domingo, 24 de marzo de 2019

PREMIO Y COLECCIÓN ADONÁIS: LA POESÍA


          




L.M.A.

          24.03.19 .- Madrid .- Al convocar la “Proclamación y Entrega del 72º Premio Adonáis de Poesía” que tuvo lugar en la Biblioteca Nacional de Madrid el 14 de diciembre de 2018 Ediciones Rialp comunicaba: “El Premio Adonáis nació en 1943, al mismo tiempo que la colección del mismo nombre, como apuesta bajo el signo de Biblioteca Hispánica, regida por Juan Guerrero Ruiz, el gran amigo de Juan Ramón Jiménez, y José Luis Cano, que dirigió la colección durante veinte años, para contrarrestar la creciente oficialidad de la poesía. En 1949, ambos empeños serían adoptados por Ediciones Rialp que los desarrolló hasta el día de hoy. 

En la actualidad la Colección Adonáis cuenta con más de 650 volúmenes y es un ejemplo de continuidad no alcanzado, hasta ahora, por ninguna otra empresa editorial de este carácter”. Teniendo como invitado de honor al Profesor de la UAM, y autor de “Última poesía española” (2016), Rafael Morales Barba, Carmelo Guillén Acosta, Director de la Colección Adonáis procedió a dar lectura del fallo de esta 72º convocatoria, además de mostrar la estatuilla con que se acompaña el galardón, del escultor Venancio Blanco, manifestando que el jurado otorgó el Premio Adonáis de Poesía 2018 a Marcela Duque (Medellín-Colombia-1990) por su poemario BELLO ES EL RIESGO (“Es bueno que se te resistan las palabras,/que no sean acuarela sino mármol,/obra de cantería”) y los dos accésit a José Alcaraz (Cartagena 1983) por EL MAR EN LAS CENIZAS (“Todo lo invisible que nos duele,/¿es el miembro fantasma/de lo que no pudimos ser?)” y a Guillermo Marco (Madrid 1997) autor de OTRAS NUBES (“Tus comentarios eran mi compañía, Guillermo…”). Algunos poetas cuyas obras resultaron finalistas tuvieron ocasión de leer sus poemas.


Tras José Luis Cano la Colección y el Premio Adonáis fueron dirigidos por el poeta cordobés Luis Jiménez Martos hasta su fallecimiento y, desde entonces, por el Profesor de Literatura y, también, poeta Carmelo Guillén Acosta.

Figuras relevantes han formado parte de los jurados del Premio durante toda su existencia como Gerardo Diego, el propio José García Nieto, Claudio Rodríguez, Florentino Pérez-Embid, Joaquín Benito de Lucas, el Catedrático Rafael Morales…

En 1943 el galardón fue concedido exaequo a José Suárez Carreño por su libro “Edad del Hombre”, Vicente Gaos por “Arcángel de mi noche” y Alfonso Moreno por “El vuelo de la carne”. Dejó de convocarse hasta el año 1947 en que fue el poeta José Hierro el agraciado con el premio por su memorable poemario titulado “Alegría”.

Desde entonces importantes poetas (féminas y varones) de todo el ámbito de la lengua castellana han sido premiados o han obtenido accésits, generalmente sin orden de prioridad, lo cual ha venido a significar, en su momento, un espaldarazo a su labor creadora. Entre los primeros podemos citar a Ricardo Molina, José García Nieto (que creó una situación algo rocambolesca al presentarse, y así se publicó el libro, como Juana García Noreña estando el propio García Nieto en el Jurado), Claudio Rodríguez, Rafael Soto Vergés, Francisco Brines, Jesús Hilario Tundidor, Félix Grande, Miguel Fernández, Joaquín Benito de Lucas, José Ángel Valente, Blanca Andreu, Luis García Montero, Diego Doncel, María Luisa Mora Alameda, Irene Sánchez Carrón, Lorenzo Gomis, Laureano Albán, Eduardo Moga, Javier Vela y, el año pasado, Alba Flores Robla. Los nombres de los accésits también han sido los de interesantes creadores, premiados a su vez en otros concursos y alcanzando algunos de ellos brillante notoriedad, entre los que incluiríamos a Antonio Gamoneda, Eladio Cabañero, Antonio Hernández, Ángel González, Antonio Colinas, Juan Van-Halen,
Ángel García López, Verónica Aranda, Nelo Curti, Concha Zardoya, Eugenio de Nora, César Aller, Julio Maruri. José Manuel Caballero Bonald, María Beneyto, Elvira Lacaci, Salustiano Masó, Fernando Quiñones, Pino Ojeda, Amparo Amorós, José Agustí Goytisolo, Manuel Padorno, Pilar Paz Pasamar, Beatriz Hernán, Paloma Palao, Manuel Ríos Ruíz, Justo Jorge Padrón, José María Bermejo, Enrique Gracia, Pedro J, de la Peña, Ana María Navales…


