice en algún lugar de estas páginas. 

En la contracubierta de Extravíos veremos señalado el viaje como tema central de la novela. No cabe duda de que si buscamos “un centro”, como quiere Orham Pamuk que se haga con cualquier novela, el de esta sería desde luego ese ir y venir de los personajes, a través de lo cual uno es capaz de reparar en sí por el extrañamiento y la distorsión de la personalidad que conlleva. De hecho, los dos personajes principales, y muchos de los secundarios, se mueven constantemente de un lugar a otro y cada parte del libro está situada en un escenario distinto. De Nueva York a Venecia, de Madrid a Macao, pasando por Hong Kong, Osaka o Wuhan. El título mismo, ligeramente polisémico en este caso, hace referencia en una de sus posibilidades significativas a esa experiencia del viaje como “motor de la vida” (otra posibilidad más sugeriría el abandono de la forma de vida habitual). Pero, en mi opinión, el centro de la novela no es uno solo, son muchos (o no es ninguno, algo que sugiere también en cierto modo el título). No debemos confiarnos, por tanto, con esa restricción temática, porque considero que merecería igualmente mención estelar el tema de la amistad, de los amigos, de las relaciones sociales, que juega un papel fundamental aquí. Precisamente, una de las cosas que para mí tiene mayor valor en esta obra es cómo esas relaciones sociales se van articulando a lo largo del libro, dando lugar a un enorme y maravilloso repertorio de personajes, cada uno de ellos con una precisa caracterización física y psicológica, perfectamente elaborada, muy alejada de cualquier convención, lo cual, si se me permite el aserto, no es una capacidad que esté al alcance de muchos. 

Empezando por los principales Celso y Marcial, casi todos los personajes que vamos a encontrar en Extravíos son tremendamente atractivos (yo diría que todos, pero, venga, nos ahorramos esta exageración). Si hubiera que elegir entre uno u otro de estos dos, me quedaría con Marcial, con una diferencia mínima entre ambos, eso sí. Con Celso no he podido evitar la sensación de que en ocasiones era un poco botarate, de que su aplomo vital y cierta altivez afectaban de un modo no muy positivo a los demás. Pero son muy seductoras su ensoñación, su irredenta actitud poética y la carga emocional que imprime en cualquiera de sus acciones. Y son geniales además sus experimentos artísticos (sospecho que hay bastante del autor ahí), su gran proyecto poético que pretende poner en relación a Os Lusiadas, de Camoens, con el provocativo Conde de Villamediana, aquella conferencia silenciosa y el escá
ndalo subsiguiente que provoca en el desconcertado mundillo cultural madrileño, su tan aleccionador paseo por el Madrid simbólico, el aquelarre lírico en Hong Kong culminado por el fuego, etc, etc. En cambio Marcial es todo análisis y reflexión, sensatez y mesura, a pesar de lo cual demuestra cierto desamparo emocional que nos lo hace bastante más cercano. Ambas actitudes, en cualquier caso, la sensitiva de Celso y la racional de Marcial, son esenciales en nuestra existencia, las dos constituyen, como ya se ha dicho, las caras de una misma moneda y eso, aunque no se exprese directamente, debemos considerarlo también una clave importante de la obra. Sobre estos dos memorables personajes gira la novela, así es. Pero a ellos hay que añadir un elevado número de secundarios igualmente fascinantes, cada uno de ellos perfectamente presentado y caracterizado. A todo lo largo de la novela nos vamos encontrando con un sin fin de personajes de toda condición. Extravagantes, incluso risibles, algunos de ellos, con su punto de ridiculez acertadamente enmascarado, como Úrsula, como Carlota (y su personal interpretación de Hegel) o como Rufo (el positivista místico, ahí es nada, atiborrado de peregrinas lecturas filosóficas) o el charlatán y ¡pantósofo! Magnus Colomar o Bowen, (el constitucionalista universal, cuyas propuestas legislativas se discuten detalladamente en su momento) o como Ramanichi Bare Yogui, quien tiene diseñado todo un Gobierno Universal basado en la nueva espiritualidad que predica… Otros más formales e igualmente cautivadores: el profesor y guía de Marcial Iñigo Ovando, el riquísimo heredero portugués Alfredo de Fúcar y su padre, el barón de Fúcar, Martini, Makiko, la bella Loretta (a quien aman Celso y Marcial), Amelia, Corina (antiguo amor de Celso), ¡el vicecónsul Álvarez-Garcés!, sin olvidar a Perle, el psicólogo norteamericano que promueve en USA la Sociedad para el Desarrollo de la Creatividad (Creative Development Associates. Research-Consulting-Education-Public Service) y en la que, para pasmo de sus oyentes, afirma enseñar  que toda la sabiduría del mundo se encierra en esta frase: “Las flores se abren…, las flores se cierran…” , ni a ese enigmático Invitado, a quien, por cierto, se le hace decir en su relato que “…los amigos hacen que la vida nos llegue a parecer un paraíso”, abonando un poco más lo que decíamos arriba sobre la importancia de la amistad en este macrocosmos que es Extravíos. Con Martini, uno de los personajes de mayor rango después de la pareja protagonista, me ocurrió una cosa curiosa. Leí en su momento con interés su relato a Marcial de lo acontecido en la guerra de Vietnam. Poco después, en uno de esos momentos de búsqueda de distracción, a la que nos hemos aficionado tanto durante el confinamiento, accedí por casualidad en Netflix a una soberbia serie documental, producida en 2017, sobre la guerra de Vietnam. Más de doce horas de entrevistas, de documentos gráficos y sonoros inéditos, de análisis geopolíticos, políticos a secas, históricos. Un monumento (pelín duro en ocasiones, eso sí) que recomiendo vivamente a quien no lo haya visto. Pues bien, ese documental me hizo recordar el relato de Martini a Marcial. Volví a leer ese relato y comprobé que lo que Martini contaba y analizaba ahí en detalle era de una precisión abrumadora, todas las tesis sociales, políticas, geopolíticas, los antecedentes históricos que se sostenían en el texto desde el punto de vista de un desencantado participante en el conflicto, se corroboraban una tras otra en el documento televisivo (de 2017, no lo olvidemos, tampoco que la novela se publicó en 2007). No pude menos que asombrarme del dominio que Gómez de Liaño tenía sobre este tema particular, me preguntaba, tal vez un poco ingenuamente, cómo podía saber tanto de él… Tal vez un poco ingenuamente, sí, porque Extravíos lo que demuestra en todo momento es precisamente la vastísima cultura, la amplitud de intereses y, sobre todo, la inteligencia de su autor.

