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martes, 2 de marzo de 2021

Jennifer GUERRA HERNÁNDEZ, "Canarias ante la guerra de Marruecos (1909-1927)"

Jennifer GUERRA HERNÁNDEZ, Canarias ante la guerra de Marruecos (1909-1927). Miradas desde el Atlántico, Las Palmas de Gran Canaria, Cabildo de Gran Canaria, 2019, 307 pp., ISBN: 978-84-8103-928-3 


Jennifer Guerra Hernández, historiadora
             

                                                                        Francisco Manuel Pastor Garrigues                                                                          

IES. Sanchis Guarner de Silla (Valencia)

02.03.2021.-

          En febrero de 2018 la historiadora grancanaria Jennifer Guerra Hernández recibió el Premio de Investigación Viera y Clavijo de Humanidades, otorgado por el Cabildo de Gran Canaria por esta obra, una parte de su tesis doctoral, en la que aborda el impacto que tuvo en la sociedad canaria  la participación de España en las sucesivas campañas militares libradas en Marruecos entre 1909 y 1927.  Una investigación impecable, bien redactada y que queda sólidamente asentada en el dominio y conocimiento de una amplia panoplia de fuentes, algunas procedentes de un exhaustivo manejo de indagaciones oralistas, además acompañadas de la utilización de fuentes archivistas y hemerográficas, inéditas en parte, impresas e iconográficas. Son destacables asimismo una metodología pegada a la documentación y un trabajo, en suma, oportuno en su concepción y magnífico en su ejecución, por cuanto su autora ha logrado combinar las exigencias científicas propias de un estudio académico con un discurso narrativo y reflexivo accesible al lector medio, en el que por otro lado quedan adecuadamente engarzados el uso de las fuentes históricas y el conocimiento previo de las líneas historiográficas española y marroquí. Es de reseñar la forma en que han quedado articulados los tres niveles de investigación contemplados en la investigación, a saber la evolución interior de Marruecos a partir de 1900, la política practicada por los gabinetes restauracionistas españoles en el noroeste de África y el campo de las relaciones internacionales, aspectos tratados en el capítulo primero del libro, “El Protectorado español en el norte de Marruecos: regeneración y nuevo proyecto colonial (1860-1923)” (pp. 17-87).  En lo tocante al primero de los planos citados, se esboza con detalle el convulso panorama protagonizado por una parte, por la movilización democrática de ciertas élites intelectuales marroquíes  que apoyaron la candidatura al trono del Sultanato del príncipe Mawlay Hafid (cfr. José Manuel ALLENDESALAZAR, La diplomacia española y Marruecos, 1907-1909, Madrid, Ministerio de Asuntos Exteriores, 1990, pp. 174-175) y, por otro lado,  por la constante competición pública de algunas fuerzas dirigentes, grandes caídes o pretendientes al trono –desde el Rogui Bou Hamra hasta el Raisuli-  en torno a la posición clave simbólica del verdadero portavoz popular del pueblo marroquí, sucediendo que en cada ocasión conseguía el poder el grupo o el líder que con mayor eficacia desenmascaraba a sus oponentes como ‘traidores del pueblo’ y ‘vendidos a los extranjeros’ y se presentaba a sí mismo, del modo más convincente, como agente fiduciario del ‘pueblo’ (pp. 23-24 y 30-31). En el segundo nivel de investigación, la autora ahonda en la explicación de cómo el carácter ambicioso de la política restauracionista con el vecino del sur tenía una explicación, en gran medida utópica. Para un determinado sector de los militares españoles y para ciertos gobiernos del turno, la intervención colonial en Marruecos solucionaría los problemas internacionales de España y parte de los nacionales. El Imperio magrebí podía ser una nueva esperanza, en el post-98, para recuperar los sueños de grandeza destrozados en Ultramar, un tónico para resucitar la imagen de la España imperial y participar en la configuración de los dominios coloniales al lado de las grandes potencias. Una solución al aislamiento internacional de España, una vez rotos los tenues hilos que la ligaban a la Triple Alianza austro-germano-italiana y un paso positivo hacia el aperturismo; asimismo, una garantía de seguridad para los territorios insulares y peninsulares (pp. 91-94). La intervención en Marruecos debía ser un antídoto contra el pesimismo nacional y un generador de patriotismo contra los movimientos revolucionarios antimonárquicos. En lo tocante al tercer plano de análisis, la autora ahonda en cómo el período comprendido entre finales del siglo XIX y principios del XX supuso un lapso temporal en el que se agudizó la dialéctica surgida entre la problemática interna que representaba la vulnerabilidad (económica, política y militar) de las islas Canarias y la exterior, relacionada con las tensiones del sistema capitalista, en el marco de un encrespamiento de los choques entre las potencias imperialistas. De hecho, en el plano internacional, el Estado español intentó establecer un hinterland atlántico y africano que al tiempo que garantizaba su seguridad y el mantenimiento de su statu quo, sirviese como vía de expansión colonial (pp. 92-93).  Así,  políticos como Silvela, Romanones o sobre todo, Maura hicieron suya la tesis de la seguridad nacional hispana, obsesionados por la noción de la “frontera estratégica”; en virtud de ella, España debía estar presente en el norte de África porque era importante para los Estados tener una frontera estratégica natural como garantía de su independencia, y el estrecho de Gibraltar no constituía esa frontera estratégica (cfr. María Rosa de MADARIAGA, En el barranco del Lobo. Las guerras de Marruecos, Madrid, Alianza Editorial, 2005, pp. 26-27). Al no existir esa frontera, había que reemplazarla con la penetración colonial en una doble dirección: a) en el litoral mediterráneo del Sultanato marroquí y b) en la costa atlántica del vasto sur del Imperio jerifiano, y en particular en el litoral sahariano, para garantizar la seguridad y el papel geoestratégico de Canarias en el marco de la defensa nacional.