Al mismo tiempo Ediciones Rialp, con idéntico formado e incluidos en la Colección Adonáis, ha publicado y publica los poemarios galardonados en otros certámenes que, a veces en solitario y en otros casos con el concurso de determinadas instituciones,  enjuician los jurados determinados al afecto por el propio Director de Adonáis, como puede ser el Premio “Alegría” del Ayuntamiento de Santander, el Premio “San Juan de la Cruz” en algunos momentos patrocinado por la Caja de Ahorros de Ávila con la colaboración de la Fontivereña Abulense, el Premio Florentino Pérez-Embid de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras de Sevilla, el Premio González de Lama del Ayuntamiento de León.

Ni que decir tiene que además de los premiados en todos los certámenes aludidos el resto de los libros publicados, hasta la fecha, cuentan con la titularidad de la mayoría de los poetas más importantes del ámbito español tanto en libros de autoría individual como participando en antologías diversas. También Rialp ha incluido en la Colección algunos traducciones de poemarios de otras lenguas que, parecía o eran, importantes y de gran interés para su conocimiento por poetas, estudiosos y críticos cercanos al ámbito poético.

Así que prescisdiendo de valorar estilos, escuelas, tendencias líricas, capacidad creadora voluntad literaria,  libertad expresiva o cuestiones meramente particulares, o personales, de cada uno de los poetas, o de todos, que forman parte de este entramado editorial, lo antes comentado, todo ello, nos permite, o anima, ahora mismo por ser algo de poética actualidad y de cierto interés común, a comentar dos de los últimos libros publicados en la Colección Adonáis, lo cual es de agradecer a Ediciones Rialp dada la escasa atención que Editores, Agentes Literarios, críticos especializados, periodistas de la cultura o medios de difusión dedican a la poesía y a los poetas de manera general. Estos libros son “Dios en la poesía actual (Antología)” y el los versos de “Sibilario” de Ana Sofía Pérez-Bustamante, obra galardonada con el Premio “Alegría” del Ayuntamiento de Santander.

                                         “DIOS EN LA POESÍA ACTUAL (ANTOLOGÍA”)

         NÚMERO 661-662 DE LA COLECCIÓN ADONÁIS (EDICIONES RIALP) MADRID 2018.

Primero surge la duda, el escalofrío. No es fácil creer en lo divino, en la inescrutable, con los malos ejemplos que nos sigue dando este siglo secularizado quienes debían ser portadores de los mejores ejemplos para, sobre todo, afrontar el valor de la fe y los misterios que acompañan a las sobrenaturales creencias.

“Perdida estoy, Señor;/cógeme de la mano…”,. exclama Gracia Aguilar y Javier Almuzara confiesa “El mundo es escenario y espejismo,/la vida entera un agotado sueño”. Será, como escribe José Julio Cabanillas que “El libro de la creación se nos ha ido llenando de erratas”. Tiempo atrás, año 2000, Carmelo Guillén Acosta al referirse a lo que divisaba en el Portal de Belén susurraba: “¡Miradle bien, es Dios mismo!”(“Misterio gozoso”. Los Cuadernos de Sandua).

Y ya estamos viviendo, re-conociendo los versos, muchos y determinantes, de un libro donde, en 223 páginas, los mencionados José Julio Cabanillas y Guillén Acosta (éste como Director de la Colección Adonáis) han tenido el acierto, o la oportunidad y valentía, de aglutinar el pensamiento de una serie de poetas hablando de lo divino y, por supuesto de lo humano, sólo con la premisa de tratar de actualizar o continuar la idea de Alfonsina de Champourcin, inspirada creadora de la llamada Generación del 27, que al regresar de su exilio mexicano (México se escribe con x que suena jota) publicó una antología lírica con el mismo título que los editores, ahora, han mantenido para regalarnos esta delicada colección de inspiraciones de tantos y tantos creadores, féminas y varones, religiosos o menos, creyentes o agnósticos más o menos declarados, pero todos que con la intención, digamos, prioritaria de dar un testimonio activo de sus actitudes ante la creencia de un Dios invisible en un mundo donde lo visible es la crueldad, la ignominia y la desazón.

