Teresa Marcilla
15.07.2022.-Bilbao.- Este blog, “La mirada actual”, me parece que es una forma privilegiada de presentar este breve texto de difusión sobre lo identitario en la visión psicoanalítica. Dicho de otra forma y sirviéndome del título del mismo blog, una mirada actual al psicoanálisis. Una breve reflexión sobre nuestra historia interna…
Sigmund Freud, fundador del psicoanálisis, descubrió el inconsciente, sus leyes y sus contenidos, así como la técnica de acceso a los mismos. Rescató y dignificó el sufrimiento psíquico femenino dándole un estatus propio que hasta el momento no había tenido. Por otro lado, el universo infantil empezó a vislumbrarse con entidad propia acercándonos a la importancia de la novela interna de cada persona.
Un giro copernicano que estaba atravesado por la herida que implica ser conscientes de que no somos absolutamente dueños de nuestro mundo emocional y nuestra voluntad. A pesar de su infinito trabajo, serán los postfreudianos los que ahonden cada vez más en lo que da título a este breve artículo: La identidad.
A través del psicoanálisis de niños, cuya pionera fue Melanie Klein, se descubre la enorme importancia de la pareja mamá-bebe, es decir, la importancia de esos primeros momentos en el desarrollo posterior del psiquismo del niño. Esto que hoy en día es casi una obviedad, ubicado en el tiempo, no tiene una historia tan extensa.
Klein se dio cuenta de que el universo de fantasías y emociones de los niños estaba en relación con el universo de fantasías y emociones de las madres y de que a través de ese diálogo, el niño podría ir construyéndose como sujeto psíquico. Fue Donald Winnicott, discípulo de Klein, quien ahondando en estos primeros momentos propuso la idea de la madre “suficientemente buena” intentando alejarse del concepto de madre ideal e incidiendo en la importancia de un encuentro y un ambiente facilitador para el desarrollo del niño.
Hasta aquí, ya se puede deducir que la identidad (cómo nos vemos, cómo nos decimos, cómo nos sentimos…) es algo que se crea y se crea junto a otro que generalmente es la madre o la figura que esté en función materna. A través de esa mirada que funcionará como un espejo donde poder verse y escucharse, el mundo interno del niño se va configurando, enriqueciendo en una sensación de omnipotencia y sintiéndose con el otro, parte del otro, todo para el otro. A esto evidentemente hay que renunciar, no sin cierto dolor.
El “rey de la casa” debe perder su trono porque sino, se va a quedar enganchado a un universo infantil. Lo necesita para crecer. Este destrone partirá de otros intereses de la madre que le lleven a compartir ese amor, el padre, la pareja, el trabajo… El pequeño infante se revelará contra la idea de no ser todo para mamá, pero esto, a su vez, le permitirá buscar a él sus propios intereses…
Si no ayudamos al niño a renunciar nos podemos encontrar con un adolescente que no pueda acometer las tareas propias de esa etapa. Adolescentes sin límites que no respetan la ley, que desean todo y de inmediato… Un adolescente que se sienta un niño todopoderoso, lo más importante para la madre, no va a poder tolerar las frustraciones de la vida.
La renuncia es un elemento clave en el desarrollo del psiquismo. Los límites deben entenderse como protectores porque sin ellos uno no se puede diferenciar ni enfrentar a las cosas que no puede y, como todos sabemos, nadie podemos todo… La identidad, por tanto, es una conquista a partir del encuentro con uno mismo. Se ha de ayudar al niño en esa conquista que irá realizando a través de la traducción del mundo por parte de la madre, lo que facilitará que el futuro adolescente pueda ir aprovisionándose de un mundo interno propio para llegar a ser un adulto feliz.
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