sábado, 22 de febrero de 2025

"Un paseo por el infierno", postfacio de Esteban Gallarza a la novela "La extraña desaparición de Tecla Osorio" de Mercedes de Ambrosis


Presentación de la novela "La extraña desaparición de Tecla Osorio" de Mercedes de Ambrosis, editado por Funambulista


22.02.2025 .- Madrid

    Por Esteban Gallarza

 “Tecla Osorio apareció el 14 de abril de 2009, hacia las cinco y media de la tarde, en la parada del coche de línea número 314, que va de Medina del Campo a Buitrago.”

La novela empieza con una acumulación de detalles casi excesiva —día, hora, lugar…— que el propio texto enseguida matiza: el autobús ya no pasa casi nunca, nadie lo usa, la marquesina está en ruinas, la placa con el número, herrumbrosa, casi ilegible.  Además, ¿hay de verdad un coche de línea entre Medina del Campo y Buitrago?

Eso poco importa, estamos en Castilla como podríamos estar en cualquier otra parte, hay una calidad abstracta en los decorados: una ciudad de provincias, un paisaje amplio y vacío, casas sin carácter, nada llamativo, nada particular… 

Todo empieza con la silueta de una mujer que ha dejado de ser joven, en la luz mortecina del atardecer, un recuerdo vago, inconcreto, el imposible parecido con una desaparecida. Y sobre esa endeble premisa el relato se va construyendo, un edificio casi fantasmal. Porque sí, ahí está Tecla, en carne y hueso, que quiere volver a su casa, una presencia calmosa, callada, y a la vez turbadora, inexplicable. 

Página tras página, el panorama se va abriendo, el elenco se amplia —familiares, conocidos, vecinos—, un pequeño mundo trastocado por esa nueva presencia, ese interrogante sin respuesta: lo más llamativo en el relato son los silencios de Tecla. De dónde viene, dónde ha estado esos once años, qué ha hecho o dejado de hacer… Desde luego, once años atrás, su inquietante desaparición trastocó el orden de las cosas, pero ¿puede ahora su aparición devolver un equilibrio, una armonía?

Tecla es una mujer que ha dejado de ser joven, se nos dice y se nos repite, y esa juventud ha transcurrido en un limbo, se ha perdido durante su ausencia. Y vuelve ahora a una realidad igualmente desgastada, avejentada: un pueblo “del que cualquiera que tenga más de catorce años solo quiere marcharse”, en el que la única novedad es la apertura de un Mercadona. Todo lo demás son ilusiones que han ido perdiéndose, relaciones emponzoñadas, lentos fracasos y difíciles acomodos.

Cada personaje deambula por un espacio vacío, incapaz de contacto alguno, de ninguna afinidad más allá del interés o la envidia. Estamos en un mundo donde “las palabras siguen sobrando”, donde unos padres y su hija devuelta naufragan en la acera, aturdidos por una realidad abrumadora. En cada momento, el lector espera una chispa, un resquicio de esperanza: la vuelta de Tecla por fuerza provocará una alteración, un cambio para bien, las escamas caerán de algunos ojos, alguien sabrá reconocer ese milagro, acoger a la reaparecida con una alegría que rompa la insostenible rutina de los días, ese “orden de las cosas” que, como una capa de aceite, oculta celos, inseguridades y odios. Pero, muy al contrario, esa presencia muda, ese cuerpo apenas sintiente, no hace sino exacerbar una situación desesperante. Como dice el padre, «las cosas no están como debieran estar»; no, desde luego, nunca lo están: ahí delante tiene a su hija que estaba perdida y le ha sido devuelta, pero en su voz no hay más que la inquina, la rabia, la indignación de una vida entera.

Hade falta un talento muy especial para dibujar un mundo resueltamente falaz y endurecido, una brújula sutil para avanzar, página tras página, por este ámbito sin alegría, sin inocencia, sin apenas sinceridad, pero guardándose de ningún patetismo, ninguna marrullería, ninguna prepotencia. Una mirada fría, un escalpelo agudo, en el filo de la crueldad.

Doy fe de que Mercedes Deambrosis es un encanto de mujer, afable y generosa, de una delicadeza excepcional, una de las mejores personas que ha tenido la suerte de conocer, una amiga como muy pocas. Pero es, a la vez, un Mister Hyde literario, una pluma inmisericorde que no suele dejar títere con cabeza. Madrileña afincada en París desde niña, mantiene como escritora una identidad fronteriza: la Castilla que dibuja es un territorio mítico, un país inasible. Ciertamente, paga su tributo a esa realidad opaca y amarga de migueletes prepotentes y burgueses engreídos, ya sean farmacéuticos o funcionarios, pero, cruzando las apariencias, nos lleva a unas oquedades de hipocresía y desesperanza que no pertenecen ya sino a la esencial ferocidad de la bestia humana.

En ese paseo sin delicias, su andar es ligero, su pincel, curiosamente delicado: detalles banales o incongruentes —desde los encurtidos polacos a la giganta de Baudelaire— nos trasmiten una intranquilidad, una desazón esencial, de la primera a la última página. No hay aquí ningún regodeo, ningún masoquismo vital, ninguna pose nihilista, sino una lección —amarga, sin duda, pero lúcida y sincera—: esta Medina del Campo no es sino el reflejo de alguna comarca del infierno, y si reconocemos alguna calle, alguna esquina, eso debería servirnos de advertencia.

Hay una esquiva tradición de literatura fantástica —Gogol, Aymé, Fogwill, por citar unos pocos—, que recurre a la inserción del absurdo en la cotidianeidad para plantear interrogantes y socavar certidumbres. Pocas novelas he leído —bueno, prácticamente ninguna— que logren con mayor certeza, concisión y elegancia, desarmar los postizos de la civilización para dejarnos ante la desnudez del alma. Que cada lector saque provecho de su paseo por el infierno.

        Más información

https://lamiradaactual.blogspot.com/2025/02/mercedes-dela-ambrosis-autora-de-la.html

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