Ya sabemos que hacer una selección de poemas para un tema tan concreto es, siempre, tarea difícil, aunque encomiable pero, digamos, que en este caso se ha logrado un buen elenco de versos que tratan sobre lo enunciado es decir, como aprecia Cabanillas en el prólogo, de devolver “al mundo su esplendor primero” donde, como “si el alma entera/volviera a hacerse niña”, que expresa Enrique Andrés Ruiz el universo fuera capaz de acoger cercanías y distancias de los seres humanos implicados, por encima de todo, es la rara aventura de vivir.
Así que vamos a ver qué dicen, qué nos dicen los versos de esta pléyade de creadores, elegidos generalmente entre los nacidos a partir de 1950 y todas las latitudes, ideas y estilos de la única patria verdadera que es la de la poesía. Muy apropiados para los días de la reconciliación que, desgraciadamente, muchos hombres y mujeres olvidan de practicar son los versos de Rocío Arana ante el Belén: “Niño mio Dios/esta vida que tengo que me prestas…” o los de Jorge de Arco cuando pide “Abrid el corazón al enemigo,/y perdonad la ofensa”, consejo que pocas veces tenemos en cuenta aunque Manuel Ballesteros confiesa: “Sólo tú me conoces” e Izara Batres deja un interrogante: “Y la voz de Dios, ¿desde dónde llega/cuando el albor de la primavera calla?” a lo que respondería, con música de Bach Jesús Beades: “este Dios no se deja/crucificar sin más se obstina en redimir el universo”.

Dios o dioses, altares o conciencia, vida o muerte se debaten en la mente del ser humano, crean su propio conflicto, se enfrentan a realidades externas y a misterios ocultos. En medio de esta vorágine está el hombre, el ser humano, la mujer, el varón, el egoísmo del adulto y la inocencia del recién nacido. Ahí está el temor, la soledad de los malvados, la magnificencia de las buenas obras, el amor de los que nada tiene y la violencia mental de los que abandonan a quienes les necesitan. Ni siquiera hace falta hacer penitencia, pagar bulas o rezar rosarios y rosarios para purificar la conciencia: a los malos, a los perversos, tampoco les sirve de nada ese apremio de pública devoción cuando sus actos están guiados, o mantenidos, por la perversidad. Dios también están entre las sartenes, decía más o menos Teresa de Ahumada, “Dios o la idea de Dios”, es lo promete o precisa Alfonso Brezmes y el reiterado Cabanillas implora: “Cuando llegue la hora que sólo Tú conoces/llévame por un campo donde crecen higueras”, he ahí la virtud de la inocencia que Luis E. Cauqui convierte también en interrogante:“¿volverás a nosotros?”, dirigiéndose, tal vez , al “Señor de las galaxias más remotas” de Daniel Cotta cuando Jesús Cotta quiere admitir, posiblemente con fervor, “No puedes no existir”.

Luis Alberto de Cuenca afirma: “Feliz quien, al amparo de la fe, escribe poesía desde el júbilo…” que Miguel D`Ors convierte en un “Splendor veritatis” o, después, escribe “la verdadera Fe/es esto de escucharte cuando callas…”. Claro que, acto seguido, José María Delgado solicita: “Dame ese cielo y llévate esta tierra” para desembocar en los versos de Mercedes Díaz Villarías de “Si no encuentro a Dios,/qué encontraré en su lugar” cuando José Antonio Fernández Sánchez habla del “Fulgor sagrado de una luz antigua/que algún día sabremos transcribir”. 

Posiblemente en expresiones como ésta se encuentren el valor de las creencias o de las realidades de los creyentes, en transcribir el fervor pero, sobre todo, en actuar como pide el Evangelio no en actuar a espaldas de él. “Dad y se os dará”, dice el Nuevo Testamento porque “De Dios es este instante, y él lo ignora”, según afirma Vicente Gallego. En esos territorios, supuestamente, es donde debe encontrarse no el paraíso, sino, la iluminación de las conciencias, el camino de la rectitud que políticos, hombres de leyes o ministros de las iglesias, a veces, no saben encontrar. Federico Gallego Ripoll ya nos alerta: “Descalzo mi mirada para leer tu nombre”. Imitémosle como se nos pregona muchas veces y tal vez hallaremos respuestas. 


