martes, 27 de octubre de 2009

El historiador Manuel Fernández Álvarez narra la vida de "La princesa de Éboli"

La princesa de Éboli
Manuel Fernández Álvarez
Editorial Espasa; Madrid, 2009
320 pags; PVP: 21,90 euros


Julia Sáez-Angulo

Es un personaje histórico del siglo de Oro que ha dado mucho que hablar y escribir. El libro La princesa de Éboli, del historiador Manuel Fernández Álvarez, acoge como novedad lo destilado en las Actas institucionales de la época que el autor ha leído con atención. Más allá de una simple novela histórica, el libro es una narración concienzuda de la historia hecha de manera divulgable, lo que lo dota de interés y amenidad al mismo tiempo. Mujer de gran belleza -pese a su parche por tuerta o por estrabismo-, como refleja el cuadro de Claudio Coello en poder de la familia de los Duques del Infantado, doña Ana Mendoza de la Cerda fue amiga de Felipe II, probablemente amante, y tuvo diez hijos de su esposo el diplomático portugués Ruy Gómez de Silva.

Como algunos personajes de relevancia histórica, su fin fue la prisión en la localidad de Pastrana, casi emparedada, pues el monarca, después del episodio del asesinato de Escobedo y la fuga de su secretario Antonio Pérez, no quería que interviniese en el proceso. El rey temía sus palabras y buscó su silencio; le dio la muerte civil al incapacitarla y recluirla en el palacio ducal de Pastrana. La princesa de Éboli sostuvo también un pleito con uno de sus hijos por cuestiones de herencia paterna, en el que el vástago no parecía tener razón. Doña Ana murió en 1592 en la localidad de Pastrana.

“Yo quería haber sido santa. No me han dejado"

A la muerte de su esposo, doña Ana Mendoza entró en una crisis y quiso entrar en el convento de carmelitas junto a su madre y dos sirvientas. Santa Teresa de Jesús se alarmó, ya que no era ese el estilo de las vocaciones al Carmelo reformado. El rey Felipe II hizo que saliera del convento y fue cuando la princesa de Éboli vendría a decir unas palabras que recoge el autor en su libro: “Yo quería haber sido santa. No me han dejado. Vuelvo al mundo. Que el mundo se prepare”. La princesa dejó Pastrana y regresó a Madrid, a la Corte, algo inesperado y no querido por el rey.

Doña Ana Mendoza de la Cerda era una mujer “bella, inquietante y apasionante”, al decir de don Manuel Fernández Álvarez, pero también muy “maltratada en su época”. Una mujer que supo explotar su atractivo físico entre los poderosos, al tiempo que era una excelente mente política, sobre todo para enfocar los asuntos de las relaciones con Portugal, unido a España en la corona de Felipe II.


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