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sábado, 25 de mayo de 2019

DE GRUÑIDOS Y RUGIDOS EN ORIENTE MEDIO: UNA FÁBULA SIN MORALEJA







Víctor Morales Lezcano

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         En una breve síntesis de lo que he venido denominando La segunda cuestión de Oriente (Ed. Cátedra, 2016) recuperé la secuencia de la conflictividad latente ─y expresa─ de una región del mundo (Middle East) que, a partir de la Primera Guerra Mundial, no ha dejado de estar en el centro de atención prioritaria de las relaciones internacionales y de los analistas que en estas han volcado su atención. Ya fuese porque los languidecientes imperios de Gran Bretaña y Francia ensayaron la prueba del “retencionismo” metropolitano a ultranza en la India y en Argelia respectivamente, o ya fuese porque el surgimiento del nacionalismo árabe y la fundación del Estado de Israel vinieron a solaparse antagónicamente a partir de la segunda mitad del siglo XX, la nueva cuestión de Oriente vino a imponerse como un capítulo oneroso de las relaciones internacionales. Oneroso, incluso, para Estados Unidos desde que estalló la guerra del golfo (pérsico) contra Iraq y para los países que circunvalan la hoy maltrecha Mesopotamia y para el tráfico internacional del petróleo, cuyas reservas, todavía, siguen siendo altas… Arab Oil and Gas Directory dixit.
         En lo concerniente a la actual elevación de temperatura que viene adquiriendo la conflictividad en la región de marras, procede no olvidar que, desde 1979, la consolidación de un régimen revolucionario en la República Islámica de Irán partió de un hostil distanciamiento entre la administración de Washington DC y Teherán que ha registrado altibajos en diferentes coyunturas, aunque ninguna haya sido tan inquietante como la que está en curso de desarrollo desde que la presidencia de los Estados Unidos tomó la decisión de romper unilateralmente con los términos del acuerdo que Rusia, China, Francia, Alemania, Gran Bretaña y, asimismo, Estados Unidos fijaron en 2015 con Irán, en torno a su “comedimiento” en la generación limitada de dispositivos nucleares de utilización no bélica por parte del Gobierno iraní. Asistimos, sin embargo, desde hace cuatro meses, a un pulso complejo entre el “cuarteto” americano-israelí y árabe (tanto saudí como de los emiratos) y el frente musulmán de inspiración chií, que capitanea la república de Irán y respaldan formaciones combatientes de Hezbolá (o partido de Dios) y de Hamás (partido del celo vigilante), ambas enraizadas con firmeza en Siria, Líbano y entre no pocos ciudadanos de la Palestina “interior” y del Iraq profundo.
         Sea debido a la obsesión bélica de John R. Bolton, asesor de seguridad de  Donald Trump, o sea explicable por la fijación anti-iraní del presidente de Israel, Benjamin Netanyahu, el caso es que el conflicto energético, diplomático y político del que se viene tratando aquí está marcando el pulso entre todas las potencias implicadas en un clima internacional de creciente tensión, toda vez que, además, Rusia (con sus aspiraciones intervencionistas en esta segunda cuestión de Oriente) y China misma (receptora de considerables importaciones de petróleo procedentes de Irán) se encuentran también afectadas y envueltas por el “tornado” internacional del momento.
         El hecho de que el Pentágono haya desplegado recientemente un portaviones provisto de bombas B-52, una batería de misiles Patriot y otros dispositivos bélicos en las aguas del golfo (pérsico) no debe considerarse, por lo pronto, sino como un lenguaje de carácter intimidatorio con respecto al régimen iraní; lenguaje, a propósito, al que recurre cansinamente Donald Trump contra sus adversarios, dentro y fuera de América, como si se tratara de una espada de Damocles con la que obtener el éxito de sus “campañas”.
         La inquietud y un tanto de alarma,  por parte del presidente Hasan Rohani y de la administración iraní en su conjunto, no se ha traducido sino en dar dúctiles, aunque no serviles, pasos de seguimiento diplomático de la crisis, que mantiene en sus manos el Ministerio de Asuntos Exteriores en Teherán, a través de Mohammad Yavad Zarif.
         No en vano se ha pronunciado Amos Yadlin, director del Instituto de Estudios sobre Seguridad y excabeza  del Servicio de Inteligencia israelí, con una precisión ready-made apropiada para la hora que está atravesando el conflicto: Nadie piensa en un cambio de régimen (en Irán), vía militar, pero debilitar el régimen, la economía, de Irán, y contribuir a que el pueblo iraní cambie de régimen sí es la finalidad que se persigue ─implicando, sin duda, al “cuarteto” americano-israelí y árabe (tanto saudí como por parte de los emiratos). La contención de la presidencia y de varias fuerzas vivas (como la guardia revolucionaria de los pasdarán) en Irán no le ha impedido proclamar a Rohani que, desde estos momentos, su país no reduce los compromisos contraídos en 2015 con las potencias signatarias del Plan Integral de Acción Conjunta (PAIC; en inglés, JCPOA), si dichas potencias mantienen los términos del acuerdo. Según ha afirmado Hasan Rohani, Irán no abandonará la mesa de negociaciones, a pesar de la intimidatoria defección americana de los términos convenidos en el PAIC y estará, entonces, dispuesto a dialogar, siempre que todos los signatarios del Plan Integral se mantengan fieles a su observancia.