          Con todo, las ensoñaciones utópicas de una exitosa (y pacífica) expansión colonial en el noroeste africano devinieron en 1909 y sobre todo, en 1921 en una serie de situaciones novedosas, no esperadas por el gobierno español. Con ellas, la utopía, golpeada por la realidad de la feroz resistencia marroquí a la penetración extranjera en el Sultanato, perdió sentido. Parafraseando a Lur Sotuela, la idea imaginativa, subjetiva, fantasiosa, la sensación de ensueño colonial moviéndose sobre el lienzo cinético de la época de los imperialismos como la representación de un esperanzador anhelo triunfalista arrollador, el mito  de que a España le bastaría con unas breves campañas bélicas para ocupar posiciones en las costas anheladas del Imperio jerifiano e irradiar desde allí su acción hacia el interior en una penetración gradual y pacífica, limitando las operaciones militares a las estrictamente necesarias, fueron abordados por la crudeza de una escalada de encarnizados enfrentamientos, culminados en julio-agosto de 1921 en Annual y Monte Arruit (pág. 178 y siguientes).  Fue, sin rodeos, de sopetón la irrupción de sensaciones de pavor, terror y tragedia que acabarían rodeando el proceso colonial español en Marruecos y que provocaron, como resalta Guerra, una profunda metamorfosis en las emociones populares (pp. 271-272). Recalca la autora cómo a partir de entonces, el archipiélago canario fue cada vez más consciente de la proximidad y del peligro inminente que suponían los conflictos en Marruecos. De hecho, la reacción en Canarias ante la guerra de Marruecos –estudiada en el capítulo segundo de la obra- fue bastante heterogénea, igual que en el resto del Estado, según el grupo social que se analice. Por ejemplo entre las clases populares, de escasos medios económicos, el número de jóvenes que eludían la prestación del servicio militar obligatorio y se convertían en ‘prófugos’ empezó a crecer, aunque este fenómeno, ligado a la emigración a Centro y Sur América desde las islas, como recalca la autora, no se puede atribuir exclusivamente a una respuesta escapista al conflicto bélico. Como es obvio, Jennifer Guerra descarta acertadamente una aproximación monocausal a este fenómeno histórico, a partir de un único factor explicativo, lo cual a todas luces sería excesivamente simplista. Guerra entiende, por el contrario, que la explicación histórica se caracteriza no sólo por la multifactorialidad, sino por la articulación en forma dialéctica, jerarquizada de los distintos factores en un discurso plausible que los integre. Y así entiende que la relevancia de los prófugos y de su emigración americana está íntimamente ligada a la coyuntura económica canaria del período histórico analizado y a otros factores como el aislamiento canario, el atraso secular de las islas, la persistencia y la naturaleza misma del fenómeno del caciquismo (pp. 15 y 112-131). En definitiva, la cuestión de Marruecos le permite a la autora interpretar las alteraciones que sufrió el régimen restauracionista en Canarias en un análisis original y novedoso; así se evidencia cómo la percepción de la crisis colonial fue captada a través de la prensa de las islas, cuyo análisis permite encontrar sugerente información y nuevos puntos de vista sobre el conflicto, como los de varios periodistas canarios de la prensa republicana y socialista que fueron sometidos a censura, a la retirada de sus ediciones e incluso tuvieron problemas con la justicia, derivados de su opinión contraria a la guerra. Por ello, además de constituirse el libro como una interesante aportación a la historia de la cuestión marroquí, nos enfrentamos con él a un solvente y documentado trabajo sobre la prensa como medio fundamental para conocer las motivaciones y actitudes políticas de los diferentes sectores sociales ante aquella guerra, sin obviarse los problemas que plantea al historiador el empleo de fuentes periodísticas. 

          Jennifer Guerra analiza exhaustivamente, en este sentido, las posiciones a favor y en contra de la ocupación militar del Rif en la prensa canaria (pp. 133-148)  a lo largo de un capítulo completo del libro, el tercero, constituyéndose este bloque como un estudio pormenorizado y serio, donde se deja poco espacio a las opiniones no contrastadas y donde el prurito de exactitud  casi raya con el formalismo y la asepsia. Guerra confirma así el carácter sumamente heterogéneo del pensamiento político español en aquel contexto histórico y resalta cómo la euforia patriótica seguía muy viva en el imaginario colectivo: la mayoría de los medios de comunicación escritos sirvieron, en este sentido, de altavoz de quienes apoyaban la guerra y pretendían influenciar la opinión de sus lectores inculcando su visión del conflicto y de la sociedad. 

