Julia Sáez-Angulo
El Escorial.- 3/7/25.- Del abuelo paterno Antonio Sáez Amezúa (Huércanos. La Rioja, 17.01.1878- 23 .07.1957) tengo menos datos, porque él era reservado, no hablaba mucho; tampoco mi padre era una fuente oral abundante, quizás por eso, los pocos recuerdos que guardo de aquel están bien grabados en mi memoria. Como yo era la hija del quinto vástago del abuelo y de su esposa Felicias Martínez, lo traté siendo ya mayor, un “abuelo”, solo durante trece años. Él fue la primera muerte que conocí en familia, algo que me causó un impacto tremendo, pues hasta entonces pensaba que solo morían los otros.
Como mis padres vivían en una casa retirada del centro de Uruñuela, donde estaba la huerta de hortalizas y flores, junto a la casa del hortelano, se construyó una más grande. El abuelo Antonio se daba todos los días un paseo para revisar la huerta y llevarse a casa las lechugas, tomates, pepinos… y otras hortalizas que estimara conveniente, de las que en casa se disponía igualmente con libertad. Al abuelo, más que las hortalizas le interesaban los árboles y logró un gran caqui, varias higueras, tres manzanos, un peral de Longuindo, otro de peras de agua, dos avellanos… Intentó cultivar un granado, protegiéndolo con un cuévano en invierno, pero al tercer año, las heladas lo exterminaron.
Yo bajaba a la huerta para estar con él, siendo muy niña y le saludaba con un hola. Pocas palabras más cruzábamos, salvo sus advertencias, cuando me acercaba a alguno de los tres pozos artesanos que tenía la huerta. Una de las cosas que no olvidé fue su reproche, cuando yo estaba comiendo un racimo de uvas, haciéndolo descender de mi mano directamente a la boca y me dijo en tono sentencioso: “Así comen las uvas los perros. Las personas las van desgranando con los dedos”. Yo debía de ser algo mocita, porque me sentí humillada, pese a que no había testigos. Él era muy recto, lacónico, y no dejaba pasar una en la educación de los pequeños.
Antonio Sáez Amezúa era un hombre lector. Tenía toda la colección de Clásicos Ebro en su armario librería, cerrado con puertas de cristal esmerilado en verde. Cuando hablaba de los escritores, lo hacía ceremoniosamente con el tratamiento de don y sus apellidos: Don Félix Lope de Vega y Carpio; Don Ramón María del Valle Inclán, Don Benito Pérez Galdós, Don Pío Baroja, Doña Concha Espina… Clásicos Ebro era una colección de ediciones de obras clásicas de la literatura española, publicada por la editorial del mismo nombre durante la Guerra Civil Española. La colección fue fundada en 1938 por José Manuel Blecua Teijeiro.
Mi abuelo quiso que todos sus hijos estudiasen en la Universidad. “El campo es muy duro” decía. Abrió un piso en Madrid, en la plaza de Cuatro Caminos, cerca de la Complutense, para que allí estudiasen los chicos y Juanita, hija, residía con ellos para llevar la casa y atender las labores domésticas de los hermanos. Muy propio de aquel tiempo. Eso sí, tía Juanita se casó con el tío Francisco de Pablo, que fue compañero de sus hermanos Santiago y José; llegó a secretario de Ayuntamiento en Nava del Rey. Cuando estalló la Guerra Civil en 1936, se cerró el piso de Cuatro Caminos, y los dos hermanos menores no fueron a la Universidad.
AMEZÚA, UN APELLIDO DE BÉRRIZ
Tarde o temprano, todos los nietos nos preguntábamos por el segundo apellido vasco del abuelo Antonio: Amezúa. Por este apellido se le conocía en Uruñuela y muchos creían que era un apodo. Antonio Sáez Amezúa procedía de Huércanos, pueblo vecino a Uruñuela. Era un hombre de buena presencia, con rica hacienda, pero la tierra de Huércanos no era tan buena para la viña, como la de Uruñuela. Carecía del hierro conveniente. Antonio era un hombre reservado y cauto. Algo desconfiado.
Llegó a Uruñuela al casarse con Felicias Martínez, una bella morena viuda, con dos hijos pequeños, bien situada. El forastero reservado no era de ir al casino ni a bares, era más de leer y quedarse en casa, por lo que se mantuvo con cierto aislamiento en Uruñuela, algo no muy bien comprendido por los de su nuevo pueblo, que lo veían distante y algo estirado.
