Fue lo último que escribió antes de su muerte
L.M.A.
La Biblioteca Nacional de España ha adquirido recientemente un
manuscrito de Miguel Hernández (Orihuela, 30 de octubre de 1910 - Alicante, 28 de marzo de
1942), poeta y dramaturgo tradicionalmente encuadrado en la generación del 36,
aunque fue más próximo a la generación del 27.
Se trata de seis pequeñas hojas de 12 por 19 cm, escritas y con dibujos,
cosidas en la parte superior por un hilo de color ocre, y con los bordes
envejecidos e irregulares. Por el tamaño y la descripción se deduce que son
hojitas de papel higiénico con las que se formó un pequeño cuaderno que tiene
al final varias hojas en blanco.
El texto consta de cuatro relatos
infantiles: El potro oscuro, El conejito,
Un hogar en el árbol y La gatita Mancha
y el ovillo rojo. Se supone que los escribió entre junio y octubre de 1941,
en el Reformatorio de Adultos de Alicante, a donde llegó desde el Penal de
Ocaña. Es el último viaje de Miguel Hernández, quien, en sus cartas de este
período, tiene dos obsesiones: el reencuentro con su mujer y poder ver a su
hijo Manuel Miguel, para quien escribió estos relatos. Son
por tanto estos cuentos los últimos escritos del poeta. Hernández
los entregó a Eusebio Oca Pérez- maestro, periodista, dibujante- con quien se
reencontró en el Reformatorio. Eusebio confeccionó con dos de ellos un libro
lleno de dibujos: El potro oscuro y El conejito, para que Miguel se lo
entregara a su hijo.
Como dice Jose Carlos Rovira en el capítulo Últimas ausencias de Miguel Hernández, del libro Miguel Hernández: la sombra vencida, Madrid, 2010, p. 149-153 –
que es el catálogo de la exposición celebrada en la Biblioteca Nacional de
España con motivo del centenario del nacimiento del escritor murciano- los cuentos son metáforas explícitas de
libertad para que las leyera su hijo.
Estos Cuentos infantiles
muestran que, en sus últimos años de vida,
junto a la poesía, el autor desarrolló otro registro de escritura en
prosa. Aunque dos de ellos se conocían, y se
había realizado una publicación facsímil en 1988 - Dos cuentos para Manolillo- , no por ello la
existencia del manuscrito es menos
impactante.
La BNE conserva algunas piezas manuscritas de Miguel
Hernández: un poema perteneciente al Cancionero y Romancero de ausencias (1938-1941) y 3 hojas de papeles autógrafos con versos: La espera puntual de la semilla, ¿Sigo en la
sombra? y El hombre no reposa.
Pero los
cuentos, que representan otro aspecto de la escritura de Miguel Hernández, son
una aportación importante por la singularidad del manuscrito y por su
significado.
Según indica
Rovira, “en estas últimas ausencias de Miguel Hernández tenemos la metáfora
infantil para su hijo, de lo que en otra clave estaba escribiendo para aquel
inacabado libro que debía llamarse Cancionero
y Romancero de ausencias, en el que decía “soy una abierta ventana que
escucha, por donde ver tenebrosa la vida. Pero hay un rayo de sol en la lucha,
que siempre deja la sombra vencida”.
Desde junio de
1941 al 28 de marzo de 1942, fecha de su muerte, el poeta vive alojado en la
enfermería de la prisión, enfermo de tuberculosis. Acosado por tres sacerdotes
que buscan su reconversión y la abjuración de sus ideas, el escritor resiste
negando su retractación política, lo que impidió, casi con toda seguridad, su
ingreso en el sanatorio antituberculoso valenciano de Porta Coeli.
Desgraciadamente, la orden de traslado llegó pocos días antes de su muerte.
Su mujer,
Josefina Manresa, cuenta en su libro Recuerdos
de la viuda de Miguel Hernández, que “transcurrió un mes hasta que pude ver
a mi marido, lo sacaban entre dos personas, que no sé si serían presos, cogido
del brazo, y lo dejaron agarrado a la reja. Llevaba un libro en la mano, eran
dos cuentos para nuestro hijo… Al terminarse la comunicación, quiso darle él
por su mano el libro al niño, y no le dejaron hacerlo. Un guardia se lo tomó y
me lo dio a mí”.
Rovira editó en
facsímil aquellos cuentos en 1988, y explica que, aunque el poeta quiso hacer
pasar los escritos por una traducción de
unos cuentos ingleses al castellano, quizás para evitar que la censura de la
cárcel los interceptara, al igual que había hecho con otros de sus escritos,
“supuse la paternidad hernandiana de
la confección material de los cuentos… Hay metáforas de encierro y libertad en
los cuatro breves relatos, y por eso tengo la sensación de que no son
traducciones sino mensajes como juegos para su hijo, en los que quiso plasmar
una metáfora de la libertad, una metáfora ingenua de liberación”.
En definitiva,
como afirma Rovira, “metáforas de alguien que, en su escritura y su vida, quiso
dejar constancia, sobre todo, de su voluntad de ser libre”.
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