          Además, una parte sustancial del estudio (pp. 46-87) viene dedicada a la campaña de 1921. Tal como recalca la autora, Annual  vino a ratificar las críticas vertidas en 1898 hacia el sistema político restauracionista, precisamente cuando las fuerzas conservadoras hicieron del Ejército la columna vertebral del orden político y social de España. La aniquilación del ejército de Silvestre y el desplome político de la Comandancia General de Melilla, fue, por ende, una abrumadora sorpresa para el régimen de la Restauración y una angustiosa realidad para el país. El primero perdía su prestigio; el segundo perdía no ya a ocho mil de sus hijos, sino su plena confianza en la Monarquía y en la esperanza propia de no conocer más tragedias familiares por Marruecos. Nunca, hasta entonces, había perdido la España contemporánea un ejército al completo. En bloque y de la forma espantosa –asesinado, en su mayoría, luego de capitular en sus posiciones- en que lo fueron los hombres de Silvestre. Desvela Guerra cómo la derrota de Annual acentuó la sensibilidad de los gobiernos restauracionistas, pero en contrapartida, los ciudadanos canarios respondieron, como en el resto del país, de forma visceral, con la masiva inscripción de voluntarios para marchar sobre Marruecos. No obstante, durante la dictadura de Primo de Rivera hubo que reavivar de nuevo la llama patriótica en el contexto de las operaciones de reorganización de las posiciones defensivas en el protectorado marroquí y en concreto, en el repliegue de 1924, para lo que se tuvo que contar con la propaganda informativa de las acciones llevadas a cabo en Marruecos, creando héroes y censurando los reveses, algo que se consiguió con la complicidad de buena parte de la prensa provincial canaria, en la que destacó la campaña de ánimos y ayudas para los soldados. 

          El extenso capítulo cuarto del libro, “Los isleños participan en el conflicto (1921-1927)” (pp. 177-233) viene a refrendar, en gran medida, la tesis de que en la investigación histórica, la práctica ha venido a demostrar que la búsqueda del rigor científico con el recurso exclusivo a documentación de hemerotecas y archivos conduce, en muchas ocasiones, hacia una Historia sin humanidad. Es por ello que la subjetividad de la encuesta oral, del testimonio individual o del recurso literario no debería acobardarnos, sino que, al contrario, deberíamos emplearla para complementar al frío dato histórico. En este sentido, las campañas militares en el norte del Sultanato a partir de 1921 suponen un magnífico reto para aquellas profesionales que como Jennifer Guerra en este estudio o también María Gajate Bajo en sus diversas investigaciones se han mostrado interesadas en conocer las incontables experiencias personales vividas al hilo del conflicto marroquí. En este sentido, Guerra ha rescatado en este libro no sólo los testimonios de militares profesionales sino también las crónicas de jóvenes soldados canarios (y a la vez periodistas)  como José Batllori Lorenzo o Vejota que ejercían la doble función de combatientes y de corresponsales de guerra; a través del análisis de estos textos, la autora puntualiza sobre cómo los jóvenes canarios que se incorporaban a filas para luchar contra los resistentes marroquíes pertenecían por lo general a las clases obrera y campesina y contaban con escasa formación académica. Queda así esbozada a lo largo del capítulo quinto, “Muestras de apoyo de las islas a sus combatientes” (pp. 235-270)  la problemática dialéctica que se establecía en el archipiélago canario entre los grupos socialmente dominantes y dominados, una recreación de las tensiones que expresaban una estructura social, no entendida por Guerra de una manera mecánica, sino a través de los efectos objetivos y subjetivos producidos por tal estructura, a su vez resultado de profundas transformaciones acontecidas en el siglo XIX español. La autora resalta así como tanto la burguesía comercial como la oligarquía terrateniente de las islas incentivaron activamente actos de colaboración con los soldados enviados al frente y se encargaron de publicitarlos a través de los principales medios de comunicación. 

          En resumen, nos encontramos ante una obra cuyo principal mérito es seguramente su planteamiento integral, la pretensión de abordar la historia del impacto producido por las campañas de Marruecos sobre Canarias y la opinión pública canaria como un todo, desde los puntos de vista espacial, temporal, social, moral, ético y económico, en contraposición a la relevancia que ha ido adquiriendo en nuestro tiempo el análisis de hechos o situaciones históricos, la mayor parte de las veces meramente coyunturales, tendencia que, sin duda, dificulta adquirir la imprescindible visión de conjunto para poder comprender y valorar la posible relevancia o trascendencia de un determinado proceso histórico. Jennifer Guerra nos entrega como en un caleidoscopio una sucesión de hechos históricos que van recomponiéndonos el proceso colonizador hispano en el noroeste africano a lo largo de los primeros treinta años del siglo XX y a la vez nos recrean el cuadro de toda una época; la autora se mueve con un gran dominio del tema y se advierte inmediatamente que su investigación ha sido exhaustiva, tan extraordinariamente exhaustiva que, al llegar a la última página del libro, el lector lamentará no disponer de otros estudios similares para otros territorios españoles.


jueves, 29 de octubre de 2020

Canarias, Patrimonio de la Humanidad. Naviera Armas selecciona los lugares que han sido reconocidos por la UNESCO

 

Teide, pico en el Parque nacional.


