Víctor Morales Lezcano
15.03.2020 .- Madrid
El profesor Jesús Núñez ha clausurado recientemente el segundo trimestre de Tertumed (Tertulia sobre el Mediterráneo).
La exposición transparente y bien fijada de Núñez Villaverde se centró principalmente en el proceso de las relaciones entre los gobiernos de Irán y Estados Unidos a partir de 1979. Un proceso que ha venido marcado por el origen revolucionario de la República Islámica de Irán y la inveterada proyección mediterráneo-oriental de Estados Unidos en Israel y los aledaños territoriales de Mesopotamia. A partir del acuerdo nuclear entre Irán y las seis grandes potencias, de 2015, las potencias signatarias de su “espíritu” y su letra vienen observando cómo el presidente Trump busca cercar y hacer fracasar, desde dentro, a los herederos del Velayat al-Faqui; o sea, el ayatolá Jomeini, que implantó una república teocrática, de inspiración fundamentalmente chií. La decisión de Donald Trump consistente en asfixiar económicamente y limitar unilateralmente la marcha de Teherán hacia su consagración como potencia nuclear sería el último episodio de una enconada enemistad.
Esta última enemistad, localizada en Oriente Medio, no quita para suscitar la cuestión de otro foco de enemistad, esta vez, no menos, sino más, cronificada que la irano-americana. Lleva el nombre y apellido de “contencioso secular” entre Ánkara y Atenas, que nació con el triunfo del régimen republicano en Turquía (1923) y sigue prendiendo mecha en el marco del Mediterráneo oriental. Ello viene a propósito del éxodo de cientos de miles de refugiados (musulmanes, o no) que se abaten sobre la frontera insular y continental de Grecia; calculadamente reforzado por el gobierno turco que encabeza el presidente de la República, R. Tayyip Erdogan.
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