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lunes, 18 de mayo de 2020

Juan Pablo II, el Papa del Tercer Milenio



Al cumplirse cien años de su nacimiento
 (18 de mayo)

Juan Pablo II




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18.05.2020 .- Juan Pablo II fue el Papa con la misión de introducir a la Iglesia en el tercer milenio. Al cumplirse cien años de su nacimiento (18 de mayo) y considerar su legado, podemos prestar atención a dos aspectos principales de su enseñanza: la libertad y la familia, que para él no eran simples ideas, sino causas decisivas en las que se juega el destino de la humanidad.

“Estamos ante la contienda final entre la Iglesia y la anti-Iglesia, el Evangelio y el anti-Evangelio”, dijo hace casi medio siglo el cardenal Karol Wojtyła durante una visita a los Estados Unidos. En esos días, algunos habrían podido dar a sus palabras una interpretación política –gran parte del globo se encontraba bajo el dominio o la influencia de la atea Unión Soviética.
Hoy, la división del mundo en dos –el comunismo totalitario y las democracias libres– pertenece ya al trastero de la historia, pero el pensamiento de Wojtyła sigue siendo actual, quizá incluso más que entonces.
Ver más lejos
Una muestra de que el futuro Papa entendía más y veía más lejos que sus contemporáneos es una declaración aún anterior, del otoño de 1958, poco después de ser nombrado obispo auxiliar de Cracovia.
“Fui a pedirle que me admitiera en su seminario de doctorado –recuerda el catedrático Stanisław Grygiel, filósofo y profesor del Instituto Pontificio para los Estudios sobre el Matrimonio y la Familia–. El obispo me preguntó por mi tema. Le respondí que quería dedicarme a la visión de la persona humana en la obra de Albert Camus”.
Wojtyła le propuso que estudiara a Jean-Paul Sartre. Le dio dos motivos: “Si Jean Paul-Sartre, con su visión de la libertad, entrara en el ámbito polaco, eso ayudaría a destruir el comunismo. En segundo lugar: esa filosofía es muy peligrosa para la Iglesia, así que hay que prepararse para su venida”.
Una característica de toda la vida de Juan Pablo II es que lo humano se entrelaza con lo místico
Ya entonces, veinte años antes de llegar a la cátedra de san Pedro, Wojtyła veía claramente dónde se ocultaba el principal desafío para la Iglesia en la víspera del tercer milenio. La apoteosis de una libertad individual desligada de la verdad objetiva suponía un ataque directo a la visión de la persona humana arraigada en la Revelación. Sobre un sustrato filosófico y práctico, iba desarrollándose una justificación para la elección de nuestros primeros padres que nos presenta el Génesis, cuando los vemos arrancar el fruto del árbol, pues habían creído que eran ellos, y no Dios, quienes podían dictar lo que es el bien y el mal.
Pensamiento y acción
En este contexto, no es de extrañar que, después de ser elegido Papa, Juan Pablo II decidiera actuar en dos direcciones. Por un lado, no ahorró esfuerzos a la causa de la libertad religiosa, muestra palpable de lo cual fue su visita a Polonia en 1979. Como resultado de esta peregrinación surgió una revolución moral que desembocó primero en el sindicato “Solidaridad” y después en la caída del muro de Berlín. Al mismo tiempo, sin embargo, el Papa acometió una profunda labor intelectual acerca de la visión de la persona humana en un aspecto concreto: el de su vocación al amor, en primer lugar dentro de la familia. De ahí un ciclo de catequesis que nos dejó el fruto de la teología del cuerpo, y también el primer Sínodo Extraordinario acerca de la misión de la familia en el mundo contemporáneo.
Una característica de toda la vida de Juan Pablo II es que lo humano –pensamiento y acción– se entrelaza con lo místico. Lo mismo ocurre en este caso. Podemos decir que todo confluye en la plaza de san Pedro el 13 de mayo de 1981. Hay cada vez más indicios de que no solo se trataba del atentado de una potencia contra la vida de un peligroso enemigo, sino también de una misteriosa confrontación, a la altura de una profecía del Apocalipsis. El atentado impidió que el Papa anunciara la erección del mencionado Instituto para Estudios sobre el Matrimonio y la Familia (fue inaugurado finalmente un año después) y del Pontificio Consejo para la Familia. Ese mismo día iba a celebrarse en la Piazza Navona una gran manifestación proabortista. La concentración fue cancelada, pero finalmente el aborto fue legalizado en Italia.