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         Nos encontramos, por tanto, ante otra crisis internacional muy a la vista, en plena era nuclear. Hay varias potencias implicadas en el conflicto, y una firme esperanza en alcanzar un ajuste de cuentas para que la guerra de Troya no tenga lugar una vez más. Habrá que ver en qué para este ensayo de intereses enfrentados entre dos coaliciones que vuelven a colisionar en un reñidero llamado la segunda cuestión de Oriente.

sábado, 12 de mayo de 2018

HA ESTALLADO LA CRISIS EN ORIENTE MEDIO




Víctor Morales Lezcano
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13.05.18.- MADRID.- Ante ciertos acontecimientos de notoriedad mundial, hay gentes que repiten aquello de que la historia es circular. O dicho en expresión más clara, la historia tiende a repetirse. Sin entrar aquí en una deliberación de tal calibre filosófico, quien suscribe estas líneas se vio motivado sucesivamente por los acontecimientos que en 2010-2011 fueron bautizados, con desparpajo mediático, como manifestación de una Primavera Árabe. Aquella, a propósito, que ahora se bautiza, con no menor desparpajo que entonces, como la Primavera de Arabia Saudí, bajo su “carismático” príncipe Bin Salman, primus inter pares entre los candidatos al trono del país medio-oriental.
En una síntesis de bolsillo, publicada hace dos años (La segunda cuestión de Oriente, ed. Cátedra) intenté captar el paralelismo posible entre los escenarios del Oriente (musulmán), como problema internacional desde el final de la Primera Guerra Mundial a partir de 1918.
El “desenganche” reciente de Estados Unidos del acuerdo multilateral de mediados de julio de 2015 ha vuelto a poner sobre la mesa el conflicto de marras. En este caso, no se ha debido al intrépido desafío de unos líderes (Gadafi, Saddam Hussein) ni a la “marejada” radical de los “amigos musulmanes” en El Cairo; ni tampoco debido a la mano ciega del destino, o sea, la última ratio de los que no poseen ninguna.
Un concurso de factores que han convergido, en los tres últimos años, pueden explicar, sin embargo, el carácter circular con el que la historia se nos presenta frecuentemente en la zona de que aquí se trata. En primer lugar, destaquemos la política exterior e internacional que la administración de Estados Unidos viene desarrollando desde poco después del sorpresivo triunfo electoral de Donald Trump. Inmediatamente después habría que señalar el factor que representa la República Islámica de Irán en Oriente Medio a partir de 1979. Y finalmente, cabe recordar el conglomerado de crisis internas que vienen sufriendo aquellos Estados surgidos del Tratado de Versalles en general y del muy cacareado Acuerdo Sykes-Picot. Como consecuencia, véase lo que ha venido sucediendo en Iraq a partir de las guerras del Golfo, y más tarde en Siria misma: la cuasi destrucción de sus Estados. Al concurso de estos factores habría que añadir el hecho de que varias potencias próximas al Oriente musulmán ─o incardinadas geopolíticamente en Oriente Medio─ como la Rusia meridional, la Turquía de Recep Tayyip Erdogan, e Israel no han podido ni querido desligarse del clima de tensión que ha precedido al “desenganche” americano de los compromisos multilaterales derivables de los términos del acuerdo de 2015 con el Gobierno de Irán; y, por supuesto, con sus altas instancias legitimadoras, como es el caso del guía supremo (velayat-e Faqih) de aquella república.
