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sábado, 24 de noviembre de 2018

Sergio Vallejo Fernández-Cela: “¿Es Turquía asiática o europea?”, conferencia en Tertumed


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Bósforo


 L.M..A.


25/11/18 .- MADRID .- 

¿Es Turquía asiática o europea?, fue el tema de la conferencia del periodista  Sergio Vallejo Fernández-Cela, en Tertumed, la tertulia que dirige el historiador Víctor Morales Lezcano. 

El planteamiento no es un tema meramente académico. Está sobre la mesa en instituciones europeas, y además es objeto de discusión en diversos ámbitos políticos, culturales y políticos. Y también en la propia Turquía. La cuestión es: ¿la posición geográfica y estratégica del país es un obstáculo en su aspiración a formar parte de la Unión Europea? Si hay algún país que puede definirse como euroasiático, ese es precisamente Turquía.

El libro que nos ocupa, "El imperio otomano y la República de Turquía: percepciones hispanas y relaciones ruso-turcas", trata de mostrar el impacto del Imperio Otomano en el sistema de relaciones internacionales europeo. La obra consta de cuatro artículos independientes, cuyo hilo conductor es la presencia otomana, y posteriormente Turquía, en el espacio europeo.
Ya desde desde principios del siglo XX, la decadencia del Imperio Otomano fue objeto de interés político, literario diplomático y militar por parte española. 

.El primer capítulo," La caída del Imperio Otomano y la fundación de la República turca: una visión española", indaga en las percepciones españolas de la decadencia del Imperio Otomano y el nacimiento de la República Turca en 1923. A pesar de la literatura del Siglo de Oro, no existió en España un Orientalismo (estudio de culturas asiáticas , musulmanas o no) equivalente al de otros países europeos. Aquí el interés se centró en el norte de África, especialmente en Marruecos.

En el artículo se exponen las opiniones de políticos, intelectuales y escritores como Juan Donoso Cortés, Emilio Castelar, Vicente  Blasco Ibáñez o Ramiro de Maeztu. Se recoge la visión de la prensa de la guerra greco-turca, el movimiento de liberación nacional en Anatolia y el ascenso de Kemal Atatürk (entonces Mustafá Kemal) A este respecto, destaca la opinión de Francesc Cambó. El político catalán supo vislumbrar, tras un viaje a Turquía en 1923, los cambios políticos, sociales y culturales que trajo la proclamación de la República turca en octubre de dicho año. El final del capítulo nos ofrece los comentarios, algunos no exentos de sarcasmo, de los impactos de las reformas del nuevo Estado sobre la sociedad.

El segundo capítulo "Minorías étnicas y problemas internacionales en los Balcanes otomanos: la cuestión de Macedonia", está dedicado a los problemas que surgieron en este territorio otomano del sureste de Europa a partir del siglo XIX: el despertar del nacionalismo en los pueblos balcánicos y la progresiva intervención de las potencias europeas en los asuntos internos otomanos para debilitar al Imperio. Con respecto a los Balcanes, se apoyó a los nacionalistas balcánicos con el objetivo de crear nuevos Estados independientes.

La presencia turco-otomana en los Balcanes se remonta a mediados del siglo XIV, con el asentamiento de los ejércitos otomanos en Tracia, cerca de Constantinopla,durante su enfrentamiento con el Imperio Bizantino. El resultado de esta presencia fue una sólida huella a lo largo de más de quinientos años: poblaciones islamizadas mezcladas con elementos étnicos turcos, costumbres, monumentos y algunas palabras de origen túrquico en las lenguas balcánicas.

A lo largo de su existencia, el Imperio otomano consiguió un equilibrio entre las comunidades (llamadas millets)  balcánicas, ya fueran musulmanas o cristianas, favoreciendo o perjudicando los intereses de unas y otras. Aunque los Gobiernos otomanos también practicaron, sobre todo desde el siglo XIX, una política de represión directa cuando lo consideraron necesario. Mediante el traslado de poblaciones, por ejemplo.

