domingo, 18 de diciembre de 2016

"El bosque animado "de Ánxeles Penas en la galería Ra del Rey de Madrid


Anxeles Penas


Antonio Domínguez Rey

(Asociación Española de Críticos de Arte).

Dice Herder: <>. Y comenta el lingüista francés Michel Bréal: <>.
El aire inspirado cuanto más puro, mejor se vuelve palabra al espirarlo y remitirlo de nuevo al mundo. Una transformación interna del aliento. La misma sustancia moldeada de otro modo. Así todo nombre: <>.
Son versos de la poeta gallega Ánxeles Penas, también pintora y escultura, de un libro aún inédito, A Penumbra da Pomba. Sirven de preámbulo a una singular exposición suya de varas fetiches (“Espíritus guardianes”) en la galería Ra del Rey de Madrid, celebrada entre finales del mes de noviembre y comienzos de diciembre, donde ofreció además una lectura de poemas bilingües, gallegos y castellanos.
El poeta no tiene otra cosa que palabras. El lingüista no siempre acierta, por geniales que resulten sus análisis, como los de Bréal, a quien seguía en otras reflexiones, no éstas, el también gran lingüista y filósofo gallego Ángel Amor Ruibal. Lucrecio comparaba las letras sonidos, verbis elementa con los átomos. De sus combinaciones e intervalos, posiciones y permutaciones, resultan los elementos del lenguaje y del cosmos. La posición de cada uno de ellos y sus órbitas de rotación, giros y circunvoluciones de palabras, átomos y podemos decir hoy también genes, las combinaciones múltiples en el texto, configuran, con los intervalos, la pintura, el cuadro, el algoritmo y el sentido del mundo. Y el sentido lo afloran las palabras. Lucrecio comparaba la sintaxis del lenguaje y del cosmos, sus leyes. Lenguaje y naturaleza. Y su mejor representación es el ritmo del poema. Por eso escribió De Rerum Natura en verso. La mano y los astros desvían ligeramente, como en pintura, escultura, música, el movimiento universal en el que fluctúan y permutan los elementos. Hay una exigua desviación intermedia: el exiguum clinamen. Unidades atómicas, moleculares, complejas, biónicas, y síntesis lumínica de la palabra. La tablilla de Lucrecio, la partitura de san Agustín, el cuadro de Herder, el punto de la punta del cálamo o de la pluma en la escritura árabe, china, japonesa. Siempre un punto inicial de apoyo en el mundo —Arquímedes— para sobrevolarlo con el color, el número, el ritmo del sonido, en música y palabra, unidas Virgilio, Dante, Petrarca, para valorarlo, plasmarlo en símbolo, obra, Libro, como resumió, con los suyos, Stephan Mallarmé.
Desde sus orígenes, tal como los conocemos, el artista ha intuido esta sintaxis o vínculo de los sentidos en moción común con la naturaleza y la percepción de las sensaciones convertidas en objetos expresivos, de conocimiento. Un objeto peculiar, pues cuando se expresa con ayuda del aire inspirado del mundo y las proporciones existentes entre las cosas, su objetividad ya es algo sabido, interno, dice el filósofo Emmanuel Levinas: lo “su”, sabido, que es algo más que lo conocido. El plus de la sabiduría sobre la ciencia, pero dentro del orbe cognoscitivo de una sintaxis, cuando menos, homóloga. El aporte del arte.  Ciencia, arte y su correspondencia tanto interna como externa: lenguaje, poesía. Puntos clave de esta evolución en la poética son la poesía hindú, la hebraica, con la Biblia, la greco-latina hasta nuestra época y la revolución iniciada a finales del siglo XIX  con el simbolismo, simultánea a la científica. Y en el fondo, una misma inquietud inspirada.
Uno de estos ejemplos vivos es la obra artística de Ánxeles Penas. Su poesía, escultura y pintura son tres manifestaciones de cosmopoética. En sus versos laten las hebras internas de Rosalía, el mismo amor a Galicia, telúrico,  sus ancestros medievales cita a Mehendinho con Manrique y Machado, los ecos de Eduardo Pombal, Curros Enríquez, Luis Pimental. Es decir, el origen y el rexurdimento de la lengua gallega y castellana, las dos fuentes de su escritura, como dijo José Ángel Valente de la propia.