         Convergen, pues, en Oriente Medio, una vez más, muchas de las características componedoras de las crisis reiteradas y de diferente intensidad, que desde 1918 se ceban en aquellos países, en sus habitantes y sus intereses respectivos. Ahora estamos justo presenciando el inicio de su desarrollo.
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         Se ha dicho que se veía venir la decisión presidencial de Trump, conculcando, así, los términos del acuerdo con Alemania, Francia y Reino Unido, en lo relativo al respeto de Irán, siempre y cuando las autoridades iraníes no incumplieran las limitaciones ─y restricciones─ impuestas a su dispositivo nuclear; a cambio de que las potencias “occidentales” aliviaran la apremiante situación económico-financiera que atraviesa Irán. Se ha roto, sin embargo, la baraja.
         No podemos confiar ya en Estados Unidos de América, se ha comentado en Berlín, y un criterio semejante se está compartiendo entre Gobiernos y cancillerías, no solo de Londres y París, sino incluso de Moscú y Pekín. La propia comisión internacional de control atómico se ha visto desautorizada por el despliegue de la flagrante realpolitik, de que acaba de hacer gala, de nuevo, Washington DC. Susan Rice, en persona, sostiene:
Cuando se materialice este embrollo, Donald Trump, de acuerdo con su protocolario procedimiento, echará la culpa a no importa quien: sus adversarios políticos, Barack Obama, los europeos, todos, y los iraníes. En rigor, solo habrá un responsable de este embrollo, el presidente Trump…
No habría que colegir de este embrollo lo peor, aunque tampoco conviene pensar que las exclamaciones condenatorias emitidas por el sector duro del régimen iraní deban subestimarse. Préstese atención, por ejemplo, a las amenazas de “destrucción de dos ciudades israelíes”, lanzadas a los cuatro vientos por Jatami,  una alta autoridad iraní dentro de la cúpula chií que controla el poder en Teherán.
La intención de los adversarios de la República Islámica de Irán ─con Estados Unidos e Israel en cabeza de línea─ consiste, por lo que parece, en desencadenar una feroz reacción entre los halcones de aquel régimen contra el enemigo exterior y, naturalmente, contra los sectores sociales que vienen propugnando desde dentro un cambio de la República hacia horizontes liberales. De esta manera se lograría desenmascarar urbi et orbi al establecimiento religioso que consagró la revolución de 1979 en la milenaria Persia. Como podrá colegirse, una estrategia de esta suerte está repleta de riesgos. Entre otros, el peligro nuclear al que en cualquier momento podría llevar la deriva del conflicto en ciernes.
Bien pensado, la historia posee en su despliegue un porcentaje no calculable de repetición, incluso aunque se trate de una insólita edición nuclear, como la que, potencialmente, subyace en el inicio de conflictos como el que se acaba de desencadenar. 
        
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sábado, 5 de mayo de 2018

EN ORIENTE MEDIO SE APROXIMA “OTRA” HORA DE LA VERDAD





Víctor Morales Lezcano
         

Como otros reñideros históricamente complejos y ─por ende─ conflictivos, Oriente Medio viene recorriendo una azarosa contemporaneidad desde el final de la Segunda Guerra Mundial.  Aquella complejidad y simultánea propensión a la conflictividad explican hoy el comentario del general Wavell (1883-1950) sobre cómo pudieron creer los responsables del Tratado de Versalles que se conseguiría establecer una armoniosa balanza internacional en reñideros ─como el que nos ocupa─, Oriente Medio.

