sábado, 23 de septiembre de 2017

Méndez de Vigo: “Antonio Banderas ha sobrevivido a su propio éxito para no parar de crecer”

En la entrega del Premio Nacional de Cinematografía 2017


·     “La cultura española está en deuda con los hombres que han llevado por el mundo, con orgullo y pasión,  a su gente, a su ciudad, a su país como ha hecho Antonio Banderas”
·     “Los jóvenes que miren hoy al premiado verán no sólo a un gran actor, sino a un luchador, a un hombre agradecido, a un enamorado del cine, de su trabajo, del teatro, del arte”
·     El ministro ha reconfirmado la bajada del IVA del Cine al 10% en los próximos presupuestos
·     Antonio Banderas donará el premio a la Escuela Nacional de Arte Dramático de Málaga, donde estudió. El premio tiene una dotación de 30.000 euros.


(Foto Efe)


L.M.A.

23-septiembre-2017.- Antonio Banderas ha recibido hoy de manos del ministro de Educación, Cultura y Deporte y Portavoz del Gobierno, Íñigo Méndez de Vigo, el Premio Nacional de Cinematografía 2017, en el marco del Festival Internacional de Cine de San Sebastián. Un acto de entrega que ha venido precedido por el anuncio ayer de la bajada del IVA al Cine al 10% y que el ministro ha reconfirmado a los asistentes en su intervención.

En un emotivo discurso el ministro ha afirmado que “Antonio Banderas ha transcendido a sus papeles, que ha logrado imprimir un carácter propio a todos su personajes y que después ha sobrevivido a su propio éxito para no parar de crecer, dirigiendo sus propias películas, interpretando, produciendo, cantando y en definitiva, creando y exprimiendo al máximo su talento”

Méndez de Vigo ha recordado la  llegada de Antonio Banderas  a Madrid desde su Málaga natal, las vicisitudes por las que pasó hasta convertirse en un actor reconocido mundialmente: “tal vez, la gran conquista y la gran explicación de toda su carrera ha sido llevar siempre al niño que fue en el corazón que es. Y eso a pesar de haber recorrido el mundo, de haber trepado a lo más alto del cartel y de haber sufrido también duros contratiempos. Pero siempre, siempre ha sabido regresar al hogar que le vio crecer. Ese hogar que un día abandonó, siendo pequeño, para –sin saberlo- hacerse grande”.

“Premiamos a Antonio Banderas, ha proseguido Méndez de Vigo, porque la cultura española está en deuda con los hombres que han llevado por el mundo, con orgullo y pasión, a su gente, a su ciudad, a su país, como él ha hecho como embajador de la Marca España”.

Refiriéndose a los complejos momentos actuales de la sociedad española,  el ministro ha afirmado que “de pocos como él puede decirse que ha sido un patriota, en el sentido en que lo concebía Cela al afirmar que el nacionalista cree que el lugar donde nació es el mejor lugar del mundo; y eso no es cierto. El patriota cree que el lugar donde nació se merece todo el amor del mundo y eso sí es cierto”.

Ejemplo para los jóvenes
“Los jóvenes que miren hoy a Antonio Banderas verán no sólo a un gran actor, sino a un luchador, a un hombre agradecido, a un enamorado del cine, de su trabajo, del teatro, del arte, que incluso estando en lo más alto del cartel de Hollywood jamás ha dejado de mirar a su país, de pensar en proyectos para facilitar las vocaciones artísticas entre los jóvenes, de destinar su dinero a causas benéficas y culturales y de volver – como él se prometió a si mismo cuando partió de Málaga- con las manos llenas a su ciudad”.

Méndez de Vigo se ha referido al Expreso Costa del Sol que le trajo a Madrid desde Málaga: “tenía 21 años y 10.000 pesetas en el bolsillo y la vida todavía sin medias suelas. Pero llevaba también algo mucho más valioso: portaba un sueño y tenía talento”.

El ministro ha resaltado la tenacidad del premiado, su esfuerzo; los años vividos en la  movida madrileña, sus inicios en la Compañía Nacional de Teatro, su encuentro con Almodóvar, su salto a Hollywood, sus éxitos de los años 90 “que le convirtieron en lo que llaman latin-lover del cine internacional, una etiqueta que quizá simplifica demasiado su papel y no hace justicia al verdadero valor de Banderas en el cine de las últimas décadas”.