Tras el Congreso de Berlín de 1878, las principal les potencias europeas llevaron a cabo una política de modificación territorial de los Balcanes. Alemania, Francia, Gran Bretaña,Rusia y el Imperio Austro-Húngaro intervinieron directamente en la región. Con una fuertemente rivalidad las dos últimas. El punto culminante fueron las Guerras Balcánica de 1912-1913 y el estallido de la Primera Guerra Mundial. La última parte del libro se refiere a la situación de las poblaciones de origen turco en los países balcánicos tras el Tratado de Lausana (1923)
Los turcos apenas obtuvieron reconocimiento como minoría étnica, como estipulaba el tratado. Fue a fines del siglo XIX cuando Macedonia  (surgida después de la desintegración de Yugoslavia) y Bulgaria reconocieron derechos políticos,sociales y culturales a sus ciudadanos de origen turco.

El tercer capítulo, "El Gobierno de los Jóvenes turcos: nacionalismo y orígenes de la República turca (1908-1918)". El Gobierno de los Jóvenes Turcos, como eran conocidos los miembros de Comité de Unión y Progreso (CUP), supuso el último intento de frenar la descomposición del Imperio otomano mediante una serie de amplias reformas políticas económicas y sociales. Los Jóvenes Turcos tomaron el poder en 1908 tras derrocar al Gobierno autocrático del sultán Abdülhamd II. Desde el primer momento este grupo de intelectuales, funcionarios y militares se dispuso a modernizar el Estado otomano para evitar su descomposición. Uno de sus objetivos fue poner en marcha un estado constitucional como marco para una federación delos pueblos integrantes del Imperio. Pero con la pérdida de los territorios del sudeste europeo tras las Guerras Balcánicas (1913-1913), ya era tarde para la creación de un Estado plurinacional. Además, ante el inicio de la rebeliones árabes en Oriente Próximo, se inició el proceso de turquización del Estado otomano. Pese a todo, los Jóvenes Turcos continuaron el proceso de reformas: organizaron elecciones legislativas, ampliaron los derechos políticos y sociales de los ciudadanos.avanzaron en la laicización del Estado al sustituir la Sharia por un código civil y dictaron las primeras medidas de emancipación de las mujeres. También pusieron los resortes para reducir la deuda y la dependencia económica externa del Imperio otomana de las potencias europeas.

A pesar de la interrupción de las reformas por la derrota en la Primera Guerra Mundial, el Gobierno de los Jóvenes Turcos sentó las bases para la creación del nuevo Estado con el nacimiento de República de Turquía. Entre aquellos miembros del Comité de Unión y Progreso estaba el propio Mustafá Kemal, futuro Kemal Atatürk.

El cuarto y último capítulo, se titula "Las relaciones entre Turquía y la Rusia soviética y la cuestión de los estrechos del Bösforo y Dardanelos: antecedentes y repercusiones en la prensa española (1920-1926)"

El control de la navegación por las aguas de los estrechos del Bösforo y Dardanelos, vía marítima que comunica el Mar negro y el Mediterráneo, fue una de las claves del enfrentamiento entre el Imperio otomano y el imperio ruso. Tras la toma de Constantinopla en 1453, y el reconocimiento de la soberanía otomana por parte del khanato tártaro de Crimea en 1475, los otomanos llegaron a la orilla norte del Mar Negro. De este modo la Sublime Puerta (como se conocía en la jerga diplomática al Gobierno otomano), pudo controlar una de las vías de comunicación que, desde la Antigüedad, habían puesto en contacto el mundo mediterráneo y las estepas euroasiáticas. Por otra parte, el Imperio de los zares, sobre todo desde fines del siglo XVII, con la consolidación de la dinastía de los Románov, comenzó su expansión territorial hacia el sur. A partír de entonces, el conflicto entre los dos imperios fue inevitable. 

En 1783, con Catalina II, Rusia se anexionó la península de Crimea en 1783. Por otra parte, con el Tratado de Kütcük-Kainardj de 1774, Rusia conseguía territorios, la libre navegación de mercantes por el Mar Negro y otras concesiones. Además, y no menos importante, el Estado zarista logró de la Sublime  Puerta la protección de los cristianos ortodoxos en el Imperio Otomano. 

