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miércoles, 24 de abril de 2019

Europa polarizada entre los populismos y los partidos ineficaces





La población ha perdido poder adquisitivo y de ahí la baja  demografía



Carlos María San Felipe Donlo

24.04.19 ,- Madrid .- 24.04.19 ,- Madrid .- El historiador Carlos María San Felipe Dondo ha aportado a la Tertulia del Mediterráneo, TERTUMED, sus reflexiones sobre La Unión Europea ante el auge de los populismos”, tras la ponencia del diplomático Diego Martínez Bello, que habló sobre el mismo tema.

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Carlos María San Felipe dice:

"Evidentemente nos hallamos en un momento de cierto malestar en la democracia occidental. Sobre todo europea, aunque en esto puedo estar equivocado, pues mi mirada es europea y quizá eurocéntrica. Se han cometido una serie de errores que partidos nuevos están aprovechando. En la situación de España, la falta de sensibilidad social y solidaridad del PP ─y del PSOE─ con las clases medias y bajas provocó una crisis social de amplias dimensiones, cuyo máximo exponente ─al menos el más visible─ radicó en la pérdida de la propia vivienda por familias que habían perdido el trabajo y sus fuentes de ingresos. Eso acompañado de otras medidas, como la transformación de la deuda privada bancaria en deuda pública nacional y el préstamo de enormes cantidades de dinero a los bancos en condiciones ventajosísimas para ellos, crearon el caldo de cultivo de un partido nuevo, PODEMOS, que se situó a la izquierda de Izquierda Unida y del PSOE, con críticas abiertas al sistema y a la Constitución, y un líder, en gran medida, joven y carismático, como es Pablo Iglesias, que está demostrando saber manejarse perfectamente en los medios de comunicación de masas. Muchas de las propuestas que hace son inviables, como la del salario a todas las personas en paro. Y él mismo lo sabe. Pero se ha convertido en un político experto que busca votos, no vender "verdades". Sin embargo, tanto Pablo Iglesias como PODEMOS han tenido una más que suficiente cobertura en los medios, y raramente estos medios han acusado a este partido de populista y de ultraizquierdista, ni se han sentido atemorizados por su aparición. 

La economía, nacional e internacional, no está funcionando bien más que para unos pocos. Tras la desaparición en los años 70 de las trabas a la especulación financiera y bursátil bajo la capa de la libertad ─esgrimida por el presidente estadounidense Ronald Reagan y por la primera ministra británica Margaret Thatcher─ se ha dado cabida a una especulación descontrolada que ha beneficiado sólo a unos pocos dirigentes sociales y económicos en cada país. De ahí que la brecha entre estos mismos dirigentes socioeconómicos y las clases medias sea cada vez más amplia. Hablando en palabras de la calle: "Los pobres son cada vez más pobres y los ricos son cada vez más ricos".

Si hablamos de España, en concreto, la situación no es mucho mejor. Tras la muerte de Franco, España se sumó a una crisis económica mundial ─la llamada crisis del petróleo del año 73, que en España la empezamos a sufrir sobre todo a partir del año 1975─ agravada por la transición política, la falta de transparencia de la economía nacional y las negociaciones de entrada a la Comunidad Económica Europea. Esta Comunidad Económica aceptó, finalmente, a España, pero en condiciones, a mi entender, propias de las impuestas a un "enemigo vencido". La vieja Europa no quería competencia ni en la agricultura, ni en la ganadería, ni en la industria, ni en el comercio. Aceptamos unas condiciones muy duras de entrada y pagamos el precio de aceptar estas condiciones, de entrada, con tres millones y medio de parados jóvenes en edad de trabajar. Mucha de la actual crisis demográfica procede de ahí. Mi generación fue sacrificada en aras de entrada a una Comunidad Económica Europea que, si bien nos ha ayudado con los fondos de cohesión, no sólo no ha servido para generar empresas y empleo en España, sino todo lo contrario. La aportación de la industria al total del PIB nacional en los últimos años de la España franquista era mayor que la aportación actual de este mismo sector económico. De ahí que cuando las crisis atacan este país, lo hacen sobre todo de Madrid hacia abajo, es decir, en la España menos desarrollada industrialmente. En cuanto a la demografía, estas continuas crisis no favorecen el matrimonio ni la natalidad. Como tampoco favorecieron a los componentes de mi generación. De los actuales cincuentaañeros, solo aproximadamente la mitad están casados y con hijos (pocos hijos, siguiendo la moda proveniente de Estados Unidos, y las condiciones económicas impuestas). 

