Julia Sáez-Angulo
22.07.2025.- El Escorial.- Me lo presentó la escritora Carmen Payá, cuando ambos fuimos invitados por ella a la fiesta de las Fallas, allá por principios de los 80. Se llamaba Emilio, pero he olvidado su apellido. Una vez en Valencia, Carmen dijo que ella no salía, porque tenía muy vistas las Fallas, y además ella era como san Vicente Ferrer, que se sacudía el polvo de las sandalias, cuando dejaba la ciudad del Turia, con la que siempre tuvo un sutil contencioso, y además prefería Alicante, su tierra natal.
Carmen nos pidió que lo pasáramos bien nosotros y que le lleváramos algo de cena en la noche, pues no estaba dispuesta a cocinar. Poco antes de salir de su piso, llegó el señor Torrent, un vecino de la casa, que deseaba saludar a la “ilustre escritora”, según sus palabras. Carmen nos presentó a Emilio y a mí, él se hizo un lío creyendo que éramos un matrimonio y después de aclarar las cosas, lo dejamos con Carmen.
Emilio me encaminó al primer bar que vimos, para tomar una palomita de anís, combinado español que consiste en anís seco y agua fría, que al mezclarse adquieren un color blanquecino, de ahí su nombre. Esta bebida es muy típica de las zonas del Levante, como Alicante y Valencia, donde se toma como aperitivo. Se prepara añadiendo hielo al final para que no se corte la mezcla. Yo desconocía esta bebida, a la que Emilio era tan aficionado, pues tomaba unas cuantas, cada jornada.
-Bebe una palomita, Juli, ya verás que rica, me dijo.
La bebí y tuve la cabeza zumbada toda la mañana. El paseo por las calles de Valencia era una acumulación de ruido y cruce de bandas de todos los pueblos de Levante, que cuando no tocaban “El fallero”, tocaban “Paquito el chocolatero”. Poco a poco fuimos descubriendo las fallas para el fuego. Las fallas se me antojaron un espectáculo divertido entre kitsch y guiñol.
Al acercarnos a la catedral, vimos una cola enorme para la ofrenda floral a la Virgen de los Desamparados y yo quise entrar, pero el portero de aquel andamiaje, desde donde se veía el desfile de todas las falleras y bandas de los pueblos levantinos nos echó el alto.
-Si no tienen sitios reservados, no puede pasar.
Emilio vio mi decepción o mis ganas de sentarme y me dijo: “espera un poco Juli”. Me agarró del brazo y me llevó de nuevo hasta el portero y allí me soltó. Cogió la mano del hombre, le cerró el puño y le dijo:
-Mire Ud. nosotros somos parientes del… Gobernador del Banco de España”. Pasamos de inmediato.
-¿Qué le has dado?, le pregunté.
-Un billetito de mil pesetas y el hombre está más contento que unas castañuelas.
-Nunca he visto yo una cosa igual, le dije.
-El mundo funciona así, Juli. No lo he inventado yo.
Después de contemplar la ofrenda floral durante una hora, comenzó a hacerse monótono el espectáculo.
-¿Vamos a tomar una palomita, Juli?, me preguntó Emilio.
Ya no pude más y le dije tajante:
-¡Yo me llamo Julia, no Juli!
-Uy, Juli, digo Julia, ¡qué carácter! Yo te llamo Juli, porque me parece más cariñoso.
Lo cierto es que el hombre no se acostumbraba a llamarme Julia -le parecía duro- y cargué con lo de “Juli”, que me sonaba a pueblo directamente.
Emilio se tomó su palomita de anís y yo un refresco. Fue entonces cuando me contó que era economista en un Banco, y que antes había trabajado en la empresa de automoción de Barreiros- Chrysler. El amigo de Carmen era un buen narrador y me contó numerosas anécdotas de su trabajo. Recuerdo cuando tuvo que enfrentarse a un piquete de obreros en la huelga de la empresa, pues había que preparar las nóminas de fin de mes:
-Nosotros explicamos a los del piquete de la puerta que cerraba el paso a los esquiroles, que si no preparábamos las nóminas el Banco no podría pagarles a fin de mes. El mandamás cogió un megáfono y gritó: “Compañeros, llegan los economistas de la empresa y necesitan preparar las nóminas para cobrar a fin de mes. Dejadlos pasar”.
“La palabra nómina para los obreros es como “Sésamo ábrete”, y el piquete se abrió en dos, como las aguas del mar Muerto. Yo me sentía como un Rey Mago acogido por los niños”.
Al volver a casa, Emilio tenía la lengua como un estropajo de beber tanta palomita. ¡Qué resistencia! Compramos comida para cenar con Carmen en la casa y el reencuentro resultó grato. Carmen Nos contó que el señor Torrent se le había insinuado, pese a ser vecino y conocer ella a su esposa. Emilio disparó la rechifla sobre el señor Torrent y nos reímos un poco.
Al día siguiente, seguimos viendo las fallas en las calles y Emilio bebiendo palomitas de anís. En estas paradas etílicas me contaba cosas de su familia, en tono humano y divertido. Pertenecía a una familia manchega que emigró a Madrid. Su abuela trabajó desde los 12 años en la Tabacalera, y, cuando las cigarreras la veían cansada o medio dormida, la mandaban a tomar el aire al patio con su muñeca. A casa de esa abuela, en el pueblo manchego, iban su hermano y él a pasar el verano. “Allí disfrutábamos con todo; nos gustaba mirar a los conejos cuando copulaban”, contaba Emilio.
La verdad es que el economista, por más que tuviera un título de la Complutense, se le veía con gracia el pelo de la dehesa.
Vivimos juntos la noche de la mascletá, la cremá, un desideratum de gente, pólvora, fuego, llamas, estampidas... Una mujer a nuestro lado lloraba como una magdalena. "Yo es que cuando oigo el ruido de la pólvora, me emociono mucho", se justificaba.
En Madrid, continuamos viéndonos para tomar palomitas de anís y cervezas sin alcohol respectivamente. Le gustaba ir a la cervecería Portomarín, en la plaza de Lavapiés. No era fácil encontrar mesa y a veces nos tocaba una, donde servía un camarero, al que Emilio calificaba de “acémila”. Llegaba a nosotros, preguntaba elevando la barbilla y se iba sin decir nada. “Es un caso de libro, Juli”, aseguraba Emilio.
Un día Emilio se me acercó demasiado y lo detuve. “Joé, Juli, ¡ni que yo tuviera gonorrea!”, exclamó.
Cuando llegó el verano Emilio y yo dejamos de vernos y no volvimos a coincidir. Se perdió en el tiempo. Él y Carmen Payá han sido dos de esas personas que pasan por la vida y no se olvidan, porque dejan una estela de singularidad y humor.
Palomita de anísPortomarín en Lavapiés
1 comentario:
Emilio tu amigo de Valencia peculiar y ocurrente que conociste aquellos días de verano,que nunca más volviste a ver y hoy como un destello fugaz ,ilumina tu memoria
Publicar un comentario