sábado, 12 de mayo de 2018

HA ESTALLADO LA CRISIS EN ORIENTE MEDIO




Víctor Morales Lezcano
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13.05.18.- MADRID.- Ante ciertos acontecimientos de notoriedad mundial, hay gentes que repiten aquello de que la historia es circular. O dicho en expresión más clara, la historia tiende a repetirse. Sin entrar aquí en una deliberación de tal calibre filosófico, quien suscribe estas líneas se vio motivado sucesivamente por los acontecimientos que en 2010-2011 fueron bautizados, con desparpajo mediático, como manifestación de una Primavera Árabe. Aquella, a propósito, que ahora se bautiza, con no menor desparpajo que entonces, como la Primavera de Arabia Saudí, bajo su “carismático” príncipe Bin Salman, primus inter pares entre los candidatos al trono del país medio-oriental.
En una síntesis de bolsillo, publicada hace dos años (La segunda cuestión de Oriente, ed. Cátedra) intenté captar el paralelismo posible entre los escenarios del Oriente (musulmán), como problema internacional desde el final de la Primera Guerra Mundial a partir de 1918.
El “desenganche” reciente de Estados Unidos del acuerdo multilateral de mediados de julio de 2015 ha vuelto a poner sobre la mesa el conflicto de marras. En este caso, no se ha debido al intrépido desafío de unos líderes (Gadafi, Saddam Hussein) ni a la “marejada” radical de los “amigos musulmanes” en El Cairo; ni tampoco debido a la mano ciega del destino, o sea, la última ratio de los que no poseen ninguna.
Un concurso de factores que han convergido, en los tres últimos años, pueden explicar, sin embargo, el carácter circular con el que la historia se nos presenta frecuentemente en la zona de que aquí se trata. En primer lugar, destaquemos la política exterior e internacional que la administración de Estados Unidos viene desarrollando desde poco después del sorpresivo triunfo electoral de Donald Trump. Inmediatamente después habría que señalar el factor que representa la República Islámica de Irán en Oriente Medio a partir de 1979. Y finalmente, cabe recordar el conglomerado de crisis internas que vienen sufriendo aquellos Estados surgidos del Tratado de Versalles en general y del muy cacareado Acuerdo Sykes-Picot. Como consecuencia, véase lo que ha venido sucediendo en Iraq a partir de las guerras del Golfo, y más tarde en Siria misma: la cuasi destrucción de sus Estados. Al concurso de estos factores habría que añadir el hecho de que varias potencias próximas al Oriente musulmán ─o incardinadas geopolíticamente en Oriente Medio─ como la Rusia meridional, la Turquía de Recep Tayyip Erdogan, e Israel no han podido ni querido desligarse del clima de tensión que ha precedido al “desenganche” americano de los compromisos multilaterales derivables de los términos del acuerdo de 2015 con el Gobierno de Irán; y, por supuesto, con sus altas instancias legitimadoras, como es el caso del guía supremo (velayat-e Faqih) de aquella república.
         Convergen, pues, en Oriente Medio, una vez más, muchas de las características componedoras de las crisis reiteradas y de diferente intensidad, que desde 1918 se ceban en aquellos países, en sus habitantes y sus intereses respectivos. Ahora estamos justo presenciando el inicio de su desarrollo.
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         Se ha dicho que se veía venir la decisión presidencial de Trump, conculcando, así, los términos del acuerdo con Alemania, Francia y Reino Unido, en lo relativo al respeto de Irán, siempre y cuando las autoridades iraníes no incumplieran las limitaciones ─y restricciones─ impuestas a su dispositivo nuclear; a cambio de que las potencias “occidentales” aliviaran la apremiante situación económico-financiera que atraviesa Irán. Se ha roto, sin embargo, la baraja.
         No podemos confiar ya en Estados Unidos de América, se ha comentado en Berlín, y un criterio semejante se está compartiendo entre Gobiernos y cancillerías, no solo de Londres y París, sino incluso de Moscú y Pekín. La propia comisión internacional de control atómico se ha visto desautorizada por el despliegue de la flagrante realpolitik, de que acaba de hacer gala, de nuevo, Washington DC. Susan Rice, en persona, sostiene:
Cuando se materialice este embrollo, Donald Trump, de acuerdo con su protocolario procedimiento, echará la culpa a no importa quien: sus adversarios políticos, Barack Obama, los europeos, todos, y los iraníes. En rigor, solo habrá un responsable de este embrollo, el presidente Trump…
No habría que colegir de este embrollo lo peor, aunque tampoco conviene pensar que las exclamaciones condenatorias emitidas por el sector duro del régimen iraní deban subestimarse. Préstese atención, por ejemplo, a las amenazas de “destrucción de dos ciudades israelíes”, lanzadas a los cuatro vientos por Jatami,  una alta autoridad iraní dentro de la cúpula chií que controla el poder en Teherán.
La intención de los adversarios de la República Islámica de Irán ─con Estados Unidos e Israel en cabeza de línea─ consiste, por lo que parece, en desencadenar una feroz reacción entre los halcones de aquel régimen contra el enemigo exterior y, naturalmente, contra los sectores sociales que vienen propugnando desde dentro un cambio de la República hacia horizontes liberales. De esta manera se lograría desenmascarar urbi et orbi al establecimiento religioso que consagró la revolución de 1979 en la milenaria Persia. Como podrá colegirse, una estrategia de esta suerte está repleta de riesgos. Entre otros, el peligro nuclear al que en cualquier momento podría llevar la deriva del conflicto en ciernes.
Bien pensado, la historia posee en su despliegue un porcentaje no calculable de repetición, incluso aunque se trate de una insólita edición nuclear, como la que, potencialmente, subyace en el inicio de conflictos como el que se acaba de desencadenar. 
        
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