miércoles, 18 de abril de 2018

Archiduque Andrés Salvador de Habsburgo-Lorena y Salm Salm I : Recuerdos de guerra (1939-45) y posguerra



 Castillo de Gmünd (Austria)
Archiduque Andrés Salvador, junto a la Avda. que llevará su nombre en Gmünd

Archiduque Andrés Salvador de Habsburgo y Lorena


J. S. A.

    18/04/18 .- MADRID .- Leímos en La Mirada Actual” sus bellos recuerdos de infancia durante la Navidad con su Augusta Madre, la princesa de Salm Salm. Ahora nos gustaría recoger algunos recuerdos de su infancia y juventud durante la guerra de 1939-45 y posguerra .

¿Cómo era aquel escenario que usted contempló?

           Un niño no sabe lo que significa una guerra. La vida en el campo no se altera. Las estaciones del año imponen su ritmo, sus trabajos y la manera de vestir. La vida separada de un núcleo urbano alejaba los acontecimientos diarios. Las noticias llegaban filtradas por los mayores o por la propaganda de la radio. No fue la voz de los mandos como los padres o superiores, como un maestro, cura o las institutrices, sino por una voz desconocida.

           Los padres cuidaban mucho en lo que decían a los hijos. Sí o si no comunicaban algo que podría dañar a una mente infantil. Para mí madre fue más impactante la terminación de la guerra en España, que las luchas por el poder a su alrededor.

           Habían pasado solo unos 18 años desde el completo hundimiento de un imperio que duró unos 600 años. El cambio en la forma de gobernar, el cambio de unas fronteras, el cambio de las leyes, el cambio de un sistema económico y a un sinfín de innovaciones tecnológicas tenía que adaptarse mi familia. Solo de vivir de una paga por pertenecer a una familia, a procurar el sustento propio para la familia, fue un cambio ingente para mis padres.

           Mi padre se quedó sin apellido, su nombre fue prohibido y la incipiente República se gobernaba más por inclinaciones políticas que por leyes de nueva creación.

           Los que nacimos en el 1936 en la pequeña y nueva República, la que se batía entre la añoranza del imperio católico y la nueva doctrina del águila que perdió una cabeza pero le decoraron - aun hoy - con la hoz y el martillo de una izquierda socialista/comunista.  
Archiduque Andrés Salvador

           Por padecer una infección respiratoria, escuché más a los mayores que a los que jugaban con los de mi edad. Poco a poco me enteré de la realidad que me rodeaba. Una familia numerosa que no respiraba el aire del tercer Reich, sino más bien de mantener unos valores de las generaciones pasadas. Las masas, víctimas de nuevas palabras de libertad y superioridad racial que sonaban por las calles y en las radios y llamaron a destrozar los signos que eran de antaño. Lo primero era destrozar estatuas dedicadas a santos y héroes en un tiempo pasado.

           Poco a poco sonaba un obseso, más por la radio, y toda la servidumbre se postraba al pie de la radio.  Y no faltaba tiempo y esta voz invadía el país. La alcaldía del pueblo pasó al partido del poder y las conversaciones en casa cambiaron. Nosotros en casa éramos prisioneros. Como granjeros teníamos los productos de la huerta y del corral, pero la administración y el servicio fueron agentes del sistema.

           Mi niñera tuvo que presentarse una vez a la semana para dar el informe al cuartel de los Nazis en Viena. Tenía que informar lo que nosotros, como niños, habíamos hablado a lo largo de la semana. Lógico es que tuvimos que cambiar de vocabulario. Parientes que tenían su nombre, de repente se llamaron señor X y un tanto igual las tías o peor aún, los  parientes que vivían en el extranjero. Lo peor fue hablar otra lengua. Enseguida vino la pregunta tajante del servicio: “¿de que habéis hablado?”

           Cuando has perdido tus funciones en el pueblo, te aíslan como en las películas del Oeste. Ha de venir el contestatario para salvarte. Fui con mi padre a pie a un puesto de caza, muy dentro del bosque, y cerca del linde de la propiedad. Nos encontramos, sin tener permiso y disimulando como si no fuéramos de caza. Nos encontramos con un vecino que había estado preso en el campo de concentración de Mauthausen. Nos contó que en todo el valle del Danubio, allí olía a “carne quemada” y nos dio a entender que hubo allí un campo de exterminio. Fue de esta manera como mi padre se enteró de las crueldades del régimen que nos anunciaba constantemente de las victorias que obtuvieron o de las armas mágicas que el Führer se iba a sacar de la manga.  

           Venían a casa, a escondidas, los hombres leales y te traían fragmentos de información. La ocupación de la propiedad, el inicio de la guerra, el traslado de los archivos de Viena a casa, los refugiados o los prisioneros de guerra ocuparon habitaciones en casa. La fortaleza de mis padres, que ambos ya habían conocido una guerra mundial. Mi madre contaba las guerras que conocía a lo largo de su vida con la pérdida de su padre. De prisionero en Gibraltar y muerto por una granada en Rusia.

