Julia Sáez-Angulo
5/12/25.- Madrid.- La conocí en casa de mi “cuñada” Miryam en París y, de inmediato, se incorporó como una hermana a vida. Era una mujer apasionada y conversadora. No paraba de hablar y para que lo hiciera, yo le decía cuando escribía en el ordenador: “Silencio, el genio está trabajando”. “Ah, vale si el genio trabaja, que trabaje, que trabaje”, respondía y callaba por algunos minutos.
En un viaje a París, Gema se vio con su amiga Myriam, que se acababa de separar de su marido y le pidió, por favor, que se quedara con su hijo Miguel, de siete años, hasta que encontrara una niñera para llevarlo al colegio, porque ella debía ir a trabajar a la Radiotelevisión Francesa. Lo de siempre: lo provisional se hizo definitivo, y Gema se quedó allí gobernanta de la casa y educadora de Miguel. Mandaba más que nadie.
Gema nació en Barcelona (1940), como Myrian, y era hija del pintor Fernando Piñana de la Fuente. Su madre Montserrat Alfonso había renunciado a ella en un documento, para poder salir de España con un norteamericano, ya que necesitaba el permiso de su esposo Fernando del que se había separado, pues entonces no había divorcio. Este gesto lo tuvo siempre presente Gema en su mente y le convirtió en una electra adoradora de su padre. Sus progenitores se habían conocido en la cárcel Modelo, durante la guerra civil de 1936-39, cuando ella iba a llevar comida a un pariente y coincidía con él. El matrimonio duró muy poco. El periodista Tarín Iglesias y Fernando Piñana compartieron celda, ambos detenidos por ser de derechas.
Gema creció en la misma casa, junto a su padre y su abuela paterna Doña Concha de la Fuente, hija y esposa de sendos generales. Ella nunca censuró a la madre de Gema, simplemente se limitaba a decir: “estaba un poco loca”.
La disciplina era norma de la casa, si bien el hijo pintor, Fernando, hacía lo que le daba la gana, pues para eso era artista y pintaba los grandes carteles de cine para anunciar las películas en Barcelona. Hoy esos carteles se encuentran como un tesoro en la filmoteca de la Ciudad Condal. Sus bandas dibujadas, que se publicaban en el diario “La Prensa”, están en los archivos de la Universidad de Navarra.
A Gema le gusta recordar algunas historias o anécdotas de su abuela. Durante la guerra civil, su casa tuvo ocho registros del Estat Català, menos sanguinarios que otros grupos de Frente Popular, y en una ocasión los agentes descubrieron una caja de fotos de familia, donde había muchos militares, lo que les hacía sospechar que eran de derechas. Afortunadamente un hijo de doña Concha señaló una fotografía dedicada de don Estanislao Figueras, primer presidente de la I República Española y afirmó: “Miré, nosotros somos republicanos”. Esto los salvó, según doña Concha.
La disciplina de doña Concha se reflejaba en gestos como el siguiente: cuando Gema decía durante la comida: “a mí no me gusta esto”, la abuela se militaba a contestar: “Nadie te ha preguntado”.
La madre de Gema regresó un día a Barcelona y quedó con su hija Gema en un café´. Cuando aquella se puso a hablar mal de su esposo, Gema le dijo: “En 20 años, mi padre no me ha hablado de ti, ni bien, ni mal, así que tú tampoco lo vas a hacer ahora”.
Montserrat de la Fuente se casó dos veces y tuvo un hijo, que Gema nunca conoció como medio hermano. Al final de sus días, Montserrat vivió en Australia
Gema se casó, pero, al poco, disolvió su matrimonio.
El padre de Gema murió de cáncer en Torremolinos y ella lo cuidó durante los últimos meses. No olvidó la petición de su abuela Concha: “A tu padre, no lo dejes morir como un perro. Llama a un cura, cuando esté en las últimas, aunque no practique. Gema se le dijo a su padre y llamó al párroco. Cuando el sacerdote entró en la habitación, ella cerró la puerta y lo único que pudo oír fueron risas y alguna carcajada entre ambos. “No sé si se administró la confesión o no; ninguno de los dos me lo dijo. Yo solo les oí reír a ambos y eso ya me dejó contenta”, cuenta Gema.
Desde que Miryam y Miguel pasaron al otro lado -las dos los hemos llorado y enterrado juntas en Huisne-sur-mer (Normandía) y en Paris, respectivamente-, Gema quedó sola en la capital francesa. Yo la visitaba y ella venía a pasar conmigo un mes en Navidad. En Madrid renovaba todos los años su faja, en una célebre tienda de la calle Conde de Peñalver. El último año que estuvo, el dependiente de la tienda le dijo que se llevaba una faja igual que la que utiliza Angela Merkel. “¿Y usted, como lo sabe?, le preguntó Gema. “Porque me lo ha informado el proveedor”, repuso el dependiente. Tuvimos la rechifla a costa de esta historia.
Con el tiempo, Gema leyó en Internet que su madre había sido una de las primeras mujeres que había pedido y llevado a cabo la eutanasia en Australia.
En París, Gema colaboró con el diario “Avuí”, porque sabía catalán. “En nuestra casa se habla indistintamente en español o en catalán, con la mayor naturalidad”, explica. También intentó poner un pequeño negocio, con un argentino sin papeles, en uno de los locales que facilitaba la alcaldía de París a los residentes como Gema. El socio vendía cosas en el Marché aux Puces hasta que un día desapareció y no se supo nada de él. “Ahora debe de andar durmiendo en alguno de los bosques de la periferia”, calcula Gema.
Durante otro corto período trabajó como bróker. “Vendo de todo, menos juguetes y harina”, me explicó. “¿Y por qué no?”, le objeté, ingenua. “Porque eso son armas y droga”, me aclaró, ante mi inocencia.
La vida de Gema, como la de casi todos -no nos engañemos-, era singular. Ella la narra con todo su interés humano. Yo hablo con Gema a diario por el teléfono de whatsapp, y sus recuerdos y anécdotas no cesan. Ahora vive en el Líbano, custodiada por buenos amigos. Te quiero mucho, Gema y me haces pasar ratos excelentes, dignos de contar. Hemos vivido muchas cosas juntas.
Más información
https://lamiradaactual.blogspot.com/search?q=Gema+Pi%C3%B1ana+Alfonso
No hay comentarios:
Publicar un comentario