domingo, 12 de octubre de 2025

RECUERDOS AMISTOSOS. Annibale Vasile, corresponsal de la RAI durante 17 años. Un periodista con sentido crítico y “acetum itálicum”. Un chovinista. Un bibliófago

Annibale Vasile, periodista


Julia Sáez-Angulo

11/10/25.- Madrid.- Fue buen amigo mío. Un amigo de verdad. Llenó un vacío en un momento complicado de mi vida. Era Annibale Vasile (Palermo, 1933-Roma 1989), corresponsal de la Radio Televisione Italiana, RAI, durante 17 años. Amaba España, pero no le faltaba, como buen periodista, su sentido crítico sobre el país. Italia era para él casi intocable, al menos hacia afuera. Él era el chauvinista italiano más sutil que he conocido. Solo en Italia se podía saborear buena pasta y era imposible encontrarla en España, por más que fuéramos a los mejores restaurantes italianos de la capital; él lo atribuía al agua de cocción. Y del café, no digamos, para él todos los que servían en Madrid eran poco menos que aguachirle. Yo a veces me levantaba de la mesa en el postre, con pretexto de ir al baño y hablaba con el maitre: “Mire, este amigo italiano es periodista, muy exigente con el café, preparelo, por favor, bueno, fuerte y cargado”. Una vez logré que Annibale dijera: “Éste café se puede beber”.

Reconocía él mismo que era “un poco histérico”, por eso su médico le permitía seguir fumando y lo hacía con una caja de cigarrillos diminutos, que encendía, daba dos caladas y los aplastaba con fuerza en el cenicero, con si tuviera con ellos una relación de amor /odio.

Su generosidad con los mendigos, me conmovía. No dejaba de dar una limosna a todo indigente que nos cruzábamos y nos abordaban. Parecía que llevara monedas preparadas para ellos. La mayoría de nuestras salidas eran para cenar y conversar. Le gustaba hablar de política, filosofía, arte literatura…, no se cansaba nunca. Yo le daba buena réplica y a él le gustaba el debate. Lo pasábamos bien conversando. Conocía muy bien la Historia de España, su literatura y el arte. Hablaba el español con desenvoltura. Visitaba con frecuencia los museos y era de los pocos corresponsales que hacía reportajes televisivos sobre las grandes exposiciones del Ministerio de Cultura, institución donde yo trabajaba. Allí nos conocimos. 

Annibale Vasile era un lector voraz. Era imposible seguirle en lecturas, me hablaba de ellas y su opinión crítica era siempre un análisis agudo, certero. Comunicaba e ilustraba muy bien. Le regalé un libro que llevaba por título “El bibliófago” (1989), de Jorge Ordaz. Le encantó porque le dije que se refería a él.

Era un hombre culto y refinado, por eso le irritaban algunas actitudes y gestos de ciertas personas a los que descalificaba con un “Manca finezza”. 

    Como reverso, Annibale Vasile tenía un buen y particular sentido del humor, ácido ingenioso, el “acetum italicum”, literalmente “vinagre itálico”, ingenio romano que se traduce en dichos agudos, llenos de imaginación y oportunidad. La expresión latina ya se utilizaba en el Derecho Romano

    Un día, después de un viaje a Chinchón hablamos de las numerosas Casas de la Cadena, donde han pernoctado monarcas españoles, sobre todos, los Reyes Católicos. “En Italia también han cientos de casas en las que se dice que pernoctó Garibaldi”, me dijo.

Pese a sus enfados y algún arrebato de ira, con el prójimo que no respondía a sus expectativas, era entrañable y se hacía querer. A veces yo salía a cenar con él, habiendo ya cenado. Llamaba tarde, a última hora; yo notaba que necesitaba hablar. El día había sido duro, quizás para ambos. Y nos venía bien conversar.

