domingo, 19 de julio de 2020

MANOLO ORTEGA (Autobiografía I). RECUERDOS DE MI VIDA Y EL ARTE


* Pintor, muralista y retratista, ganador del Concurso Internacional de las vidrieras para la catedral de la Almudena en 1998


Manuel Ortega. Autorretrato



Transcripción y redacción por Julia Sáez-Angulo

         20/07/2020.- Madrid.- Manolo Ortega (1921-2014) fue pintor, muralista, diseñador, retratista y grabador, ganador del Concurso Internacional de las vidrieras para la catedral de la Almudena en 1998. Fue para mí, un gran amigo con el que compartí muchos tiempos de arte, almuerzos y palabras, junto a sus hijos Carlos Ortega y Manolo Oyonarte -también pintores-, a los que he considerado mi familia. Conseguí poco a poco estas declaraciones sobre la vida de Manuel Ortega, narradas en primera persona, una autobiografía, terminada en 2011, que sus hijos conocían antes del fallecimiento paterno y que no se llegó a publicar en catálogo, en espera de la gran exposición que Manolo Ortega merece.
         El texto se publicará en seis capítulos
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Nací en Madrid en 1921 -el año del terrible Desastre de Anual en el norte de África- y en el Registro figuré como Manuel Luis Ortega y Pérez de Monforte. Había que llamarse Manuel Luis como el padre, porque así lo disponía la tradición, y así también le puse el nombre a mi hijo mayor. Mi padre, Manuel Luis Ortega Pichardo (Jerez de la Frontera, 1887 – Madrid, 1943) era periodista y un escritor notable, con treinta y seis libros en su haber y más de quince mil volúmenes en su biblioteca. Entre sus libros escritos más conocidos figura Los hebreos en Marruecos, que leían todos los diplomáticos destinados en el Magreb y es un manual clave de cabecera para los africanistas de hoy. Justo a cumplirse los cincuenta años de su edición y por tanto la pérdida de nuestros derechos de propiedad intelectual como herederos, ha salido una nueva edición, publicada en Sevilla, con un prólogo del historiador de la Universidad a Distancia, el profesor Víctor Morales Lezcano, con el que tuve el gusto de cambiar impresiones durante un almuerzo en 2008. 
También fue muy leído el libro El Raisuni (1917), personaje histórico caudillista, que se sublevó en Marruecos contra España. Mi padre había hecho toda la campaña de la guerra de África a primeros del XX, como corresponsal de prensa y conocía muy bien todo lo concerniente a aquella zona.
La dedicatoria de El Raisuni dice: Dedico este libro al Exmo.Sr. D. Manuel García Prieto, Marqués de Alhucemas, político sin tacha, que supo con sus talentos y su corazón de patriota, arrancar en días difíciles para España, de las garras extranjeras codicias, un pedazo de suelo africano, acrecentando el patrimonio nacional, y cumpliendo el olvidado testamento de la Católica Isabel, la gran reina, clarividente de los destinos de la Patria.”  Era la prosa del momento.
Tomás Maestre escribe el prólogo de El Raisuni, en el que califica a su autor como “ingenioso y cultísimo” y dice del libro que “casi todo en él es de investigación propia y de primera mano, pues gran parte de sus episodios han sido vividos por el ingenio que los concibió”.
En El Raisuni, libro escrito en Tetuán, figuran como libros del mismo autor los títulos: Frivolidades, El Amor y la Vicaría, y La vida que pasa. Manuel L. Ortega Pichardo era un escritor fecundo y en el citado libro anuncia como obras en preparación: Blasones (novela); Bel Gualich y Rabí Ambram. Los hebreos en Marruecos; Historia de santones, de kaídes, de bandidos y de guerrilleros y Por tierras de moros. Viajes por España y Marruecos.