A partir del siglo XIX, y hasta la Primera Guerra Mundial, el Imperio ruso no dejó de injerirse en los asuntos internos del Imperio otomano, en uno de los episodios de lo que se conoce como Cuestión de Oriente.

Tras la Primera Guerra Mundial, se produjo un acontecimiento clave que convulsionó la política internacional y las propias relaciones turco-rusas: la Revolución Rusa. Los antiguos enemigos pasaban a ser aliados frente las potencias europeas y occidentales. En marzo de 1921 se firmó el Tratado de amistad turco-soviético, con el que el nuevo Gobierno turco coseguìa el reconocimiento internacional y salía de su aislamiento diplomático. Además, la nueva Turquía consiguió en sus comienzos nuevo el apoyo del nuevo estado surgido tras la
Revolución Rusa: la Unión Soviética. El Gobierno Bolchevique contempló el nacimiento de la República turca como un éxito en la lucha de los pueblos orientales frente al imperialismo occidental.

En cuanto al problema de los estrechos, en la Conferencia de Lausana, Moscú apoyó las reivindicaciones turcas sobre la soberanía territorial en dichas aguas. Dicha pretensión  chocó con la postura de Gran Bretaña y las potencias aliadas, que pretendían la internacionalización de la zona. En el Tratado de Lausana se plasmaron las tesis británicas, hasta que se reconoció la plena soberanía turca sobre los estrechos en la convención de Montraux en 1936. 

La prensa española reflejó en sus artículos y editoriales las nuevas relaciones turco-rusa y la cuestión de los estrechos. Con respecto al Bósforo y los Dardanelos, los periódicos españoles no dejaban de insistir en que las exigencias británicas de "libertad de navegación" escondían en realidad la voluntad de control sobre el Mediterráneo oriental. La comparación con el estrecho de Gibraltar era recurrente.

Los diarios españoles también se ocupaban de las relaciones entre los dos nuevos Estados. Para  la prensa española en general, y en particular la conservadora, no era posible que los comunistas rusos y los nacionalistas turcos mantuvieran relaciones cordiales. Éstas estaban condicionadas por la necesidad de consolidarse en el nuevo sistema de relaciones internacionales nacido del final de la Primera Guerra Mundial.

Otro aspecto comentado fue la repercusión que el panturanismo pudiera tener en las relaciones turco soviética. El panturanismo o panturanismo una noción elaborada por intelectuales nacionalistas turcos en el siglo XIX, buscaba la unificación de todos los pueblos de etnia turca. En 1922, Enver Pasha, uno de los hombres fuertes del Gobierno de los Jóvenes Turcos murió en el Turquestán (Asia Central), en un enfrentamiento con el Ejército Rojo. Enver Pasha se había unido a una rebelión islámica y nacionalista en contra del Gobierno soviético. Pero las repúblicas de Asia Central no entorpecieron las relaciones entre la República de Turquìa y la Unión Soviética, que fueron excelentes hasta la Segunda Guerra Mundial.

En resumen, puede decirse que el Imperio otomano, y su heredera, la actual República de Turquía, siempre han estado presente en Europa. Europa miró con temor y admiración al poderoso imperio musulmán, y las élites otomanos, en la crisis final del Imperio, miraron a Europa en busca de soluciones modernizadoras. Actualmente, Turquía se debate entre dos opciones: una vuelta al pasado, con un "neotomanismo" proyectado hacia Oriente Próximo, y la búsqueda de nuevos aliados en países emergentes. O la espera a las puertas de la Unión Europea, con vistas a una adhesión que no parece divisarse en un horizonte próximo.