En España, la democracia vino en gran medida impuesta de la mano de las presiones de Estados Unidos y los países de Europa occidental a las autoridades españolas, procedentes todas ellas del partido único que gobernaba durante la dictadura franquista. Pero lo cierto es que la democracia no ha consolidado los derechos laborales y económicos de los ciudadanos españoles. A un país que siempre ha tenido una economía vacilante e incierta se le sumaron crisis tras crisis, todas las que ha atravesado el Occidente europeo por una u otra motivación. Hasta el punto que hay gente que recuerda con nostalgia el Estatuto de los Trabajadores de la época franquista, y los pisos y las condiciones laborales que las empresas ─al menos las fuertes y consolidadas─ podían permitirse construir y conceder a sus trabajadores en los años 60 y 70.

Diciéndolo o sin decirlo, la izquierda europea ha tomado como modelo las ideas de Gramsci. Antonio Gramsci, miembro del Partido Comunista de Italia, fue un ideólogo que propuso la "multiculturalidad" en Europa como forma de destruir la sociedad tradicional y de combatir a las iglesias cristianas, sobre todo a la Iglesia católica. En particular a esta última, pues como buen italiano la tenía omnipresente. De ahí que, para que la propuesta católica fuese una más, tenía que estar "presente" en un conglomerado de propuestas religiosas: islámicas, judías, budistas, hinduistas, etc. Así, las propuestas cristianas perderían fuerza y serían más fácilmente combatibles ─y combatidas─ desde las posiciones de la izquierda europea. No olvidemos que esta misma izquierda europea ─otra vez el Partido Comunista de Italia─ "inventó" y "definió" lo "políticamente correcto". Aunque en su momento no salió muy bien la jugada ─véanse las dictaduras de Hitler en Alemania y de Mussolini en Italia, por hablar sólo de las más importantes─ no olvidó en ningún momento el juego parlamentario "políticamente correcto". Al final, si alguien se somete a este juego parlamentario políticamente correcto, se somete a los dictados de los partidos de la izquierda europea, que consideran inconveniente y "políticamente incorrecto" hablar de una serie de temas: inmigración ─sobre todo inmigración ilegal─, ONGs, presencia del islam en la sociedad, etc. Todos estos temas preocupan muchísimo a los ciudadanos, y no han sido tratados por miedo a ser tildados de "políticamente incorrectos" por una minoría que define lo "políticamente correcto", pero que no da la cara y no se sabe muy bien quienes son.

A estas alturas, las ONGs han perdido prácticamente todo su respaldo social. De ahí las campañas costosas ─y creo que, en gran medida estériles─ que vienen realizando en los últimos tiempos a través, sobre todo, de la televisión. No olvidemos que estas ONGs fueron, hace decenios, creadas por gentes que se proponían como alternativa ─incluida "alternativa moral"─ a la sociedad y, que en su inmensa mayoría, tanto la creación como sus cargos directivos fueron ocupados por miembros de la izquierda europea. Sin embargo, han defraudado ampliamente a la sociedad. Un hijo de un cónsul de España me comentaba que, a pesar de que él personalmente votaba a Podemos, había visto con sus propios ojos, ya que había vivido con su padre fuera de España, que las únicas ONGs que realmente funcionaban correctamente y construían y dotaban hospitales, escuelas, centros de atención, etc., eran las de la Iglesia católica. Según esta fuente de información, que no voy a mencionar, obviamente por su nombre y apellidos, España había subvencionado, a través del resto de las ONGs, hospitales, escuelas, polideportivos, centros de atención a las mujeres y a la infancia, etc., que jamás se habían construido.