         La inquietante incertidumbre internacional que reina en este momento reside con mucho en la aproximación de una inminente fecha límite determinante de la prórroga ─o no─ de los términos convenidos en el acuerdo nuclear de 2015 por diversas signatarias (Estados Unidos,  China, Rusia,  Reino Unido, Francia y Alemania) con la República de Irán.
         A nadie advertido se le escapa que Donald Trump en América, por una parte, y las incertidumbres de la Unión Europea en sus cometidos internacionales, por otra, hacen temer que el revisionismo que atraviesa la política exterior e interior de Estados Unidos desemboque en un impasse poco alentador. Como han repetido en estas últimas semanas el presidente Rohani y su ministro de Asuntos Exteriores, Irán considera que la amenaza de ruptura de los términos del acuerdo de 2015 no solo pondría a la república iraní en una situación financiera incómoda, sino que rompería unilateralmente la solidaridad del mundo occidental en tanto en cuanto los Gobiernos de Alemania, Francia y Reino Unido no comparten la “provocación” del presidente Trump, flanqueado ahora mismo por Mike Pompeo y John Bolton desde las altas instancias del poder americano, y por Benjamin Netanyahu, en nombre de Israel.

         El viraje provocador del Gobierno americano con respecto a la República Islámica de Irán no parece que tenga a la vista fundamentos objetivables. Creo que es lo que se piensa en las cancillerías europeas, y el propio presidente francés así lo ha expresado en su alocución en las Cámaras de Estados Unidos recientemente.

         En rigor, la pregunta clave que planea sobre el tema en este momento podría ser la siguiente: ¿subyacen el nefasto recuerdo del 11-S y el clima de islamofobia reinante en muchos puntos de relevancia internacional en las causas del “juego” político americano con respecto al acuerdo nuclear de 2015? Tal vez, podría ser así, pero tememos que quedaría incompleta esta elemental indagación, si no se recuperara, además, el factor Arabia Saudí y su evidente relación con el desafío americano, tanto a Irán como a la regla del juego de intereses internacional que sí respetan por el contrario Berlín, Londres y París.
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         Veremos. Se sabe que el reino de Arabia Saudí ─gran proveedor mundial de petróleo, pero no de gas─ mantuvo estrechos lazos económico-financieros con las administraciones de Roosevelt, Truman y Eisenhower en Estados Unidos. El objetivo estaba claro: las exportaciones de combustible crudo de la extensa y soleada península arábiga hacia América se transformaron en el gran pilar de la mayor petrocracia  que había en el mapamundi de la época. Todo iba bien para los beneficiarios del trato.

         Sin embargo, dentro del intrincado panorama político del Oriente Medio de la segunda mitad del siglo XX, se produjo en Irán la revolución que derrocó a la dinastía imperial de los Reza Pahlevi, abriendo paso al triunfo del régimen musulmán chií.

         Sin entrar en consideraciones de un tenor histórico que harían perder de vista el objetivo de estas penúltimas líneas, hay que subrayar, ahora, otras dimensiones que tuvo el triunfo de la revolución iraní de 1979; una de estas fue justo la de encender una chispa de rivalidad antagónica y duradera entre Teherán y Riad, entre Irán y Arabia Saudí. Se trata de un antagonismo que ha ido in crescendo durante los tres últimos decenios por dos razones poderosas; realmente de mucho peso. La primera, aunque se piense que no es la más contundente, hunde sus raíces en la fractura sectaria del islam entre los fieles a la tradición (sunna), de filiación profética, y los fieles de obediencia musulmana chií; o sea, los disidentes de la cuestión sucesoria, establecida a la muerte del profeta Mahoma (570-632). Arabia Saudí y sus santos lugares, a partir del establecimiento de la dinastía wahabí en el siglo XVIII encarnarán simbólicamente la ortodoxia estricta del islam saudí; mientras que la legendaria Persia, reconocida como Irán, a partir de 1925, representará un islam disidente del ortodoxo practicado por los fieles suníes. En rigor, fue la revolución iraní de 1979 la que parece haber polarizado a su alrededor una especificidad mental y social hacia la que el mundo saudí viene dispensando un reguero de obstáculos. Y no solo por competir los santos lugares del chiismo iraní, por ejemplo, con los de La Meca y Medina, sino debido también al hecho de que las reservas petrolíferas de ambos contendientes han sido rivales obstinados en su canalización hacia el mercado mundial de los recursos energéticos. A la luz de este clima de rivalidad medio-oriental, es como, en opinión del autor de estas líneas, puede llegarse a ver con más claridad las causas profundas de las turbias relaciones irano-saudíes, el apoyo de la  presidencia americana al príncipe Bin Salman, y, por ende, la intención evidente de crear en torno a Irán una atmósfera de desconfianza, cuando no de enemistad, por ser considerada una nación perturbadora del “nuevo desorden” que se viene edificando en Oriente Medio, no solo desde el 11-S, sino también a partir de la destrucción gradual de Iraq en el contexto de las guerras americanas que tuvieron lugar en el golfo arábigo-pérsico.