miércoles, 12 de octubre de 2016

SITUACIONES NOVEDOSAS PARA TURQUÍA E IRÁN





Víctor Morales Lezcano
         Cualquier observador atento al curso, y pulso, registrables en el terreno de las actuales relaciones entre los actores del sistema internacional constatará, de inmediato, sus altibajos y cambiantes inclinaciones. Algo de esta tendencia, hemos podido observar en Turquía  a partir de la mitad de pasado mes de julio. O sea, cuando un presunto golpe de Estado (fallido) contra el Gobierno de aquella república ha introducido no solo un cisma político en el seno de la sociedad turca, sino también “algunas” alteraciones en el juego de alianzas, distanciamientos y enemistades que venía desplegando la presidencia de la república turca.
         En la línea de las alteraciones antes apuntadas, donde solo había alguna discordancia (con la Unión Europea, por ejemplo), han emergido ahora el recelo y la reticencia entre Ankara y ciertas cancillerías europeas, la de Berlín, muy en particular. Mientras que, por el contrario, Erdogan no dudó en rendir visita, desde un primer momento, al Kremlin para rebajar la “tirantez” existente entre Moscú y Ankara a causa de un incidente aéreo de todos recordado. Por su parte, el ministro de Asuntos Exteriores del Gobierno iraní, que preside Mohamed Rouhani, realizó un viaje-relámpago en agosto de este año para confraternizar diplomáticamente con R.T. Erdogan, sumido de lleno en la crisis interna de Turquía, que desató el golpe militar y policiaco. Un ¿simulacro? que sorprendió tanto a la península de Anatolia como al conjunto de actores internacionales más involucrados en lo que venimos denominando en estas páginas de El Imparcial la segunda cuestión de Oriente.
         Alcanzamos ahora el otro punto neurálgico de nuestro leit-motiv. No está tan lejana la fecha del acuerdo que seis potencias occidentales (China, Estados Unidos, Rusia, Gran Bretaña, Francia y Alemania) firmaron con Irán en julio  de 2015. Los objetivos prioritarios que se fijaron en el acuerdo fueron, esencialmente, los siguientes: desbloqueo gradual del aislamiento económico y financiero de la República Islámica de Irán, y paralelo proceso de limitación  de uranio enriquecido por parte iraní.
         Es todavía pronto para aventurarse a pensar que, de ahora en adelante, todo va a ser mieles en las relaciones un tanto truculentas que Teherán viene manteniendo con el tándem euro-americano; al menos, desde que tuvo lugar la revolución iraní de 1979. Se impone, pues, un período de tiempo prudencial antes de proclamar el fin de una enemistad pertinaz, que puede estar evolucionando hacia un tanteo pletórico de cautelas por ambas partes. Todo podría conducir hacia la normalización de aquellas relaciones  -o no- en una zona de fechas realmente  impredecible desde el mirador actual.
         Pongamos unos ejemplos de la fase de aproximación naciente entre Irán y España  dentro del marco de la cooperación inter-universitaria de ambos países. Veamos el estado de este rapprochement. Desde hace unos años, la joven Sociedad Española de Iranología (SEI), con sede en Madrid, viene celebrado unos congresos anuales en torno al pasado (y un poco también en torno al presente) de las relaciones que la milenaria Persia y nuestros ancestrales imperios alejandrino-romano-bizantino  mantuvieron en la Antigüedad. La SEI ha procurado abrir una ventana, además, a las relaciones hispano-iraníes en tiempos modernos; o sea, a partir del siglo XVI, cuando se produce la conjunción del poder político de la dinastía safávida y la opción chií, vertiente religiosa de la civilización y cultura persas que se remonta al siglo VII.
         La SEI, además, publica anualmente un boletín que recoge las ponencias (y ojalá algún día también los debates) que se han leído en los sucesivos congresos. El congreso de este año (6 y 7 de octubre, Universidad de Murcia) ha iniciado una apertura internacional muy plausible.
         A las iniciativas de la SEI, se añade también la aportación de la Universidad Autónoma de Madrid. La UAM, en este caso con una orientación más divulgativa que científica, ha convocado recientemente un sugestivo encuentro   consagrado al tema de España e Irán. Miradas y representaciones. Enhorabuena a la UAM por esta iniciativa. En ambas experiencias universitarias (de más está decirlo) ha sido patente la presencia de profesores e investigadores procedentes de varias universidades iraníes, casos de la Emam Sadiq,  de Teherán; y de la  Bu-Ali Sina, de la ciudad de Hamadán, entre otras.
         Otros encuentros entre los mundos hispano e iraní tendrán lugar en el futuro  de estos dos  países,  no demasiado comunicados hasta hace pocos años. No cabe duda de que en la nueva orientación aperturista de Occidente hacia Oriente -y naturalmente del revés-, las lenguas peninsulares, el farsi, y recurrentemente la lengua inglesa servirán de vehículos para impulsar la aventura del diálogo entre naciones y pueblos, basada, precisamente, en la diplomacia cultural.