SILBO GOMERO



Enrique Sancho

    29.10.2020.- Madrid.- El turismo en las Islas Canarias comienza a recuperarse. Según ha podido comprobar www.navieraarmas.com la compañía líder en transporte marítimo de pasajeros en España, a medida que se están anulando las restricciones para viajar desde diferentes países de Europa, Reino Unido y Alemania han sido los últimos en levantar su veto, sus reservas están aumentado de forma espectacular. Aunque los vuelos todavía están muy por debajo de lo que ocurría hace un año y los aviones no van completos, la conectividad va mejorando, las reservas para viajar entre islas en ferry van aumentado y preveen que se pueda salvar, en parte, la temporada alta justo ahora cuando comienza.

Las ocho islas canarias ofrecen un sinfín de oportunidades a los viajeros, y este año con los mejores precios. Bosques de pinos perfumados, volcanes inquietantes, paisajes lunares, calas secretas de arena fina blanca o negra, kilómetros de dunas, complejos turísticos que abrazan la playas... Elegir una isla es una decisión complicada porque cada una tiene sus encantos, por eso, tal vez lo mejor sea visitarlas todas o, al menos, varias de ellas, lo que no es complicado gracias a las posibilidades que ofrecen los ferries que conectan todas ellas con frecuencia y con muy buenos precios. La compañía Naviera Armas ha seleccionado aquellos lugares que han sido reconocidos como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO:

1. Parque Nacional del Teide, Tenerife
El pico más alto de España y tercer volcán más alto del mundo a 3.718 metros de altitud, el Teide se eleva sobre la isla de Tenerife, la más conocida de las Islas Canarias. El Parque Nacional del Teide, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, incluye toda la montaña, y un recorrido por el interior del inmenso cráter puede ser lo más impactante de un viaje a las Islas Canarias. Dentro del borde del cráter hay una caldera, lo que es el piso del cráter, de 19 kilómetros de diámetro, y la visita de este paisaje lunar árido es como viajar al centro de la tierra. Este cráter es en realidad lo que queda de una montaña mucho más grande que voló su cima hace unos tres millones de años, cayendo sobre sí misma. En algunos lugares, dejó paredes que se elevan 457 metros sobre el suelo del cráter. Desde el punto más alto del Parque Nacional del Teide y de la isla de Tenerife se pueden contemplar unas vistas impresionantes del paredón de Las Cañadas, del volcán anexo al Teide –Pico Viejo– y, en días de gran visibilidad, de las otras Islas Canarias.

El Centro de Visitantes de El Portillo es un buen lugar para comenzar el recorrido, donde un pequeño museo excelente tiene exhibiciones interactivas que muestran cómo se forman los volcanes y exploran el entorno del cráter. Un camino en el exterior conduce a través de un jardín botánico, en el que las etiquetas ayudan a los visitantes a reconocer e identificar las plantas nativas que verán en el parque. Hay que dedicar un tiempo a contemplar las raras formaciones geológicas que abunda en los alrededores. Sorprendentemente, este enorme campo de lavas situado en su mayoría a más de 2.000 metros de altitud está lleno vida vegetal y animal. Para ver el cráter desde arriba y para disfrutar de una amplia variedad de vistas, hay que tomar el teleférico que lleva al cono del Teide.

2. Parque Nacional de Garajonay, La Gomera
La Gomera se eleva tan abruptamente desde el Atlántico que no se ha construido una carretera alrededor de su costa. Coronando la mitad superior de la isla se encuentra el bosque pre-glacial más grande del mundo, protegido como el Parque Nacional de Garajonay y declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. El setenta por ciento del parque está cubierto por un denso bosque de laurisilva, similar a los que cubrían Europa en el Período Terciario. Es un bosque subtropical y húmedo con manantiales, arroyos y alrededor de 2.000 especies de flora y fauna. El parque cubre un tercio de la isla y los entusiastas de la naturaleza disfrutarán observando los reptiles, anfibios y aves, muchos de los cuales son endémicos. Estos hermosos bosques verdes, que sufrieron un catastrófico incendio en 2012, y sus arroyos y manantiales de la isla son alimentados por nubes y nieblas que se ciernen sobre los picos del parque. El terreno es empinado y los caminos a través de los bosques cubiertos de musgo se abren a vistas impresionantes, aunque a menudo inspiradoras de vértigo. La capital de la isla fue donde Cristóbal Colón equipó sus barcos antes de cruzar el Atlántico en 1492.

