sábado, 28 de septiembre de 2019

CARLOS AGANZO PRESENTA EN LA LIBRERÍA OLETVM DE VALLADOLID LA LECTURA DE “ISLA/PAÍS DE COLIBRÍES” DE MANUEL QUIROGA CLÉRIGO


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                 Manuel Quiroga y Carlos Aganzo

L.M.A.

            28/9/19 .- Valladolid .- No es fácil explicar aquí y ahora el estar acompañado de un compañero durante tantísimos años, desde que yo era un joven periodista y él era ya un señor de bien. Por eso quiero empezar presentándole como lo que es, quizá por encima de todas las cosas, aunque hoy esté aquí en su condición de poeta. Nos referimos a su calidad de trabajador de la cultura de una fuerza absolutamente extraordinaria: escritor, entrevistador, crítico literario, buscador de aventuras literarias por todos los lugares.

            Trato, sin más, de dar cuenta de todos los años que lleva Manuel Quiroga Clérigo dándole lustre a la cultura, apoyando a cientos y cientos de personas, trabajando para mostrar la labor de los demás, viajando por el mundo, consiguiendo que resurja la literatura donde parecía no existir y haciéndolo en los casos más variados, incluso, aunque se trate de autores que no forman parten de escuelas concretas. Él mismo se acercaba a ese universo sin centrarse en nada en particular, simplemente, buscando siempre el valor de la cultura allí donde pueda existir. Todo eso, creo, es lo que más y mejor le define y sobre lo que yo mismo he tenido el gozo y el gusto de haber compartido durante tantos años, es decir, el inmenso trabajo por los demás que es el trabajo por la cultura de todos.
            Aparte de lo citado, Manuel Quiroga, ha escrito de casi todo. El teatro es uno de los géneros, la crítica literaria es otra importante faceta, reportajes, entrevistas a personajes diversos, cuadernos de viaje, conferenciante. Pero le estamos acompañando hoy aquí, sobre todo, en su calidad de poeta.
            Es un creador que ya tiene más de una veintena de títulos publicados, con todo lo difícil que es y ha sido eso siempre, porque parece que solamente hay dificultades ahora para publicar pero el hecho es que ha sido siempre lo mismo. Y, pese a todo, él ha conseguido sacar adelante su poesía.

    La relación de sus obras publicadas es larga pero vale decir que su primer poemario editado fue “Homenaje a Neruda” de 1973 y los últimos “Poemas de la ciudad y de la vida” y la “plaquette” titulada “Praga el teatro junto al puente” de este mismo año de 2019.
            Él ha querido presentar hoy en Valladolid “Isla/País de colibríes”. De él queremos hablar señalando que es un dos por uno en doble sentido: son dos países y son dos nietas a quienes dedica ambos poemarios. Esa dualidad no es poco importante, porque los países visitados no son dos naciones cualquiera. Podemos hablar de Chile, al que ya dedicó su “Crónica de aves”, o de otros países hispanoamericanos pero estaremos de acuerdo en Cuba y México son, diríase que especialmente y sin ninguna duda, dos de los más españoles.

            Cuando uno va a esos países siente con más vivacidad el valor de lo español. Y todo eso ya da a su libro esa doble unidad de salida: el que el ejemplar esté dedicado principalmente a sus dos nietas, Claudia la primera y Martina la más reciente, donde ya se encuentra un “tú” poético, es decir que no sean sus propias experiencias sino que imprima la capacidad de mostrar esos mundos a unas terceras personas, haciéndolo además con amor, y que los versos hablen de unos lugares tan nuestros y a la vez tan diferentes, da como resultado que al final estamos en un solo libro, el cual representa en gran manera la forma que tenemos los españoles de representarla cada vez que vamos a América. Sentimos aquellas geografías con una cercanía muy amplia pero con un deslumbramiento absoluto: son países que nada tienen con vosotros pero, a la vez, somos nosotros, es como si fuéramos transportados a otro tiempo, pues el tiempo es importante también y lo vamos a ver en estos poemas.
               En ellos, efectivamente, vamos a sentir de una manera muy especial como ese tiempo frenético que vivimos en España, aunque no queramos hacer hoy referencias a la complicada situación política, parece que se detiene al llegar a estos países de habla española, donde se vive de otra manera. Así lo vamos a sentir, a comprobar, con la lectura de los intensos poemas de “Isla/País de colibríes” de Manuel Quiroga.