“Me preguntas que cómo será el cielo…” deja escrito Lutgardo García y con versos casi de Lope de Vega Enrique García-Máiquez aduce: “Para quererte a Ti, mi Dios/me remueven tu Cielo y el infierno” o afirma Bárbara Grande Gil: “Busco a Dios donde ya nadie lo escribe”. Es que el Dios del creyente está en los rincones de los palacios y la frialdad de las chabolas, aunque no solemos darnos cuenta, tan alejados estamos de algo tan realmente sobrenatural. Por eso Carmelo Guillén Acosta viene a solicitar “Aléjame, Señor, de la barbarie..”. Y añadiríamos, de quienes programan guerras, de quienes niegan un pedazo de pan al hambre, de aquellos que se enriquecen con el sudor ajeno, de quienes habitan castillos y desahucian a quienes menos tienen de un rincón benigno y les arrojan a la tormenta.


A mitad de esta antología, y para corroborar la esencia de los versos que contiene, damos entrada a opiniones, inspiraciones, lamentaciones de otros poetas que podrían formar parte de este memorable volumen que podrán leer las gentes de buen corazón y que ignorarán los duros de mollera y los infames de la tierra. Fijémonos en lo que escribe el propio Jorge Luis Borges en su “Historia de la eternidad” (Alianza Editorial 1997): “La eternidad quedó como atributo de la ilimitada mente de Dios, y es muy sabido que generaciones de teólogos han ido trabajando esa mente, a su imagen y semejanza”.

El poeta zamorano y exagustino Octavio Uña, en su poemario titulado “Cierta es la tarde” (Visión Libros 2010) aconseja: “…dad gracias a Dios que hoy os abraza/con lentísima lluvia”. El argentino Roberto Di Pasquale en “Las alusiones” recuerda que “…se abren ventanas/por las que asoman/en algunos momentos/las pestañas de Dios”. El malagueño José Ruiz Sánchez en “El ojo de la cerradura” (Ediciones Cultura Hispánica 1977) hablaba de “Dios que se mete de noche/en la brasa de un cigarrillo”. ¿Y Machado, Antonio Machado?. En “Campos de Castilla” se refería así al tema que nos ocupa: “Este que insulta a Dios en los altares,/no más atento al ceño del destino,/también soñó caminos en los mares/y dijo: es Dios sobre la mar camino”. Juan Ramón Jiménez en su “Canción” (Seix Barral 1993) dice, lacónicamente, “Dios está azul”, expresión casi divina para analizar la realidad de los creyentes, la inefabilidad de una cercanía. Y, más cercanamente, el valenciano Rafael Soler escribe en “Los sitios interiores (Soneto urgente)” (Colección Adonáis, 1980) “El mar es un pacto con los dioses,/un tiempo encaramado/pertinaz/que asola sin remedio mi laguna”, ampliando el ámbito de las divinidades y acercándole a los pobres mortales, a todos nosotros. 

Tal vez no precisemos echar mano de los grandes teólogos, de los escolásticos, de los padres de la Iglesia para encontrar a Dios, ahora sí, entre los pucheros. El creador tinerfeño Sabas Martín, buen lector y detenido escritor, pone en “Un rumor de siglos” (Mercurio Editorial 2018) las palabras, la vida, las dudas, el temor de Dios y las vivencias de Sor María de Jesús de El Sauzal, conocida como la Siervita de Dios: “Todo es del Señor, todo, incluso los prodigios y los más velados secretos”. El poeta José Hierro nos dejó dicho que “el castellano es una buena lengua para hablar de Dios”. Y así sucesivamente.


Volvemos a la antología que trata de incluir a importantes poemas de interesantes poetas aunque falten muchos o muchas y pueden sobrar, lo cual siempre puede suceder. Lo verdaderamente efectivo es tener un librito como éste que tanto puede convertirse en poemario de cabecera como rememorar los mejores versos de sus autores. “Otro tiempo hubo en que se derramaba la vida…” escribe José Gutiérrez, Gabriel Insausti aconseja “Inventemos a Dios”, José Lupiáñez recuerda “De ti venimos, Señor, y hacia ti vamos”, Alejandro Martín Navarro confiesa “Apoyado en un árbol llamo a Cristo”, Julio Martínez Mesanza se lamenta “Eres, Señor, la guerra interminable”, José Mateos clama ·”Un Dios que se concibe ya no es Dios”, Juan Meseguer titula un poema “Eros es Dios”, Mario Míguez suplica “Oh Dios, al menos dame resistencia…”, Jesús Montiel razona “Es posible rezar aunque fuera del templo”, José Manuel Mora Fandos se/nos tranquiliza: “Qué alivio da saber que en Ti está todo…”.

