sábado, 26 de enero de 2019

GUERRA, ARMISTICIO Y PAZ EN EUROPA HACE CIEN AÑOS


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27.01.19 .- MADRID .- A partir del 18 del mes de enero empezó en París, hace justo cien años, la Conferencia de la Paz, que puso broche final a la Gran Guerra en Europa.

70 delegados de 27 naciones se congregaron en París para prefijar los fundamentos de un porvenir internacional, depurado de semillas conflictivas; aquellas que, al multiplicarse entre 1912-1914, condujeron en Europa al choque entre las potencias occidentales (Triple Entente) y los imperios centrales (Tríplice).
A partir del armisticio del 11 de noviembre de 1918, Alemania y Francia fijaron los términos preliminares que condujeron poco después a la Conferencia de la Paz y a la aprobación del Tratado de Versalles; lastrado este ─a propósito─ por una tara jurídica de 440 artículos y firmado, sin embargo, por los beligerantes en la contienda el 28 de junio de 1919. Nada igualable, cuantitativamente considerado, había tenido lugar con anterioridad en el viejo mundo; ni durante la guerra de los Cien Años ni durante las guerras que generaron la Revolución francesa y el Imperio napoleónico entre 1789-1814. Tampoco la Paz de Westfalia (1648) ni el Congreso de Viena (1815) habían congregado delegaciones nacionales tan nutridas y tan predispuestas a coadyuvar a una paz de derecho a través de una nueva anfictionía como quiso ser la Sociedad de Naciones; aquella que desde su ubicación en la ciudad suiza de Ginebra debía velar por el cumplimiento de sus objetivos, valiéndose principalmente del estatuto regulador de su aplicación.
         La dimensión tosltoyana del estallido y transcurso de la Gran Guerra entre finales de julio de 1914 y noviembre de 1918 invitó a Bertha von Suttner, a Marie Curie, a Romain Rolland, a Thomas Mann y a Coudenhove-Kalergi (entre otros varios) a ser distinguidos abogados de la paz a escala mundial como lema inspirador de las  conferencias de La Haya, primero, y de un brave new world, que noveló más tarde Aldous Huxley.
         Sin embargo, las cuatro (grandes) potencias vencedoras ─las imperiales Gran Bretaña y Francia; Italia; y desde el confín euro-atlántico Estados Unidos de América─
no pudieron impedir que la semilla del mal renaciera en el seno del viejo mundo, tanto a orillas franco-germanas del Rin y en las fronteras surgidas del desmembramiento del vetusto Imperio austro-húngaro, como a babor y a estribor de una Rusia convertida fulminantemente en soviética en octubre de 1917.
         La pactomanía consiguiente al Tratado de Versalles, en expresión de Salvador de Madariaga,  vino a suceder al espíritu idealista de los Catorce puntos que el presidente Wilson trajo redactados desde Washington DC para dotar de ideal a la Conferencia de París. La pactomanía vino a restar crédito y a causar, además, erosiones paulatinas en el tejido del espíritu de Versalles. El principio de la seguridad colectiva quiso llevar a las naciones y a los pueblos del sistema internacional por la senda de la diplomacia abierta, no contaminada esta por el secretismo subrepticio de tantos artículos y anexos siniestros del período aliancista; porque, paradójicamente, la diplomacia secreta predispuso a Europa entera hacia el final de su hegemonía histórica; una hegemonía que se remontaba al Renacimiento, y que culminó en el viraje belicista de finales del siglo XIX a los amagos tortuosos del primer decenio del siglo XX.
         Extrañan las pobres reflexiones que a la altura de nuestros días ─cien años después del dramático cuatrienio (1914-1918), reconocido como Gran Guerra europea─ aparecen en los numerosos medios publicísticos que nos invaden. Los que nos resistimos a creer que la historia se repite, cíclicamente, no debemos renunciar, sin embargo, a recoger las enseñanzas que se desprenden de su estudio comparativo. Este deber cívico ha de practicarse tanto en tiempo de paz, como en tiempo de guerra, por expresarlo, de nuevo, al estilo tolstoyano (de Tolstoy).
Hagamos preces, pues, para que en circunstancias revueltas como las que se están concitando, actualmente, a escala planetaria, no se contribuya, mecánica e irreparablemente, a la tercera edición de otra gran guerra, global, esta vez.

Víctor Morales Lezcano
Profesor Emérito de Historia Contemporanea
UNED
  
        



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