Re-descubrimiento de Cuba y México

            Creemos, por todo lo indicado, que se trata de un libro de re-descubrimiento de esas tierras, esas gentes y esos espacios.  Efectivamente el ejemplar se divide en dos partes. La primera, la dedicada a Cuba, que a mí me ha gustado más que la dedicada al mundo mexicano, que también me ha gustado mucho. Se titula, efectivamente, de “Isla” donde existe algo que no veo en lo mexicano, como es el aspecto de lo selvático, el de una especie de regreso a una naturaleza casi de Rousseau, una naturaleza libre. También hay que recordar que todo cuando está escrito, el autor, se lo está contando a su nieta, a una niña recién nacida. Se trata de buscar lo primitivo e irlo mostrarlo, enseñar aquello que nos parece importante como pequeñas criaturas que somos en medio de la naturaleza, lo cual tiene en Cuba una dimensión y una fuerza extraordinarias que son las que propiamente encierra la selva. México tiene una naturaleza magnífica pero la isla de Cuba posee esa especie de llamada de la selva, en cierta manera, nos une a quienes somos de tierra adentro con esa necesidad de campo, de vida natural que muchas veces no tenemos, que echamos de menos. Eso viene a significar que “Isla” es un poemario que escrito allí también está hablando de lo que tenemos aquí, al tiempo que refiere en gran parte al hombre, al ser humano, en su soledad, en su concreto sentido de la existencia.
            Y aquí podemos enlazar con una de las características fundamentales de todo cuanto escribe Quiroga, que es el tema social, por ponerle un nombre que todos podamos entender, es decir, la preocupación por el otro, algo que está presente en gran parte de sus obras poéticas. Buscar al otro en Cuba viene a suponer algo relativamente sencillo, y hallarle en el espacio de su propia miseria, conocerle en ese espacio de su soledad, es un modo de mostrar su particular realidad. No sólo es un ser humano viviendo en medio de la incomprensión sino que es autor que presenta, además, a ese ser humano en su enorme y tremenda dignidad. Se trata, efectivamente, del hombre, de la persona, alguien casi primitivo, que es a quien nos presenta aquí el poeta y que brinda, que muestra, a su nieta para que pueda conocerle en su espacio real, aunque también es alguien con sus propios valores y su concreta situación, lo cual convierte a esas páginas en unas de las más emocionantes del libro. Aparece aquí ese poeta social y rebelde que siempre ha sido Manuel Quiroga Clérigo.
            Pero, como digo, la fuerza de este libro no está en las descripciones ni está en su filosofía sino, más bien, se halla en la fuerza del amor que es lo que a él le mueve a escribir sus versos, en este y en otros casos, el poder comunicar o mostrar lo que está viendo, lo que está viviendo, para que los demás, los otros, puedan conocerlo. Todo ello permite que el poeta, que muchas veces vive ensimismado o encerrado en un mundo que no comparte, vea que no es fácil compartirlo. A veces se acusa al poeta de vivir en una torre de marfil, sin embargo en este caso al querer mostrárselo a una tercera persona, encontramos una poesía de una enorme capacidad para la comunicación. Y eso es algo que, en general, el lector agradece, y lo agradece mucho. Nosotros somos también, en gran manera, esa nieta, esa persona. Recibimos los poemas de este libro como si estuviera escrito directamente para nosotros, lo cual es muy importante.
                También se encuentra en “Isla” una especial búsqueda de la felicidad. Leemos en el libro un interesante verso que dice “La única victoria son los hombres felices”. En otra ocasión leemos “En La Habana todo nos deslumbra,/ nos habla de un pasado de nieblas,/ de un futuro de soles”. Es como si estuviéramos asistiendo al nacimiento de una utopía.             