Sí es cierto, o puede serlo, lo que manifiesta Cabanillas en el prólogo a esta antología: “Da la impresión de que el poeta no ha encontrado su sitio en este mundo”. O sí. Lo que sucede es que tanto progreso, tanta libertad, tanto vicio como decía mi madre, tanta tecnología como sufrimos, a veces, nos aparta de lo menos material, de las creencias, de la divinidad, de la fe concebida como instrumento de salvación. Los malos ejemplos de los poderosos ayudan mucho a esa capacidad de engendrar duda, de crear situaciones de angustia. Pero, pese a todo, aún la poesía, que sirve para cantar el amor o para lamentarnos de la desgracia, también, tiene un cometido claro como es el de cantar los valores de lo sobrenatural, de lo divino, de lo excepcional. O no.

“Quiero vivir, Señor…” solicita Carlos Javier Morales. “No sé nada./Ni para qué escribo esa palabra, “Dios”…” anuncia Antonio Moreno.  De Inmaculada Moreno nos quedamos con tres versos: “…hace frío y esos hombres/parece que se encorvan levemente/por Dios sabe qué fardos invisibles”. De Sergio Navarro: “Regresa aquí su bendición de brisa/que refresca al paseante solitario”. Antonio Praena dice “No hay muerte en la que no quepa tu misterio”. María Eugenia Reyes Lindo escribe
“Llévame/por encima del gris,/fuera del ruido de las calles”. De José Antonio Sáez elegimos “En tu ausencia, todo me habla de ti…”. De Eloy Sánchez Rosillo “…la muerte viene a prolongar/la aventura que somos…”. Pedro Sevilla nos susurra “Has compartido hoy con Dios una naranja”. Rafael Adolfo Téllez “Siempre hay una luz muy tenue,/como en el Génesis”. Andrés Trapiello recuerda que “El tiempo es infinito para todos”. Beatriz Villacañas afirma “Nada como el Amor/para darnos noticia de lo eterno”. Y Fernando de Villena en el penúltimo poema de este delicado y, en muchos casos, necesario libro para creyentes, agnósticos o personal sin filiación aparente escribe “¡Qué hermosa es la obra de tus manos,/qué hermosa, Señor, aunque la comparemos/con nuestras ambiciones”.


Adonáis otra vez. Gracias en nombre de quienes recibirán alborozados estos poemas, a veces, sobrenaturales y, otras, a ras de nuestra conciencia.


        ANA  SOFÍA PÉREZ-BUSTAMENTE MOURIER: “NO ES REVERSIBLE EL TIEMPO”
   AUTORA DE “SIBILARIO” PREMIO ALEGRÍA 2018.AYUNTAMIENTO DE SANTANDER

Es de agradecer el esfuerzo de los miembros de los jurados de los premios literarios hasta ver qué obra de las presentadas a los concursos o premios de narrativa, ensayo o poesía, es merecedora del galardón o galardones. Sobre todo en estos tiempos (o desde siempre para ser más claros) en que los amiguismos, influencias o parcialidades están a la orden del día. Así es fácil ver como se otorga un premio, a veces millonario, al escritor ya famoso (recordamos el Planeta concedido a Camilo José Cela en 1994), o al hijo o hija del escritor célebre, o al personaje notorio que puede facilitar las ventas o al amigo, pariente, vecino o vecina del Presidente de la editorial o al sobrino del Alcalde, etcétera. Hay listas de los miembros de los jurados que se prestan a estos contubernios.

Por eso el premiar a un poemario entre los 632 presentados, como ha sucedido en el último Premio Internacional Alegría de poesía del Ayuntamiento de Santander, tiene un especial mérito, sobre todo por el indudable trabajo de lectura que los jurados han debido llevar a cabo. El libro, en este caso, se titula “Sibilario”, su autora es la Doctora en Filología Hispánica y Profesora de Literatura Española en la Universidad de Cádiz, Ana Sofía Pérez-Bustamente Mourier (París 1962) y ha sido publicado, como los demás títulos de este premio que llega a su vigésima segunda edición, por Ediciones Rialp, lo que supone un claro homenaje a la poesía y a los poetas como el resto de los títulos incluidos en su colección Adonáis que, con este ejemplar, llega al número 663.

“El título-leemos en la contrasolapa-, que procede de la palabra “sibila”, está inspirado en las cinco que pinto Miguel Ángel en la Capilla Sixtina, a las que Pérez-Bustamante añade una sexto: la niña-tigre”. Estamos ante un poemario completo, excelso en ocasiones, escrito con detenimiento para ofrecer un adecuado ritmo, unas bellas imágenes y un interesante concepto de la escritura lírica: “El mundo de los mitos se sostiene justamente aquí:/en las cabezas de los niños”, leemos en “Arquitectura y mito”. El libro consta de 3 partes. La primera “Comienzos” sigue con “Serpiente del Edén” (“Yo soy la criatura afortunada”), “Eva y las manzanas”: “…mis muslos no necesitaban/saber hablar”,  “Sibila madre”, “Corte y confección” y “Oración del sol y la luna”, poema grandioso. ”Yo te quise enseñar cosas que fueran útiles”.

