L.M.A.
José Carlos Rovira, Catedrático de Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Alicante, ha escrito sobre los cuentos infantiles adquiridos por la Biblioteca Nacional de España:
"El documento que
los contiene son seis pequeñas hojas de 12x15 cm., escritas y con dibujos,
cosidas en la parte superior por un hilo de color ocre y tienen los bordes
envejecidos e irregulares. Por el tamaño y la descripción son hojitas de papel
higiénico con las que se formó un pequeño cuaderno que tiene al final varias
hojas en blanco. El texto está formado por cuatro relatos infantiles y tienen
por su cronología posible la condición de ser los últimos escritos del poeta,
que había llegado al Reformatorio de Adultos de Alicante, desde el penal de
Ocaña, a fines de junio de 1941. Es el último viaje de Miguel Hernández quien,
en sus cartas de este período, tiene dos obsesiones claras: el reencuentro con
su mujer y poder ver a su hijo Manuel Miguel a quien, con dos años y medio,
lleva un año y medio sin haber podido abrazar.
Desde
Junio de 1941 al 28 de marzo de 1942, cuando muere, pasan casi ocho meses en
los que sabemos que a fines de noviembre inicia Hernández un combate final e
imposible por la supervivencia, alojado en la enfermería de la cárcel, con tuberculosis.
En esta situación, el poeta ya no escribe, su estado físico lo mantiene
postrado en una cama y, sin embargo, prepara con la ayuda de alguien un libro
de cuentos para su hijo. Lo anticipa en una carta sin fecha, que supongo de
diciembre de 1941 o enero de 1942, donde tras pedirle a su mujer que le haga
llegar alimentos –éste es el sentido principal de la correspondencia última de
un hombre que sabe que está muy enfermo- le dice: “Si hace mal día no vengas,
que el médico me ha dicho ayer que debiera esperar dos o tres días. Pero yo
quiero ver a mi hijo y a mi hija y dar al primero un caballo y un libro con dos
cuentos que le he traducido del inglés. Bueno, nena, hasta luego. Está
haciéndose de día, y creo que hará sol. Besos para mi niño. Te abraza, Miguel”.
Josefina
Manresa contó el mismo episodio en sus Recuerdos
de la viuda de Miguel Hernández:
Transcurrió
un mes así hasta que por fin lo pude ver. Lo sacaban entre dos personas, que no
sé si serían presos, cogido del brazo y lo dejaron agarrado a la reja. Llevaba
un libro en la mano, eran dos cuentos para su hijo que él había
traducido
del inglés. Al terminarse la comunicación quiso darle él por su mano el libro
al niño y no lo dejaron, como era su deseo. Así me lo decía en una esquela. Un
guardia se lo tomó y me lo dio a mí.
Edité
en facsímil aquellos cuentos en 1988, hace 26 años por tanto. Los acompañaba un
pequeño volumen en donde, entre otras reflexiones, supuse la paternidad
hernandiana de la confección material del libro, mediando su relación con el
dibujo a lo largo de su obra. La caligrafía se me resistía por lo que dejé
abiertas varias posibilidades. Supe en 2009 que me equivoqué en 1988. Primero,
en algo que hoy me parece obvio: Hernández estaba lo suficientemente enfermo
para que no pudiera hacer un trabajo que es muy bello en su factura material,
una encuadernación y unos dibujos. Lo hizo un compañero que estaba en la
enfermería, alguien llamado Eusebio Oca Pérez, maestro nacional y buen
dibujante que, por aquellos días, preparaba un volumen similar, con otros
relatos, para su hijo llamado Julio Oca que tenía un mes menos que Manuel
Miguel, el hijo de Hernández.
La
prueba me la mostró Julio Oca en 2009: el primer relato de los que había
editado, “El potro Obscuro”, con sus dibujos y su letra, y un librito “Petete
Pintor” que se diferencia del otro en que los dibujos están repetidos para ser
coloreados, pero el trazo, los personajes y sobre todo la letra los hacen
producto de la misma mano. Eusebio Oca Pérez construyó aquel libro y recibió en
regalo aquel humilde conjunto de hojas que contenían los dos cuentos que
convirtió en un librito, titulados “El potro obscuro” y “El conejillo”, más
otros dos que están en el conjunto de hojas manuscritas y se titulan “Un hogar
en el árbol” y “La gatita Mancha”.
Son
cuentos infantiles muy sencillos. Cuando edité los dos primeros anoté que
Hernández lo había llenado de versos infantiles, como en el primero en el que
dos niños, un perro blanco, una gatita negra y una ardilla gris, quieren ir a
lomos del potro obscuro a “La gran ciudad del sueño”, y le dicen cosas como:
Llévame caballo
pequeño
a la gran ciudad del
sueño;
hasta que, al final del cuento, “Todos estaban
dormidos al llegar el potro obscuro a la gran ciudad del sueño” por lo que,
aparte de cuento para dormir a un niño, había en esa ciudad un espacio
liberador que se acrecentaba en la metáfora del otro relato, donde un conejito
se metía en un cercado, se hartaba de comer hortalizas, al engordar el
estómago, no podía ya salir del encierro y era amenazado por un perro hasta que
conseguía salir por otro agujero mayor.
Los
dos textos nuevos que he mencionado cuentan dos historias que coinciden en algo
con los primeros: “Un hogar en el árbol” es la historia de una familia de
pájaros observada por dos niños, desde la incubación hasta que nacen cuatro
pequeñuelos, que quieren volar muy pronto y caen al suelo, de donde los salvan
los niños, hasta que ya mayores mamá y papá pájaro se los llevan a volar,
mientras los niños les despiden gritando:
Hasta la vuelta,
pequeñuelos
Y que no os vayáis a
perder
en las estrellas de
los cielos.
Venid siempre al
atardecer.
“La gatita Mancha” es una traviesa gatita que
se mete en un costurero donde ha visto un “ovillo muy grande y muy rojo”, y cae
al suelo con el costurero y se enreda con el ovillo cada vez más al intentarse
liberar de él, hasta que la familia en cuya casa está, tras reír porque cada
vez se enreda más, la libera, y sale
corriendo asustada, hasta que una moraleja, versillo con el que recrea un
refrán, cierra el relato:
Porque el gato más
valiente,
si sale escaldado un
día,
huye del agua
caliente,
pero también de la
fría.
Por
tanto, hay metáforas de encierro y libertad en los cuatro breves relatos como
juegos para su hijo en los que ha querido plasmar una metáfora de liberación,
una metáfora infantil de libertad, y esa es la trascendencia de esta última
escritura de Miguel Hernández".
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