Margarita y Julia Sáez-Angulo
Carmen Valero Espinosa
Fotos: Adriana Zapisek
24/3/23.- Madrid.- Margarita Díaz Leal ha presentado su novela “Los recuerdos no se olvidan” en el Centro Cultural Mercado de Ibiza de Madrid. La periodista Julia Sáez-Angulo ha comentado el libro ante el numeroso público asistente y la autora agradeció la presencia de los asistentes y comunicó que seguirá escribiendo nuevos libros.
La periodista señaló que la escritora había tomado materiales de su propia biografía para escribir la novela, por lo que vida y literatura se solapaban en ella. Entre otras cosas dijo:
“Nos trae hoy presentar una ópera prima en la escritura de Margarita Díaz Leal (Linares, Jaén, 1951), una mujer creativa en las artes plásticas, como lo ha demostrado hasta ahora en el dibujo y la pintura, según lo manifestado en numerosas exposiciones, y experta también en otro campo singular: la restauración de cuadros, llevada a cabo junto al desaparecido pintor Paco Peñuelas, y restauradora notable de mobiliario antiguo. Les digo todo esto, porque los muebles van a tener protagonismo en su novela “Los recuerdos no olvidan”, una bella evocación de una casa antigua de familia, la heredada de los abuelos, donde se evocan los recuerdos, que van surgiendo a lo largo de un recorrido atento por todas las estancias y en un diálogo fantástico, humorístico y con acentos surrealistas, más bien oníricos, con algunas piezas de mobiliario.
Una casa antigua vivida, conocida en el pueblo como la Casa del Médico -algo también habitual en su denominación, por cuanto conozco la Casa del Médico en Marmolejo, hoy Museo de Arte Contemporáneo Mayte Spínola. El médico siempre ha sido un hombre ilustrado y una autoridad en los pueblos, eso explica que sus casas fueran alhajadas -como decía el alcalde Tierno Galván- y más hermosas, como la descrita en la novela “Los recuerdos que no se olvidan”.
Cada pieza de mobiliario, cada cuadro, cada fotografía o documento despierta en la sensibilidad de una mujer escritora, con sentido artístico, en suma, una catarata de recuerdos, sonrisas o melancolías. Aquella fue la casa de sus abuelos, en la que ella, junto a sus hermanos pasó temporadas de descanso o de vacaciones. En ella tuvo también conversaciones con su abuela sobre la historia de sus antepasados, un tanto fantasiosas, según creía Margarita al escucharla, porque su abuela eran tan fabuladora como ella.
Muchos de los objetos hablan, están amarrados a una historia o una leyenda de la casa. En la novela está la mesa chismosa, el bargueño que esconde secretos, las jarras de cerámica que hablan de los platos cerámicos de la pared, inexplicablemente “cambiados por bebés”, como se cuenta en el libro. Sí, así como suena. Como sabían que la abuela María coleccionaba platos de cerámica, cada vez que su esposo, el médico, ayudaba en los partos, las madres agradecidas le regalaban a ella un plato de cerámica de Talavera o de otras procedencias más sencillas. (No olvidemos que, en tiempos pretéritos, había más mortandad infantil y de mujeres que morían en el parto o post parto, por infecciones debidas, entre otras causas a la falta de higiene o de antibióticos. La presencia del médico en los partos atemperaba el número de muertes)
La autora también cuenta, porque la ha heredado, con una bella casa antigua en el pueblo jienense de Sorihuela de Guadalimar, por lo que se supone que ha utilizado materiales propios, de su biografía y entorno, para esta novela fantasiosa. Si toda narrativa contiene algo de biografía del autor o autora, es de suponer que ésta también lo tiene, aunque la fabulación y la ficción la haga derivar por otros derroteros imaginativos.
Y no olvidemos que el padre y el abuelo de Margarita Díaz Leal eran médicos. Y la casa que ella heredó en el pueblo jienense tenía el aluvión de procedencias de distintas casas familiares, entre ellas la de su abuelo paternos en la cercala localidad de Santisteban.
Cierto realismo mágico
Margarita Díaz Leal no ha querido hacer unas memorias, que podría haberlo hecho perfectamente, sino disfrazarlas en cierta manera para actuar con más libertad; quizás lo haga en el futuro con nombres y apellidos de todos los personajes, pero ahora ha querido escribir una novela con materiales conocidos de su familia y lugares que le son propios, entre los nacidos de su imaginación, que les aseguro es mucha.
La autora, a través de la narradora en primera persona, relata su recorrido por la casa y deja fluir sus recuerdos de infancia, la “infancia”, de la que se ha dicho que "es la patria del hombre”, el refugio y consuelo a lo largo de la vida, la verdadera Ítaca para regresar a ella o al menos, soñar con el regreso a la misma, porque, ya se sabe, la vida es el viaje, más que la meta. En su caso, una vez jubilados su marido y ella, han regresado y viven en el pueblo olivarero, casi tanto tiempo como en la casa de Madrid.