3. Risco Caído y las montañas sagradas, Gran Canaria
Risco Caído y las montañas del Sagrado Corazón de Gran Canaria han sido el último Patrimonio de la Humanidad de la isla y del resto de España. Se trata de una red de 21 cuevas excavadas a mano en el sitio de Risco Caído cerca de Artenara, el pueblo más alto de la isla. De estos, Cave Six es el más famoso porque es un enorme calendario solar y lunar con agujeros que dejan entrar rayos de luz para marcar los equinoccios. Es un ejemplo único de cómo vivían y pensaban los habitantes originales de la isla, los canarios. También es el único ejemplo conocido de un calendario astronómico en una isla en cualquier parte del mundo. Hasta el descubrimiento del sitio de Risco Caído, no teníamos ni idea de lo sofisticados que eran sus habitantes.

El sitio del Patrimonio Mundial cubre mucho más que las cuevas de Risco Caído. Incluye todo el paisaje de la Caldera de Tejeda, sagrada para los canarios, y otros sitios como Mesa de Acusa, Roque Bentayga, Roque Nublo y la Cueva de los Candiles.

4. San Cristóbal de la Laguna, Tenerife
En Tenerife se encuentra otro de los lugares canarios Patrimonio de la Humanidad. La encantadora ciudad colonial de San Cristóbal de la Laguna, conocida localmente simplemente como La Laguna, ofrece los méritos de su excepcional patrimonio cultural. Es la antigua capital de todas las Islas Canarias y el diseño de cuadrícula de sus edificios del siglo XV fue un modelo para los asentamientos en las Américas. La hermosa ciudad histórica tiene muchas joyas arquitectónicas, como su elaborada catedral, iglesias renacentistas y neoclásicas e impresionantes mansiones construidas por familias adineradas en los siglos XVII y XVIII. La iglesia parroquial de la ciudad, dedicada a La Concepción, fue construida en 1496 y modificada en los siglos XVI y XVIII. El santuario está adornado de forma sencilla y tiene artesonado mudéjar. Otra iglesia importante es la Iglesia de Santo Domingo de Guzmán del siglo XVII, con detalles platerescos en la fachada y un techo mudéjar de ornamentado diseño. Las calles peatonales del centro están siempre llenas de vida, con músicos callejeros y cientos de tascas, restaurantes y bares.

5. El silbo gomero, La Gomera
Aunque en este caso no se trata de un lugar a visitar, si uno se encuentra en la Gomera seguramente lo pueda escuchar o pedir a algún lugareño que le haga una demostración. El Silbo es el idioma 'silbante' de la isla. Debido a los paisajes, era difícil comunicarse rápidamente entre los diferentes pueblos, por ello el lenguaje de silbidos se convirtió en la manera más rápida y eficaz de compartir información a través de valles profundos. El silbido parece hacer eco a través de los valles y se puede escuchar desde una asombrosa distancia de 5 km. La lengua fue declarada Obra Maestra del Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO.

Posee un valor excepcional como muestra del genio creador humano. Además de tratarse de un sistema adaptado y desarrollado para facilitar la supervivencia en un entorno concreto, sus usuarios lo han dotado de una gran complejidad técnica y estética. El Silbo Gomero es la expresión de la cultura popular de La Gomera, está fuertemente arraigado en la población de la isla, ha servido de factor cohesionador de la comunidad durante años, y constituye una seña de identidad de La Gomera y de todo el archipiélago canario.

Como desplazarse:
Llegar a Canarias desde cualquier lugar de España y de Europa es muy fácil gracias a la oferta de vuelos que hay a casi todas las islas. Y para desplazarse entre ellas la opción más cómoda y rápida son los ferries de Naviera Armas que conectan las islas de El Hierro, Fuerteventura, Gran Canaria, La Gomera, La Graciosa, Lanzarote, La Palma y Tenerife con distintas frecuencias, con precios muy atractivos y con descuentos especiales para los residentes. Naviera Armas cuenta con una de las flotas más modernas y mejor dotadas de Europa, con los últimos avances tecnológicos en materia de seguridad y calidad en los servicios a bordo que ofrecen restauración, tiendas, piscinas, wi-fi, zona infantil, etc.
Más información: https://www.navieraarmas.com/

Sobre Naviera Armas
Naviera Armas y Trasmediterránea constituyen el grupo naviero líder en España y uno de los principales de Europa en el sector del transporte marítimo de pasajeros y carga rodada. Transporta más de 5 millones de pasajeros anuales, tiene una flota de 40 buques que conectan los principales puertos de cuatro países y opera más de 100 conexiones de pasaje y carga en las rutas de Baleares, Canarias, Melilla, Ceuta, Marruecos y Argelia.

Naviera Armas Trasmediterránea ha iniciado un plan para convertirse en el primer grupo naviero Plastic Free, por el que está llevando a cabo una serie de medidas para eliminar prácticamente la totalidad del consumo de plásticos desechables en todos sus buques, terminales marítimas y oficinas. Además, compensará el consumo de todo tipo de plásticos que no se puedan retirar a día de hoy con acciones de colaboración con entidades y organismos y oenegés que trabajan por el cuidado del medio ambiente y la fauna marina.

lunes, 4 de noviembre de 2013

"Velázquez, Inocencido X y el Obispado de Canarias", descubrimiento documental del profesor Díaz Padrón



Retrato de Inocencio X por Velázquez

 L.M.A.

