sábado, 29 de agosto de 2020

JORGE LENCERO, escultor en bronce, expone en la galería Marmurán de Alcázar de San Juan

Portada: “Rocinante” – 55x25x15 Bronce – Pieza única 

L.M.A.
        30.08.20.- Alcázar de San Juan (Ciudad Real).- El escultor Jorge Lencero expone sus esculturas en bronce -originales y múltiples- más recientes en la galería Marmurán de Alcázar de San Juan (Ciudad Real). La muestra permanecerá abierta del 5 al 10 de septiembre de 2020. Tomás Paredes, presidente emérito de la Asociación Madrileña de Críticos de Arte, AMCA, y presidente de honor de AICA Spain escribe en el catálogo:
“L e n c e r o, el hombre que esculpe con el viento y con el tiempo, y con Dios, y con los dioses y sus grifos y pigargos; y con agua y tierra, y con aceite y vino, y con cera del color de las guindas, y con esa materia que es más duradera que el bronce: la poesía, para Horacio. Esculpir es descubrir el corazón de la materia, su latido; desnudar, excluir lo accesorio, acariciar el alma que se funde en lo inerte.
Quién esculpe con el aire esculpe con el alma y con el vuelo espiritual que Juan de Yepes encarna, aquel que fue y es San Juan de la Cruz. El viento es esa sabia savia etérea que da apariencias y las quita para crear otras sensaciones. Es quien impulsa el vuelo que acomete el aura antes de posarse.
En el origen de Lencero está Grecia -más que Fidias o Praxiteles o Ecopas o Lisipo-, el orgiástico mundo mitológico de caballos alados que la Aurora guía entre los cabellos brillantes de las Horas para anunciar el reino de Helios. O de Amaltea, la nodriza de Zeus, que se anuncia por una cabra. En el principio de Lencero está la búsqueda del ruiseñor, emboscado en la penumbra de la noche diáfana, que adereza el misterio con el violín de su salmo.
Quién esculpe con el viento tiene alma de cometa, que se eleva y desciende, que planea y sube para dominar el mundo a vista de águila leonada o de estrella blanca desbocada en el inicio de la eternidad. Quien hace formas con el aire corre la suerte de Tiresias, enceguecido por ver desnuda en el baño a Atenea; en compensación la diosa le perfumó los oídos para que entendiera el canto de los pájaros, las músicas del agua que se desliza y de las aves que se posan.
Y Lencero distingue el canto del mirlo y el del cisne. Quien esculpe el canto de las aves, reales o apócrifas, breves o desmesuradas, naturales o facticias, esculpe viento y fuego y armonía y plegaria. Como Lencero, cuando juega con las formas y las inventa y las destroza y las sublima y las hechiza y las anima hasta emocionarnos con sus hallazgos psoteriológicos
En la génesis de Lencero está la imbricación de dioses y de bestias, de humanos y zoomorfos, de criaturas ideales e ideas para nuevos seres. Y la Italia de las tres “M”- Marini, Martini, Manzú-. Y Picasso. Y Francis Bacon. Y en el origen de Bacon está Esquilo y sus imágenes.  Bacon estaba obsesionado con un verso de Esquilo: “El olor a sangre humana no se me quita de los ojos”.  Y tampoco a Lencero, esculpa un fraile, un centauro, un santo, un bigardo, a Eos o Agamenon.
El viento es indomable, y Lencero. El viento sopla estructuras y las puebla o las adelgaza, inventa volúmenes y los deforma para ahormar sus sueños. Lencero no es realista aunque funda una figura humana. Es agua, que cuando mansea nos regala espejos, música cuando fluye y cuando se enfurece, zozobra. El expresionismo de Lencero es un océano, va desde las venus esteatopigias a los esquemas giacomettianos.
Sólo un buen dibujante puede ensayar con la estirpe desbordada de las formas, vengarse de leyes severas, reírse de reglas impuestas, desvelar nuevos mundos en el mundo, perspectivas escondidas a la perspectiva. Quien sabe dibujar, quien conoce el destino de la línea, jamás se asusta de la eternidad, ni de la proporción, ni de la sorpresa.
