“Murillo
y Justino de Neve. El arte de la amistad” en el Museo del Prado
Julia
Sáez-Angulo
Es bueno que un museo
español tenga en cuenta de modo relevante a un mecenas, coleccionista o donante
en una exposición, algo que no siempre sucede, más bien se actua con espíritu
cicatero en este campo. Justino de Neve (Sevilla, 1625 - 1685) clérigo sevillano y canónigo de la
catedral hispalense, fue un hombre culto e interesado por la pintura, que llegó
a reunir hasta dieciséis cuadros de Bartolomé Esteban Murillo (Sevilla, 1617 -1682) y le encargó otros para
instituciones religiosas, lo que supuso un apoyo al artista y la ocasión para
una amistad fructífera.
Lástima
que la voracidad y el expolio napoleónicos acabaran dispersando el conjunto
hispalense de los Murillo que se encontraba en la catedral, el Hospital de los
Venerables y la iglesia de Santa María la Blanca y que tuvieron a Neve detrás. Hoy
tan sólo queda una de las obras encargadas por Neve en Sevilla. Alguna cartela,
como la de “San Pedro arrepentido” habla de “confiscación” francesa, lo que no
deja de provocar cierta perplejidad en el visitante.
La
Inmaculada de los Venerables, hoy joya
del Museo del Prado, se presenta en su marco original, un espléndido trabajo de
ebanistería, que los franceses dejaron al llevarse –en su razia- tan sólo el
óleo sobre lienzo de Murillo. El marco quedó en Sevilla y verlo hoy como realce
de la tela es una ocasión única.
Recordemos
que la célebre Inmaculada de los Venerables –también conocida como la
Inmaculada de Soult- fue traída a España en los años 40, junto a otras piezas
como el tesoro visigótico de Guarrazar y la Dama de Eche, a cambio de dos Velázquez y un Greco de menor entidad. También se habla
de “pago” la no intervención de España en la segunda Guerra Mundial. Todo ello
fue fruto de una negociación de las cancillerías de ambos países. Existe una
ingeresante bibliografía al respecto.
Con los retratos de ambos, Murillo y de Neve (los dos fuera
de España y ninguno de los dos seleccionado para la portada del el catálogo,
del desplegable o la carpeta informativa), se abre una muestra con diecisiete
obras, cinco de ellas restauradas con inteligencia y maestría, para la ocasión como
en “El patricio revelando su sueño al Papa Liberio”, un precioso luneto de
grandes dimensiones, que atesora el Prado, donde, tras la restauración, aparece
la sutileza de los textiles, como el mantón amarillo transparente de un
personaje femenino, antes invisible antes por la pátina de adherencias.
La Fundación Abengoa, que hoy ocupa la
antigua sede del Hospital de Venerables de Sevilla, contribuye junto a nuestro
primer museo en esta exposición de Murillo/Neve. La muestra viajará a la
capital hispalense, partir del 30 de
septiembre que se clausura en Madrid.
Esta
exposición que hoy alberga el Prado junto a la de Rafael constituye una ocasión
única de contemplar dos genios de distinto calado. La pincelada suelta y
certera de Murillo es asombrosa, lo mismo que su capacidad de crear cromatismos
sutiles más allá de la lograda iconografía que logró como artista religioso.
Frente a la excelente grandilocuencia del último Rafael, Murillo es más
contenido y sincero.
Miguel
Zugaza, director del Museo del Prado, recordó que no es la primera vez que Murillo
y Rafael se encuentran en la pinacoteca. En 1892 Madrazo habló de ambos y dijo
de Rafael que era el “pintor del Evangelio”, y de Murillo, que era “el pintor
de la Sagrada Leyenda”.
Oleos sobre obsidiana y una
miniatura
La
escala humana de esta exposición la hace especialmente grata frente a las
gigantescas de otras ocasiones. El espectador se concentra e interioriza mejor
las obras. En ella puede ver retratos, pinturas religiosas y devocionales, dos
alegorías –Primavera y Verano—y una miniatura. Puede ver contemplar tres bellos
cuadros sobre obsidiana como soporte (un vidrio volcánico mexicano, que no
piedra) o una de las pocas miniaturas de Murillo que se conocen y que hoy
pertenece al anticuario madrileño Caylus.
Mrillo
es uno de los cuatro grandes nombres de la pintura clásica española junto a
Velázquez, Zurbarán y Ribera. Contemplarlo en este discurso particular ideado
por el comisario Grabriele Finaldi sólo merece aplausos para él y sus
colaboradores.
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