           Las época sé endurecía, los ataques a mi padre aumentaban, el periódico Nazi le dedica una artículo incendiario en primera página. Faltaba comida, todo lo que producíamos fue al frente. Faltaba no solo leche, azúcar o carne, sino también pan. Mi madre tenía un saco verde colgado de la luminaria con trozos de pan duro. Si entrabas en su escritorio y te quejabas de que tenías hambre, miraba al techo para ver si quedaba un trozo  que darte.

           Ante la noticia de que faltaban seis días para ejecutarnos mediante fusilamiento, las visitas a la imagen de san Judas Tadeo en la capilla aumentaban. Personas del pueblo nos informaban de que cierta noche del año 1943 había unas maniobras, que no nos preocupáramos, pero fue la matanza de 223 judíos del pueblo. El alcalde alardeaba de que tenía un pueblo libre de judíos.

           Ya se podían oír los disparos del frente de Viena y el puesto de aviación alemana fue abandonado. La torreta de observación de la flota del Danubio ya no tenía personal. Las cosas se precipitaron. El ejército de la Wehrmacht se demoró en los bosques del Weinsberg. El valor más cotizado fue un traje de payés,  ya que los uniformes alemanes le delataron como tal. El alcalde del pueblo mató a su mujer, a sus cuatro hijas y se suicidó cuando se enteró que su sueño del tercer Reich se había hundido.

           De madrugada venía al pueblo un guardabosque y se atrevió a despertar a mi padre para comunicarle la matanza en un vallejo de la finca. Él y el guardabosque entraron en las oficinas de los empleados vestidos de uniforme alemán y les informaba de la atrocidad cometida por un pelotón de las S A.

           Solo mi padre, mi hermano que contaba 16 años y el jardinero se fueron a enterrar a los fusilados. Los que tenían los sesos comidos por la propaganda nazi no se podían creer que la noticia fuera cierta.

           Poco a poco se diseminaba la noticia por el pueblo de 660 almas y acudían a dar sepultura a los muertos. El fin de la segunda guerra mundial fue proclamado en el año 1945. Una mañana se reunían en el patio de la casa los moradores de la casa, los refugiados, los prisioneros de guerra y personal de la propiedad, en total unas 900 personas. Mi padre pronunció su discurso con las palabras: “ya no tenemos que saludar con la mano levantada y podemos decir de nuevo nuestro saludo “Grüss Gott”  (Dios te saluda) como fue de costumbre en Austria. La cruel guerra ha terminado”.

           El grito de tanta gente de alivio, de que un sistema atroz ha terminado, fue tan grande que aún me suena en los oídos. La alegría de entonces me hace rebrotar las lágrimas por los sentimientos de tanta gente contenta - que la idea de la súper raza - no pudo con los sentimientos. Fue un momento inolvidable de alegría, de felicidad y de esperanza de un comienzo nuevo.

           Ver a mi padre siendo la cabeza visible de la resistencia a un sistema de muerte, terror y de quimeras deshumanizadas nos llenó de admiración. Pero aún vinieron adversidades.

           Fueron unas semanas de un tiempo soleado excepcional. Los Nazis construyeron un artefacto contra los tanques que invadieron el Reich. La carretera comarcal se estrechaba y dejaba solo un carril. El ejército de los EE.UU. avanzaba más rápido por la orilla izquierda del Danubio que estaba previsto. Los dos ejércitos se cruzaron justamente en este artefacto contra tanques cerca de casa. El fruncido de la frente del conductor de la columna de Jeeps de los americanos apartó a los vehículos más viejos que conducía el ejército soviético. El ruso con su estrella roja en la gorra se apartó y dejaba pasar la columna americana. Para nosotros era claro que esta gente no pudo entenderse.

           Como el ferry que cruzaba entonces el río del Danubio fue propiedad del pueblo y la barcaza no cruzó el río a territorio del “enemigo”. Pasaron unos días y los soviets llegaron con barcos fluviales del Mar Negro. Atracaron en el muelle del ferry, subieron por el pueblo para pedir entrada a la casa prominente. A la tropa acompañaban reporteros gráficos para rodar las escenas de rigor de ser liberado por los soviéticos de la tiranía de los Nazis.

           Los reporteros tenían sus sacos negros con dos mangas para reponer la bobina de la película. De niño de unos ocho años me impresionaba mucho esta escena. De ver mis hermanas y mis padres como actores para la televisión soviética, con el trasfondo del arco de la entrada al patio a pie del torreón de la casa.

           Pero tanto como me acuerdo de estas escenas de alegría a la terminación de la guerra, me acuerdo también de las lágrimas de despedida de mis padres cuando partían para el interrogatorio del ocupante ruso. Fueron llamados tres veces a declarar ante el comandante soviético. Cada vez que volvían nos contaban las escenas vividas con todo detalle.