                                                *****


domingo, 4 de septiembre de 2016

TURQUÍA: COMPLICACIONES DE SU PROYECCIÓN EXTERIOR EN TIEMPOS DE CAMBIO




Víctor Morales Lezcano
         Hay seísmos políticos que alcanzan a puntos muy periféricos. Las repercusiones del golpe fallido que se produjo en Turquía entre el 15 y 16 de julio pasado han sido, y continúan siendo, notorias a mes y medio de su registro. ¿Serán por algún tiempo de duración previsible? El futuro a medio plazo confirmará, o invalidará, el cuestionamiento formulado. No cabe, empero, dejar de cavilar sobre la marcha de los acontecimientos que ha generado el golpe de marras, tanto en Ankara como en Estambul.
         Si se recorren ahora mismo algunos titulares de prensa provenientes de El País, Le Monde, The New York Times y Der Spiegel, que encabezaron sus páginas sobre Turquía, hace aproximadamente mes y medio, salta a la vista la tónica general del mensaje occidental remitido a las autoridades de la república turca. Condenamos el intento de golpe habido, esperando, sin embargo, que las represalias del Gobierno no se ensañen con los responsables del atentado.
         Es evidente, y así lo han hecho saber el presidente Erdogan y más de un par de sus voceros gubernamentales, que, desde la óptica de Ankara, hubo en los medios y redes anglosajones y germanos una palpable consigna, discretamente subrepticia, aunque no por ello ininteligible al lector. Se trató de un mensaje que pretendía calmar los arrestos de R.T. Erdogan, a la hora de sancionar a los golpistas y sus instigadores. El tenor de los titulares y contenidos de la prensa euro-americana disgustó a R.T. Erdogan desde un principio, como ha venido efectivamente sucediendo desde el 17 de julio, cuando, desde Ankara, se  cursó, a la presidencia de Estados Unidos, la petición de extradición del  islamólogo Fethullah Gülen, residente en América desde 2009 y presunto “cerebro conspirador” del fallido golpe militar de julio pasado (Gobierno turco dixit). Erdogan, primero, reclamó al Departamento de Justicia de Estados Unidos  la extradición de F. Gülen, para arremeter después contra el Gobierno de Alemania y su canciller, Angela Merkel. En Alemania, la respuesta turca a la lenidad germana hacia los golpistas consistió en organizar una concurrida concentración de varios miles de ciudadanos, adeptos al Islam, en la ciudad de Colonia el 31 de julio pasado en apoyo de Erdogan y contra los insurrectos de Turquía. La consigna de la entidad organizadora (Unión de Demócratas Turco-Europeos) rezaba así: Sí a la democratización, no al golpe de Estado. La obstrucción del evento por parte de las autoridades germanas ha acrecentado el enfriamiento de relaciones entre Berlín y Ankara desde entonces hasta la fecha. Luego, y por tanto, R.T. Erdogan ha impreso un viraje a la proyección exterior de la República. Un viraje repleto de advertencias, hijo del despecho que le ha generado la templanza de las cancillerías occidentales al abordar el golpe fallido contra el Gobierno de Turquía.