Antonio Banderas donará la dotación del premio -30.000 euros- a la Escuela Nacional de Arte Dramático de Málaga, donde él estudió.


Discurso del Ministro de Educación, Cultura y Deporte en la entrega del Premio Nacional de Cinematografía a Antonio Banderas

(saludos) 

Queridos amigos,

Hay tres cosas que por las que estoy especialmente contento. La primera, una vez más, por venir a esta preciosa ciudad, Capital Europea de la Cultura 2016, acogedora y abierta, que ha ganado la paz sin sacrificar su libertad. La segunda, acudir un año más al Festival de Cine de San Sebastián, que es un orgullo para el sector cultural español, para los amantes del cine, y un referente en todo el mundo. Y la tercera, entregar el Premio Nacional de Cinematografía a Antonio Banderas y hacerlo además en un lugar como Tabakalera, que reúne todas las pasiones que lleva dentro nuestro galardonado: el cine y el teatro, la apuesta por el talento y la vocación artística, la proyección internacional y, en definitiva, la inquietud cultural sin límite ni frontera.

A casi mil kilómetros de San Sebastián, en la otra punta de España y en la década de los 60, el universo de Antonio se concentraba en la calle malagueña Sebastián Souvirón. Sus padres, Don José y Doña Ana, sus hermanos Javier y Chloe, su iglesia de San Juan, su Semana Santa, sus maestros, sus amigos, su gente, en suma su Málaga. Tan lejos de esta costa y tan cerca. Como están tan lejos y tan cerca esos recuerdos de aquel niño Antonio y el actor internacional que hoy reconocemos. Están lejos porque los años han pasado pero están cerca porque el propio Antonio se ha encargado de llevarlos siempre dentro. Tal vez, la gran conquista y la gran explicación de toda su carrera: llevar siempre al niño que fue en el corazón que es. Y eso a pesar de haber recorrido el mundo, de haber trepado a lo más alto del cartel, y de haber sufrido también duros contratiempos. Pero siempre, siempre, ha sabido regresar al hogar que le vio crecer. Ese hogar que un día abandonó, siendo pequeño, para –sin saberlo- hacerse grande.

“Antonio Banderas nació”, contaba el actor en una entrevista, “el mismo día que me metí en aquel tren en la estación de Málaga”. Era 3 de agosto de 1980. El tren, el Expreso Costa del Sol, aún no estaba climatizado. Por eso de aquel Málaga-Madrid, Antonio recuerda sobre todo el calor, sofocante al llegar a la capital, sometida aquellos días a temperaturas extremas. Recuerda el calor, pero también –estoy convencido- el inevitable frío interior, cuando la locomotora escupió el golpe seco y metálico del inicio de la marcha.

Antonio, que ha descrito en detalle este momento, asomado a la ventanilla del tren, vio entonces a los suyos hacerse más y más pequeños, y cómo su Málaga se iba quedando atrás, y con ella su niñez, su infancia, y lo que había sido su vida. Porque entonces aquella era toda su vida. Al frente nada más que una vía retorciéndose en su lento camino hacia Madrid, ciudad de interrogantes y tinieblas para nuestro amigo.

Tenía 21 años y 10.000 pesetas en el bolsillo y la vida todavía sin medias suelas. Pero llevaba también algo mucho más valioso y que ninguno de sus compañeros de coche-cama podría adivinar en la juventud de su rostro: portaba un sueño y tenía talento.

Los años 80. Aquel era el Madrid de la movida, el de Alaska, Berlanga y Canut. El del Homenaje a Canito que dio lugar a Los Secretos, a Nacha Pop, a los programas musicales, los fanzines, y la cultura transversal entre el cine, las artes, el teatro, y las letras. Era también el Madrid de Almodóvar. Y el de Sabina, con el que Antonio entró en contacto mientras el de Úbeda ultimaba, nada más y  nada menos que Calle Melancolía y Pongamos que hablo de Madrid. Ambos se conocieron en el Zambra en Pedregalejo. A Sabina le fascinó Antonio y lo contrató para su grupo, entrando en el circuito artístico del momento y salvando además la precaria situación económica de su incipiente vida madrileña.