           La primera vez fue para conocerlos y saber por qué mis padres no habían huido, a pesar de los consejos que recibieron. Mi padre, militar del imperio, luchaba en la primera guerra mundial en el frente del Este contra Rusia. Sabía cómo portarse como militar con un militar. La razón de por qué no huía fue “peor que los Nazis no pueden ser los Soviéticos”. 

           La segunda citación a la “Comendatura” fue por la identidad de mi padre. Ser un terrateniente, ser capitalista, ser noble, ser un traidor a la causa de Hitler, ser declarado como enemigo del pueblo, ser un padre de familia numerosa. El comandante le dijo “Vd. no es el señor Habsburgo-Lorena, según mis informes Vd. es otra cosa”. Mi padre le informa que posee  el título académico de doctor en Derecho, el comandante no se conformaba con esta información. Finalmente mi padre se declara como nieto del emperador. El comandante contento le dice “ahora ha dicho quién es Vd.”

           Seguían una serie de preguntas e informaciones. ¿Qué es un archiduque? ¿Por qué el emperador llevaba siempre una decoración rusa?  o ¿Qué ha hecho durante los seis años que duró la guerra? El comandante pone a disposición de mi padre una persona para cualquier queja que tuviera.

           La tercera vez fue cómo volver a ocuparse de la familia, de la propiedad y de los 400 empleados que trabajaron en la finca. Las declaraciones duraron siempre todo un día. Nosotros, hijos y las 15 personas al cuidado de nosotros en parte lloraron, porque vieron ya a mis padres en Siberia, en parte esperaron ansiosamente el retorno de los jefes y del mayor empleador del pueblo. Se trataba de cómo desnazificar el pueblo y toda la gente engañada por una política errónea. Cuando terminaron los diferentes puntos, mis padres querían marcharse pero el comandante los retuvo. Él decía a mi padre “Vd. se olvida el acta de unos 62 centímetros de grosor”. A lo que mi padre le contesta “quémelo, porque con esta gente que me denunció tengo que levantar el país”. 

           Los ocupantes se retiraron a sus cuarteles, solo de vez en cuando venían pidiendo alimentos, porque pasaron hambre como nosotros. La zona soviética, que fue la zona más pobre, careció de los fondos de ayuda que recibieron los de la Austria occidental. Todo costaba más esfuerzos y no faltaban chistes de rusos como de si de Lepe se tratara. 
           Pusieron a mi padre como alcalde del pueblo. La vida común se organizaba con cazadores acostumbrados a llevar armas, cuya conducta siempre fue irreprochable.

Datos biográficos
            Biznieto de los emperadores Francisco José y Elizabeth de Austria, nieto de Valeria última hija de Sissi emperatriz, hijo de la princesa de Salm Salm, Rosa María de Austria,  S.A.I.R. Andrés Salvador de Habsburgo–Lorena y Salm Salm (Castillo de Persenbeug, Austria, 1936), Archiduque, Príncipe de Toscana, de Hungría y de Bohemia, Gran Maestre de la Orden Internacional de San Huberto, Caballero de la Insigne Orden del Toisón de Oro y de la Orden de Calatrava, es asiduo visitante de España, principalmente de Madrid, Mallorca y Extremadura. Tiene tres hijos.

            La ciudad de Gmünd le va dedicar en breve una avenida con su nombre, por la defensa del patrimonio histórico artístico y por sus destacados estudios sobre las aguas. Andalucía, por otra parte, le prepara un homenaje, por la introducción del cangrejo americano en algunos de sus ríos, ya que gracias a ello, siete mil familias viven de su explotación económica.
            Trabajador nato, a sus 81 años el archiduque Andrés Salvador sigue al pie del cañón, supervisando día a día sus propiedades: 10 piscifactorías y los bosques. Se levanta a las 7 de la mañana para estar pronto al aire libre. El año pasado obtuvo el Premio a la mejores Carpas de Austria.

            Es un hombre polifacético, genial, del que cabe destacar su bonhomía y humanidad, que solo la tienen los grandes. 

Julia Sáez-Angulo

Más información:
https://lamiradaactual.blogspot.com.es/2016/12/navidades-en-persenbeug-recuerdos-de.html

http://www.habsburg.at/


Abuela del Archiduque Andrés Salvador


Madre del Archiduque Andrés Salvador: princesa de Salm Salm y por matrimonio, Archiduquesa Rosa María de Austria

Más información:  
https://lmathieu.wordpress.com/2011/09/07/descendance-de-francois-joseph-1er-et-elisabeth-de-baviere-sissi-1ere-partie/

Castillo de Gmünd (Austria)

Junto a la alcaldesa de Gmünd (Austria) (2015)
Archiduque junto a Mayte Spínola entregando diplomas a miembros del Grupo pro Arte y Cultura (2015)

Archiduque, de la Orden de San Huberto
Archiduque vestido de austriaco

 En Portugal (2016)

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