Querido Alfonso,

espero que estés muy bien de salud. Yo a principios de julio pude volver a España después de un «largo exilio» de 4 meses en Austria. Se cerraron las fronteras cuando estaba allí y por tanto no pude volver antes… Pero de nuevo instalado aquí, empecé el libro que me enviaste hace tiempo y tenía pendiente leer. Ya que el libro se encontraba aquí, y yo me encontraba allá…

Con un retraso causado por el «cosmopolita azar vírico», puedo decirte ya, que me ha gustado mucho tu artículo Pablo Palazuelo: la oración silenciosa que se encuentra en el libro Palazuelo caligrafías musicales. Como ya te he dicho alguna vez (por ejemplo al escribirte sobre tu libro calma, silencio, trabajo en paz), tu aproximación historiográfica que parte de modestos y sencillos detalles, del día a día del artista y no el idealismo propio de la historiografía oficial, es una metodología que encuentro muy noble y la única que se puede acercar a la verdad. Por ejemplo, cuando hablas del estudio de Palazuelo «en un apartado lugar en el que, al fin, era posible trabajar en paz» ,  o señalas su primera temprana crítica a su obra o su primera entrevista, como las mismas sensaciones humanas del artista «sometido a un aislamiento tan feroz», etc. Esta forma tan bella, modesta y humana de retratar a un artista (al final y al cabo, una persona común, como cualquier otra), se aparta de los románticos y tradicionales modelos de biografías heroicas y rimbombantes. Que en el fondo, sólo sirven para potenciar un superficial y siniestro glamour, propio de las pasarelas de los famosos, al estilo de Hollywood. Escribir sobre los artistas en carne y hueso, no como titanes de piedra y acero (no por casualidad el nombre de Stalin, significa en ruso acero), es el mejor y más fiel retrato que nuestras limitadas herramientas nos pueden permitir. Nadie puede poseer un divino saber universal, omnipotente y omniconsciente. Muy bien escribes sobre el «saber propio» de Palazuelo, en este bello pasaje: «ahora, en Saint-Jacques, podrá escribir sin cesar: borradores de pensamientos o poemas, citas a otros artistas, pequeños dibujos o diagramas, baile de los versos, una suerte de cuaderno de bitácora de ese tiempo, muestra tanto de la variedad de sus lecturas y gran conocimiento, como de una singular forma de abordar éste tal una tarea concienzuda, un verdadero ejemplo de la construcción de un saber propio y complejo encarando una labor no tan sólo de pasiva lectura, antes bien un quehacer de recopilación de publicaciones originales, fragmentos ejemplares, textos olvidados, muchos de ellos inalcanzables en la formación de otros artistas que habían quedado varados en la España de la época, en aquel tiempo de cardo y ceniza.»

Tu hipótesis: «¿Pudo encontrarse Palazuelo con John Cage en París? No es descartable, y es una atractiva tesis para este escrito» es de lo más interesantes y estimulante. Justo en mi «»cautivador» cautiverio exilio», leí 2 libros escritos por John Cage, y estaría encantado ahora de señalar puntos en común entre ambos artistas y sus obras. Pero estos libros los tengo en Austria… Es lo que tiene la doble residencia y siempre ir viajando con maleta ligera… Tendré que juntar los libros, al estilo de tu hipótesis… Cuando tenga la ocasión, volveré al análisis comparativo. La relación entre ambos artistas es muy interesante porque mientras hay mucha musicalidad en la obra de Palazuelo, también hay mucha «visualidad» en la obra de Cage. En eso se complementan muy bien. Citas: «Si oyes con la vista y ves con el oído, estás en el camino cierto «dice un maestro zen.»» Queda esto reflejado en la bella obra de Palazuelo en la que realiza grafías sobre pentagramas, convirtiendo el pentagrama en algo totalmente visual alejado de su funcionalidad musical. Por el contrario Cage (practicador del zen) tiene algunas partituras creadas, por ejemplo a partir de las arrugas del papel que son «transformadas en signos para una partitura funcional a ser interpretada por un músico». También creó/compuso una partitura muy visual llamada Ryoanji, a partir de la ordenación de las piedras de un jardín al estilo japonés en Kyoto. Esa es la interdisciplinaridad tan interesante y actual que en tu artículo tratas a partir de la gran influencia de Paul Klee (no por casualidad artista tan relacionado con la música) en la obra de Palazuelo (tan tratado musicalmente por el compositor Sánchez-Verdú). Quien en un enfoque más filosófico, que clasificatorio-disciplinario, nos indica que el cruzamiento está en muchos lugares, cito a Palazuelo:  «existen en el pensamiento distintas regiones, incógnitos y reveladores reinos intermedios, donde hay otras leyes, para las cuales correspondería encontrar nuevos símbolos para llegar a eso que Klee llamaba el espacio cósmico.»

Y citaré para mí una de las mejores partes del artículo, donde en la visión que tienes de Palazuelo se cruzan sin distinguirse lo musical y lo visual: «Elogio del ritmo que ausculta el palazuelino reino oscuro de las vibraciones, la agitación espectral.  Reflexiones pitagóricas y de la cábala anotadas, pareciere casi plegarias, en torno a la importancia de la mística figura del “Tetractycs”: contenedor de las formas, fuente inagotable de la unidad, raíz de la creación que fluye, símbolo de la unidad y de la pura armonía: “harmonie pure- Ensemble des quatre nombres dont les rapports représentent les accords musicaux essentiels (chant des sirènes) (traduction Jamblique)”.  Visión de las proporciones y de los números, del orden al cabo, como destilado de la armonía secreta del universo. Ritmo como esencia de una substancia inmutable que al artista tocaba representar y, tras el elogio de las formas comparadas en los acordes musicales esenciales, no son extraños los tempranos versos compuestos por Palazuelo en su torre de Saint-Jacques, sugeridores de la euritmia, de la repetición más también del sonido que ha cesado, al cabo de la intensidad de un silencio que nos hace pensar en Cage, quizás el desconocido músico a quien Palazuelo encontró con Kelly en París en el bullicio universitario de 1949.» Ese París en el que John Cage iba de viaje para encontrarse con Pierre Boulez, en donde también residía Ellsworth Kelly (amigo tanto de Cage como Palazuelo), quien podría haber sido el intermediario, como explicas en tu artículo.

La separación de las disciplinas y academias en campos aislados que sigue imperando en la actualidad (la Bauhaus donde enseñaba Paul Klee y otros, fue un intento para acabar en algunos aspectos con esto), me hace destacar tu sorprendente enfoque musical. No suele parecerse a los que se encuentran en los conservatorios o academias de música (ya que tu aproximación es desde el campo más literario y de las artes visuales, cruzando disciplinas). La musicología tradicional a veces se aproxima al arte, sin «cuidar las maneras de su aproximación». Ya que parten de metodologías pedantes de carácter científico, y al final en vez de aproximarse al arte, desde el arte, lo hacen como si diseccionaran una rana… No hay que olvidar la famosa frase de Oscar Wilde, que el crítico de arte, es también artista!

Concluyo así esta lectura mía de Pablo Palazuelo: la oración silenciosa después de un largo viaje en su búsqueda, en los que interaccionan tanto las artes, como los grandes artistas.

Fuertes abrazos,
Joan Gómez Alemany

26-07-2020