Hay cierto realismo mágico o fantástico, cuando el personaje de la narradora recorre las estancias de la gran casa y se encuentra con viejos muebles queridos, que de algún modo le hablan, le sugieren el pasado. No olvidemos el título del libro: “Los recuerdos no se olvidan” y son los muebles, los cuadros, los tapices, documentos, los objetos de todo tipo, lo que le ayudan a evocar el tiempo pasado con su familia. Y así puede narrar sobre sus tatarabuelos, abuelos, padres, hijas…
Todas las generaciones que han estado y vivido en esa casa rica, hermosa en el pasado y, más adelante, un tanto deteriorada en sus enseres. Afortunadamente, Margarita es restauradora y ha podido rescatar, resucitar algunos cuadros como el del personaje desconocido, que resultó ser santa Teresa de Jesús y desde entonces le nació a Margarita una devoción particular por la santa abulense. Cada lugar, cada objeto de la casa, tiene el sabor de la magdalena para Proust, que desencadenó su novela “A la búsqueda del tiempo perdido”. El olfato y el olor, son sentidos muy poderosos para evocar recuerdos gratos del pasado
Es una casa cargada de memoria, de recuerdos, de hechos y dichos que flotan por el aire. Solo falta la mano de nieve que venga a despertarla, alguien de la familia que tenga poderes extrasensoriales, como los que posee la protagonista narradora, seguramente Margarita, que también lo ha percibido en ocasiones. Una intuición superlativa.
Margarita escribe con humor: “A veces he pensado que de algún baúl saldría un muerto”.
La casa contenía ciertamente recuerdos de dos ilustres carmelitas: el caso del cuadro del que ya he hablado y una mesa, donde se asegura por tradición familiar que allí reposó el cuerpo del santo ascético y místico, san Juan de la Cruz, antes de su entierro.
La novela viene a ser también un testimonio etnológico, etnográfico de ciertos objetos que ya han quedado obsoletos, pero que estaban en uso para las generaciones anteriores, como una vetusta máquina de preparar el café, individual si no recuerdo mal, una heladera, poco menos que antediluviana, un letrero que dice “Prohibido escupir y fumar” (no olvidemos que el padre y abuelo de Margarita eran médicos y exigían higiene), una vieja máquina de triturar carne, un irrigador para el consabido estreñimiento de las señoras que pasaban demasiadas horas sentadas en un sillón y el colmo de los colmos: un masticador para los niños pequeños o para los ancianos. Los museos etnográficos debieran pasarse por esas viejas casonas, para descubrir objetos interesantes, hoy obsoletos. En este sentido, la lectura de la novela de Margarita invita a descubrir y conservar esos objetos similares a los aparecidos a la protagonista de la novela.
La casa, verdadera protagonista de la novela de Margarita, es grande y en ella se puede hablar de salones, gabinete, comedor, cocina, cámaras y desde la azotea, que un día tuvo palomar, se puede ver, por la altura del mismo pueblo, el verde paisaje de olivos ordenados siempre en hileras y la sierra del fondo. Andalucía, amplia, bella, mágica y dramática al mismo tiempo. Los campos de olivos ordenados como las trencitas de las africanas en caminos y líneas perfectas
La intrahistoria de Sorihuela de Guadalimar
La sociología del pueblo también queda reflejada en las páginas de “Los recuerdos no se olvidan”. La autora cuenta en su novela el gusto de la gente por las historias y anécdotas que suceden en la comunidad variopinta, historias que se califican con frecuencia de chismes, pero que no son otra cosa que la necesidad de los hombres y mujeres de saber unos de otros, y de contarse historias, porque, en el fondo, todos tenemos algo de Sherezade, de la necesidad de contar cuentos para entretener al visir y de paso, al escucharlas, salvar nuestra vida de la monotonía y el aburrimiento.
“Voy a pasar por el observatorio”, dice uno de los personajes de la novela, cuando sabe que va a pasar por delante de un grupo de vecinos, que se van a preguntar o van a especular sobre donde va y a qué… Algunos vecinos son incluso osados y lo preguntan directamente. “A dónde vamos por aquí? …”
No olvidemos que en el pasado no había televisión y pantallas de móviles, por lo que era habitual salir a las calles, al sol o a la fresca, según la época del año y por ello se veía más gente en las calles de los pueblos, de la que encontramos hoy en día en muchos de ellos. Salir a la puerta de la calle con la silla de anea a tomar el sol, la fresca o a ver pasar la gente, ha sido siempre una tradición
Con todas las historias que recoge Margarita en su libro, uno acaba tomándole cariño al pueblo, que damos por hecho que era Sorihuela de Guadalimar, cercano al más histórico Santisteban, con cierta rivalidad entre ambos, en lo que a los muebles de la casa se refiere, procedentes de uno u otro lugar, según fueran de la abuela o del abuelo respectivamente. Y en la realidad, cabe decir que, Margarita se trajo a Madrid algunos de esos bellos muebles de familia.