04.11.13.- Madrid .- El profesor Matías Díaz Padrón (El Hierro, Canarias, 1934) ha pronunciado una conferencia en Canarias, su tierra natal, después de su investigación sobre la carta que sostiene el papa Inocencio X en sus manos:

“No sabemos por qué Velázquez pintó el retrato de Inocencio X, ni por qué el pontífice posó ante Velázquez. Es una pregunta que se hizo Carl Justi en el siglo pasado y José López Rey recientemente. Es desde entonces un enigma sin respuesta. Una interrogante que no se ha dejado de hacer. Y la respuesta para nosotros desde Canarias una sorpresa a un agradecimiento del pintor al papa con lazos decisivos como sorprendentes del Obispado de Las Palmas de Gran Canaria. 

Hace unos años, con ocasión a la exposición del retrato en el museo del Prado (1996), Trinidad de Antonio, conservadora jefe de pintura española, se hizo la misma pregunta en un documentado estudio del cuadro, con precisión sobre las circunstancias que facilitaron que este retrato se llevara a efecto.

Su respuesta es otra más del rosario de hipótesis que ahora resumo escalonadamente, esperando despejar un  misterio que, de hecho, no lo es desde hace escaso tiempo, quizás por su publicación en compendios ajenos al arte. Si esto es interesante, no lo es menos la vinculación de la respuesta con la vida de nuestros protagonistas y con el Obispado de las Islas Canarias, entonces de las colonias más lejanas del Imperio Español.

Un retrato que nos observa

El retrato del pontífice nos observa. Esto obliga a un “in passe” para decir algo sobre él. Estamos en los años de 1649-1651 y cuando Velázquez reside en Roma. Su fama fue reconocida en la Ciudad Eterna, y para Antonio Palomino, es el mejor retrato de los pintados en aquel viaje. La incisiva mirada de este rostro rudo, frío y distante es inolvidable. Es biografía desnuda del personaje. Mira de frente. Difícilmente puede soportarse la fuerza de sus ojos grises. Desconcierta y pasamos de ser críticos activos a víctimas de una implacable observación. Es difícil resistir a la fascinación de esta mirada. Estamos ante un papa que “quiere retener a quien está ante él”. Velázquez transmitió la realidad física y moral de Inocencio X: su poder temporal más allá de su misión en la tierra. Esto define el contenido del retrato al tiempo que la ejecución plasma los esfuerzos del pintor a través de la lenta conquista del color conjunto y la técnica discontinua. Transmite la visión espectral de un rostro ungido de la luz tenue del interior.

Los perfiles se funden en ósmosis. Un rostro sin sombras entre los rojos y blancos irisados armonizando las carnaciones. La uniformidad tonal se impone. Los ojos insisten intimidando.

Hoy comprendemos los juicios de Hipólito Taine al decir: “este retrato es imposible de olvidar”. A todos los que lo miran deja una impresión estremecedora. Su realismo extremo alcanza a lograr fingir el sudor del rostro que delata la fecha estival de su ejecución.

Del motivo del retrato las fuentes más antiguas aventuran dos hipótesis. Lázaro Díaz del Valle, amigo del pintor, dice que para traerlo al rey; Antonio Palomino algunas décadas después dice: “cuando se terminó” sin más. En fechas recientes, José Camón Aznar piensa que se lo encargó a Velázquez directamente el papa, y Jonathan Brown, que Velázquez se ofreció para conseguir ayuda en su misión. Trinidad de Antonio ve la ambición de Velázquez por ampliar su “curriculum”. Se piensa en la intervención de personalidades amigos de Velázquez y allegados a Inocencio X como Monseñor Camillo Massimi y el Cardenal Camillo Astalli. Martínez de la Peña propuso además la intervención de Monseñor Giovanni, amigo del conde Oñate, que facilitó a Velázquez la entrada en los jardines del Vaticano.

Estas hipótesis están potenciadas por la suposición que ve en el pintor del rey un ambicioso cortesano. Velázquez no era muy conocido en Roma, y el papa no es gran conocedor de pintura, sí de los libros.

Yo pienso que la iniciativa del retrato fue del pintor. Pero lejos del ánimo mezquino que apuntan algunos estudiosos, condicionados por las tesis de Ortega y J. Brown, que ven un pintor al que no le gusta pintar y un cortesano acomodaticio. Trinidad de Antonio añade: “fue para conseguir honores deseados por él y conseguir el favor papal”. Parece no importa la pintura, si no conseguir mercedes: un Velázquez interesado en elevar su condición social. Esto se escribe en 1996.