II. “Las dimensiones del teatro”, donde destacamos “Última nana” con un delicado estribillo y unas imágenes repletas de intención. “AQUÍ estoy, en lo oscuro, velando vuestro sueño./Duerme blanca mi madre como un ángel de nieve,/ajena a su dolor, desmemoria y orines”.

La tercera parte o “Sibila sexta” penetra en la historia, en el fuego, en la literatura clásica con poemas tan hermosos como “Piel de San Bartolomé”, “Ezequiel se jubila”, resumen de un compañerismo afectuoso o ese “Taxi driver” que resumiría toda la poética de Ana Sofía: “A estas alturas, hijo,/sólo puedo decir lo que el refrán:/que es peligroso que se cumpla un sueño”.
La autora también ha dedicado su tiempo a los estudios de literatura contemporánea habiendo escrito sobre autores principalmente gaditanos como el genial Rafael Alberti, José María Pemán,  Carlos Edmundo de Ory, Pilar Paz Pasamar o José Luis Tejada e investigado en el Don Juan Tenorio, la novela mitopoiética, el microrrelato……

Columnista del Diario de Cádiz y autora de diversos poemarios como “Mercuriales”, “Libro de los pájaros” y otros, en algunos de los cuales ha incluido obras del pintor Ricardo Galán Urréjola, en los versos de la Doctora Pérez-Bustamante aparecen héroes y seres anónimos, psicologías bíblicas y personas que podemos hallar en el autobús; viajes por la existencia y deseos no contenidos de llegar al fin del horizonte, observaciones en torno al ser humano supeditado a los horrores del trabajo, de la pereza, de la burlas sociales o esa necesaria capacidad de toda persona humana de seguir viviendo en el ámbito de la esperanza, pese a las dificultades de lo cotidiano. Estamos ante una observadora de su realidad circundante, una amante de la música de lo cercano, capaz de emocionarse y de sufrir por lo que puede llegar a ser parte de sí misma. Todo ello la configura como una inspirada autora que, seguramente, tendrá in mente nuevas creaciones, nuevas reflexiones e indagaciones en torno a todo ese mundo cruel que queramos o no rodea a la poesía y a los poetas.

           MARIO QUINTANA: “ABRO DE PAR EN PAR LAS VENTANAS”.
“INTENTA OLVIDARME (ANTOLOGÍA POÉTICA)”. COLECCIÓN ADONÁIS.


“El presente está solo” escribe Jorge Luis Borges en “El instante” y el poeta brasileño Mario Quintana advierte “Lo que no conseguimos olvidar/nos sigue sucediendo” en el libro “Intenta olvidarme (Antología poética)” que en edición bilingüe con selección, versión y prólogo de Enrique García-Máiquez, publica Ediciones Rialp como número doble 664-665 de la Colección Adonáis (Madrid 2018).

Cuando llueve en el Norte, igual que siempre, la poesía de Mario Quintana parece acariciarnos de una manera especial. Considerado como uno de los poetas más apreciados del Siglo XX brasileño este autor, nacido en Alegrete en 1906 y fallecido en Porto Alegre en 1994, sus creaciones líricas se nos ofrecen como expresiones de una sencillez conmovedora donde, fundamentalmente, la existencia aparece como el verdadero testigo de deseos, costumbres y vivencias: ”Escribo junto a la ventana abierta./Mi pluma es del color de las persianas,/verde. Y qué leves, lindas filigranas/deja el sol en la página desierta”, así comienza su poema “Cuadro” del libro “La calle de las veletas” (1940) donde advertimos no sólo esas expresiones minuciosas del poeta sino, también, la muy acertada versión de García-Máiquez que convierte los versos de Quintana en verdaderos poemas con el más lírico acercamiento al castellano; no en vano ambas lenguas tuvieron una importante itinerario común mientas se formaban las dos nacionalidades tras la separación de Portugal de la Corona de Castilla. En “Circo” leemos “No escribo versos, yo me los arranco/retorciendo mis huesos doloridos./La entrada es gratis para conocidos;/para amadas reservo el primer banco.”.