    Las anécdotas vividas junto a Annibale fueron muchas y de toda coloratura. Como cada uno de los humanos, él tenía también sus “cadaunadas”. Una noche nos sirvieron una lasaña en cazuelitas barro y Annibale alegó al camarero, con extrañeza sonriente, que de esa forma no se presentaba la lasaña -nunca lo habíamos visto-, sino en porciones rectangulares. “En este restaurante se sirve así”, le replicó el camarero con cierta arrogancia”. “Pues le digo a usted, que así no se sirve la lasaña… y ahora, prepárenos la cuenta que nos vamos”.  El camarero era italiano, y me alegré por ello. Si hubiera sido español, hubiera dicho lo de “Manca finezza”.

    Salimos y seguimos en silencio. Al caminar por la calle Velázquez vimos a “la mendiga bella”, una mujer sesentona con figura y facciones hermosas, pese a la edad y cierto abandono, a la que siempre obsequiaba con algunas monedas. Nos pusimos a hablar con ella y olvidamos la historia de la lasaña. No sé por qué, aquella noche nos despedimos como de costumbre, pero sin cenar.

Conocíamos todos los restaurantes italianos de Madrid, aunque el habitual estaba en la calle Apodaca. Allí lo recibían bien, con aspavientos italianos afectivos y eso parecía gustarle. Nos atendían muy atentos. Hablar italiano le daba a Annibale cierto tono de confianza y desenvoltura renovadas.

Un domingo hicimos una excursión a Toledo. Visitamos las Casa del Greco, Santo Tomé, San Juan de los Reyes… Me resultaba raro, porque siempre nos veíamos en la noche. Comimos en la Venta del Aire. Tomamos tanto aperitivos, que no tuve apetito cuando llegó el solomillo. Me atreví a preguntarle: “¿Te avergonzaría si pido que me pongan el solomillo para llevar, porque me siento incapaz de tomarlo ahora?”. Y ante mi asombro me respondió: “Desde que vi hacerlo a la embajadora de Italia en una ocasión, ya me parece normal”.

Cuando se jubiló, Annibale dudó entre quedarse en España o regresar a Roma. Su hermana Gabriella Vasile, también periodista de la RAI, le encontró, tras mucha búsqueda, discusión por teléfono y rechazo de él, a las casas que ella le proponía. Al fin aceptó una, situada en el Testaccio, barrio romano donde se descargaban las vasijas de aceite de Hispania. Era un apartamento grande y bien alhajado; en el cupieron todos sus libros.

Annibale volvía a España de vez en cuando; se alojaba en el Hotel Regina. En una ocasión saludó en el vestíbulo a una joven compatriota. “Es una maravilla lo bien que funciona el transporte público en Madrid; los autobuses llegan a su tiempo. En Roma es un desastre”, comentó la muchacha. Me reí por dentro. El chauvinismo de Annibale quedó tocado. 

Cuando yo viajaba Roma, Annibale me mostraba orgulloso todos los sitios típicos, sonoros e históricos de la Ciudad Eterna, aunque él me decía que Roma vivía de espaldas al Vaticano. No le gustaba que yo lo llamara la Santa Sede. Tomamos buen café en Greco, excelente pasta en el Trastevere… Él se encontraba en su salsa, en su casa. Yo le animaba a que escribiera sus recuerdos y experiencias sobre España, me decía que sí, pero era perezoso. Prefería leer.

Poco a poco fue distanciado sus viajes a España… dejo ve venir. Le operaron. Un cáncer lo fue devorando hasta el final. Su hermana Gabriella nos dio la noticia a los amigos en España: Josto Maffeo, Emanuela Gambini,  Miranda D´Amico, Agustín de Celis, a mí…

Mi homenaje fue darle sus rasgos, temperamento y carácter al protagonista de mi novela “El nieto del indiano” (2007). Le dediqué el libro. 

Más información

https://www.euromundoglobal.com/noticia/234462/cultura/annibale-vasile-corresponsal-de-la-rai-en-espana-durante-17-anos.html


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