lunes, 1 de septiembre de 2025
RETORNO A PUENTEVIEJO III. La Alameda de Osuna. Una “tenue blanche” en un sótano.
Fotos: Carmen y Cuqui Valero
1/9/25.- Puenteviejo.- La pintora y anfitriona Cuqui Valero, aunque se encuentra ahora en Puenteviejo, reside habitualmente en el madrileño barrio de la Alameda de Osuna, cerca del bellísimo parque ajardinado y dieciochesco “El Capricho”, que se construyó por expreso deseo de la duquesa de Osuna, doña María Josefa de la Soledad Alonso Pimentel, protectora de artistas, toreros e intelectuales.
“La Alameda de Osuna, barrio situado en el distrito de Barajas, es como un pueblo, donde nos conocemos todos”, cuenta Cuqui, “sobre todo yo, que he impartido clases de dibujo y pintura durante 40 años, y por tanto he conocido a decenas de alumnos y a sus padres correspondientes. Hoy, uno de aquellos ostenta importante cargo político en la Comunidad de Madrid, y su madre, mi amiga, está orgullosa de él”.
Cuqui elogia la Alameda de Osuna: "Es un barrio recogido y abierto, sin semáforos, donde residen muchos pilotos y azafatas, porque está cerca del aeropuerto. En él fundamos la asociación Alameda pro Arte, con pintores, músicos y otros artistas... Hay un buen nivel cultural..."
Yo guardo un curioso recuerdo de la Alameda de Osuna, de la tarde en que Christian, mi querido amigo y vecino gabacho, me invitó a una “tenue blanche”, de una logia masónica, que tenía lugar en un semisótano de aquel barrio del noroeste madrileño. La “tenue blanche” es una tenida blanca abierta a invitados que no pertenecen a la masonería. El francés lucía siempre en la solapa una pequeña insignia de oro con el compás y la escuadra de la masonería, hasta que alguien le dijo que no estaba bien vista por algunos círculos españoles y se la quitó.
(Christian también se quitó, en su día, los calcetines blancos que lucía habitualmente en su Burdeos natal, cuando alguien le dijo que ese color en los calcetines estaba visto como hortera en España. “¡Eso explicaba que yo no acabara de ligar nunca con una chica en este país!, se quejaba Christian con humor.)
Volvamos a la logia en la Alameda de Osuna, sin indicación exterior alguna. Bajamos unas escaleras hasta llegar al semisótano, donde conversamos un rato hasta la entrada del Gran Maestre, revestido con sus atributos de joya, collarín, banda y mandil. Mi sorpresa fue ver, como tal Maestre, a Joaquín, el periodista, compañero de una amiga fotógrafa. Pasamos todos al templo y escuchamos una conferencia sobre la justicia, con la estatua griega de Palas Atenea o Juno, no recuerdo muy bien, detrás del conferenciante. De vez en cuando, resonaban las tripas de las cañerías y cisternas de la casa, circulantes por las paredes del templo.
Al terminar la conferencia, acudimos al salón del ágape, parte final importante del encuentro, para saludar y departir todos juntos. Joaquín se me acercó sonriente y dijo: “No sabía que eras hermana”. “No lo soy”, dije algo desconcertada, “soy una invitada de Christian a la “tenue blanche. Mariluz, “hermana” y amiga de Christian y mía, me invitó a sus sesiones de trabajo en la logia, pero decliné gentilmente su invitación. Hay logias, masculinas, femeninas y mixtas.
Aquí terminó mi contacto con la masonería, si bien más adelante, petición mía, me entregaron una colección de atributos para el Museo Nacional del Traje.
Y este es mi recuerdo en la Alameda de Osuna, el barrio madrileño de Cuqui, con numerosos árboles, no precisamente álamos, sino plataneras que dan una sombra formidable durante los meses de verano.
Regresemos al Coto de Puenteviejo, para dar un paseo por el camino de las cercanas cuatro pueblas, que se acerca a Maello, verdaderas dehesas valladas, donde pastan toros y vacas y merodean animales salvajes. Por la noche, el Coto se aísla de las pueblas, cerrando sus muros y portones metálicos, para evitar la entrada de toros sueltos o escapados y otros animales que puedan embestir o agredir. Durante la pandemia del covid-19, los habitantes que quedaron en el Coto, vieron desfilar por sus calles numeroso jabalíes y hurones en busca de comida.