Su apellido Amezúa venía de su madre Máxima Amezúa, hija única de un maestro cubero vasco, llegado de Bérriz (Vizcaya) para limpiar y adecentar las cubas de la familia, que han de estar siempre impolutas para acoger la cosecha de las viñas. El maestro cubero de Bérriz se casó con Máxima, la hija única del dueño de las cubas y logró un matrimonio ventajoso. Mi primo José Sáez Morga, abogado, conoció a los Amezúa de Bérriz en un viaje que hizo y me habló de ellos. Tenían un negocio de carnes.
El abuelo Antonio heredó numerosas fincas de su madre Máxima, al igual que su hermana Sixta, pero ciertamente no eran tan buenas como las de Uruñuela, por lo que acabó vendiéndolas poco a poco y sutituyéndolas por tierras de Uruñuela que eran mejores y estaban más cerca de la nueva casa, algo que luego provocó alguna diferencia de criterio a la hora del reparto de herencia entre los hijos del primer y segundo matrimonio de la abuela Felicias.
No olvidemos que el mejor terreno del vino se da en los pueblos de Haro, Cenicero, Uruñuela y Fuenmayor, Rioja Alta, unas tierras ricas en hierro y las mejores para cultivar la viña. La Rioja Baja, que se acerca al Ebro, es buena para hortalizas, no para vino. En la actualidad, según decía mi padre, los enólogos hacen maravillas y enderezan los cabezones vinos de Aragón (a veces superaban los 14 grados) o los fuertes de Navarra. Algunos de mis parientes, comentaban entre bromas y veras que los hombres de la Rioja Baja eran “otra cosa”.
Cuando se reunían los siete hermanos Sáez Martínez (Santiago José, Florentino, Antonio y Luis, junto a los yernos Crescencio y Francisco) en el comedor para resolver asuntos familiares, los que paseaban por la carretera los oían y decían: “Ya están los hermanos Sáez discutiendo”. No era así, sino que hablaban muy alto para quitarse la palabra unos a otros, ya que eran muy verbosos. Todos ellos vivieron fuera de Uruñuela, por lo que se acabó vendiendo la casa de los abuelos a los administradores, algo que a mí me producía tristeza cuando pasaba junto a ella.
El abuelo fue generando un silencio casi total y tenía dificultades de movilidad, al final de sus días. Estuvo sentado algunos años en un gran sillón de mimbre con copete de abanico, entre cojines floreados. Parecía un anciano patriarca. Le daban de comer en la boca, la abuela o Concha, la criada. Murió cuando yo tenía 13 año. La noticia me la dio mamá. Fue el primer muerto que vi en la familia. Cuando fui a casa de la abuela Felicias, ella me condujo a donde estaba el abuelo, amortajado con un traje azul marino de rayas diplomáticas. “!Mira, qué buen mozo era!, me dijo. El abuelo muerto parecía elegante y sereno, frente al gesto de hastío que sostenía en los últimos dos años de su vida. Descanse en paz.
8 comentarios:
La Rioja alta tiene vinos de alta calidad y elegantes.Los vinos de La Rioja baja tienen pasión y carácter.
Viva la garnacha de la Rioja baja!!!
La escritura de esta saga familiar es verdaderamente una novela, tiene una mirada profunda sobre los seres, los paisajes, las psicologias...los productos de la tierra. Y la voz narradora de Julia tiene ese encanto de estar viendo todo desde lejos y desde muy cerca. Un placer de lectura veraniega
MAI PIRE: Qué bonita tu familia! Eres muy afortunada de tener unos antepasados tan majos, trabajadores, luchadores, te han dejado un buen ADN
Gracias Lourdes. Tú sí que escribes bien.
JOSÉ MARÍA GÓMEZ: Gracias por tus envíos… y, entre ellos, tus recuerdos familiares.
Germán Ubillos Orsolich : Interesante siempre, Julia, te queremos. Alemán.
AMALIA FERNÁNDEZ DE CÓRDOBA : Me está. Gustando mucho las vidas de tus abuelos
Qué bien escribes !! Me lo paso bomba leyedo.
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