Julia
Sáez-Angulo
Esta obra dramática de Federico García Lorca es poesía pura, de palabra
y de drama. La casa de Bernarda Alba es el drama rural andaluz de primero del
siglo XX, que el dramaturgo granadino plasmo con lenguaje real y poético al
mismo tiempo.
Todo un prodigio de aciertos
que en la nueva versión dirigida por Irina Kouberskaya y Hugo Pérez de la Pica
vuelve a lucir con un esplendor barroco, al apoyarse en la imaginería estética
de la estatuaria. La obra se ha representado en el Teatro Español.
Drama,
convivencia y dolor puestos en pie en un escenario sobrio con la cruz y el paño
de pureza del Crucificado colgado al fondo y varios santos medio desnudos en
cuadros a la altura de una iglesia. Diez mujeres encerradas y en pie para
hablar su ansiedad por el hombre ausente por completo en aquella casa y
presente clave en la obra de Federico.
Es el exceso y el desgarramiento al estilo de la tragedia griega.
Es el exceso y el desgarramiento al estilo de la tragedia griega.
Drama
rural de altura universal, de ecos del pasado pero símbolo de otros
atenazamientos presentes. Las intérpretes son Carmen R. De la Pica como
Bernarda y Chelo Vivares como Poncia. El resto del reparto: Natalia de Azárate,
Alejandra Navarro, Matilde Juárez, Rocío Osuna, Irene Polo, Pastora Prada, M
Luisa G Budí y Enriqueta Sancho.
La
música es parte importante de esta obra, porque con ella van a moverse los
pasos de las mujeres, desde saetas o tambores para ir en procesión a un pasodoble torero o el himno
nacional (quizás algo forzado). La obra se desarrolla por tanto como un
balletto, con poses y pausas de paso de
Semana Santa.
Crueldad
y supervivencia se dan la mano en La Casa
de Bernarda Alba. El negro del luto y el blanco de las camisas y las sábanas.
Una plasticidad bien notoria.
Tanto
en Yerma como en La Casa de Bernarda, García Lorca toca temas uterinos, como si la
mujer sólo pensara en su liberación por este lado biológico. Cierto que él
representa dramas andaluces que ha conocido de cerca, pero le ha faltado un
poco de vuelos para ver a mujeres que luchaban por su superación e independencia
más allá del hombre y del matrimonio, temas que otros autores contemporáneos ya
trataban.
Volviendo
a la obra representada en el Teatro Español, sólo cabe un aplauso para la dirección,
que ha sido relativamente respetuosa con lo sagrado en estos tiempos que con
facilidad se arremete contra lo cristiano (saben aguantar y poner mejillas), no
así contra lo islámico. La cruz como apoyo y ventanal; los pasos de Semana
Santa como pasión y muerte; la música como fondo ambiguo… Quizás en algunas
cosas se veían acentos de Tavora.
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