La inmigración, sobre todo la ilegal, es un tema que preocupa enormemente al ciudadano. El ciudadano la percibe como una amenaza para la cohesión ideológica, racial ─o étnica, si se quiere emplear otra palabra menos llamativa─, cultural, religiosa, etc., no sólo de España, sino también de Europa. Los budistas e hinduistas, incluso los animistas, no importan tanto al ciudadano europeo. Pero preocupa enormemente la potencia y la agresividad del islam. El islam ha mantenido siempre con la Cristiandad y en especial con la Europa cristiana, una actitud de beligerancia que sólo en los últimos tiempos declinó, como consecuencia de la colonización europea del norte de África y del Próximo y Medio Oriente. Tras la independencia de estos países y su aglutinamiento en torno al islam ─no olvidemos que los partidos que consiguieron la independencia para sus países en el norte de África consideraban al islam una de sus señas de identidad─, el juego de Arabia Saudí ─y otros Estados del Golfo Pérsico─ subvencionando y promocionando la versión wahabita del islam, y la creación de movimientos violentos de "defensa" y "expansión" ─si es posible─ islámicas, nuevamente se ha entrado en "rumbo de colisión". La situación es particularmente grave en países como Francia, Bélgica, Holanda, Gran Bretaña, Alemania, donde, tras la Segunda Guerra Mundial y la descolonización, se permitió a musulmanes procedentes de diversos países penetrar y establecerse en el corazón de Europa. Si el enfrentamiento, por diversos motivos, se agrava, el islam no va a irse pacíficamente. Generaciones enteras de musulmanes han nacido en Europa, pero no se han integrado en Europa, ni sentimentalmente, ni cultural, ni religiosamente. De nuevo en palabras de la calle: "Han venido para quedarse pero no para ser de los nuestros, sino para transformar nuestros países en una copia de los suyos". A ello hay que añadir algo que el ciudadano considera una injusticia: muchos de estos inmigrantes ─incluidos los ilegales─ tienen la vida subvencionada por cualquier Estado europeo, que les permite no sólo instalarse en su territorio, sino que los dota de subvenciones y atención médica. Recordemos el recorte en prestaciones de desempleo en países como España, Portugal, Irlanda, Italia, Grecia, por no hablar de la declinante calidad médica a la ciudadanía, y el cóctel para un descontento social está servido en bandeja de plata.

Calificaciones de los medios informativos

Hace años se vislumbraba, pero hoy en día ya es una realidad, el nacimiento de una derecha más radical en Europa, que ha sido calificada desde los medios de comunicación social como "populista" y "ultraderechista". La verdad es que el ciudadano percibe claramente el miedo que esta nueva derecha causa a los medios de comunicación. Y de ahí que, muchos ciudadanos, estén dispuestos a votar a estos nuevos partidos de la derecha. Conozco a más de ocho personas que van a votar a VOX. Todas ellas mayores de 50 años, bien es cierto. Pero si el fenómeno se extiende a la población joven, como amenaza con hacer, la situación podría ser preocupante. Quienes votan a VOX no siempre coinciden con todas sus opiniones, ni mucho menos, pero es un voto de castigo y una forma de tener "controlados" a una serie de partidos y movimientos que actualmente se perciben descontrolados en sus propuestas y en sus actuaciones. Estos partidos de la izquierda, con movimientos que van desde el feminismo radical, el anarquismo asambleario (el de la CUP en Cataluña, por ejemplo), el anticapitalismo, el multiculturalismo, el laicismo (el mal entendido, al menos, el que hace una bandera y un signo de identidad el ataque a la religión, que en realidad quiere decir ataque a la religión cristiana, ya que estamos en Europa), provocan un hondo desconcierto y un gran rechazo en gran parte de la ciudadanía europea. España no se salva de ello. Y eso que en este país, desde el fin de la dictadura de "Paquito", y probablemente como reacción a ello, se giró a la izquierda y la izquierda española ─en particular el PSOE─ han disfrutado de años de bonanza y de aceptación social. Pero este fenómeno parece que está llegando a su fin. 

Y con ello llegamos a un triste final: percibo una Europa cada vez más bipolar, lo mismo que percibo una España cada vez más bipolar. Si Europa, y España con ella, se fracturan en movimientos de ultraizquierda y ultraderecha, mal vamos. Quedamos abocados a guerras civiles. En mi opinión, gran parte de esta fractura social, política, ideológica y cultural, la ha causado el mal hacer de los políticos profesionales, que en su actividad profesional ─y dado que los círculos de poder se relacionan entre ellos─ han quedado bien lejos de la ciudadanía y de las preocupaciones del ciudadano medio. Investidos de poder, cubiertos por sus aforamientos, y actuando sin control de la ciudadanía, los políticos no han sido, precisamente, un ejemplo de ética y moral para los ciudadanos que gobernaban. Se percibe este desencanto. O se practica una política clara, transparente, con mayor participación ciudadana en los temas importantes ─economía, defensa, inmigración, asistencia médica, etc.- o el desencanto irá aumentando. Si este desencanto se mezcla con crisis sociales y económicas, la receta del desastre para las democracias occidentales está completa. Recuérdese las consecuencias de la crisis del 29 en los países de Europa.