         En efecto, el presidente turco, sin encomendarse a Dios ni al  diablo, ha respondido a sus aliados de Occidente con un doblete estratégico. Primero con una visita relámpago a Moscú para mostrar a la galería internacional la reanudación de una relaciones bilaterales con Rusia, lesionadas de resultas del reciente “percance” aéreo entre los dos Gobiernos. Putin, durante la visita de Erdogan, actuó con su contenida corrección, contribuyendo así a la desazón de las potencias occidentales. Por si no bastara con este viaje a Moscú, en busca de respaldo, R.T. Erdogan volvió seguidamente a hacer gala de su arrojo (calculado), invitando al ministro iraní de Asuntos Exteriores (Mohammad Yavad Zarif) a realizar una visita de cortesía y de claro apoyo diplomático al presidente de la República de Turquía. Con esta estrategia parece que Erdogan ha querido lanzar a los cuatro vientos que no está tan solo ni tan desasistido en la enrevesada segunda cuestión de Oriente, frente a lo que se pueda pensar en Occidente. La semántica de los gestos vuelve a repercutir una vez más en el statu quo político reinante entre naciones que se encuentran envueltas en la guerra civil de Siria, en calidad de agentes intermediarios que apuestan por unos u otros de los contendientes locales enfrentados desde 2013 en aquel sufrido país árabe.

         Obviamente, R.T. Erdogan es consciente de que hay que destruir a ISIS o Daesh (según terminología), en cuanto factor de perturbación general del ya precario statu quo de Oriente Medio, evitando -eso sí- que las tropas de milicias kurdas -pertrechadas con armamento americano- amenacen las fronteras de Turquía al este del río Éufrates. Como se sabe, el problema kurdo continúa siendo la “pesadilla” histórica de la Turquía contemporánea.

         El vicepresidente Biden, por su parte, ha realizado una visita de apaciguamiento para desagraviar a Erdogan, asegurándole que su inflexible petición concerniente al erudito F. Gülen será considerada judicialmente en América, mientras que Angela Merkel busca la forma de no enajenarse el entendimiento con Turquía, siempre con las miras puestas en las oleadas de refugiados que vienen desestabilizando no solo las fronteras de la Unión Europea, sino también el futuro político de  la canciller  alemana. Es decir, Turquía aspira a hacerse imprescindible en la encrucijada que atraviesa actualmente Oriente Medio, aunque a nadie se le escapa que aquel país tiene lazos de dependencia energética, comercial y militar con Rusia, Alemania, Estados Unidos y la OTAN, de la que pasó a formar parte integral en 1952.

El estado de la situación aquí descrita se corresponde con la clásica locución del quid pro quo. No aplicarla, lo agravaría quizá en demasía.

                      Víctor Morales Lezcano

domingo, 21 de agosto de 2016

EN TURQUÍA, EL DESTINO SONRÍE A LOS GUBERNAMENTALES






por Víctor Morales Lezcano
         Una poderosa empresa constructora turca ha hecho saber que “la confianza en nuestro futuro ha sido reforzada por el compromiso de nuestro pueblo con la democracia”. Este silogismo imperfecto quiere trasladar  una interpretación del golpe de estado que amenazó, la noche del 15 de julio y la madrugada del 16, con investir al ejército de plenos poderes para contrarrestar la trayectoria que el AKP (Partido de la Justicia y el Desarrollo) viene recorriendo con mayoría electoral desde 2002.

         El golpe de estado en Turquía resultó fallido del todo, cuando amaneció el día después del intento protagonizado por un sector del ejército de la república kemalista nacida en 1923.