El refugio seguro
Celebramos el centenario del nacimiento de san Juan Pablo II a la sombra de la pandemia del coronavirus, que ha dado al traste con todos los festejos relacionados con este aniversario. Al mismo tiempo, sin embargo, la epidemia nos ha hecho ver con fuerza inusitada que el refugio seguro para el hombre es el hogar, aquella “Iglesia doméstica” sobre la que se edificó el cristianismo de los primeros siglos.
Quizá sea hoy más evidente que nunca a qué se condenan las sociedades en las que predominan las familias rotas, las relaciones de los más diversos tipos, basadas en el egoísmo; las residencias de ancianos para los que no hay lugar en sus propias familias, las clínicas en las que, en lugar de salvar la vida humana, esta es destruida… Todo esto lo previó Juan Pablo II, a quien el Santo Padre Francisco llamó “el Papa de la familia” durante su canonización. Y no solo lo previó, sino que preparó a la Iglesia por medio de su labor y su enseñanza.
El 7 de mayo, en Wadowice, ciudad natal de Juan Pablo II, allí donde, como él mismo dijo, “empezó todo”, ha sido abierto el proceso de canonización de sus padres. Unos días antes, el 3 de mayo en Częstochowa, ante la imagen de la Madonna Negra de Jasna Góra, el arzobispo Stanisław Gądecki, presidente de la Conferencia Episcopal de Polonia, recordó que Karol Wojtyła podía no haber nacido.
En opinión de los médicos, el embarazo de Emilia Wojtyła era de riesgo y le propusieron abortar. Gracias al valor de sus padres y a su amor mutuo, el niño se salvó. Nació cuando los bolcheviques se dirigían hacia Varsovia y murió cuando el mundo había entrado en una honda crisis moral. Toda la vida del Papa polaco fue una sinfonía en honor a la Verdad, el Bien y la Belleza. ¿No necesita este mundo que le recuerden a este profeta que confirmó con su vida la veracidad de aquello que enseñaba? De ahí que parezca muy razonable que el arzobispo Gądecki solicite que se le conceda a Juan Pablo II el título de Doctor de la Iglesia.

Paweł Zuchniewicz es profesor y periodista, autor de numerosos libros, entre ellos, Jan Paweł II: “Będę szedł naprzód”. Powieść biograficzna, la primera biografía novelada de Juan Pablo II.

  

sábado, 26 de abril de 2014

Juan Pablo II con la familia Spínola con motivo de la beatificación de Marcelo Spínola





Julia González-Cocho con el papa Juan Pablo II



L.M.A.


Con motivo de la beatificación en su día del cardenal Marcelo Spínola, presidida en la plaza de San Pedro en Roma por el papa Juan Pablo II en 1987,  la familia del beato, con doña Julia González-Cocho de Spínola al frente, saludó al pontífice, a quien se le regaló un cuadro de la pintora Mayte Spínola de la serie “Gaviotas”.

El hecho se recuerda hoy día de la canonización de Juan Pablo II, junto a su antecesor el papa Juan XXIII, por el papa Francisco, que concelebrará con el papa Benedicto XVI, por lo que hoy se ha llamado el día de los Cuatro Papas.




Beato Marcelo Spí­nola y Maestre
«Este fundador de la congregación de las Esclavas del Divino Corazón, gran jurista, fue aclamado abogado de los pobres y arzobispo mendigo por su acción a favor de los desfavorecidos por los que se desvivió y pidió limosna»
 Isabel Orellana Vilches escribió sobre el Beato Marcelo Spínola en ZENIT:

“Nació en San Fernando, Cádiz, España, el 14 de enero de 1835. Su padre, el marqués de Spínola, era un ilustre oficial de la Marina. Pero él orientó su vida profesional licenciándose en Derecho en la Universidad de Sevilla el año 1856. Incluso abrió su propio despacho en Huelva durante un tiempo, poniendo su buenos oficios al servicio de los necesitados, a los que prestaba ayuda desinteresadamente. De ahí el apodo que le dieron: «el abogado de los pobres». 