También publicó “Guía del Norte de África y Sur de España. Comercio y Turismo”, otro libro de gran difusión del que consta que tuvo una tirada de diez mil ejemplares. Las oficinas de la editorial, según el libro de “El Raisuni” figuraban en la calle Cadarso 12 de Madrid y su tirada se hizo en la Tipografía Moderna de la calle O´Donnell, 6 duplicado. Estos libros figuraban en la Biblioteca Hispano-Marroquí de la editorial paterna.
Manuel L. Ortega –así era como firmaba sus libros- era un hombre monárquico liberal muy inteligente; muchos que le conocieron nos comentaban a sus hijos -Tomás, el mayor y yo, el pequeño- que era un empresario con talento y muy emprendedor, capaz de idear grandes empresas. Dirigió el Diario de Jerez, que todavía existe, cuando sólo tenía 21 años. Como todavía no era mayor de edad -en aquellos años se alcanzaba la mayoría de edad a los 23 años-, tuvo que ocultarlo para poder dirigir el periódico. El historiador del Periodismo, Pedro Altabella, lo ha contado en su Enciclopedia del Periodismo y me ha hablado siempre de él con admiración.
Logo de la CIAP

El hecho de ser escritor llevó muy pronto a mi padre al mundo de la edición y se trasladó a la capital de España. En 1924 fundó la editorial Compañía Ibero-Americana de Publicaciones (CIAP) en Madrid, junto a Ignacio Bauer Landauer (1891-1961), un judío español de origen sefardita, empresario, político y miembro de la Academia de la Historia, que era administrador de los Rothchild en Francia. Bauer puso un cheque de quince millones de pesetas de la década de los años 20, lo que suponía un capital respetable para una editorial en aquellos tiempos. 
El Heraldo de Marruecos periódico fundado por mi padre en 1925, que tuvo gran influencia hasta la descolonización del Protectorado de Marruecos en 1956, también dependía de la CIAP.
La empresa tenía más de mil obreros y se podía permitir pagar sueldos por anticipado a los escritores. Julio Camba lo cobraba y se iba a escribir sus libros a la Ría de Arosa. Lo mismo sucedía con el otro hermano Francisco Camba, con Ramón María del Valle Inclán, con Concha Espina y otros. Después, con arreglo a las ventas, se saldaba lo correspondiente a cada autor. La CIAP estaba situada en la Plaza de Salamanca en el lugar donde más tarde se construiría el edificio del Instituto Nacional de Industria (INI).

Vivíamos en un amplio chalet con jardín del Parque Metropolitano, prolongación del Paseo Reina Victoria de Madrid. Mi hermano Tomás y yo disfrutábamos de unos columpios estupendos colgados de cadenas en dos árboles y de una pista de tenis de tierra. Mi padre, de vez en cuando y por algún motivo de la editorial, daba fiestas en el jardín para más de cien invitados entre los que figuraban escritores, políticos y todo tipo de intelectuales. De aquellos festejos solía sobrar tanta comida que, al día siguiente, mi hermano mayor Tomás y yo hacíamos otra fiesta e invitábamos a todos nuestros amigos del colegio y del barrio para acabar con lo que quedaba.