Madrid era un transistor y era la euforia musical, era la pasión creativa caótica pero en muchas ocasiones genial. Sonaban en la radio Man Gave Name to all the Animals de Bob Dylan, Aire de Pedro Marín, Dime que me quieres de Tequila, Morir de amor de Miguel Bosé y Como yo te amo de Rocío Jurado. Antonio se acordará porque además, como ustedes saben, es un melómano y un gran cantante.

Fueron años, tal vez solo meses, de tumbos y de empeños. Madrid siempre ha sido ciudad de oportunidades para los artistas, pero no de oportunidades gratuitas. Y menos en 1980. Eran oportunidades que exigían un desgaste, una constancia para la que había que estar preparado. Para que te cerraran la puerta en la entrada del casting, para que algún rey del sector despreciase tu trabajo o tu juventud, o ambas cosas a la vez, o para que el proyecto artístico que estabas persiguiendo se desmoronara sin razón y sin esperanza.

Imagino, Antonio, que en alguna de esas noches en Zambra, cosechando reveses y puertas cerradas, mirarías a esa Málaga que se te había empequeñecido en la ventanilla del Costa del Sol y la tentación del desconsuelo te rondaría la cabeza. Pero sospecho que te habías prometido volver como los viejos vaqueros, con oro en las alforjas, conquistas imposibles y muchas historias que contar. De modo que te abrazaste a lo que en fútbol todavía llaman la furia española, que no es otra cosa que la tenacidad, Antonio. Fue la tenacidad lo que te llevó a unirte a la compañía de Teatro Nacional siendo su miembro más joven, y a entrar en el reparto de La hija del aire, de Calderón de la Barca, en cuya representación se plantaron Pedro Almodóvar y Cecilia Roth ofreciéndote un papel para su nueva película.

En ese preciso instante nuestro galardonado pasa a llamarse Antonio Banderas, porque a Almodóvar le parecía que José Antonio Domínguez Bandera era nombre de torero, no de actor. Y ciertamente, tenía razón, pero en todos los sentidos: porque nada hay más torero que el arrojo y la valentía de aquel joven malagueño abriéndose camino en Madrid de los 80 -atestado de artistas- en busca de su sueño.

Después fue el cine con mayúsculas. El trabajo. El éxito. La biografía y filmografía tan conocida y reconocida en España y en todo el mundo. Porque Antonio Banderas cogió otro tren, si me permiten la metáfora ferroviaria, al corazón de la gran pantalla, dirección Hollywood. Era 1992 y aquel malagueño adolescente se había hecho mayor y era uno de los Reyes del mambo de Arne Glimcher.

Antes había estado En la cama con Madonna pero esa es otra historia. Quiero matizar que se trata del nombre de un documental. A propósito, cuentan que Madonna no fue capaz de seducir a Banderas. Un fracaso amoroso que, por otra parte, la Ambición Rubia podía haber deducido si hubiera explorado la discografía de Antonio, cuyo mayor éxito responde al nada equívoco estribillo: “Ay, ay, ay, amor / hay mi MORENA de mi corazón”. Aunque, a la vista está, luego cambió de opinión. Rectificar es de sabios, dice la sabiduría popular.

Ustedes pueden hacerse una idea de la contumacia de Antonio Banderas al considerar que se lanzó a rodar los Reyes del Mambo sin saber ni una palabra de inglés. Se aprendió el guión fonéticamente, como si fuera una canción. Creo que a una gesta así solo se puede lanzar un chico de Málaga llamado José Antonio Domínguez y con vocación de torero, no de los ruedos, si no de la gran pantalla.

Más tarde vendrían Entrevista con el vampiro, Two Much, donde se tomó demasiado en serio el papel del galerista Art Dodge y Melanie Griffith el de Betty Kerner, y por supuesto los éxitos de los 90 como Desperado o La Máscara del Zorro, que le convirtieron en lo que llaman latin-lover del cine internacional, una etiqueta que quizá simplifica demasiado su papel y no hace justicia al verdadero valor de Banderas en el cine de las últimas décadas. Que ha trascendido a sus papeles, que ha logrado imprimir un carácter propio a todos sus personajes, que ha medido “las dimensiones del teatro” que glosaba Gil de Biedma, y que después ha sobrevivido a su propio éxito para no parar de crecer, dirigiendo sus propias películas, interpretando, produciendo, cantando, y en definitiva, creando y exprimiendo al máximo su talento.