Desde su más tierna infancia había experimentado una singular devoción por el Sagrado Corazón de Jesús, y los talentos que Dios le había otorgado estaban a merced de todos. Cuando su padre tomó posesión de la plaza de Sanlúcar de Barrameda como comandante de Marina, Marcelo lo siguió. Había crecido en las ciudades de Motril, Valencia, Huelva, Sevilla y Sanlúcar. A ellas añadiría nuevos destinos. Era la vida itinerante de un hijo de militar, de un hombre bueno, afable, humilde y alegre, que conservaba estampas de las gentes sencillas a las que fue conociendo y supo ganarse con su generosidad y simpatía.




          Ya tenía cierta edad cuando sintió la llamada al sacerdocio, y enseguida dio un sí a Cristo. Cursó estudios eclesiásticos en el seminario de Sevilla y fue ordenado sacerdote en 1864. Su primera misa la celebró en la iglesia de San Felipe Neri. Después, le encomendaron la capellanía de la Iglesia de la Merced de Sanlúcar. Vinculado a las cofradías, se integró en la Hermandad de San Pedro y Pan de los Pobres, hasta que en 1871 el cardenal de la Lastra y Cuesta le encomendó la parroquia de San Lorenzo de Sevilla. En esta ciudad se incorporó a la Hermandad del Gran Poder, de la que fue mayordomo y director espiritual, así como a la Hermandad de la Soledad. Fue en esta parroquia cuando en 1874 conoció en el confesionario a la recién enviudada Celia Méndez, con la que tiempo después habría de poner en marcha la fundación de las Esclavas.

En 1879 fue nombrado canónigo de la catedral de Sevilla por el arzobispo Mons. Lluch, y en 1881 designado obispo auxiliar de la diócesis hispalense. En 1884 su fecunda labor pastoral ya había traspasado las fronteras, y León XIII lo nombró obispo de Coria, Cáceres. Dos años escasos fueron suficientes para dejar impreso su sello apostólico. Allí fundó en 1885 la congregación de las Esclavas del Divino Corazón junto a la sierva de Dios, Celia Méndez. En 1886 fue trasladado a Málaga impulsando en la diócesis una acción inolvidable con los desfavorecidos, a la par que encabezaba una sólida defensa de los derechos de los trabajadores a través de los medios pastorales que tenía a su alcance. Juzgó que la Iglesia no había acogido a los pobres, y quiso paliar la situación.

En 1896 regresó a Sevilla, diócesis de la que fue nombrado arzobispo. Fundó «El Correo de Andalucía», que nació con el objetivo de «defender la verdad y la justicia». Y cuando la peste asoló la ciudad en 1905, recorrió las calles sevillanas desafiando el sol de justicia del mes de agosto, pidiendo limosna para los damnificados. Entonces, las gentes acuñaron para él nuevo título: el «arzobispo mendigo». Poco después, ese mismo año de 1905, san Pío X lo elevó al cardenalato.

Era un hombre piadoso, de intensa oración y mortificación, extremadamente sensible a las necesidades y al sufrimiento de sus fieles, y un infatigable apóstol. Hogares, círculos obreros, centros en los que se daba de comer a quienes lo precisaban, orfanatos, escuelas nocturnas, creación de la facultad de teología de Sevilla, etc., rubrican su impronta. Recorrió todas las diócesis en las que ejerció su ministerio viajando en un mulo, luchó contra el intento de desplazar la enseñanza de la religión de los centros públicos siendo senador de Granada, consoló a los afligidos, y llevó el Evangelio por todos los rincones, predicando y confesando.



Alguna vez se sintió tentado a renunciar al episcopado por considerarse indigno de asumirlo, y fue disuadido de ello. Con clarividencia y profundidad, como santo que era, en una de sus cartas escribió: «El sacerdote puede con su palabra imitar, aunque sea de lejos, a Cristo, y ejecutar las maravillas que hacía con la suya el celestial Maestro; para que la palabra sacerdotal posea tamaña eficacia es menester que sea total y verdaderamente divina, lo cual no se verificará cumplidamente, sino sometiéndose el ministro del Evangelio a un doble procedimiento: vaciarse de sí y llenarse de Dios». Murió en Sevilla el 19 de enero de 1906 cuando regresaba de asistir a los esponsales del rey Alfonso XIII. Juan Pablo II lo beatificó el 29 de marzo de 1987”.




miércoles, 23 de abril de 2014

Juan XIII y Juan Pablo II, dos Papas que marcan la espiritualidad de los siglos XX y XXI






Julia Sáez-Angulo

            Los últimos Papas como Juan XXIII y Juan Pablo II han marcado la espiritualidad en la Iglesia, frente a los grandes fundadores de instituciones eclesiásticas, como fueron en su día benedictinos, franciscanos, dominicos,  jesuitas, salesianos, o más recientemente en torno a los laicos, el Opus Dei, Comunión y Liberación o los neocatecumenales, señaló el profesor Alberto de la Hera en el seminario que ha tenido lugar sobre los pontificados de los citados papas, que van a ser canonizados el próximo domingo 27 de abril.