Testigo literario de gran parte del siglo XX brasileño los libros de Quintana se fueron publicando durante más de 50 años. En esta antología de la Colección Adonáis tenemos también los versos de “Velatorio sin difunto” que vio la luz en 1990 y que seis años antes de su fallecimiento escribía en el poema titulado “Éste y el otro lado”: “Tengo una gran curiosidad por el Otro Lado,/(¿Qué habrá al Otro Lado, Dios mío?),/pero tampoco tengo tanta prisa/porque en este mundo hay panteras bellas, nubes, bellas mujeres,/árboles de un verde pavorosamente ecológico,/ y Allá-donde todo recomienza-/tal vez no llueva nunca/y entonces no se pueda uno quedar en casa/con nostalgia de aquí”.

Divide su prólogo García-Máiquez en tres partes. En la primera, denominada “El poeta”, resume la vida Mario Quintana de quien dice que “Vivió una fotogénica bohemia, soltero, de hotel en hotel, pero en su ciudad, sin viajar apenas”, con lo que nos permite igualarle, de alguna manera, con el portugués Fernando Pessoa, aunque éste, desgraciadamente, vivió muchos años y, tal vez, de manera un poco desordenada, al menos en lo referente a su cuidado personal y a su propia alimentación, recordando además que, Quintana, “Hizo cuentos y aforismos, tan propios que se conocen como ´quintanares´, tan poéticos que los incluyó en su poesía completa, aunque aquí nos ceñimos a su poesía en verso”. El segundo apartado, “Los poemas” lo dedica el traductor a una sucinta crítica de la obra del poeta brasileño y señala que “Quintana empezó a agrupar sus poemas por un laxo orden de creación” y que en sus versos “es donde el poeta aparece como un tierno inadaptado, incapaz de compromiso político, y vivamente interesado en la muerte”. Referencias como ser admirado por Drummond de Andrade, Manuel Bandeira y Cecilia Meireles o el hecho de haber sido estudiado por Tania Franco Carvalhal quien afirma: “Es sorprendente cómo conviven en la poesía de M. Q. elementos tan contradictorios como el dolor y la risa, la amargura y el humor, la vida real y lo sobrenatural, el pasado y el presente”. “El autobiografismo- escribe Máiquez- tiene un reflejo divertido y emocionante, pues el poeta escribe tres poemarios de vejez y despedida, tres, como si Quintana no dejase nunca de asombrarse, aprovechando su fructífera longevidad, de lo inagotable de la poesía y de la belleza del mundo”. Al hablar de la versión, en la tercera parte del prólogo, Máiquez habla de su trabajo y de la libertad con que ha mostrado en castellano unos textos de los que, dice, desea ver publicada en nuestra lengua la obra completa.

De “Canciones” (1946) elegimos los versos de “Canción de la llovizna”, acorde con nuestros momentos de relectura de estos poemas:
“Llueve sin saber por qué…/y todo fue siempre así./Parece que sufriré:/Pirulín, lulín, lulín…”. Son poemas delicados, etéreos, con esa libertad que imprime la naturaleza o la cercanía a los temas humanos: la primavera, el viento, las ventanas, el amor.


De “Zapato florecido” de 1948 tenemos un sencillo y significativo poema: (“Envejecer”: “Antes cualquier camino iba/./Hoy todos vuelven./La casa es cómoda, los libros pocos./Y yo mismo preparo té a los fantasmas”. Y “El aprendiz de hechicero” (1950) habla de obsesiones, como la del Mar Océano, o evoca un delicado “Cántico”: “Vienes precedida por los vuelos altos,/por la marcha lenta de las nubes”. Avanzamos con “Espejo mágico” (1951) que contiene algunos de sus poemas cortos, casi esbozos de una inspiración natural, vibraciones de momentos en los que el poeta prescinde de la memoria y, amablemente, cuenta su propia experiencia de hombre de mundo, como cuando escribe, por ejemplo “Conocer a los otros, y a uno, ver el mal/con claridad, es-más que don-veneno./Es sufrir más que todos ; y, al final,/sin el consuelo de haber sido bueno”.