Aparece alguna similitud con esos libros del Siglo XVIII donde regresa esa naturaleza domesticada, se nos habla de esa utopía tan estudiada del hombre en medio de la naturaleza. Pero si el poemario parece delicioso por todo lo indicado, al mismo tiempo que por la propia forma lírica, ya su idea de hablar del ser humano también es algo importante a la hora de comentar el carácter o el valor de la poesía del autor. Quizás son los alejandrinos y los endecasílabos lo que más destaca como corresponde a un poeta que escribe en español con estas métricas. Parece que ese tipo de versos nos tienen marcados. Es este caso, además, no va a ser un son cubano ni una nueva trova, pero si vamos a ver, en cierto modo, esa gran musicalidad del castellano que también los cubanos la llevan, la practican, con una gran dulzura y una enorme belleza. Eso, que es común en toda su poesía además viene a dar unidad a estos dos poemarios. Ambos tienen una sonoridad, un timbre, que es propio del autor pero que aquí se encuentran endulzados también con las voces de América, como ocurre asimismo con nuestra música, la cual llega a los países americanos de habla hispana y, en ellos, se transforma, crece y se convierte en algo con distinta armonía.
            El segundo poemario que contiene este volumen es “País de colibríes”, que así denomina el autor a México. Comienza casi de la misma manera que al anterior, pues en “Isla” el primer verso dice “Hacia el fondo amanece débilmente en silencio” y en este segundo poemario el inicio se emparenta también con un amanecer, este caso un amanecer musical, el poema titulado “Bach y las nubes”, y un cielo que se abre, con una profunda esperanza. Es gratísimo encontrar en esta época de desosiego, ¿cuál es la palabra mágica ahora: incertidumbre?, bueno de incertidumbre, esa ilusión, esa alegría, esas nubes que se deslizan y nos permiten ver en el entorno el sol que hay detrás de las nubes, que muchas veces no podemos o no sabemos ver. Aquí lo vemos claramente, lo vemos y lo sentimos. Otra metáfora importante, que ya aparece en otros libros, es la del tren, la del viaje, el propio viaje como un claro motivo de inspiración. Estamos ante un autor viajero, pero el suyo no es simplemente un viaje turístico. El viaje es, precisamente, lo contrario al turismo. Todos nos movemos pero no viajamos, nos desplazamos pero no viajamos. No viajamos, porque no aprendemos, no compartimos, no sentimos, no vivimos. Y, sin embargo, nos movemos más que nunca. Somos capaces de visitar cuarenta países y no haber visto nada en ninguno de esos países. En la tradición de la poesía de Manuel Quiroga también estén esos trenes y esos viajes. Pero en este caso se trata de viajes que se ejercitan como el mejor método de aprendizaje.  Estaríamos ante ese viaje del que hablaba Pessoa que puede consistir en perder países o, aquí, ganar países. Y en ese caso ya se trata de ganar países, acumular dos países tan hermosos como Cuba y México, una isla y un inmenso territorio.
            “País de colibríes” está dedicado, principalmente, a su segunda nieta, Martina, con la amable carga de los afectos que engrosa todo el libro y que pesa sobre todas las cosas, y en él aparece un recorrido de muy interesantes aristas. Yo creo que está todo resumido en los versos que pasaré a leer al final con el permiso del autor, los cuales concluyen en una frase, porque también es importante el hablar de este libro que fue escrito tras un cúmulo de otras obras, otros géneros y distintos trabajos, el poder preguntarnos ¿qué es lo importante de todo esto, que queda tras lo escrito por el autor?.. Hay quienes entienden que el viaje es lo más interesante. Efectivamente, en el viaje a Ítaca, lo más importante, es el viaje. Pero la enseñanza que nos dejan estos dos poemarios, contenidos en un solo libro, algo diferente pues lo importante no es el viaje sino el regreso, el volver para estar con los tuyos, no a ver si está Penélope, o se ha muerto o si nos ha traicionado o no. La sorpresa del viaje tras vivir la aventura consiste en seguir viviendo para regresar, regresar y compartir. Creo que esta es una enseñanza que nos deja el libro, como una frase que hemos elegido del mismo: “Tan sólo nos importa el abrazo”.
El resumen aludido se encuentra en los versos del poema que dice así:

HACIA VOSOTRAS
                                        Para Martina y Claudia
“Vamos hacia vosotras, a la nube,
al límite del viento y el otoño.
Cruzaremos los mares, sus orillas,
el verdor de las islas, los silencios.
Atrás quedan museos, lagos, aves;
edificios llegando a las estrellas.
Ya hemos contemplado bosques, lunas,
las grandes avenidas, sauces, ríos;
los trenes recorriendo las laderas,
ardillas escalando jacarandas,
codornices volando hacia las fuentes,
los aviones rozando rascacielos.
Siempre estabais presentes en las tardes,
en tantas madrugadas, los domingos;
recordadas en torres y teatros,     
reflejadas en lluvias y horizontes.
Vamos hacia vosotras, a la vida,
a los espacios libres de naufragios,
al lugar en que habitan las gaviotas,
a esos territorios de rosales
habitados por brisas florecientes.
Lo demás queda ahora lejos, lejos;
tan sólo nos importa el abrazo”.
                                                            Carlos Aganzo,
                                                            Valladolid, 19 de Septiembre de 2019.

GUADALUPE LUCEÑO: EXPOSICIÓN "NO PAST - NO IDENTITY" EN COLLADO VILLALBA


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Guadalupe Luceño
Exposición itinerante
Sala Julián Redondo
Casa de la Cultura de Collado Villalba
2-30 de octubre de 2019
Inauguración 2 de octubre, 19 h
         28.09.19 .- Madrid.- La Sala Julián Redondo acoge esta serie digital basada en fotografías tomadas en dos viajes que la artista realizó a Siria 2003 y 2007. Aunque el punto de partida del proceso creativo es una fotografía, no se trata de una muestra fotográfica, sino digital, en la que se manipulan las imágenes que evocan el rastro dejado por la guerra en los espacio urbanos, naturales, en el legado arqueológico y cultural de Siria.
La serie inició su andadura a finales de 2018 en el Espacio Ronda de Madrid, paso a principios de 2019 por la Casa de la Cultura de Navacerrada y se expuso en junio en la Sala Maruja Mallo de Las Rozas.
Desde 2017 centenares de miles de sirios están regresando a sus hogares. Empieza la lenta y costosa reconstrucción de ciudades, infraestructuras y lo que se pueda del rico legado cultural y arqueológico de un país extraordinario, destruido a consecuencia de una guerra terrorista impuesta a un pueblo que ha demostrado tener una capacidad de resistencia y sufrimiento inaudita. La serie No past - No Identity pretende proyectar ese sufrimiento y la devastación del país sin recrearse en lo escabroso, sino permitiendo que emerja a la vista del espectador la belleza que fue, persiste y volverá a brillar en todo su esplendor.
A lo largo de su trayectoria artística Guadalupe Luceño ha explorado diversas técnicas, como el óleo s/tabla o lienzo, técnica mixta s/papel y lienzo, técnicas digitales, incluido el grabado digital con fotopolímeros, y pintura s/metacrilato.
Con una veintena de exposiciones individuales y numerosos proyectos colectivos, ha expuesto en Alemania, China, Croacia, España, EE.UU., Italia, Polonia, Portugal, Siria y Turquía. Ha sido invitada a participar en la I Bienal de Esmirna (Turquía, 2011) y seleccionada para la V Bienal de Beijing (BIAB, 2012). A lo largo de 2019 ha sido finalista del Premio Sarmiento (La Seca), la Bienal San Lucas de Arte Contemporáneo (Plasencia), el Certamen Internacional de Arte Abstracto Mario Saslovsky (Madrid) y el XX Premio de Grabado de San Lorenzo del Escorial.
Sus obras están en numerosas colecciones particulares, Biblioteca Nacional de España, Colección Antiqvaria, Colección Toledo & Asociados, EFAK (Academia Europea de las Mujeres en las Artes, Berlín) y La Nacional (Nueva York).
Inauguración 2 de octubre - 19 h
Sala Julián Redondo - CASA DE LA CULTURA
Avda. Juan Carlos I, 12
28400 Collado Villalba
LU-VI 9:30-14/16:30-20 h

© Guadalupe Luceño

Guadalupe Luceño, artista visual


viernes, 27 de septiembre de 2019

Mónika Rabassa habla del escultor Manuel Marín, desde su casa/estudio en Alhaurín de la Torre (Málaga)



 Manuel Marín, escultor (2006)
Escultura de Manuel Marín (Colección Saslovsky)
Mónica Rabassa ante esculturas de pequeño formato de Manuel Marín