            En el seminario, impartido en la sede de la Oficina de Información del Opus Dei en Madrid, han intervenido como ponentes los profesores Alberto de la Hera y Rafael Navarro-Valls, el primero habló sobre Juan XXIII y el segundo, sobre Juan Pablo II.

            Juan XXIII, llamado “el papa bueno”, fue también un papa inteligente y audaz para llevar a cabo en los pocos años de su pontificado el comienzo de tres grandes proyectos: un sínodo de la iglesia de Roma, la renovación del Código Canónico y el Concilio Vaticano II. Fue un pontífice consciente de la renovación de la sociedad tras la II Guerra mundial y supo hacerle frente con un nuevo estilo y trabajo en su papado. Hombre afectivo y sencillo, despertó un gran fervor popular; la gentes estaba con ansias de un papa así, con talento y bondad.

La trayectoria de Juan XXIII como historiador, diplomático y pastor le llevó a la sede de San Pedro. Él estudió los Archivos eclesiásticos, fue delegado apostólico con éxito en Bulgaria, Turquía y Francia, para terminar como pastor y patriarca de Venecia. Toda esta labor no pudo pasar desapercibida en el cónclave que lo eligió. En 1959 anunció la convocatoria de un concilio y en 1962 se inauguró la primera sesión del Vaticano II con más de dos mil obispos en torno al Papa. Se trataba de renovar la Iglesia a la luz de los principios universales y eternos de siempre.
Además Juan XXIII dictó ocho encíclicas, entre las cuales dos tan importantes como la Mater et Magistra y la Pacem in Terris, sobre los respectivos temas de la doctrina social de la Iglesia y la paz, gran anhelo cuando todavía se vivía en la guerra fría.  Murió a los 81 años.





Un pontífice de oración y derechos humanos

Juan Pablo II abarcó un largo pontificado de 27 años. Fue el pontífice 264 en la Historia de la Iglesia, visitó 145 países y 150 iglesias en la sede de Roma. Se ha calculado que pronunció más de 180 millones de palabras. Fue un gran defensor de los derechos humanos, que también lo son de Dios, como lo señaló el pontífice en diversas ocasiones. Denunció en foros públicos los ataques a la libertad, a la vida, a la discriminación… y llamó “Gólgota del mundo contemporáneo” al campo de exterminio de Auschwitz

Para Juan Pablo II, lo más importante de su vida era la oración. Lo hacía muchas noches tendido (a la manera eslava) en su oratorio ante el Gran Crucifijo y la imagen de la Virgen de Chestokova. Fue llamado el grande, el magno, no sólo por lo que hizo: consolidar y difundir las enseñanzas del Concilio, también porque contribuyó a terminar con el telón de acero que oprimía a los países del Este europeo. Supo hablar con valentía del socialismo real. El primer ministro Gorbachov lo llamó “ la primera autoridad de la tierra”. Juan Pablo II no tenía mensaje político alguno, su mensaje era el de Cristo que se encierra en el Evangelio.

Juan Pablo II tenía una gran capacidad de comunicación, porque lo que de verdad le gustaba era transmitir la doctrina de Cristo y su Iglesia. Mostró a toda una generación que el tema de Dios era inevitable en sus vidas. Decía la verdad poniendo a Dios por medio. En ello radicaba su capacidad comunicativa.

La canonización de ambos pontífices se hace vox populi, vox eclesiae y vox Dei (voz del pueblo, de la Iglesia y de Dios).

DATOS BIOGRÁFICOS

Alberto de la Hera. Catedrático de Historia de América, ha sido Director General de Asuntos Religiosos (Ministerio de Justicia). Es Vicepresidente de la International Religious Liberty Association y consultor del Consejo Pontificio para los Textos Legislativos.

