Víctor Morales Lezcano
Hacia
1820 se configuró en Madrid una tertulia de rango liberal en torno a insignes
figuras del mundo de las letras, la ciencia y la política. El núcleo del futuro
Ateneo comenzó a fructificar a partir de entonces, hasta obtener en 1884 su asiento edilicio en la calle del
Prado. O sea, a un tiro de piedra del Congreso de los Diputados.
Por
expresarlo a la Galdós, muchos “episodios” culturales tuvieron lugar en las
cátedras y pasillos del Ateneo, en particular durante el casi medio siglo
acotado entre 1890-1936. Los socios y público en general llenaron año tras año
las diferentes dependencias ateneístas: los estudiosos e investigadores, su
prodigiosa biblioteca; los polemistas y tertulianos
del momento, la “cacharrería” y el café de la Docta Casa. Joaquín Costa,
Cánovas del Castillo Manuel Azaña y Ortega y Gasset impartieron cursos y
conferencias en el prodigioso salón de actos.
Sin
embargo, de años acá, el Ateneo de Madrid no encuentra benefactores decididos a fortalecer la
economía de tan añeja institución madrileña. Oigo decir, incluso, que el estado
de su salud económica es, ahora, alarmante, lo que, en principio, es un baldón
para el Ayuntamiento y otras fuentes pertinentes de ingresos para la Docta Casa.
Estas
líneas de un ateneísta fervoroso
-incluso desde la distancia- apelan a la cacareada responsabilidad
cultural de la democracia en España con vistas a que se palíe, cuanto antes, el
mal estado de salud económica del Ateneo Científico y Literario que los
habitantes de la capital hemos heredado de sus fundadores y transmisores
generacionales ochocentistas.
Vuelva a oírse, pues, otra voz de alerta. Que no tenga que
sonar la de alarma, cuando, quizá, sea muy tarde para que surta efecto.
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