Julia Sáez-Angulo

            27/9/19 .- Madrid .- Guarda con celo las obras de su marido el escultor Manuel Marín en su casa/estudio de Alhaurín de la Torre (Málaga), donde vivieron 30 años, entre soberbios pinos, naranjos, macetas, arriates floridos y un laurel. Las grandes esculturas del artista se distribuyen al aire libre poniendo movimiento, gracia y color al viento y la brisa, dando cuenta de su gran ligereza; la más grande junto a la entrada del estudio; al final de la escalera que asciende la ladera de la montaña aparece otra gran escultura con alusiones figurativas a un toro.  “Los días de más viento, es impresionante ver girar la gran escultura de Manuel que tiene un mecanismo específico para poder hacerlo”, explica la viuda, Mónika Rabassa.
          Algunas de las esculturas tienen vagas referencias a animales. "Esta que alude a un perro, la hizo Manuel para mí, cuando perdí a uno de mis perros más queridos, con la intención de consolarme", cuenta su viuda.
            Dentro de la casa las hay esculturas más pequeñas y hasta diminutas, junto a pinturas de Warhol, Miró y otros autores que Manuel coleccionó en vida. Mónika custodia este valioso legado y de vez en cuando cede algunas piezas a los coleccionistas que se interesan por ellas. Tres perros, Nala, Lenon y Chocolate la acompañan y protegen, amén una veintena de gatos –animales profilácticos donde los haya- que campan a sus anchas hasta las nueve de la noche en que Mónika les sirve la gran comida del día; si aluna vez se retrasa, la reclaman con un buen concierto de maullidos.

            Mónika Rabassa (Santo Domingo, República Dominicana, 1956) desciende de familia sefardita con familia griega, afincada en la isla caribeña desde los años del presidente Rafael Leonidas Trujillo. Cuando ella tenía ocho años, sus padres se trasladaron a vivir a Nueva York, ciudad en la que conoció a Manuel Marín cuando ambos compraban fruta en una tienda. El hecho de hablar español los unió con facilidad. “Manuel tenía muy buen carácter, siempre estaba de buen humor y dispuesto a la risa”, declara Mónika, quién también cuenta la gran nostalgia del escultor por regresar a España, por lo que acabaron en su país a mediados de los años 80. Vivieron juntos y se casaron en 1990, cuando ella esperaba su primera hija.
            Manuel Marín Fernandez (Cieza, Murcia, 1942 –Alhaurín de la Torre, Málaga, 2007), viajó a Inglaterra muy joven y, con 17 años, comenzó a trabajar en el taller de Henry Moore. Más adelante, en 1964, se traslado a los Estados Unidos, donde trabajó como restaurador de arte y comenzó a construir sus esculturas, siguiendo el lenguaje de Alexander Calder y Joan Miró. Su relación con los artistas americanos de su tiempo como Andy Warhol, Basquiat y tantos otros le proporcionó un buen mercado en de sus piezas en los Estados Unidos, algunas de ellas se subastaron con buenos resultados en Sothebys o Bonhans. “Manuel mantuvo una cierta relación con Henry Kissinger y los Kennedy, que le compró varias esculturas y yo con Liza Minelli, desde que nos conocimos en un evento. Fueron muchos años”, comenta Mónika.
            Emprendedor y reinventor de sí mismo, Manuel Marín abrió una galería de arte indio, la American Indian Art Gallery, porque así se lo pidió Andy Warhol, buen aficionado a este arte. “Nosotros lo visitábamos con frecuencia en su establecimiento de La Fábrica”, cuenta Mónika.

            En Málaga situó esculturas móviles al aire libre en el aeropuerto y en el pueblo Alhaurín de la Torre donde se le reconoce y mima su memoria; allí se le hizo un notable exposición retrospectiva, Además sus obras móviles figuran de en numerosos jardines privados que se ornan con ellas en toda España. El empresario Mario Saslovsky ha sido el más reciente comprador de una de sus esculturas móviles de interior.

            Un cáncer de colon acabó con la vida del escultor Manuel Marín a los 63 años. Mónica Rabassa eligió permanecer en España tras su fallecimiento, aunque sus hijos residan fuera del país. “Aquí están las obras de Manuel y yo las tengo que situar en colecciones privadas de interés y lugares públicos adecuados”, explica. “Son todas obras únicas; Manuel no trabajó nunca con múltiples. “Todas las piezas están unidas con remaches y no con soldadura, porque resultan más estéticas”, concluye Mónika.
        Manuel Marín recibió este año la Medalla de Oro Mayte Spínola a título póstumo.

 Más información

 Monika Rabassa junto a Mercedes Ballesteros y Julia Sáez-Angulo

"Toro", por Manuel Marín
"El perro" de Manuel Marín