Rafael Navarro-Valls, Catedrático de Derecho Eclesiástico del Estado, académico y secretario general de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación. Autor de "Del poder y de la gloria" y "Entre la Casa Blanca y el Vaticano".





viernes, 5 de julio de 2013

Juan Pablo II y Juan XXIII serán declarados santos; Álvaro del Portillo, beato

Juan XXIII

 El Papa Francisco ha firmado esta mañana los decretos que reconocen un milagro obtenido por intercesión del beato Juan Pablo II y otro atribuido a la intercesión del venerable Álvaro del Portillo, primer sucesor de san Josemaría al frente del Opus Dei. Se trata, respectivamente, de los pasos previos para la canonización de Karol Wojtyla (1920-2005) y para la beatificación de Álvaro del Portillo (1914-1994). Además, el Santo Padre ha firmado también el decreto sobre un milagro de la Madre Esperanza de Collevalenza (1893-1983).


Asimismo, ha aprobado los votos favorables de la Congregación de las Causas de los Santos para que se proceda a la canonización del beato Juan XXIII, el Papa que convocó el Concilio Vaticano II en 1959. La Santa Sede también ha anunciado la firma de otros decretos, como se puede consultar en www.vatican.va.

Mons. Javier Echevarría: “una feliz coincidencia”

Para Mons. Javier Echevarría, prelado del Opus Dei, estas noticias son “motivos de honda alegría, y una feliz coincidencia”. “Juan Pablo II –ha dicho el Prelado– se gastó con incansable generosidad en servicio de la humanidad. Nos acercó a Dios con su rico Magisterio: de palabra, por escrito, con imágenes y con tantos gestos cargados de significado. Toda su vida se apoyaba en una unidad íntima con Jesucristo: bastaba ver cómo rezaba para comprender la fecundidad de su ministerio”.

Juan Pablo II y Juan XXIII “fueron verdaderamente padres cercanos a todos los fieles, a la Iglesia y concretamente, puedo afirmar, a esta parte de la Iglesia que es la Prelatura del Opus Dei. Pienso que, con ellos, millones de personas se han sentido ‘hijos predilectos’ del Papa”.

El Prelado del Opus Dei ha recordado a Mons. Álvaro del Portillo, como “un gran apoyo para san Josemaría y un fidelísimo colaborador de Juan Pablo II”. Y ha añadido: “acudo ahora a la intercesión de este siervo bueno y fiel, y le pido que nos ‘contagie’ su lealtad a Dios, a la Iglesia, al Papa, a san Josemaría, a los amigos; que nos consiga su sensibilidad social, que se manifestó en el impulso de numerosas iniciativas en todo el mundo a favor de los más necesitados; que nos obtenga su predilección por la familia y su apasionado amor al sacerdocio, así como su piedad tierna y sencilla, que tenía un marcado acento mariano”.

El milagro atribuido a don Álvaro

El milagro aprobado por la Santa Sede se refiere a la curación instantánea del niño chileno José Ignacio Ureta Wilson: a los pocos días de nacer, sufrió un paro cardiaco de más de media hora y una hemorragia masiva.

Sus padres rezaron con gran fe a través de la intercesión de Mons. Álvaro del Portillo y, cuando los médicos pensaban que el bebé estaba muerto, sin ningún tratamiento adicional y de modo totalmente inesperado, el corazón del recién nacido comenzó a latir de nuevo, hasta alcanzar el ritmo de 130 pulsaciones por minuto. A pesar de la gravedad del cuadro clínico, diez años después, José Ignacio desarrolla su vida con normalidad. La curación milagrosa tuvo lugar en agosto de 2003.


Mons. Flavio Capucci, postulador de la causa, relata que ha recibido unas 12.000 relaciones firmadas de favores obtenidos por intercesión de don Álvaro: “han llegado relatos de gracias de todo tipo: materiales y espirituales. Ciertamente –explica- los más llamativos son las curaciones extraordinarias, que son variadas: desde desaparición de melanomas con metástasis tras rezar a don Álvaro, hasta la recuperación sin secuelas de un niño ahogado en una piscina”.