El "populismo", bien sea de derechas o de izquierdas, muy posiblemente ha llegado para quedarse. Pero habrá que crear medidas para que este populismo no cause la quiebra de la democracia. Las democracias son imperfectas, pero tienen medios para perfeccionarse. No así las dictaduras. Debemos recordar las palabras de Churchill: "La democracia no es el mejor de los sistemas, es el menos malo". Efectivamente, la vida real impone sus condiciones. En libertad, todo el mundo puede defender sus derechos e intereses. Y así debe ser. Ello causa, inevitablemente, roces, y que la parte más fuerte se imponga sobre la débil. Pero pueden arbitrarse medidas para que los fuertes ─social, económica, política o numéricamente─ no causen graves daños a las partes débiles y poder crear un mundo más justo y humano. De ahí mi apoyo a la libertad y a la democracia, como no podía ser de otra manera".




martes, 5 de febrero de 2019

"El sopor de Europa", artículo de Sebastián Dozo Moreno



El sopor de Europa
La Gaceta, de Tucumán



05.02.18

El mundo presenció azorado los “no” rotundos de Francia y Holanda a la Constitución Europea, y comenzó a hablarse del fracaso del proyecto continental, y del fin del sueño de una Europa unificada y próspera. Las causas principales que se aducen para explicar el fracaso, son de índole social, política, y económica, y no se va más allá de esto. Los europeos tienen, es verdad, una vaga sensación de que las recientes negativas a la Constitución responden a problemas más profundos, pero, extrañamente, no pueden saltar sobre esa vaguedad para ir a la caza de una certeza.
Es necesario reconstruir Europa bajo unos cimientos que no existen en la actualidad", afirmó Philippe de Villiers, un líder político francés, pero no dijo ni una palabra sobre cuáles deberían ser los nuevos cimientos. “Debemos proponer a Europa una nueva fundación y un nuevo impulso”, escribió Nicolás Tenzer para La Nación, y dejó abierto el interrogante sobre las bases de una nueva fundación (¿no tiene Europa cimientos milenarios, como para que haya que crearle un nuevo suelo?). Méndez Vigo, funcionario de la Comisión Europea, reconoció a su vez que: “Hay una atmósfera viciada y una falta muy fuerte de motivación”, pero no aclaró a qué puede deberse esa atmósfera y ese desgano que enerva al gigante europeo. Y entonces preguntamos: ¿y si la crisis no fuera social y económica, sino más bien cultural, es decir, espiritual?
Hablarle de crisis espiritual y de valores a una Europa que se precia de ser progresista y moderna, es sin duda motivo de escándalo: ¿quién es tan ingenuo como para hablar de “espíritu” en el imperio del euro, y de valores morales en donde la cuestión principal es la economía de mercado?... Y sin embargo, mal que le pese a Europa, todo indica que su drama es espiritual antes que material, y filosófico antes que social. “Un gran cuerpo, precisa de una gran alma”, dijo el pensador Henri Bergson, y Europa, al darle prioridad a lo económico en su proyecto de unificación de naciones, renegó de su esencia, y se condenó a la incertidumbre con respecto a su identidad y a su razón de ser penúltima. Basta con repasar la historia de Europa, para fundamentar este aserto.
            La primera Europa fue la Grecia continental (la Hélade), que se extendía desde oriente hasta la colonia de Massalia (Marsella), en la Península Itálica, y las pequeñas colonias de Iberia, como Ampurias.
            Luego Europa fue la Roma republicana, con centro en Italia, que se extendía de Tracia a los Alpes, y abarcaba el sur de la Francia actual y las provincias hispanas, y que acabó de consolidarse con la conquista de las Galias y de Britania (los límites del Imperio fueron El Rin y el Danubio, hasta sus desembocaduras en las provincias de la germania inferior y de Dacia).
            Pero a partir del siglo IV, la noción “territorial” del continente cambió de un modo crucial: Europa comenzó a identificarse con la religión cristiana, hasta que “Europa” y “cristianismo” llegaron a ser términos indisolubles. Sobre todo a partir de la Navidad del año 800, cuando Carlomagno fue coronado por el Papa León III “emperador de los romanos”. Desde entonces, la idea de “europeidad cristiana”, o “cristiandad europea”, dominó todas las mentes y los espíritus del continente, y la cultura testimonió este hecho con sus catedrales y universidades, canciones y poemas, tratados filosóficos y teológicos, novelas y devocionarios, órdenes religiosas y movimientos artísticos.
            Esta unidad espiritual y cultural de Europa se quebraría, sin embargo, con la conformación –en el Renacimiento—, de los Estados-nación, y con la sustitución del latín por las lenguas vernáculas. Y —tiempo después— las luchas entre católicos y protestantes acentuaron aún más la división de la Europa cristiana, hasta que –tras un periodo de guerras interminables—, la “cristiandad” llegó a su fin con la “paz de Westfalia” en 1648.