Una madre enferma, Lorenza, ama de llaves y Brígido, un chófer paternal

Mi madre, Julia Pérez de Monforte, estaba enferma con frecuencia y permanecía recluida en un sanatorio. Mi padre, mi hermano y yo íbamos a visitarla periódicamente. Era una mujer muy bella, como todas las mujeres de la familia Pérez de Monforte. Algunas de mis nietas afortunadamente se parecen a ellas. A mi hermano Tomás y a mí nos cuidó Lorenza del Corral, una mujer jerezana que ya estaba en casa cuando yo nací en la calle Don Ramón de la Cruz. Trabajaba junto a su madre, Pepita, a la que también queríamos mucho. Lorenza fue en realidad una segunda madre para nosotros, mi Tomás y yo, debido a la enfermedad de mi madre. Lorenza tenía unas manos bonitas de dedos largos de pianista. Se las cuidaba mucho y de vez en cuando decía: ¡si estas manos hablaran! De niño no entendía ni me interesaba por ello. De mayor supe que Lorenza era hija de un marqués y a ello atribuía la fineza de sus manos.
Algo parecido a Lorenza sucedía con Brígido, el chófer de nuestro padre, que tomaba decisiones domésticas, ya que mi padre estaba siempre muy ocupado con el trabajo en la editorial CIAP, verdadero empeño de su vida. Brígido nos llevaba a clase todos los días y él mismo decidió cambiarnos del colegio de El Pilar a otro más próximo, cuando pasamos a vivir del barrio de Salamanca al chalet con jardín del área del Metropolitano. Nos buscó un colegio más pequeño y allí conocí, entre otros, a Luís Vigil un amigo que perduró toda la vida y que ha sido uno de los mejores ilustradores que hemos tenido en el siglo XX. Brígido estaba libre a primeras horas de la mañana porque mi padre trasnochaba y se acostaba tarde. Además de llevarnos al colegio se dedicaba a lavar y sacar brillo al coche todos los días, un Grand Peage de color negro.
Julia Heinniger y Pérez de Montforte era nuestra hermana mayor, hija de mi madre, viuda de su primer marido, el ciudadano suizo señor Heinniger. Mi hermana mayor era una mujer muy guapa e inteligente. Estudió en las Ursulinas, frente al colegio de chicos de El Pilar, donde, en principio, íbamos nosotros. Ella obtenía siempre las máximas calificaciones escolares. Al morir mi madre, mi hermana se independizó y se fue a vivir a en su propia casa. Lorenza se fue con ella. Entonces entró a trabajar en nuestra casa como criado José Pérez Antón, un hombre poco menos que vagabundo que se adaptó pronto y bien a la vida doméstica, porque se le dejaba trabajar a su aire. Él hacia las camas y la comida. Era un hombre que se ponía el mundo por montera y se reía de todo lo que tenía delante.
-¡José Pérez Antón, Calabaza y Pimentón!, exclamaba con humor ante sí mismo y ante quien quisiera escucharle.
Tomás y yo le cogimos cariño como a uno más de la familia y todos nos tratábamos muy bien. A diferencia de Brígido, que iba a dormir a su casa con su familia, José se quedaba a dormir en la nuestra.
Mi hermano Tomás y yo leíamos con pasión tebeos, revistas, cuadernillos americanos como El Aventurero o las andanzas de Flash Gordon por el dibujante Alex Raymond. Algunas de estas publicaciones las editaba mi padre en la CIAP. Brígido, el chófer, le puso a su hijo el nombre de uno de los héroes de aquellos tebeos infantiles y juveniles. Nosotros conocimos a aquel niño.

Manuel Luis Ortega Pichardo, periodista y escritor (1887-1943

La CIAP publicó numerosos libros de célebres autores españoles e hispanoamericanos. Muchas de sus publicaciones se exportaron a distintos países del otro lado del Atlántico. En casa se conservaron largo tiempo numerosas cartas de autores como Valle Inclán o Juan Valera, aunque las de este último las hacía un escribiente, ya que Valera se quedó ciego y él se limitaba a firmarlas. Alguna de estas cartas las he regalado a ciertos amigos. La de Juan Valera se la regalé al periodista de ABC Antonio María Campoy, crítico de arte, al que me unió una buena amistad.
En cierta ocasión viajé con mi padre a visitar a la escritora Concha Espina, en Mazcuerras (Cantabria). No llevó Brígido en el coche. En este pueblo transcurre su novela La niña de Luzmela, aunque la autora haya velado el nombre.
La CIAP publicaba también revistas como Cosmópolis o la infantil El Perro, El Ratón y El Gato. La empresa iba próspera y boyante, con el capital de Ignacio Bauer. Pero los negocios de Ignacio Bauer en Francia quebraron y él reclamó el cheque de los quince millones de pesetas que había puesto en la CIAP. No había entonces sociedad anónima o limitada alguna. 
Mi padre no tuvo inconveniente en devolvérselo, porque habían entrado nuevos accionistas españoles con capital suficiente. Pero el capital español fue muy cobarde o, más bien, miserable. Cuando los socios supieron que Ignacio Bauer había pedido su dinero, les entró miedo y retiraron también el suyo. La CIAP se vino abajo como un castillo de naipes. Todos los escritores del momento firmaron un escrito para pedir que no se cerrase la editorial; todos menos José Ortega y Gasset, que tenía una editorial propia en la que publicaba la Revista de Occidente y no tenía interés alguno en reivindicar la competencia.
Recuerdo que, siendo niño, una tarde en que estaba columpiándome en el jardín, vi pasar a unos operarios, aparentemente de mudanzas, que sacaban los muebles del salón japonés de la casa. “¿Qué sucede?”, le pregunté a Lorenza, que venía por casa con frecuencia. “Es un embargo”, me explicó.
Más información
https://lamiradaactual.blogspot.com/2013/08/manuel-ortega-visita-los-murales-de.html
Continuará mañana, capítulo II


1 comentario:

Raúl dijo...

Gracias por lo aprendido con el artículo. Una de las imágenes me ha recordado mi reciente visita a la Almudena.