Carmen Valero, en su amor por las criaturas, san como Francisco de Asís, es capaz de dejarnos sin pan para cenar o desayunar, porque lo echa, remojado, a los pajarillos del campo. Los gorriones la siguen fielmente. Cuqui la amonesta, porque, en la noche, pueden ser las ratas las que reaparezcan para comerse los trozos de pan en el jardín.
En el Coto de Puenteviejo (se puede escribir junto o separado), hay que aprender a convivir con los animales y fieras del campo. También con la flora. Hay que despedirse de las habituales arizónicas, pues se van a prohibir como setos, para evitar su carácter inflamable, debido a su abundante resina.
domingo, 31 de agosto de 2025
RETORNO A PUENTEVIEJO II.- Futura exposición de pintura. Mural de Daniel Merino en la Capilla de san Lorenzo. Brindis taurino de El Jaro. Ancas de rana de Segovia y Patatas de Madrid
sábado, 30 de agosto de 2025
RETORNO A PUENTEVIEJO, I.- De las murallas ciclópeas de arizónicas, a la cadena alimentaria de la Naturaleza. Antigua “tierra de garbanzos, cenas de gansos” y recambio de caballos o diligencias. Equidistante de Madrid, Valladolid y Salamanca.
Julia Sáez-Angulo
Fotos: Carmen y Cuqui Valero
31/8/25.- Puente Viejo (Ávila).- El retorno al Coto de Puenteviejo (Ávila) no es precisamente como “Retorno a Brideshead”, la célebre novela de Evelyn Waugh, pero sí otra reunión de amigas que se repite en los últimos finales de verano últimos, por gentil invitación de la pintora Cuqui Valero.
Puenteviejo es una conocida urbanización de 600 chalés, construida en el km 98 de la carretera Madrid-La Coruña, frente a otra urbanización denominada El Pinar de Puente Viejo, con el vecino rio Voltoya, afluente del Adaja, que a su vez desemboca en el Duero. El río Voltoya nace en uno de los lugares más bellos del centro de la península, en la zona de la Cepeda, en plena sierra de Malagón, en el sistema central Ibérico y desde allí va discurre hasta pasar por la urbanización con el puente de Almarza o puente viejo del siglo XVIII, de estructura borbónica, de tres arcos construido por Carlos III en 1770. La urbanización es de los años 60 del siglo XX y acoge a veraneantes de Madrid y Valladolid principalmente.
En el Coto de Puenteviejo, equidistante de Madrid, Valladolid y Salamanca, “existían varias posadas, mesones y un parador, así como los caballos necesarios para el recambio de diligencias, con lo que los viajeros que por aquí transitaban se veían obligados a comer o pernoctar degustando es sus comidas los exquisitos cocidos de garbanzos de esta tierra, así como en sus cenas sus famosos gansos”, según cuentan crónicas cervantinas. Hoy, los garbanzos del lugar tienen sello de garantía propia.
Si multiplicamos las casas por cuatro personas en cada una, se calcula un total de 2400 habitantes, como un pueblo bien habitado en medio de la llamada España vacía. Puenteviejo pertenece al municipio abulense de Maello, separado del mismo por una larga pinada habitada por fauna salvaje. Algunos decidieron empadronarse aquí para huir de los gravámenes impositivos de otras latitudes peninsulares, en un país asimétrico fiscalmente, y por tanto desigual, y, por consiguiente, injusto y, en conclusión, asidemocrático.
En la casa de Cuqui, que en su día fue de sus padres, primeros moradores, me he encontrado con gigantes arizónicas que bordean el jardín como murallas ciclópeas. La dueña está en podarlas, pero le piden tal fortuna por hacerlo, que se resiste. “Recomiendan incluso quitarlas, porque las arizónicas son pasto fácil del fuego, en esta “España, tierra de incendios”, me explica Cuqui.
La cadena alimentaria de la naturaleza se hace presente en el jardín, pues llevamos dos días y ya hemos visto plumas abundantes en el césped, primero, a la llegada, de una paloma, y, a la mañana siguiente, de una urraca; y detrás de un arbusto de otra ave, que no hemos podido identificar.
