Víctor Morales Lezcano
19.02,2021.- Entre los días 10 y 12 de febrero del año en curso, Casa Árabe (Madrid) ha organizado la apertura y el desarrollo de un congreso internacional con el título general que sigue: Las primaveras árabes diez años después. Retos sociales políticos y económicos. Sugestiva propuesta ꟷy actual retrospectivaꟷ dentro de un marco institucional adecuado.
He seguido on line la conferencia inaugural de este congreso, que ha sido protagonizada respectivamente por Gilbert Achcar, actualmente profesor de Estudios de Desarrollo y Relaciones Internacionales en la prestigiosa SOAS de Londres (School of Oriental and African Studies) y por la profesora Hèla Yousfi, del Departamento de Gestión y Administración de la Universidad Paris-Dauphine.
El sentido y la motivación que han inspirado estas líneas radican en la vuelta de manivela al recordatorio de las primaveras árabes que se desarrollaron a partir de enero de 2011 y que constituyeron un aldabonazo en el campo de las relaciones internacionales, con mayor repercusión, ab initio, en Túnez e inmediata difusión en otros países del norte de África y de Oriente Próximo, como Egipto, Siria e Iraq, respectivamente.
Hace unas semanas, he vuelto a evocar en El Imparcial el entusiasmo y la inquietud que despertaron aquellas primaveras árabes, sentimientos que fueron explicables, pero no convincentes. Téngase en cuenta una sencilla reflexión histórica que nos recuerda que las revoluciones y las transiciones necesitan un tiempo, un ritmo de desarrollo, para lograr despliegues importantes de sus contenidos: políticos (cambio de régimen), sociales (de signo equitativo), económicos (de inspiración redistributiva) e incluso culturales. Pensemos, si no, en tres grandes revoluciones, la francesa de 1789, la rusa de 1917 y la iraní de 1979, respectivamente, para calar en las serias dimensiones culturales que tuvieron dichas revoluciones más allá de sus logros, retrocesos o desviaciones.
El profesor Achcar enfatizó en su intervención que, incluso en Túnez, la primavera del jazmín todavía no ha logrado redondear, sensu lato, los logros democratizadores de un principio, en una de las sociedades árabes y magrebíes en particular de cierto perfil reformista desde la era Burguiba.
En rigor, podría tratarse del profundo enraizamiento que han echado en el mundo árabe regímenes (monárquicos o republicanos) muy patrimonializados que, con mucha coraza y, a veces, con cierto grado de ductilidad continúan ofreciendo resistencias al cambio. Resistencias que podrán ser vencidas por la voluntad de cambio, sí, aunque siempre a largo plazo (la longue durée del maestro Braudel); y casi nunca en espasmódicos períodos de tiempo cortos. Como se demuestra en el caso de las primaveras árabes, todavía pendientes de evolucionar. Incluso en la República de Túnez, donde el malestar social sigue aflorando en los días que corren, una década después de su emotiva epifanía.
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