         La argumentación de Irán, para defender su postura en medio de la alta tensión política que ha ido alimentando la pugna entre ambas potencias regionales, dice así en expresión de Yavad Zarif, ministro iraní de Asuntos Exteriores: El acuerdo nuclear (de 2015) es una infrecuente victoria de la diplomacia sobre la confrontación. Minar sus fundamentos y logros sería un error.

         Desde instancias muy señaladas, por el contrario, como son algunas instaladas en Washington DC, Tel Aviv y Riad se emite, sin solución de continuidad, el mensaje que apunta al régimen y al Gobierno iraníes como “un eje del mal” y un factor de  alta peligrosidad para el statu quo en Oriente Medio.
         Pronto asistiremos al desenlace de un “pulso” que a nadie debería serle indiferente. Hagamos votos para que de nuevo la diplomacia derrote a la confrontación.



miércoles, 10 de enero de 2018

Mikel Ayestarán: Quinta edición de su libro “Oriente Medio, Oriente roto”. Tras las huellas de una herida abierta

 Mikel Ayestarán





Julia Sáez Angulo

            10.01.18 .- MADRID .- El escritor guipuzcoano Mikel Ayestarán, corresponsal en Jerusalén y reportero de guerra, es el autor del libro Oriente Medio, Oriente roto. Tras las huellas de una herida abierta (2017), publicado por la editorial Península, que va ya por la quinta edición. El volumen va ilustrado con un mapa de la zona.

            Tras un largo prólogo introductorio, el libro se divide en capítulos que hablan de los distintos países: Irán, Líbano, Irak,Georgia, Afganistán, Túnez, Egipto, Yemen, Pakistán, Libia y Siria, seguidos de los rotulados como Refugiados, El califato: Irak y Siria y termina con Jerusalén, esa ciudad santa amada y codiciada por judíos, cristianos e islámicos.

            Mikel Ayestarán (Beasaín, Guipuzcoa, 1975), residente en Jerusalén es un reportero, viajero internacional, sobre todo desde que en 2005 decidió dedicarse como freelance a los conflictos de Oriente Medio y trabajar para distintos medios informativos, después de haber trabajado en exclusiva para algunos de ellos. Ganó el premio Club Internacional de Prensa 2009 y el Premio Periodista Vaco en 2015, año en que fijó su residencia en Jerusalén.

"Primeros viajes"

            “Mis primeros viajes fueron dela mano de Astérix, Óbelix y Tintín, compañeros todas las noches antes de dormir”, cuenta Ayestarán en el prólogo. (…) ellos no paraban de viajar, y mi cabeza tampoco. Yo buscaba cubrir situaciones complicadas, guerras, revoluciones (…)coberturas cuyo escenario actual es Oriente Medio. Por esomi brújula apunta a esa región…”  

            El autor describe Oriente Medio como. “una parte del mundo étnica, política y religiosamente dividida, donde potencias mundiales y regionales dirimen sus diferencias a través de  terceros países y en los que florecen grupos que llegan a erigirse en amenaza global”, como Al Qaeda o Dáesh”.

            En suma, Oriente Medio, Oriente roto. Tras las huellas de una herida abierta es un libro que nos documenta la actualidad de una zona humana y de conflictos de una manera personal y singular, con arreglo a su experiencia personal como viajero y corresponsal.