Efectivamente, en Ánxeles Penas resuena el fondo y trasfondo del alma gallega, de su lengua hilada con palabras que son vibraciones ancestrales en una continuidad lírica, léxica, rítmica, que sumerge al lector en la intrahistoria de los pueblos galaicos, sus aguas fluviales, mansamente vertidas en mares susurrantes, u oceánicas de elevado tono en los inviernos. Olas que se agolpan a veces como látigos sobre piedra y ecoan el ruido sordo de grandes barcos naufragando. Y sobre todo, la madera, el fragor o la bóveda de las ramas, una sombra misteriosa perdida entre el humus de los bosques o entre la neblina, niebla, según la intensidad de la hora, del día, la noche. Las vigas de la casa familiar, “La Balluca”, que ahora son varas sumidas en un tiempo enigmático.
La madera sólida tiene un centro duro, el cerne, y canta como la piedra si se sabe escucharla. Retumban en ella las tormentas, las sílabas del viento, el silencio inquietante o en remanso de la naturaleza, el quejido de un dolor cósmico, existencial. La madera de esta escultura revive el aura mágica de los símbolos esotéricos, angulados o redondos, deslizantes, hendidos, suturantes, aojados, como el agua deslizándose o en reposo de gotas. Hay en el “bosque animado” de Ánxeles Penas varas erguidas quien conozca el monte, los remontes gallegos, sabe de la importancia de las varas en la vida doméstica huecos, abalorios simulados, curvas deslizantes, eróticas, vaginales, y vértices fálicos, bálanos, y respiros de flauta, donde asoma la brisa, el viento enredado de las zarzas, el matojo, los pajares. Este mundo permuta en los intervalos del tiempo, pero con la misma sintaxis estructurada de civilizaciones antiguas, con otros objetos aztecas, paisajes egipcios, selváticos, que hablan lenguaje homólogo de la arena desierta, los mares inmensos o los pueblos anclados en la raíz de la costumbre que dicta el ritmo de la tierra, las cosechas, el fruto de los ríos, la sal, el fermento agrario. No es casual un verso con título de Malevich: “Estancia negra nun deserto branco”.
Y el cerne es el centro. Tanto en la madera de las vigas familiares como en el centro a que tiende el ritmo de esta poesía, está el cerne, la sustancia dura, interna, del árbol, capaz de resistir al desgaste de los siglos. Y también la savia, la sangre vegetal que alimenta los frutos, el calor del hogar. El mundo del bosque con su vida secreta, en cuyo centro está la “clave del misterio”. El ritmo de Ánxeles Penas es libre, abierto, existencial, sostenido por esa llamada a un centro de convergencia y expansión, el punto nodal o latido que punza la existencia con nota íntima. Centro diminuto del sentir que aspira a desgranar el misterio que nos rodea e intuimos: <>. Los elementos de las palabras resultan entonces, como las incisiones de la madera, y los incisos, intervalos del ritmo, miradas escrutadoras, ojos sorprendidos, poros de respiración cutánea, asombro de infancia presencia de niños con preguntas eternas, dedos tanteantes, manos acogedoras: revelaciones de lo Oculto, Desconocido, Ausente, del Nombre Sagrado, lo innombrable, innominado. El nomen aún numen. Y el verso se centra entonces en ritmo anclado, ferviente, posos y pasos prietos, sólidos, muy métricos: <>.
Anfíbraco, dáctilo, peón tercero, troqueo, anfíbraco, / dáctilo, dáctilo. Comienzo contrapuesto de los dos primeros pies, andante el tercero, que prolonga el avance de la acción anunciada, y anfíbraco final de nuevo, en consonancia con el comienzo. Y en el otro verso, quebrado, dos anfíbracos más que miden y prolongan la longitud en profundidad de mirada a la bóveda lechosa del cielo. Paralelismo de altura y superficie bajo el arco celeste en la llanura del Nilo. Verso descriptivo, sin duda, pero pautado con música secreta de lo que acontece, sucede, ocultándose y dejando tras de sí, no obstante, la huella, estela, el “ronsel” de una música que enciende por dentro y culmina en palabra.
Y así otros versos, como: “Trabuca o lusco fusco os reflexos da ollada”. No necesitan traducción. Es el ritmo quien habla, dice, convoca, intima.
Curiosa materia articulada en aliento y tacto, madera y palabra. Conjuro de un secreto milenario aún vivo en la entraña del pueblo gallego. A veces olvidamos que en España confluyen modos, sentimientos singulares de una común efervescencia milenaria. Hay ritmos que resucitan el halo ancestral del presente y lo abocan a su misterio. Latidos que timbran el enigma perpetuo del hombre.

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