Hay muchas otras cosas que destacar en Extravíos. Por mencionar algunas más, es admirable la determinación con la que se lanzan mandobles a Marcel Duchamp (Marcelo Delcampo aquí) o a Jackson Pollock o a tantos de los cretinos que engendraron (demasiados, desgraciadamente). Aunque confieso que la crítica a Duchamp me afectó, porque yo, la verdad, soy duchampiano, cosa que no impide, en cualquier caso, que se me pase por alto el gran mal que inoculó en el arte del siglo XX y que provocó las nefastas consecuencias que se relacionan aquí de modo tan preciso. Me descubro igualmente ante el finísimo humor y la ironía con la que se abordan de vez en cuando cuestiones de considerable gravedad. Y me descubro ante la desbordante capacidad imaginativa, ante el derroche de erudición y la amplitud, repito, de los intereses intelectuales de Gómez de Liaño, ante el portentoso conocimiento de disciplinas tan diversas como la numismática, la ictiología, la ingeniería hidráulica, ¡la bromatología pelásgica!, la geografía, etc., etc., que demuestra esta obra. Y pienso con la misma admiración en la maestría con la que se cierran los capítulos, en la naturalidad con la que se pasa de la conversación al monólogo interior, en la capacidad para elaborar diálogos con no pocas personas a la vez, cada una con su discurso bien definido (lo que me recordaba aquellas gloriosas fiestas con infinidad de voces que desarrollaba en sus obras William Gaddis, otro grande), en el rigor y la precisión de las descripciones, tan alejadas de lo convencional, en la consciencia lingüística, en el riquísimo vocabulario... Y pienso también en todos esos lugares maravillosos y esas culturas exóticas (japonesa y china, principalmente) que se sitúan algo más a nuestro alcance con el profundo análisis que de ellas aquí se lleva a cabo. Pienso, en fin, en cómo todo ello deslumbra sin someter al lector a una trama precisa, manteniéndolo en el texto solo con la fuerza de las historias que se cuentan en cada momento, la cual parece que actúa a modo de ese horizonte de sucesos no colonizado aún del que nada puede escapar.

Si, como decía Carlos Fuentes, la novela surge cuando la verdad se descompone en múltiples verdades, he aquí un ejemplo claro. Novela aguijadora, dicho al modo de Juan Goytisolo, desafiante, con una arrolladora voluntad de contar historias y estímulo constante de nuestras capacidades intelectuales. Puede ocurrir con esta novela, advierto en definitiva, como cuando lees las de Thomas Bernhard, que no dejas de preguntarte: ¿y después de esto, qué puedo leer? Pues eso, lean esta novela y sáciense (entenderán, de paso, por qué hay que disculpar tantas hipérboles).

Francisco Javier Torres

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