domingo, 23 de agosto de 2020

LA GLORIOSA COMO NOS LA CONTÓ GALDÓS




Víctor Morales Lezcano
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Cuenta Galdós en sus Memorias de un desmemoriado: Al llegar a Barcelona [de regreso de un viaje de recreo al Midi francés] me encontré de manos a boca con la revolución de España que derribó el trono de Isabel II.
Situémonos, pues, entre el 18 y el 30 de septiembre de 1868. Fueron, aquellas, jornadas que se encadenaron entre un pronunciamiento militar en Cádiz ya habitual en las sacudidas políticas de la España del siglo XIX y el destronamiento de Isabel II, cuyo paradero (París) fue claro y casi inmediato  desde entonces  hasta acaecer su muerte.
La escuadra, con Topete y Prim sigue contándonos Galdósꟷ, se había sublevado en Cádiz al grito de ¡abajo los Borbones! Serrano, Caballero de Rodas y otros caudillos desterrados en Canarias habían vuelto clandestinamente [a la península]. Toda España estaba ya en ascuas.
Galdós pertenecía en aquel momento a la generación de jóvenes políticamente inclinados hacia el espíritu y la letra de las corrientes liberales e, incipientemente, demócratas, que desde 1848 venían ganándole terreno, cuando no aquiescencia moral, a los ensayos constitucionales de corte moderado. Patricios moderados que paulatinamente persiguieron implantar en España la fórmula del constitucionalismo, preferentemente en régimen monárquico.
Procede, sin embargo, que recurramos por un momento a lo que Galdós, ya consagrado en cuanto ilustre cronista novelado de la sociedad española de la segunda mitad del siglo XIX, escribió uno de sus Episodios nacionales, que lleva por título La de los tristes destinos, como se lee a continuación:
El ejército  fue en aquel borrascoso reinado [de Isabel II] brazo inconsciente de la soberanía nacional porque, cuando los pueblos no logran su bienestar por la voluntad de las leyes, intentan obtenerlo por las sacudidas de su instinto.
Ahora bien, cuando el fervor, popular incluso, que despertó la revolución de 1868, vino a desembocar, primero, en la entronización de un monarca de importación llamado Amadeo I de Saboya y, luego, en la proclamación de una improvisada Primera República Española (11 de febrero de 1873), con la abdicación de don Amadeo, el novelista canario-madrileño hizo constar lo siguiente en una de las muchas reflexiones que pueblan las páginas de La de los tristes destinos:
La elegante revolución que hemos hecho es un lindo andamiaje para revocar el edificio y darle una mano de pintura exterior. Era de color algo sucio, y ahora es de un color algo limpio. Luego se armará otro andamiaje…Llámele usted república, llámele monarquía restaurada. Y el edificio cuanto más viejo más pintado. 
Emerge en estas líneas el escepticismo galdosiano ante el itinerario político recorrido por España a partir del reinado de Fernando VII.
En su momento, los profesores Carlos Seco y José Mª Jover supieron extraer de los Episodios nacionales valiosas observaciones e, incluso, parte de la sensibilidad historiográfica que ambos aquilataron en más de algunas de sus clásicas monografías.
Entre 1868 y 1874, la España contemporánea intentó asentar sus reales sin conseguirlo. La Restauración que sobrevino luego abrió otras perspectivas al país y a su pueblo, pero… el destino también terminó por malograrlas.

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