 Para W.H.Auden “el arte surge, por una parte, de nuestros deseos de belleza y de verdad, y, por otra, de nuestro conocimiento de que ambas cosas no son iguales”. Y la escultura emerge de la necesidad de la materia que tiene vocación de concreción y de formas que vuelen y dominen el espacio, orientando uno nuevo. Y de hambre de volumen, como esas mujeres protuberantes de vientres redondos llenos de murmullos siderales. Y de que un objeto salte de su materialidad y se independice para ser sueño, verso, labio, beso, canto, fruto.
De la orgía de los mitos, compartiendo territorio con Estruga - otro estratega de la simbiosis entre dioses y entre hombres-, Lencero pasó al simbolismo, y se recreó; y de ahí brincó a una ensoñación ahíta de particularidad que organiza un mundo caótico y hermoso; un orbe de diosas y gorgonas, sirenas y amazonas, équidos instruidos de vacío y huecos sólidos, de toros-cerda, perros bicéfalos; de seres oníricos, azarosos, pendientes de un destino arbitrario y deslumbrante.
¿Tenían alguna enfermedad El Bosco o El Greco? Los ángeles terribles grequianos son los ángeles transmutables de Rilke. Igual que las figuras de Lencero, ajenas a todo para ser sólo suyas, estrellas que ríen lluvia o lloran oro, como astros que alucinan, versos de un poema pagano muy espiritual, frío y ardiente, esperpéntico y bello. Porque como matiza Edgar Allan Poe: “la belleza es el único estado legítimo del poema”. Y del arte y de la escultura, una vez se le exime lo superfluo.
Hoy, como escultura se admite cualquier cosa, eso sí expandida, para que la frase quede redonda. El asunto ha llegado a un extremo que lo complicado es decir qué no es escultura.
Un montoncito de papeles arrugados es escultura, una tela doblada sobre un cartón es escultura, un manojo de cables vistos es escultura; un video, no el objeto, sino el audiovisual, es escultura; una lata llena de grasa es escultura o un jardín artificial.
 Sin embargo cuando nos topamos con obras de Jorge Lencero, asohora, asimilamos que estamos en un territorio distinto, único, genuino, originario. Ya no nos importan las referencias, porque él dicta las normas y las maneras de desobedecerlas para abrir los ojos a otras emociones, a manantiales que pueden calmar la sed o embarnecerla.
Esculpir con el viento no es hacerlo de forma alocada, sin procedencia y sin consecuencia. No es Lencero el actor voluble, que gire de la parte que el aire quiera. Embrida el viento y lo conduce por el camino ideal de su realidad. Construye con los criterios que subliman al hombre, en terracota, en chapa, en madera. Con la tradición cabalgando la anticipación, con el ayer puesto en las manos del bronce para mañana.
Tradición no es esa liorna aburrida y antigua de estatuas decimonónicas y mortecinas. La tradición es la cadena que vivifica la cultura del hombre. Y uno de esos eslabones es Lencero; otro, tú lector, tú admirador del arte, porque das vida a lo que se crea y haces posible que la cadena no se interrumpa. Tú también eres un eslabón, imprescindible. Y tú que encomiendas obras que perdurarán y llegarán a ser alma del paisaje de un rincón, de un pueblo, de Totanés.
Lencero: arbitrario, sereno, salvaje, incontrolable, desganado, apasionado, elegante, huidizo, pareciera que está fuera de..., porque está dentro de su orbe, en ese caos donde une lo violento y la ternura, el orden y la anarquía, la decepción y el fuego, lo monumental y lo insignificante, la serpiente y la golondrina, que trisa quedo.
Enigmática y mágica como un partenón, su obra se abstrae para decir lo que quiere. Tradicional, surrealista, nefelibata, perdurable, lúdico, asceta, anárquico, silente, esteta, expresionista, su vida es un reguero de obras, que se pierden, en la absurda infelicidad de quien tiene la dicha de crearlas. Una crítica, harto selectiva y profunda, pulcra, fecunda, que enriquece la Humanidad.

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