La poesía de Mario Quintana, en esta versión de cercanías, se nos antoja como la expresión de un autor delicado, romántico, con buenas dosis de humor y cierta travesura intelectual al llevar a sus poemas temas que podrían parecer intrascendentes como algunos de “Apuntes de historia sobrenatural” (1976) por ejemplo el denominado “Siesta antigua”: “La calleja lagarteando al sol./El quiosco de música desierto/aumenta, aún más, el silencio./Ni un perro./Este poemita,/brotado áspero y quebradizo, es/ lo único que sucede”. Esa sencillez, es manera de enfrentarse a lo el poeta ve, siente, conoce, ejercita nos permite reconocer su talante de autor moderado que podría no sentirse un creador esforzado sino un moderado cantor de la naturaleza, como lo fueron el mismo Pessoa, Antonio Machado, los Alberti, Neruda, Luis Rosales, etcétera. También se habla de cierto paralelismo de la obra de Mario Quintana con la de la polaca Wislawa Szymborska.  Félix Grande dejó escrito “La poesía: esta vieja costumbre de los seres humanos que conocen la solemnidad del infortunio y que quieren compartir con sus contemporáneos ese doble conocimiento”. Algo parecido podríamos decir de algunos de los versos de Mario Quintana, de esa/su manera propia de enfrentarse realidades y de transmitir sus ideas, temores, vivencias,  a través de unos líneas limpias, musicales, armónicas.

De “La vaca y el hipogrifo” (1977) nos quedamos con “La construcción”: “Levantaron la Torre de Babel/para escalar el cielo./Mas Dios no estaba allá./Estaba allí, entre ellos, ayudando a construir la torre”. En “Escondrijos de tiempo” de 1980 leemos: “Los poemas son pájaros que llegan/-no se sabe de dónde-/y se posan en el libro que lees”. Y así el poeta va culminando todos los deseos, es decir, los de mirar al horizonte y describirle, reflejar los afectos hacia el mundo circundante, vivir. Tal vez lo consiguiera en ese “Baúl de asombros” (1986) con poemas atrevidos, personales, realistas, acordes con el mundo que nos circunda: “En este mundo de prodigios/y de la magia de Dios lleno,/lo que hay más sobrenatural/son los ateos”.

Es claro el sentido del humor, la capacidad de ironía, como adelantaba Máiquez, cuando tenemos su colección de versos bajo un título memorable, o sea, “La pereza como método de trabajo” de 1987: “Su culito/dejó en la arena/la forma exacta/de un corazón”, con lo que aparecen esos síntomas de cierta travesura, de libertad adolescente, de un rostro desenfado ante lo que nos rodea y, con ello, vemos que el poeta también es un ser humano. “El porvenir ya existe-escribió Jorge Luis Borges-, pero yo soy su amigo”. Seguramente en esa razonamiento se situaron algunos de los poemas de Mario Quintana como los de “Preparativos de viaje” (1987): “…en medio de este viaje,/muchas veces me paro en los espejos/y busco en vano mi perdida imagen”, los de “El color de lo invisible” (1989) (“La luna marcha con el que se marcha/y se queda con quien se queda/y/-pacientemente-/espera a los suicidas en el fondo del pozo”).

Bueno está que la poesía que se escribe en Brasil y Portugal pueda ser re-creada, transmitida al español o castellano pues, hermanos al fin en el territorio ibérico, aquellos poetas gozan de la misma, o similar, intuición lírica y de un entrañable sentido de la realidad, donde se mezclan los sentimientos personales y los temores universales: los del dolor y la muerte, los del amor y la vida. Y en esos cauces se viene desarrollando la poesía, al menos la conocida en este libro, de Mario Quintana, efectivamente, poco conocido en nuestro país aunque considerado como de los poetas brasileños más importantes del siglo XX. Musicalidad, ritmo, energía lírica y cierto tono adolescente, aparecen en mucho de sus versos, todo lo que le configura como un creador en el cual la ternura aparece a cada paso y cuyos poemas, además de sorprendernos, nos dejan el suave regusto de una inspiración algo esforzada y distinguida, como si su profesión de poeta hubiera sido lo más importante de toda su existencia.

Ya Máiquez señalaba que en la obra de nuestro autor encontramos, al menos, ”tres poemarios de vejez y despedida”. Así lo hemos leído en algunos de los poemas anteriores y, así, sucede en el ya mencionado poemario “Velatorio sin difunto” donde aparece cierto sentimiento religioso de Mario Quintana (“…qué miedo me daba Nuestro Señor de los Pasos”), la capacidad de acercamiento a los demás, el amor (“Tú eres el material de mis versos, querida”), su pequeñez ante la grandiosidad del universo y el humano temor ante la eternidad: “La muerte es la cosa más antigua del mundo/y la hora incierta llega en punto siempre./¿Qué importa al final?/Es ahora la única sorpresa que nos queda”.

Manuel Quiroga Clérigo.

San Vicente de la Barquera, 19 de Marzo de 2019. Llueve

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