La fauna del lugar habla de cigüeñas, tejones, jabalíes…, pero Carmen Valero, hermana de Cuqui, asegura que las víctimas son de un gato oscuro que merodea por el jardín, para poner de manifiesto la cadena trófica de la Naturaleza. No sé yo si gato, zorro o jabalí…
Me cuentan las hermanas Valero Espinosa, que en Puenteviejo vive alguno de los guionistas de la antigua serie televisiva titulada “El secreto de Puente Viejo” (2011-2020), todo un culebrón, pero no está comprobado. Sí reside un guionista de la actual serie “Valle salvaje”, además de arquitectos, pintores, abogados, directivos de clubs deportivos profesores, comerciantes… Toda una fauna humana interesante y variopinta. Las hermanas Cuqui y Carmen pasan encantadas sus veranos en este Puenteviejo con historia y naturaleza.
Más información
https://www.ayuntamientodemaello.es/historia/
Plaza de Santa Teresa. Coto de PuenteviejoPATRICIA NIETO, pintora hondureña, ha expuesto en el Ateneo de Madrid
LA SILLA Y EL MERCADILLO. Relato
Puente Viejo, 30.08.2025
Carmen Valero Espinosa
En los años 60, cuando estudiábamos en la Universidad, mi hermana Carmela y yo íbamos por el barrio pobre del Pozo del Tío Raimundo en Madrid, para alfabetizar a los jóvenes que, fuera ya de edad escolar, no sabían leer ni escribir. De entonces nos viene nuestro conocimiento, trato y afecto por los gitanos.
Aarón, el hermano mayor de Abigail, una de las gitanas que alfabetizábamos, nos pedía siempre “un dinerito para un diente de oro”, y así supimos que lucirlo era un signo externo, no solo de riqueza, sino de poder, entre la tribu. A mí me parecía un derroche dar dinero para aquella causa, pero mi hermana sí se lo daba, diciéndome “al pobre le hace ilusión”.
Al cabo de los años, volvimos a coincidir con Aarón y Abigail en un mercadillo burgalés. Aarón lucía orgulloso un colmillo de oro, y nos contó que, además de vendedor de ropa, era pastor evangelista y nos impartía bendiciones con ocasión y sin ella. Mi hermana, no sé si generosa, desprendida u ostentosa -todavía no me he aclarado- los saludaba con efusión de simpatía y ellos se ponían muy contentos de que una señora, de la categoría de mi hermana, una abogada célebre, los tratara como amigos.
Pero yo soy recelosa y desconfiada sobre la condición humana, y también pensaba que aquellos rumaníes solo pudieran tener interés, porque Carmela les compraba lo que le ofrecían sin más miramientos y así volvíamos a casa con cosas horrendas, que yo me apresuraba a entregar en un punto de madres solteras, que atienden las monjas Trinitarias.
Cuando Aarón y Abigail nos veían cerca de su puesto de venta, se apresuraban a sacar una silla de la parte trasera y se la ofrecían a Carmela, para que se detuviera y descansara. La veneraban como a un patriarca. Poco a poco, yo ponía orden en aquellas ofertas masivas de prendas y seleccionaba cuales convenían o no llevarse. Pronto se dieron cuenta de que quien organizaba la cuestión era yo, y quien pagaba era Carmela, la abogada.
Un día, delante de mí, Abigail y Aaron le comunicaron entusiastas a Carmela que, al fin, se habían comprado un piso en Burgos, y allí ella tenía una habitación para cuando viajara a la capital del río Arlanzón. A mí, ni me miraron.
Un día, Aarón y Abigail pasaron por delante de casa y se asomaron al jardín. Carmela, contra mi voluntad silenciosa, y Carmela les invitó a pasar. Sé que a los gitanos no hay que darles excesiva confianza, porque pueden abusar. Al ver nuestras sillas, Abigail dijo que necesitarían una para tener dos en el puesto de venta. Les prometimos que les llevaríamos una en la próxima ocasión de mercadillo. Lavé una silla de plástico que estaba en la caseta del jardinero y se la llevé. No les gustó, creían que les iba a llevar una silla de hierro como las del jardín.
A las vacaciones siguientes de Semana Santa, comprobé que faltaba del porche una de las seis sillas de hierro. Que Dios me perdone, pero pienso que los autores de la sustracción fueron los gitanos saltando la tapia en nuestra ausencia. Mi hermana los defiende a capa y espada, pero yo, ¿qué le voy a hacer?, sigo convencida de que fueron ellos. Nada se puede hacer contra la libertad de pensamiento. FIN