De hecho, se ignoran noticias de una década antes. Es una comunicación de Quintín Aldea dedicada a M. Batllori, años antes de los juicios de J. Brown y catálogo del Museo del Prado dedicado al retrato. Aquí revela una realidad que llena este vacío de la vida del pintor: un pintor de fino espíritu, discreto y silencioso. El retrato fue “el pago de una deuda” de un hombre de honor. En este extremo de ideas y hechos está implicado el Obispado de Las Palmas de Gran Canaria. Veamos por partes.

Respuesta en un Memorial de Velázquez

La respuesta está en un memorial que dirigió Velázquez en 1626 al nuncio de Su Santidad en Madrid, la petición que sigue:

“Excmo. Y Rvdmo. Señor: Diego Velázquez, pintor de Su Majestad, dice que, atento a que es pobre y tiene mujer e hijos. Su Majestad le ha hecho merced de darle trescientos ducados de pensión cada año en moneda de Castilla sobre beneficios eclesiásticos u obispados, y siendo, como es casado no lo puede gozar sin particular dispensación para ello de Su Majestad”:

“A Vª Sª Ilma. Suplica, pues tiene en esta parte sus veces, le hago merced dispensar con él, atento que no tiene hijo varón en cabeza de ganar pueda poner la dicha pensión, que esto menos han hecho los Pontífices de beata memoria que han pasado, con otros muchos que, siendo casados, gozan hoy pensiones eclesiásticas, que en ello recibieron merced de la mano de Vª Sª Ilma”. En el reverso está la firma de mano de Velázquez: “Pintor de Su Majestad”.

La carta la firman Velázquez y Pamphili, la envían desde Madrid al Secretario de Estado del Vaticano el 11 de octubre de 1626. Debemos recordar que esto de “pobre” es algo burocrático de la época. También es importante recordar la fecha de 1626, dos años antes de pintar Los Borrachos. Adjunta a la carta va una nota con una recomendación del Conde Duque de Olivares. Pero lo más interesante de esto es que la pensión le va a ser pagada a Velázquez por el Obispado de Canarias.

El nuncio Pamphili que hace esta gestión, será aclamado papa con el nombre de Inocencio X. Esto revela el motivo del retrato y dice mucho de la personalidad del pintor del rey, tan controvertida para quienes alcanzan a ver el valor del silencio del hidalgo de España, donde la gratitud es signo del honor.

Velázquez, como se desprende de la dedicatoria y firma que lleva el Pontífice en la mano, pagó la deuda a su benefactor al llegar a Roma. Esto explica su negativa contumaz a aceptar dinero por el retrato. El papa le regaló una cadena de oro con su efigie. Velázquez la conservó hasta su muerte pues consta en su testamento.

No hay duda que el retrato del papa fue personal, pues no pasó a las colecciones oficiales del Vaticano. Inocencio X lo donó a su sobrino y está hoy en el palacio Doria Pamphili.

Debo advertir a quienes no están familiarizados con la moneda en el siglo XVII que 300 ducados es una cifra mas que estimable, son 284 maravedíes diarios, cuando una libra de carne valía 8 maravedíes. Esto, fuera de su sueldo y encargos, da idea de la holgura económica que gozó el pintor contra los tópicos generalizados. Velázquez lo cobró sin interrupción desde 1627 hasta su muerte: unos treinta y tres años.  

Con sobradas razones, mi profesor y amigo, don Joaquín Pérez Villanueva, escribió que los canarios contribuyeron así al bienestar de Velázquez. Podría añadir que sin esta generosa pensión del Obispado de Canarias, este retrato no existiría.

Pienso a mis adentros que no sería nada difícil que los Pamphili correspondieran con Canarias prestando este retrato por un tiempo razonable, como lo hizo al Museo del Prado hace unos años sin las poderosas razones que hemos esgrimido en el transcurso de estas páginas. A este Obispado de Canarias debe Velázquez mucho de su bienestar y que el palacio Doria posea en sus salones el retrato más bello del barroco europeo”.           

viernes, 9 de agosto de 2013

Matías Díaz Padrón, pregonero en Agaete sobre el tríptico de "La Virgen de las Nieves"






Julia Sáez-Angulo


         El profesor de Historia del Arte y conservador del Museo del Prado, Matías Díaz Padrón (El Hierro. Canarias, 1934) ha sido invitado a pronunciar el pregón  para la fiesta de La Rama en Agaete, “el más encantador pueblo  que podía soñarse… con su puerto y ermita de las Nieves tendido a nuestros pies”, en palabras de la escritora Carmen Laforet, que residió en las Islas Canarias.

         La fiesta ha tenido lugar el 5 de agosto, festividad de la Virgen Blanca o Nuestra Señora de las Nieves, en cuya víspera, los lugareños y visitantes portan ramas de la montaña de Tirma para ofrendar a la Madre de Dios en su santuario. La celebración viene de antiguo cuando la gente del lugar hacía prerrogativas pidiendo la lluvia al cielo.

