viernes, 29 de julio de 2022

CRÓNICAS ESCURIALENSES III. Emilio Porta: Un lugar donde llueven las estrellas en verano

Monasterio de San Lorenzo de El Escorial

Emilio Porta, escritor


Fotos: Mercedes Marcos


29.07.2022.- El Escorial 

Emilio Porta, escritor. y vicesecretario de la Asociación de Escritores y Artistas Españoles, AEAE.


El Escorial es uno en la mente y el corazón de muchos de nosotros. Una pequeña y, eso sí, épica cuesta, no debería separar San Lorenzo y el pueblo en su base, donde, precisamente, se ubica la estación de ferrocarril que, es de ambos lugares. Además, como dice el Tao, lo que está arriba está abajo y lo que está abajo está arriba. Cielo y tierra forman una unidad consustancial. Dicho esto, no voy a hablar a nivel personal de El Escorial, ni de mis maravillosos recuerdos de este lugar único en el mundo que tiene, además, rincones que a los escritores nos hacen soñar y a mí, particularmente, volar con la memoria y la imaginación. El Escorial, con San Lorenzo y estribaciones, es Historia y cultura. Por eso creo que lo mejor que puedo hacer es añadir a estas líneas un relato, que empecé a escribir en una de las mesas de la cafetería del Hotel Miranda-Suizo, hace años, y que creo que añade un valor literario a cualquier cosa que pueda decir. Relato, además, en riguroso estreno, pues no está incluido en mi reciente libro de narración breve, Banderas rotas, y muy en relación con lo que han venido comentando algunos compañeros y amigas sobre ese símbolo universal, de inmensa belleza en su grandiosa austeridad por otra parte, que es el monasterio.


Hágase 

Creía en la magia y en los augures y tenía un concepto sobrenatural de la vida. Desde pequeño, había admirado a su padre, el emperador Carlos, y su ascetismo. Pero él sentía que, además, tenía que engrandecer y exaltar lo divino más allá de la obra de su progenitor. Pronto empezó a buscar y adquirir obras pictóricas con motivos religiosos: encargos y compras de cuadros a los más afamados artistas de la época. Pero soñaba con la gran obra de la que todos pudieran decir "la ha dejado Felipe a la posteridad". Habló con sus súbditos, buscó efemérides... y encontró en San Lorenzo -el santo patronímico del día en que tuvo lugar la batalla de San Quintín, el motivo ideal. La parrilla en la que, según la tradición, el santo había sido literalmente abrasado por los enemigos la Fe, suponía el sufrimiento llevado al éxtasis. Tenía que crear, pues, una obra gigantesca, una inmensa parrilla de piedra bajo el cielo, y ponerla bajo su advocación. Y debía levantarla en un lugar mágico, un enclave donde el universo estuviera al alcance de su mano y bajo la mirada de Dios. 


- Juan, ese lugar donde se arrojan las escorias de las herrerías de la Corte… 

- El escorial, Señor... 

- Sí, eso, El Escorial... acostumbraos a darle nombre propio... será el lugar elegido para levantar un gran monasterio. 

- Es un lugar pequeño, ínfimo, perdido en la sierra más cercana a Madrid... 

- Sí pero allí, sobre la bóveda celeste, aparecen señales divinas. En los días de verano dicen que llueven estrellas, que son mensajes de Dios. Es un lugar pequeño, pero en él erigiremos el monumento más grande que nunca se haya construido a la Fe. 

- ¿Qué pretendéis, señor? 

- Deseo alzar el mayor monasterio del orbe. Un lugar lleno de paz y sabiduría, donde las oraciones y los cantos de los monjes protejan del maligno a todo nuestro reino. 

- Llevará tiempo, Señor. Es un lugar de difícil acceso. 

- El tiempo se gana con el esfuerzo, Juan. Lo importante es tener la idea clara. Y yo la tengo. Será una parrilla invertida. Una parrilla de pizarra y piedra traída de las cercanas canteras de granito. Y esa parrilla será fría. Y dura. Como lo es nuestro Imperio para con los infieles, para los que no aceptan la palabra de Cristo. 

- Necesitaremos mucha mano de obra. 

- La tendréis. No con prisioneros, no lo quiere Dios. Será con obreros pagados y que amen la gloria y el poder del Creador. 

- Está bien, majestad. En unas semanas estarán listos los planos. 

- No hace falta nada complejo, todo será recto, geométrico, sin fisuras. Con la constancia de nuestra obra de evangelización, con la solidez y firmeza de nuestro reinado. Yo mismo vigilaré las obras día a día. Os daré fuerza con mis rezos y veremos cómo se va levantando todo poco a poco. Pero hacedlo con energía y rapidez, Toledo. 


Juan Bautista de Toledo se quedó callado y absorto. Sabía que el monasterio de San Lorenzo del Escorial podría ser la mayor obra de su vida. Pero también que no quedaría asociada a su nombre, sino al del poderoso monarca que la decidió: Felipe II, el rey silencioso y taciturno que doblegaba voluntades con solo mirar. El poderoso monarca que solo temía a Dios y ahora lo quería sobre los tejados de un lugar sagrado levantado por él. Cuentan que el arquitecto real estuvo sin dormir durante varios días y sus correspondientes noches. Y que, antes de lo previsto, extendió los planos sobre la gran mesa de mármol del salón del trono de Felipe II. Éste los examinó en silencio. Y, con la gravedad acostumbrada, dijo: 

- Hágase. 

Era el 20 de abril de 1562 y un año más tarde se inició la construcción. Juan Bautista de Toledo no la vio nunca finalizada, pues murió a los cuatro años de comenzar las obras, que quedaron bajo la dirección y las aportaciones de Juan de Herrera. Pero Felipe II, sí. 

- Está ahí porque Dios lo quiso. Como ocurre con toda la Creación... Reverendo padre, iniciad la Santa Misa, los oficios de inauguración. 

Transcurría el 4 de octubre de 1584. Algo más de veinte años separaron la realidad del sueño. En realidad, muy poco tiempo desde la Eternidad, para, desde entonces, acercarla a la Tierra.  

Emilio Porta


Montañas escurialenses llamadas las Machotas, entre niebla

3 comentarios:

Julia Saez Angulo y Dolores Gallardo dijo...

Bonito. Estuve hace poco ahí, en El Escorial con Louis Bourne, Jesús Ferrero e Irene, rememorando creación literaria de París, USA y España.
Gracias.

Antonio Domínguez Rey

Enrique Gracia Trinidad dijo...

¡Qué bien! Bravo por mis amigos Emilio, Julia, Dolores...
También existe la leyenda de que en aquella zona se encontraba una de las puertas para acceder a los infiernos, así que durante la construcción hubo sus más y sus menos con apariciones siniestras y ruidos infernales que tuvieron que ser conjuradas por los clérigos especializados. Claro que eso se dice de otros muchos lugares. Hoy es el lugar emblemático que decís en el que muchos hemos pasado espléndidos ratos. Recuerdo los encuentros en la Casa San José, a medio camino de la cuesta, donde hicimos unos talleres de poesía y voz, Ana Rosetti y yo, junto con la actriz Ruth Gabriel, Óscar Martín Centeno y Soledad Serrano.

Anónimo dijo...

El tiempo se gana con el esfuerzo. Gran arquitecto de palabras Emilio Porta. Salud, el Alejandre