domingo, 2 de junio de 2013




Julio Llamazares y Manuel Rivas conversan sobre las relaciones entre literatura y memoria





L.M.A.



El mundo es un lugar lleno de murmullos que vienen del fondo de la eternidad; esas voces en sordina, reales o imaginarias, son las que la literatura escucha. Así lo defendieron esta tarde Manuel Rivas y Julio Llamazares en el coloquio que, moderados por el periodista Juan Cruz, mantuvieron en el Pabellón Banco Sabadell de la Feria del Libro de Madrid. Ambos novelistas conversaron sobre las relaciones existentes entre literatura y memoria, también del modo en que esas conexiones se han plasmado en sus últimas obras. 

Manuel Rivas confesó que tenía otro proyecto literario en marcha cuando comenzó a escuchar los murmullos que le impelieron a escribir Las voces bajas. En el libro, el escritor gallego no buscaba recuperar los fotogramas o viñetas de sus recuerdos infantiles, sino “la memoria sinestésica de las voces y los silencios a través de los cuales descubrió el mundo”. Rivas confesó que había intentado valerse de un lenguaje poético: “La poesía es la suprema ficción, el lenguaje en el que las cosas u personas dejan de ser bultos, el lenguaje que advierte en ellas lo que algunos pensadores han llamado una ‘virtud figurada’, que no excluye la realidad, sino que la realza y revela”. Julio Llamazares subrayó que, bajo las anécdotas que Rivas relata en su libro, subyace “en el fondo, una meditación sobre el hecho literario, sobre la materia de la literatura que son, precisamente, las voces bajas que dan título a su libro”.

También Llamazares admitió haber procurado dar a Las lágrimas de San Lorenzo un aliento poético: “La literatura es poética o no es; es más que un género, tiene que polinizar todos los géneros”. Y añadió: “La literatura es el misterio y la emoción que se consiguen a través de las palabras. Estas, normalmente cantos rodados, se transforman en piedras preciosas que significan más de lo que significan cotidianamente”.

Llamazares defendió que “la identidad es lo que recordamos y lo que olvidamos, somos nuestra memoria y nuestra desmemoria” y que la “imaginación no es más que la memoria fermentada”. Por su parte, Rivas afirmó que el escritor lucha contra la tentación que acució a los hombres que acompañaban a Ulises, la de “tomar la flor de loto, pagando el precio de olvidar sus propios nombres para poder dejar de sufrir penalidades”.


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