El postulador añade que muchos de esos favores se refieren a la vida familiar: “matrimonios que recobran la armonía conyugal; nacimiento de hijos, a veces después de muchos años de espera antes de acudir a su intercesión; reconciliaciones entre parientes enojados; partos de niños sanos después del diagnóstico de que el bebé nacería enfermo… Don Álvaro era una persona familiar y realizó una masiva catequesis sobre la familia; quizá por eso surge espontáneo el deseo de acudir a su intercesión para cuestiones de este tipo”.
Juan Pablo II

Mons. Capucci explicó que, una vez aprobado el milagro, corresponde a la Santa Sede determinar la fecha de la beatificación. Probablemente la ceremonia tendrá lugar en Roma, por ser la ciudad donde falleció el venerable Álvaro del Portillo.


Rasgos biográficos de Mons. del Portillo

Álvaro del Portillo nació en Madrid el 11 de marzo de 1914. Era el tercero de ocho hermanos. Ingeniero, doctor en Filosofía y Letras y en Derecho Canónico, en 1935 se incorporó al Opus Dei. Muy pronto se convirtió en el más sólido apoyo del fundador, san Josemaría Escrivá de Balaguer. El Decreto de virtudes heroicas emanado por la Congregación de las causas de los santos el 28.6.2012, describe al futuro beato como “hombre de profunda bondad y afabilidad, capaz de transmitir paz y serenidad a las almas”.

Fue ordenado sacerdote en 1944. En 1946 se trasladó a Roma. Con su actividad intelectual junto a san Josemaría y con su trabajo en la Santa Sede realizó una honda reflexión sobre el papel y la responsabilidad de los fieles laicos en la misión de la Iglesia, a través del trabajo profesional y las relaciones sociales y familiares. Promovió actividades de formación cristiana y atendió sacerdotalmente a numerosas personas.

Desde el pontificado de Pío XII hasta el de Juan Pablo II desempeñó numerosos encargos en la Santa Sede. Participó activamente en el Concilio Vaticano II y fue durante muchos años consultor de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

El 15 de septiembre de 1975, tras el fallecimiento del fundador, don Álvaro fue elegido para sucederle al frente del Opus Dei. El 28 de noviembre de 1982, cuando el beato Juan Pablo II erigió el Opus Dei en prelatura personal, le designó prelado y el 6 de enero de 1991 le consagró obispo. A lo largo de los años en que estuvo al frente del Opus Dei, promovió el comienzo de la actividad pastoral de la prelatura en 20 nuevos países. Como prelado del Opus Dei, estimuló también la puesta en marcha de numerosas iniciativas sociales y educativas.

Mons. Álvaro del Portillo falleció en Roma en la madrugada del 23 de marzo de 1994, pocas horas después de regresar de una peregrinación a Tierra Santa. Tras su muerte, miles de personas han testimoniado por escrito su recuerdo: su bondad, el calor de su sonrisa, su humildad, su audacia sobrenatural, la paz interior que su palabra les comunicaba.

Madrid en la vida del futuro beato

El próximo beato tuvo durante su vida un gran amor a su ciudad natal, Madrid, con un afecto que hizo compatible con un corazón abierto a las necesidades de todo el mundo y que procuró atender con la promoción de numerosas iniciativas sociales.

Uno de sus biógrafos, Salvador Bernal, escribe que “se sentía realmente madrileño” y destaca su “buen humor, castizo, madrileño”, con una “amable chispa madrileña”. Bernal destaca también las raíces madrileñas de la familia, y cómo Álvaro heredó de su padre la afición a los toros. “Le acompañaba, escribe, a comprar los abonos a la calle Victoria y a veces tomaban un pepito en el Pasaje Matheu, que en aquel tiempo popularizó su creador, Pepe, dueño de un local junto a la Puerta del Sol”.

Álvaro del Portillo había nacido en Madrid en 1914 en el número 75 de la calle de Alcalá. En esta ciudad pasó los primeros 32 años de su vida, antes de trasladarse a Roma en 1946.

Estudió el bachillerato en el Colegio El Pilar. A la vez que estudiaba como ayudante de Obras Públicas e ingeniero de Caminos, participó en actividades asistenciales con las conferencias de San Vicente de Paúl, especialmente en Vallecas. Desde sus años de estudiante, su vida cristiana reflejó una honda inquietud social y tuvo una amplia labor de evangelización entre sus compañeros de estudio y profesión.

En Madrid conoció Álvaro del Portillo el Opus Dei y recibió directamente de san Josemaría Escrivá la formación y el espíritu propios de la Obra. Y en la capital española fue ordenado sacerdote por el obispo de Madrid, Mons. Leopoldo Eijo y Garay, en la capilla del palacio episcopal de Madrid.