            Pero aun cuando Europa dejó de ser “la cristiandad” al perder su unidad geo-política, no dejó por esto de ser cristiana en su espíritu y fundamentos. Y esto es cierto aun después de los procesos de secularización del siglo XVIII, y de los movimientos “ateizantes” del marxismo y el nazismo, que sembraron en el continente (y el mundo) sentimientos feroces contra la religión, y contra la cultura milenaria que de ella había derivado.
            Si repasamos la cultura europea, comprobamos que su arquitectura, su música, su literatura, su arte, su teoría del derecho, su filosofía, son esencialmente cristianos (o de lo contrario, se definen por su oposición al cristianismo, de modo que provienen de él por vía negativa, como es el caso de Nietzsche). Los grandes hombres de nuestra cultura, como Giotto, Shakespeare, Cervantes, Miguel Ángel, Da Vinci, Bernini, Pascal, Newton, Bach, Beethoven, Mozart, Dostoyevski, Gaudí… Son inconcebibles fuera del seno del cristianismo. Las catedrales, las grandes sinfonías, las obras literarias geniales, importantes descubrimientos científicos, así como la progresiva emancipación de la mujer, y la abolición de la esclavitud (una herencia del paganismo), son obras del espíritu cristiano que animó al cuerpo de Europa durante siglos. Por eso, cuando el anterior Papa pidió perdón por el “caso Galileo”, fue de algún modo Europa la que pidió perdón, sin necesidad de estar aclarando que Galileo, después de todo, no hizo otra cosa que demostrar la teoría heliocéntrica formulada por un monje polaco de nombre Copérnico.
            Es el cristianismo, en definitiva, el que le dio su identidad a Europa, y no la herencia cultural del Imperio Romano o de la Grecia Clásica, ya que naciones como Irlanda, Alemania, Dinamarca, Austria, Suecia, Hungría, Chequia, Finlandia, así como los países del este europeo, no se identifican con las raíces culturales del mediterráneo. E incluso países como Polonia, Hungría, o Suecia, pertenecen a la civilización europea por su conversión a la religión cristiana.
Por demás, ¿no son cristianos la mayoría de los ciudadanos integrantes de la Unión? (su número es de 400 millones, sobre 35 millones de credo islámico). El calendario, las fiestas, los ritos, son cristianos; las familias europeas siguen bautizando a sus hijos; la Navidad sigue siendo la celebración religiosa por excelencia; y la maduración de las ideas de “dignidad humana”, de solidaridad, y de vida interior, se las debe Europa a su raíz cristiana, cuya savia sigue animando –a pesar de todo— el árbol del añoso continente.
            Por último, ¿se ha notado que la bandera de la Unión Europea tiene doce estrellas doradas sobre fondo de azul heráldico? Es porque los padres fundadores de la unidad europea (Jean Monnet, Robert Shuman, Alcide Gasperi, y Konrad Adenauer) tomaron como modelo de esa enseña la corona de doce estrellas (que menciona el Apocalipsis) de la Virgen María, y que se puede admirar –por ejemplo—, en los vitrales de la catedral de Estrasburgo (Arsene Heitz, un artista católico belga, fue quien diseñó la bandera de la UE en la década del 50). En este sentido, es acertado lo que el periodista Borja Bergareche afirmó en este diario, al decir que: “Europa tiene un problema de liderazgo. Ha desaparecido la generación de políticos de raza que impulsó la construcción europea”.
Uno de los asuntos pendientes, entonces, es volver sobre los principios de los fundadores de la Comunidad, y revisar la motivación del llamado “sueño europeo”, que, si pretende ser genuinamente europeo, de ningún modo puede evadir la dimensión de lo espiritual-cultural, y mucho menos identificarse con el “sueño americano”. Más aún, le vendría muy bien a Europa que algún político de sinceridad brutal, la mirara de soslayo y le dijera sin ambages: “No es la economía, estúpida”, para arrancarla del sopor en el que parece estar sumida.
Un claro indicio de ese sopor, es que la Unión Europea se haya obstinado en no mencionar en el Preámbulo de su Constitución las raíces cristianas de Europa (una actitud completamente anti-histórica), sometiéndose al riesgo de crear un gran cuerpo sin alma, es decir, un autómata gigantesco capaz de volverse contra sus creadores el día menos pensado, como sucede hoy con los colosos de la Ciencia y de la Técnica. 
            Por tanto, si Europa no reacciona a tiempo, es de creer que no sólo no podrá salir de la crisis en la que ha caído, sino que además habrá traicionado a sus fundadores, a la tradición milenaria del continente, y a las bases morales que la constituyen. Su razón de ser, fría y utilitarista, será puramente material, y –al igual que la luna satélite de Júpiter, de nombre Europa¾, girará helada y pequeña en torno a la esfera de lo económico, en el espacio vacío de un nuevo orden carente de principios, y de humanismo cristiano.