         En una columna que publicó este periódico (“De cuándo arranca y por qué lo de Turquía”, 28/07/2016) se recordaba la inveterada tutela que sobre el legado institucional kemalista venían desempeñando las fuerzas armadas en Turquía desde la muerte de Atatürk en 1938. La cuestión palpitante ahora es saber si en la documentación del gobierno actual de Turquía que preside Binali Yildirim  -incondicional del presidente de la República (R.T. Erdogan)- hay constancia fehaciente de preparativos sigilosos conducentes a un expurgo drástico de aquellos jefes, oficiales y escalones subalternos del ejército desafectos, en principio, a la implantación de una gradual suplantación de viejos republicanos por cohortes de extracción mesocrática, e incluso, popular.
         La sempiterna suspicacia de una mano conspiradora  -y enemiga- de la nueva Turquía venía deambulando en medios impresos y redes sociales desde hacía más de diez años. Junto con el militar, los sectores de jueces y policías, corporativos donde los haya, venían siendo señalados por los depositarios actuales de la legalidad republicana, en cuanto funcionarios permeados por la filosofía de Hizmet. Hizmet, con el docto Fethullah Gülen a su cabeza, es una orden de inspiración islámica “suave” que viene recorriendo el sistema capilar de funcionarios, periodistas y militares turcos desde hace decenios. Gülen y Erdogan comulgaron, en un principio, con el mismo espíritu regenerador que propugnan Hizmet y Zaman (El Tiempo), diario fundado en 1986. Sin embargo, cuando se hizo público el distanciamiento entre los dos rivales hacia 2012, Gülen ya se había instalado en una residencia y centro de difusión de Hizmet sito en Pensilvania, mientras que Erdogan continuó siendo la omnipresente estrella política de la nueva Turquía. Fue así como el océano puso por medio un obstáculo entre los hermanos enemigos.

         Cuando el golpe de estado saltó a los medios durante las últimas horas del pasado 15 de julio, la inesperada difusión de un llamamiento de Erdogan a través de FaceTime, hizo que gentes de Ankara, Estambul y otras ciudades turcas desafiaran desde la calle a los golpistas, plantándoles cara y desobedeciendo el toque de queda impuesto por los partidarios de la insurrección.

         Suele ocurrir en la Historia que en situaciones-límite pueda concitarse, favorablemente o no, un concurso de circunstancias y de intervenciones que terminan por dirimir el éxito o fracaso de una decisión. Es lo que en otro tiempo se invocaba como destino.  
         La lealtad al gobierno del jefe de las fuerzas armadas de Turquía, general  Hulusi Akar, contribuyó a detener el golpe de marras  -no sin víctimas y heridos en los enfrentamientos habidos durante veinticuatro horas aproximadamente-. La oposición política en la Asamblea, encabezada por Kemal Kiliçdaroglu, el servicio de inteligencia y el decisivo actor llamado “gente de a pie” que, en ocasiones similares a la que aquí se describe, contribuye a que el fiel de la balanza se incline de uno u otro lado, se sumaron todos a la contrainsurgencia que convocó el aguerrido presidente de la República. El destino volvió a sonreírle a  R.T. Erdogan.
         Al bajar el telón de este golpe fallido sobre el escenario político-social de Turquía, no tardó en difundirse a los cuatro vientos por todo el barrio de Çankaya y el país entero que Fethullah Gülen había sido la eminencia gris que desató la tormenta para cortar, preventivamente, la purga que venía urdiéndose en diferentes instancias gubernamentales de Ankara. Y para poner coto, además, al ejercicio de poder del que Erdogan venía haciendo gala abusiva desde 2013.
         El “yo acuso” lanzado por Erdogan contra Gülen llevó aparejada, de inmediato, la petición de extradición del fundador de Hizmet por parte de las autoridades turcas. El docto clérigo negó, acto seguido, haber ideado la conspiración antigubernamental del 15 de julio y el consiguiente golpe de estado en un artículo titulado “I want democracy for Turkey” (The New York Times, 27/07/2016). El texto de Gülen terminaba así su argumentación: “…en honor a los esfuerzos mundiales para restaurar la paz en tiempos turbulentos, así como salvaguardar el futuro de la democracia en Oriente Medio, los Estados Unidos no habrán de plegarse a un autócrata que está convirtiendo un putsch fallido en un golpe a cámara lenta contra el gobierno constitucional”. En cualquier caso, la presidencia de la República turca ha puesto en el alero americano una cuestión embarazosa donde la haya.

         Dejemos por el momento el proceso abierto, tal cual se encuentra ahora, como si aspirara a convertirse en auténtica cause célèbre, sin haberse zanjado hasta la fecha. Quizás convenga completar, en próxima ocasión, los efectos secundarios y exteriores que ha desencadenado el 15 de julio de 2016 en Turquía, Oriente Medio, la Unión Europea y, en cierta medida, en Estados Unidos.