Queridos amigos,

Me van a permitir que regrese al 3 de agosto de 1980 y les cuente una curiosidad que probablemente el propio premiado desconoce. En la prensa de aquel día, en el diario ABC, se publicó un editorial que reivindicaba la figura de otro célebre malagueño, Pablo Picasso. Un editorial que sin embargo hoy podríamos dedicar a nuestro galardonado. Decía así:

"España sin color político, sin más definición que la propiamente sustancial como país con una historia y una tradición culturales, está en deuda con Picasso. Con un español que, a despecho de las circunstancias temporales de una época de su vida, por encima y debajo de su ubicación geográfico-cultural, se sintió y fue siempre español".

También por esto premiamos a Antonio Banderas: porque la cultura española está en deuda con los hombres que han llevado por el mundo, con orgullo y pasión, a su gente, a su ciudad, a su país, como él ha hecho como Embajador de la Marca España.

Hay dos formas de triunfar en la vida. Una, la del éxito mediocre, la del que olvida de dónde viene y mira exclusivamente a su propio beneficio. Y otra, la del éxito generoso, la del que mira atrás con cariño y agradecimiento y busca, en lo posible, revertir y compartir lo que ha ganado con quienes un día le vieron salir de casa sin nada más que talento y voluntad. Ahí encontramos a Antonio Banderas. De pocos como de él puede decirse que ha sido un patriota, en el sentido en el que lo concebía Camilo José Cela. “El nacionalista cree que el lugar donde nació es el mejor lugar del mundo; y eso no es cierto. El patriota cree que el lugar donde nació se merece todo el amor del mundo; y eso sí es cierto”.

En estos días complejos para la sociedad española, en estos días en que algunos quieren dividirnos y enfrentarnos, resulta más propicio que nunca exaltar esta virtud de Antonio Banderas. Porque premiar, a fin de cuentas, es reconocer el trabajo y el talento del galardonado, pero también, y especialmente en estos premios nacionales, es servir ejemplos de conducta a la sociedad.

Los jóvenes que miren hoy a Antonio Banderas verán no solo a un gran actor, sino a un luchador, a un hombre agradecido, a un enamorado del cine, de su trabajo, del teatro, del arte, que incluso estando en los más alto del cartel de Hollywood jamás ha dejado de mirar a su país, de pensar en proyectos para facilitar las vocaciones artísticas entre los jóvenes, de destinar su dinero a causas benéficas y culturales, y de volver –como él se prometió a su mismo cuando partió de Málaga- con las manos llenas a su ciudad.

Antonio Banderas está en la plenitud de su vida, que es también un poco la nuestra. Ha pasado un año intenso, que bien podría parecer uno de sus propios papeles en el cine, plagado de emociones. Mi deseo, y creo que el de todos los españoles, es que este reconocimiento, este Premio Nacional de Cinematografía sea también, querido Antonio, el abrazo de tu tierra, de tu país, que siempre te admira y te añora, y al que sabemos que siempre vas a volver.

Por si quedaba alguna duda, Antonio ha hecho grabar unos versos de su admirado Manuel Alcántara en la pared de su nueva casa malagueña. Como una declaración de intenciones, dicen así:

A la sombra de una barca
me quiero tumbar un día;
echarme todo a la espalda
y soñar con la alegría.

Como te conocemos, querido Antonio, no te preocupes si nunca cumples este deseo de retirarte a una barca a ver la vida pasar. Primero porque así podremos seguir disfrutando de tu talento, que hace feliz a mucha gente. Y segundo porque, en tu defensa, siempre podrás acogerte con elegancia al viejo principio aristotélico: “la historia cuenta lo que sucedió: la poesía lo que debía suceder”.

Muchas felicidades, muchos éxitos, y muchas gracias,

ÍÑIGO MÉNDEZ DE VIGO y MONTOJO
MINISTRO DE EDUCACIÓN, CULTURA y DEPORTE Y PORTAVOZ DEL GOBIERNO

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