Julia
Sáez-Angulo
Ha llegado el momento del relevo institucional en la jefatura del
Estado de España por la abdicación del rey don Juan Carlos de Borbón. La
continuidad constitucional que establece la dinástica señala a don Felipe de
Borbón y Grecia como heredero y sucesor. Así se quiso en la Constitución
Española de 1978, escrita en el último tercio del siglo XX, en la que la
primacía del varón sobre la mujer aparcaba a la hija mayor del rey como sucesora.
Algunos
“padres de la patria” que la redactaron, como el profesor de Derecho Político
Sánchez Agesta y el filósofo Julián Marías, declararon a mis preguntas para una
tesina de derecho comparado en la Sociedad de Estudios Internacionales del año
1982 sobre “La Jefatura del estado en las monarquías europeas”, que se trataba
de una cuestión de “ideas y creencias” al decir de José Ortega y Gasset. En teoría todos afirman que la mujer es igual
que el varón ante la ley, pero en la ideas profundas, soterradas en el
inconsciente colectivo, todos saben que es mejor un varón para reinar (¿?) El
diputado parlamentario señor Cañete está también en esta línea a juzgar por sus
declaraciones recientes. Ciertamente había otras razones familiares.
Dicho
esto, cabe añadir que para el resto de los españoles da igual que sea hombre o
mujer quien suceda al monarca, por cuanto sólo afecta a una familia dinástica y
por tanto en nada influye a sus derechos ciudadanos generales. ¿Cuestión de
imagen? Es preferible opinar y luchar por los hechos que por la imagen.
Una
vez que Juan Carlos I ha abdicado, le sigue su hijo Felipe VI, a quien le
espera una tarea de reinar y no gobernar, tarea que es sutil y compleja porque
ha de moderar poderes y situaciones ante las crisis, conflictos y leyes. Esta
tarea es mucho más importante que la de simple mayor alto funcionario del
Estado. Ha de arbitrar la situación regional o las leyes conflictivas sobre la
vida humana antes y después de la
concepción del nasciturus. El
rey Balduino lo hizo muy bien, pero en España las cosas son distintas con los
Borbones. La tradicional monarquía católica se enfunda hoy en una ceremonia
laica de sucesión y el agnosticismo está cercano.
El
rey necesita auctoritas más que
potestas, para estar a la altura del papel que ha de desempeñar. El rey ha de
seguir siendo el primer y gran embajador en las relaciones exteriores, algo que
difícilmente conseguiría un presidente de república, dado el país de tono medio
que somos. En ese papel ha de ser una cabeza importante para Iberoamérica,
donde la Corona de España tiene todavía cierto carisma. El rey ha de estas
sensible en fondo y forma ante los más necesitados.
El rey ha de ser la
partícula coagulante de un país centrífugo desde su nacimiento; el ejemplo de
Isabel I y Fernando de Aragón lo anunciaron. Y sobre todo, el rey ha de ser
virtuoso, ejemplar, modelo, si quiere permanecer en su cargo. Él y su familia,
porque la idea de respeto y amparo sólo cabe en ante un monarca juicioso y sereno,
por lo que necesitará un cónyuge que le siga y ayude, y buenos consejeros para
que le asesoren.
La familia real no ha de ser
una más en la sociedad, sino una representación adecuada de comportamiento y
exigencia. Nobleza obliga. Guardar
las formas, porque las formas salvan, y
entregarse al duro trabajo que exige el respeto que los demás vayan a
profesarle. Decoro es la palabra.
No cabe impacientarse ante
los republicanos recalcitrantes, de corte asambleario y no democrático. En la
Universidad Española de los 70ª tuvimos que sufrir el avasallamiento de sus
modos. En la democracia Cristiana había que luchar contra dos dictaduras: la de
Franco y la marxista manipuladora de las asambleas estudiantiles hasta la
extenuación. Recordarlo es enfermar. Aquellos no son constitucionalistas y no
pueden presumir de República ejemplar en el pasado, por más que en última
instancia fuera derrocada por el golpismo militar. Da risa cuando ponen a la II
República como ejemplo, con artículos como el séptimo de su Constitución, que
excluía a españoles y creencias. Al menos, la primera república sostuvo la
bandera rojigualda que evita fracturas.
No lo tiene fácil Felipe VI,
ni dentro ni fuera de su entorno, pero le vamos a ayudar muchos de los que
creemos en la democracia y sabemos, que hoy por hoy, la monarquía parlamentaria
es lo mejor que puede tener España.
Para terminar, un agradecimiento
al rey Don Juan Carlos y particularmente a la reina que ha estado más en su
sitio (ójalá Felipe VI tenga tanta suerte como su padre en cuanto al papel de
su esposa). Al rey porque pilotó la nave difícil de las libertades y la
democracia en momentos difíciles. Su intuición le hizo mover el timón con
acierto. El final no ha sido tan glorioso, pero no reconocer su trabajo en el
pasado o no agradecérselo sería injusto.
Cuando el rey abdica, aunque sea la primera vez que se presenta en esta
Constitución, ¡viva el rey!
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