sábado, 2 de mayo de 2015

Manuel Martínez Remis, Poeta Invitado por “La Mirada Actual”




 Manuel Martínez Remis


L.M.A.

        02.05.11.- Madrid.- Manuel Martínez Remis (Madrid, 1911 – 1989), poeta admirado y alabado, entre otros, por el catedrático de Lengua y Literatura Federico Carlos Sáinz de Robles. El escritor vivía para la poesía y entre sus libros se encuentran: El toro, la muerte y el sol. Poemas taurinos. Prólogo de José María de Cossío; Cartel de toros; 19 cartas apasionadas; Ángel rebelde; Versos de entonces; Retrato de desconocida y señal en el tiempo; Amor, siempre y después o compañero de viaje.
        Su hija Carmina Martínez-Remis le sigue en la tarea de poeta.

POEMAS

Enfréntate a la vida,
no seas cobarde,
que llega la mañana
como un alarde
de tu alegría…
Antes de que sea tarde,
pequeña mía…

***

¿No sabes que los años
pasan deprisa?
¿Qué hay cosas que no pueden
tomarse a risa?
Que tiene en tus dedos
la mariposa,
el carbón encendido,
la luz, la rosa…
Quema tus días con los dedos humanos
antes de que tus manos
queden vacías…

***


GEOGRAFÍA DEL VIEJO MADRID

Madrid es en mi vida como una vieja noria
que fue vertiendo sangre en cada cangilón...
Antiguo calendario, que ya va siendo historia
y en sus última fechas me roba el corazón.
Madrid tuvo una hermosa y rara geografía
que está esperando el atlas que describirla sepa.
Barrios de mar y monte, de cumbre, de bahía,
cordilleras de casas con asfaltos de estepa.
Había un Madrid de playa, gracioso y veraniego,
los Altos del Hipódromo entre julio y agosto,
y un Madrid disfrazado de población manchega
por las Cavas, imperio de la mula y el mosto.
Madrid tuvo una lírica y enorme poesía
que aún espera al poeta que la sepa cantar.
Marcha triunfal de luces al cruzar la Gran Vía,
sueños de río loco para un puerto sin mar.
Había un Madrid de “tascas”, sucias de madrugada
que cruzaba el Viaducto con su capa de bohemia,
y una ciudad tranquila, ortodoxa y callada,
viva entre los Jerónimos y la Real Academia.
Otro Madrid plural, social, confuso y vario,
Carabanchel, Vallecas... que vuelto del revés
se hacía alegre, vivo, garboso y perdulario
por las calles torcidas del castizo Avapiés.
Era un Madrid distinto, que desde lejos miro,
que me aprisiona el alma con diferentes redes.
Aún suena por las verdes frondas del Buen Retiro
el romance del corro de la Reina Mercedes.
Por los altos del Viso era ciudad-colmena,
rodeada de llanura, cemento de desierto.
Cantaba en los “colmaos” de Echegaray su pena
y era, en Puerta de Atocha, una ciudad de puerto.
Bailes en la Bombilla, agua de Cabestreros,
cines al aire libre, churros con aguardiente
y el musical desfile de los alabarderos
con mi niñez jugando en la plaza de Oriente.
Aquel primer suspenso con la primera novia,
que el amor con la ciencia siempre anda en desafío,
y el Puente de Toledo, y el Puente de Segovia
despidiendo a los peces de un “aprendiz de río”.
Madrid cambió del todo, se hizo cosmopolita,
almacén de ciudades en la sola ciudad,
continente de acentos, vertical, infinita,
borracha de sonidos, parca de soledad.
Madrid era un tratante que me prestó la vida
y ninguna moneda por ella le pagué.
Me dio una carne en triunfo y una voz encendida
y un horizonte turbio de espejos de café.
Madrid, quiero pagarte, que deber siempre es triste.
En el trato conmigo tenias que perder.
¿Te acuerdas de la carne triunfal que tú me diste?
¡Mira qué viejo barco te voy a devolver!

(de Compañeros de viaje. Segunda antología poética, Madrid, 1989)

BALANCE

Le debo a la vida todas estas cosas:
las manos sinceras que he desconocido,
el tiempo perdido, las caras borrosas
que me acompañaron y he dado al olvido.
La vida me debe los amigos muertos,
las conversaciones bruscamente rotas,
una geografía llena de desiertos
por donde cabalgan todas las derrotas.

Le debo a la vida llevar en la frente
enredado el hilo de mis pensamientos,
el fango que a veces lleva mi torrente
y ese polvo sucio que enturbia mis vientos.

La vida me debe la paz y la pausa,
la soledad pura y el silencio lleno,
el espejo donde reflejar la causa
por la que camino sin brida y sin freno.

Le debo a la vida esta loca andanza,
esta adolescente sed por la aventura.
La vida me debe toda mi esperanza,
todo mi entusiasmo, toda mi ternura....

Le debo a la vida los versos no escritos,
el amor no amado, la fe no sentida.
La vida me debe tantos infinitos
que, para vivirlos, es corta la vida.

(de Señal en el tiempo, Madrid, 1986)


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