         El profesor Díaz Padrón hizo un pregón entrañable en el que recuerda de joven de dieciséis años visitó con amigos el santuario de la Virgen de las Nieves y su encuentro con “la Virgen y el Niño del tríptico. (…) La pintura no tenía autor conocido pero su belleza y devoción estaban a la vista (…) ninguna Virgen de Joos van Cleve había tenido la unción de las multitudes como la nuestra. Todas las otras Vírgenes que pintó Joos van Cleve (y son muchas) estaban encorsetadas y prisioneras en museos, templos y colecciones, mientras que la nuestra bailaba al ritmo de la música y canciones.”

         “Joos van Cleve es el seguidor más fiel a Leonardo da Vinci en el renacimiento nórdico”, continuó diciendo Matías Díaz Padrón, que se explayó en la iconografía del pintor flamenco. “De él tomó la sublime belleza y el esfumato. Frente a Quintin Metsys que tomó lo inquietante y monstruoso. Tengo la vista de todas las Vírgenes de Joos van Cleve. Todos los rostros son idénticos a los de las Virgen de las Nieves. Idéntica la túnica en la Adoración de los Reyes, en la galería Národní de Praga, en la Virgen y Santa Ana de Módena, en la Natividad de la pinacoteca de Viena, y los trípticos de la Walter Art Gallery y Viena donde la Virgen desplazó a los donantes a las puertas con sus santos protectores. Puedo afirmar que todas estas Vírgnes tienen menos enjundia en tamaño y riqueza ornamental que la de nuestra ermita”, concluyó el profesor.

         “No quiero dejar de anotar la sonrisa del Niño en nuestro tríptico. No es frecuente”, destacó el profesor en su pregón: “No hay duda de que Joos van Cleve es un pintor especial. Se conoce su retrato en un grabado que reproduzco para involucrar al espectador con su persona. La mirada profunda y la mano imperativa hacia el espectador dice mucho de su carácter”.

Profesor Díaz Padrón


Pintura flamenca en Canarias

         “Todas las pinturas de Flandes llegan a nuestras Islas entre batallas navales y no pocos infortunios. Sin embargo la voluntad y tesón de su gente hizo posible el contacto con famosos pintores del norte de Europa. Todo esto es bien conocido en el florecer de nuestras islas. Debió existir un pujante comercio del vino y del azúcar bordeando Francia, Portugal y África”.


         “Quién iba a imaginar que un señorito de Agaete iba a competir con los más poderosos de la Europa de entonces, con un fabuloso tríptico en dirección al puerto de Agaete en Gran Canaria en competencia con Francisco I, Enrique VIII, Maximiliano de Austriaa y el Emperador”, concluyó el profesor canario. Esto es tan sorprendente como la pintura misma a que hemos dedicado este pregón. Una pintura que arrastra tras sí sensibilidad y poderío en tiempos difíciles de conquista”.


miércoles, 3 de febrero de 2010

Minorías culturales y religiosas hindúes en Canarias



"Voces del Presente.Minorías culturales
y religiosas hindúes en Canarias"
Víctor Morales Lezcano y Teresa Pereira Rodríguez
Cuadernos UNED. Madrid, 2009



Víctor Morales


Julia Sáez-Angulo

La Universidad a Distancia presenta una serie de publicaciones, Cuadernos de la UNED, bajo el título de “Voces del Presente” y en su último ejemplar aborda el de “Minorías Culturales y Religiosas en España: Hindúes en Canarias”. Los coordinadores del Cuaderno son Víctor Morales Lezcano y Teresa Pereira Rodríguez.

“Nos hemos propuesto traer cerca de las candilejas a una de las minorías del Estado español más caracterizadas: la colonia hindú, muy en particular, la de los sindhíes, predominante en Tenerife, Las Palmas de Gran Canaria, Ceuta y Melilla”, explican los organizadores.

Los hindúes se encuentran, “en aquellos territorios y ciudades que flanquean la compleja frontera sur de España”. Los testimonios orales (siempre selectivos), una vez recopilados, figuran en el DVD adjunto al libro y reflejan a una población hindú en España que cuenta ya con una tercera generación, como se aprecia en el caso de los indocanarios”.

Comercio de Importación y Exportación

Un documento sonoro, en suma, que “emergen en historias de vida, cargadas de aspiraciones y reveses, confrontaciones con el entorno y afirmación del individuo y la colectividad cultural y religiosa a la que pertenecen y a la que permanecen unidos pero con gran variedad de matices y adaptaciones, y a través de una diáspora sin fin, pero permeable a su integración en los diferentes espacios geográficos a su alcance, como ha sido el caso de los hindúes en Canarias que ocupan la esfera central del trabajo”.

El hecho de que el autor, Víctor Morales Lezcano, profesor de Historia en la UNED, sea canario ha influido sin duda en esta particular investigación oral , que constituye un documento vivo de primer orden.

La presencia de los hindúes en Las Palmas de Gran Canaria y de Tenerife, no tienen otra explicación que la fuerza de atracción que sobre ellos ejerció el comercio de importación y exportación de artículos manufacturados en Europa, cuya demanda fue a más, fuese por el “exotismo” del género en venta, fuese por la aplicación de nuevas tecnologías a la industria textil, a los utensilios domésticos, a la perfumería y a las comunicaciones marítimas vía África”.