La Guerra Civil española es uno de los capítulos del libro, que la autora titula “Los tiempos difíciles”. La tensión, odios y rivalidades fue un hecho.
En los distintos capítulos, la autora pone títulos, en los que vuelve de nuevo a su casa, casona, casa grande y noble, que se edificó sobre un terreno, al que la gente no alcanza a recordar qué era, qué había antes. Produce humedades en los sótanos, pero los recuerdos de sus historias vuelven. La gente del pueblo, tan imaginativa como ella, como Margarita, hablaba de que se construyó la casa, porque su abuelo esperaba al Rey de España, aunque este nunca llegara allí; en otra ocasión se corrió por el pueblo que Bertín Osborne había visitado la casa; tampoco era cierto, pero eso es lo de menos, lo importante era la ilusión, la fantasía, la imaginación… tener algo que contar. Esa es la mágica, dulce y dramática Andalucía.
Una vez hice la Romería del Rocío con una hermandad de Utrera durante una semana. Fue una experiencia muy singular, rezando el ángelus a las doce del medio día y cantando la salve rociera al atardecer, antes de apagar las luces y dormir. En una de esas jornadas, una de las carretas volcó. Gracias a Dios nadie sufrió nada, pero equipaje y cacharros rodaron por el suelo.
-Ná, aquí no ha pasao ná. Solo algo pa contá, explicaba una mujer ocupante de la carreta.
Lo mismo en el pueblo de la novela de Margarita, de Sorihuela, si pensamos que se inspiró en él. A la gente le gusta tener “algo pa contá” y como Margarita es de allí, aunque no haya nacido en el pueblo, imaginación no le falta para narrar una y mil historias, como Sherezade que contó una en cada una de “Las mil y una noches. Me costa de Margarita, que ya está escribiendo otro libro con nuevas historias, así que va a dejarle al pueblo jienense una historia del mismo, hecho de intrahistorias que diría Unamuno.
La novela narra secretos de la casa, ¿cómo no iba a tenerlos una casa con tanta historia y diversas generaciones? Hay que desentrañarlos, como las flechas que aparecen en el dorso de los platos de cerámica. Las cosas nos sobreviven y comunican, pero hay que dejarlas en su esencia, todo lo más restaurarlas en manos de una buena restauradora como Margarita, que ha salvado cuadros de familia a base de entelados y pigmentos. Incluso ha rescatado una Madonna, una Virgen que adquirió en el mercadillo de El Rastro en una situación penosa, lamentable, pero que ella estuvo segura de poder devolver a la vida. Lo hizo, cuando, mirando sucesivos libros encontró un modelo similar, un prototipo que pudiera servirle de referencia. Y el cuadro, la Virgen, recobró el esplendor en sus manos prodigiosas.
Hay una y mil historias en el libro, reales o imaginarias, vividas o soñadas… siempre fabuladas. Además de la citada mesa, donde estuvo el cuerpo del carmelita místico San Juan de la Cruz, la autora cita unas piedras en el campo, junto al río y cuenta que el pueblo guarda la tradición que allí reposó Santa Teresa de Jesús, la santa andariega de Ávila, camino de Beas de Segura, a juzgar por la descripción que la monja fundadora hace en su libro de Las Fundaciones.
Margarita, autora de “Los recuerdos no se olvidan” habla también de cocina, de platos sabrosos que se preparaban por la cocinera en la casa de los abuelos, para llevar al campo, sobre todo el arroz caldoso con conejo salvaje, típico de la zona, así como los platos de caza. Hoy su familia cuando va, hace lo mismo, pero ya sin cocinera y con platos, preparados y listos para comer. Los tiempos son otros y eso se divisa en las cuatro generaciones que habitaron o disfrutaron la casa: los abuelos que la construyeron, sus padres, ella y su marido, así como sus hijas y desde hace unos años, también nietas. Una acaba de nacer hace unos días y también conocerá la casa. Las generaciones más recientes residen en Madrid, pero vuelven con frecuencia a Sorihuela de Segura y a la casa, para confirmar la leyenda humana del eterno retorno.
Margarita Díaz Leal
1 comentario:
Magnífica crónica y, estoy segura, magnífico libro de recuerdos de vida que, en gran parte, compartimos. Lo leeré con mucho gusto. Muchas gracias.
Carmen Palomero
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